Capítulo 9: La pelea.
Capítulo 9: La pelea.
Una de las características que Jonathan más odiaba de si mismo era su cobardía, el hecho de no poder formular palabra cuando sentía miedo. Eso era algo que justamente Oscar no tenía, razón que lo llevaba a amarlo y admirarlo aún más. Él era valiente y decidido, si hacía falta decir algo lo decía, si hacía falta respaldar o defender a un amigo lo hacía sin pensar en las consecuencias; eso para Jonathan era algo admirable.
Ambos estaban en la biblioteca ahora, en perfecto silencio. Su profesor de literatura no había llegado y mandaron a todo el grupo a la biblioteca, por lo que estaban rodeados de los demás chicos en las otras mesas intentando guardar silencio.
Ambos mantenían la mirada clavada en un libro, Oz había elegido una versión resumida del Quijote, mientras que Jonathan había escogido el libro de Robín Hood. En algún momento Jonathan se distrajo de su libro y llevó toda su atención a Oscar, ya que muy pocas veces tenía la oportunidad de contemplarlo tan quieto y despierto, pero vio algo que no le gustó, un pequeño ceño fruncido entre sus cejas doradas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jonathan, bajando con la mano el libro que mantenía Oscar como escudo ante sí.
—Nada... —contestó quedamente, apenas lo miró y volvió a subir el libro a la altura de sus ojos.
—En una ocasión me dijiste que “nada” es sinónimo de muchas cosas pero no de nada —le recordó Jony sus palabras al tiempo que volvía a quitarle el libro del rostro.
—Es mi padre... —dijo al fin, dejando caer el libro en la mesa de madera, y este sonó un poco más fuerte de lo debido, provocando la molestia de la encargada, pero Oscar no le hizo caso—. Ayer llegó ebrio a casa.
—Creí que dijiste que tu padre no era de esos... —comentó Jonathan Repentinamente estaba preocupado.
—Sí, así es. —Asintió Oz— Él no bebe, pero cuando lo hace, entonces realmente lo hace —se detuvo un segundo para ver la expresión que tenía el otro, por supuesto que una nada buena. Agitó la cabeza y regresó a lo que decía—. Me dijo cosas que normalmente no me diría...
—¿Cómo qué? —lo interrumpió Jonathan.
Oz dejó escapar un suspiro de sus labios de fresa.
—Que estaba tan desilusionado, que él esperaba tener una nuera y hermosos nietos rubios...que ahora ya no podría. Dijo que moriría viejo y solo.
Jonathan no dijo nada, porque no creía poder decirlo en voz tan baja como lo hacía Oscar, solo apretó la mandíbula.
—Dijo que nunca esperó tener un yerno... —continuó—, pero lo peor no es eso, es que se echa la culpa sí mismo, cree que me ha criado mal, y a mi madre por abandonarnos... —Oscar hablaba en voz baja pero aun así se percibía que sufría con cada palabra.
Jonathan cada vez apretaba más el puño bajo la mesa, hasta que sus nudillos quedaron como piedrecillas blancas.
—Al día siguiente vino a mi habitación a disculparse —finalizó Oscar mirando a su novio.
—A veces... —habló Jonathan, intentando mantener la calma—me dan tantas ganas de golpear a tu padre...Yo sé que lo amas, pero no puedo evitarlo.
—Ya lo sé... —Oscar sonrió como un niño al que de pronto se le pasa una imagen mental muy graciosa—. También a mí a veces me dan ganas.
Y por un momento ambos se ensimismaron nuevamente en la lectura de sus libros hasta que a Oscar se le ocurrió preguntar;
—Tú no me has dicho... —empezó y Jonathan tuvo un súbito incremento de palpitaciones, pero de mala manera. Sintió que quería salir corriendo, se sentía tan mal por no decirle sobre su mudanza, incluso no planeaba decir nada, aunque ya quedaran solo días.
—¿Cómo reaccionaron tus padres cuando les dijiste?
—¿Ah? —se relajó—. Ah sí, ellos siguen en estado de shock...Aún no hablamos mucho de eso, pero creo que lo asimilan bastante bien... —se atrevió a mirarlo a los ojos y aun así mentirle.
—Eso es genial.
...
Los días para Jonathan eran como un constate recordatorio de su mudanza y su inminente despedida de Oscar, pero él no había logrado conseguir valor para decirle. No se podía ni imaginar qué le diría, cómo reaccionaría. ¿Se molestaría…? Muy probablemente sí.
Entonces, tan miedoso como se sentía, no dijo nada. Se limitó a pasar tanto tiempo como fuera posible con Oscar, pero éste de vez en cuando se negaba a salir con él, no porque no quisiera. Sí quería, solo que algunas veces tenía que hacer tareas o pasar tiempo con su padre. Siempre se disculpaba con un beso largo y le decía que habría tiempo de hacer de todo después, esas palabras casi le sacaban las lágrimas a Jonathan, pero asentía fuertemente y esperaban otra oportunidad.
Jonathan se sentía cada vez más desesperado respecto a la mudanza, en algunas ocasiones mientras estaba en la mesa cenando con sus padres sentía la necesidad de soltarse a llorar y hacer un gran escándalo para que no lo obligaran a irse. Pero si lo hacía tendría que dar una muy buena explicación al respecto y él no estaba dispuesto a darla y mucho menos teniendo una gran posibilidad que de todos modos no funcionara.
Por lo que se portaba mal y gruñón todos los días con sus padres, su madre le había preguntado muchas veces qué era lo que pasaba y él no le daba explicaciones. A veces por su cabeza pasaban pensamientos egoístas, si pudiera empacar a Oscar en una maleta, llevarlo con él y tenerlo para siempre, lo haría, pero eso simplemente no sería posible.
—Jony... —llamó Oscar desde uno de los lados del pequeño escritorio que tenía en su habitación. Ambos estaban sentados allí ahora, uno en cada lado haciendo las tareas—¿Que dice acá? —señaló su cuaderno en donde se encontraba haciendo la tarea de francés. Jonathan se puso de pie y rodeó el escritorio para llegar a donde el otro. Oscar lo miró con curiosidad mientras iba, ya que no habría sido necesario, solo con que se fijara por encima hubiera sido suficiente. Al llegar a donde Oscar se inclinó, apoyándose en su hombro para ver el cuaderno. Aquello era de lo más fácil, se dijo Jony, se preguntó cómo no podía entenderlo, pero no le dio importancia.
—Oscar... —dijo en cambio—¿puedes ponerte de pie? —confundido, Oz hizo caso, se puso de pie y quedaron de la misma altura. Jonathan inmediatamente tomó su rostro entre sus manos, acariciando suavemente su mejilla con el dedo pulgar, pasándolo una y otra vez por la superficie aterciopelada de su piel que le recordaba a la de un durazno porque ahora estaba chapeado—. Por favor, bésame— dijo —¿Puedes hacerlo?
Oscar agarró la mano que lo acariciaba y la detuvo, asustado.
—Claro —respondió con un toque de alarma en su voz—. Lo haré, no necesitas pedirlo así...—pero no alcanzó a terminar ya que Jonathan lo dejó sin más habla, lo atrapó en un beso desesperado y lleno de angustia. Sus manos sujetaban fuertemente cada lado de su rostro como si en algún momento Oscar quisiera irse, solo que él lo agarraba de la misma forma. Muy interiormente les encantaba tener casi la misma altura y complexión, eso resultaba conveniente cuando se besaban.
Poco a poco las manos de Jonathan fueron trémulas por el cuerpo de Oscar, ya no temblaban como la primera vez que se tocaron, esta vez había decisión y total seguridad. Oscar se apartó sorprendido cuando Jonathan metió sus manos en su camiseta acariciando su abdomen y luego intentó quitársela.
—Espera, espera —se apartó unos centímetros—. Mi padre llegará en menos de una hora, así que... —negó con la cabeza.
—No me importa... —jadeó Jony—. Tú dijiste que yo podría decidir cuándo...
—Sí... —agitó la cabeza despejándose un poco del sabor de la boca de su novio. Caminó a la puerta y la cerró por dentro—. Supongo que nos dará algo de tiempo... —dijo Oz,con una sonrisa pícara, entonces regresó a la boca del otro y se dejó llevar completamente por sus deseos. Poco a poco ambos llegaron a la cama y se acostaron juntos. Jonathan era el que marcaba el paso en todo lo que hacían y Oscar ansioso lo seguía, dejando que lo tomara como quisiera, pero en su mente, que cada vez estaba más nublada y menos coherente por los besos de su novio, salto una parte aún controlada. Se dio cuenta de que Jonathan nunca haría eso. No de esa forma.
—Jony...Jony —dijo apenas con aire hablando entre la boca del otro, entonces se apartaron y se clavaron la mirada —¿Qué te pasa? Tú no actúas así—aquello era por la manera tan desesperada en que lo había tomado y besado, con demasiada urgencia, hasta cierto punto brusco.
—Solo quiero estar contigo, Oscar...Necesito estar contigo, quiero hacerlo ahora —Dijo Jonathan, sus ojos eran suplicantes.
—Sí, yo también, pero tú no eres así —se sentó en la cama con las piernas a un lado y lo contempló. Jonathan se dejó caer por completo en la cama y suspiró—. Dime qué ocurre, lo que sea, dímelo, puedes hacerlo—lo alentó Oscar masajeando suavemente su hombro.
—Te molestarás... —dijo Jony con voz lastimera al tiempo que se cubrió la cara con una almohada y la mordió de pura frustración.
—No lo haré —le prometió Oz y en ese momento se agachó para recuperar su camiseta, que había caído al suelo en su desenfreno, y se la puso con un encogimiento de hombros.
—Sí que lo harás —Se lamento Jony, luego se incorporó de la cama, tomó asiento al lado de Oscar, y este le pasó un brazo por los hombros.
—Vamos, habla—lo alentó.
—Primero quiero que sepas que lo siento. Lo siento tanto, Oscar...Nunca quise que...
—¡Espera, Jonathan! —Lo interrumpió Oz bruscamente—¿De qué hablas? —súbitamente se puso de pie sin poder disimular esa tensión que crecía en su garganta.
—Oscar, yo...
—¿Terminarás conmigo? —preguntó con la voz ahogada y dio un paso atrás, buscando apoyo en la puerta.
—Tengo que irme —contestó sin más Jonathan con la cabeza clavada en el piso.
—¡No! ¡No lo harás hasta que me digas qué está pasando! —Exclamó Oz, su voz ahora estaba apenas conteniendo el llanto.
—No, no lo entiendes...Tendré que irme, me mudaré—Le explicó, luego levantó la mirada devastado para observar a Oscar.
Al escuchar eso, por un lado Oscar se sintió más calmado, pero por otro su corazón dio un salto, pues no alcanzaba a entender del todo aquello. Lo único que atinó hacer fue regresar y enrollar el cuello de Jonathan con sus brazos y sujetó fuertemente su cabeza contra su estómago mientras acariciaba su cabello.
—Oh, Jony, lo siento...Lo siento tanto...No quiero que te vayas... —comenzaba a perder el control.
—Yo tampoco quiero irme...Ya intenté negociar pero nada funcionó—comentó al tiempo que se puso de pie y le regresó el abrazo. Se abrazaron un largo rato aspirando el aroma del otro.
—¿Cuándo...? —Preguntó Oscar, secándose sus rubias pestañas en la camisa de Jonathan—¿Cuándo te irás?
—El martes.
—¿¡El martes!? —se apartó.
Jonathan solo asintió.
—Jonathan, no me puedes hacer esto. Para el martes solo faltan seis días... —dijo desmoronándose pero en algún rincón de su mente recordó algo de vital importancia, algo en las palabras del otro —¡Espera! —Exclamó, con la mano enfrente, ya que Jonathan pretendía volver a abrazarlo—¿Hace cuánto lo sabes? —y ahora su voz era fría y cortante. Había notado algo importante.
—Eso no importa —Dijo Jony y meneó la cabeza.
—¡Claro que importa! —Le gritó Oz, ahora con el rostro enrojecido, dándose cuenta de una gran evidencia—¿Hace cuánto que lo sabes, Jonathan? —y su voz tembló pero no por contener el llanto, era enojo ahora.
Jonathan dio vueltas como un león enjaulado por la habitación y al final se tumbó de vuelta en la cama y hundió su rostro en sus manos.
—Un mes... —susurró, tan bajo que creyó que tendría que repetirlo, pero lo olvidó al escuchar jadear a Oscar.
—¡Un mes! —Gritó—¿¡Hace un jodido mes que lo sabes y no pretendías decirme nada!?
—Oscar, yo... —Jonathan levantó la mirada pero en el mismo momento cayó de vuelta a la cama, Oscar le había dado un golpe con el puño en la cara. Quedó tan conmocionado que no supo cómo reaccionar, no supo si regresarle el golpe o empezar nuevamente con las disculpas.
Cuando recuperó el aliento, regresó la mirada pero con la mano todavía cubriendo su rostro, allí donde él otro había golpeado.
—¡Lo siento! ¡te he dicho que lo siento, maldita sea! —se incorporó con todas las ganas de regresarle el golpe, pero no pudo ni imaginar dañar ese rostro que tanto amaba.
—¡Eso no importa! —Le gritó Oz en la cara—¡Maldita sea! ¿¡Qué pensabas!? ¿¡Qué planeabas!? ¿Dejarme sin decir nada...? ¿Ibas a dejar que asumiera que esta era tu forma de terminar conmigo...que creyera que todo fue mi culpa? —comenzó a llorar pero se limpió las lágrimas con saña.
—No, no...Por favor no digas eso... —Tartamudeo Jony, intentando calmarlo.
—¿Qué quieres que te diga, eh? —Exclamó Oz, con los brazos extendidos—¿Qué estoy tan triste? —se alejó un paso más.
—Por favor perdóname, no lo hagas difícil —Comentó Jony e hizo ademán de querer tomar su rostro en sus manos, pero en el momento en que Jonathan alejó su mano de su cara su nariz comenzó a sangrar, había sido por el golpe de Oz. Muy en el fondo Oscar sintió una leve punzada de culpa, muy leve ya que el enojo era mayor.
—¡Mierda, Jonathan! —Exclamó—Ni siquiera usé toda mi fuerza y ya estás sangrando...Eres un maldito delicado —retrocedió con culpa, dándole la espalda.
Jonathan apenas notó su nariz y la sangre cayendo en su camisa.
—No sabes cuántas veces quise decírtelo... —continuó y lo agarró del hombro—. Todas esas veces que quise decírtelo...
—¡Pero no lo hiciste! —Se dio la vuelta y se sacudió su mano—. En lugar de eso me llevaste de paseo, como si fuera un niño —le gritó ahora más molesto, recordando el viaje a la playa hacía exactamente un mes.
—Solo quería aprovechar el tiempo —susurró Jonathan.
—¿El tiempo? —escupió amargamente Oz —Es por eso que debiste decirme... —se agarró la cabeza con furia y se desordenó el cabello, parecía querer arrancárselo de raíz —¿Cuántas veces cancelé algo? Porque habría tiempo después... ¡Pero no lo había! ¿Cierto? —sus manos cayeron a sus costados haciendo ruido.
—Aunque te lo hubiera dicho no habría cambiado nada...
—¿¡Nada!? —Explotó Oz—. Claro que habría cambiado algo, me habría hecho a la idea...hubiésemos pasado más tiempo juntos, pero ahora simplemente me lo dices cuando ya te vas...
—Por favor, por favor... —intentó acercarse nuevamente pero fue rechazado—. Perdóname...Te lo intente decir tantas veces...pero tuve miedo.
—¡Tú siempre tienes miedo, Jonathan! —le espetó—. Desde que te conocí, eras un jodido miedoso. Cobarde, siempre con miedo, de lo que dirá la gente, de lo que pensarán ¡Eres un maldito maricón! Y no me refiero a que sea porque te gusten los hombres, no, sino por cobarde...Eres un maldito cobarde hijo de... —le estaba diciendo exactamente lo que sabía que le molestaría pero se detuvo abruptamente.
—¡Cállate! — Le gritó Jonathan enfurecido, y luego le propinó un golpe en la boca que lo hizo volverse contra la pared. Jonathan ni siquiera había terminado de pensarlo pero ya era tarde, lo había golpeado.
Oscar regresó la mirada desconcertado y escupió sangre de la boca. Se había mordido la parte interior de la mejilla.
—¡Vete! —Gritó Oscar cegado por el enojo—¡Lárgate, Jonathan!
—Podemos conversarlo, por favor... —se acercó a él y tomó su rostro en ambas manos para examinarlo y estar seguro que no le había hecho daño realmente.
—¡No! —Se negó Oz rotundamente y se apartó—¡Quiero que te vayas de mi casa ahora!
—Por favor, no hagas esto —los ojos de Jonathan luchaban contra las lágrimas, que se sentían como una presa a punto de desbordarse.
—Yo no lo hice, lo hiciste tú al ocultarme la verdad —le recrimino—. Y ahora vete —señaló la puerta con el dedo índice—. No quiero estar con alguien que ni siquiera es capaz de confesarles a sus padres que es gay.
Jonathan estaba preparado para pedir mil disculpas más por no haberle dicho nada sobre el viaje, sin embargo no estaba preparado, ni de cerca, para lo que tendría que responderle ante eso. Se suponía que Oscar nunca se enteraría de aquello.
—¿Cómo...? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Jony y retrocedió desconcertado.
—¿Tan idiota me crees? —Preguntó Oz y sorbió con la nariz, luego se pasó el pliegue del codo por los ojos restregando las lágrimas que no lograba contener. Su rostro quedó todo rojo por el arrastre—¿Creíste que eso tampoco lo sabría? —Lo miró como si de pronto se enfrentara con un desconocido—. Fui a tu casa un día, —comenzó a explicarle—el día en que iría a ver a mis abuelos, pero surgió algo y ya no fui, entonces fui a buscarte a tu casa. La persona que abrió fue tu madre... ¿Y sabes qué me dijo? ¿Sabes, Jonathan? —Meneó la cabeza, destrozado en llanto—. Dijo: ¡Tú eres amigo de mi Jonathan! ¡Amigo! ¡Amigo, Jonathan! La mujer no tenía ni idea de que su hijo es un maldito gay. Me sentí como un idiota.
—Lo siento, perdóname por favor.
—No puedo —retrocedió Oz, negando rotundamente—. Tú siempre me niegas, y ya me cansé de eso, yo te he presentado con toda mi familia. ¡Soy la maldita comidilla de mis abuelos, tíos y primos! ¡No sabes cómo se burlan de mí, Jonathan! Hacen cientos de chistes sobre homosexuales y hasta mi padre se ríe. ¿Cómo crees que eso me hace sentir? ¿Cómo crees que se siente que tú también me niegues?
En ese momento Jonathan sintió la fiera necesidad de consolarlo, hacer lo que fuera para calmarlo, decirle que lo amaba más de lo que creyó poder amar a quien sea en el mundo, que no podría encontrar otro como él en ningún país, pero Oscar estaba cerrado a cualquier acercamiento.
—Te amo, te amo Oscar, más de lo que creí que podría hacerlo. ¿No es eso suficiente? —su voz era suplicante.
—Para mí lo es —se pasó la mano por lacara para secarse las lágrimas—. Pero no me amas tanto, no como yo a ti, así que quiero que te vayas, por favor...
Jonathan se quedó con los brazos flácidos a los costados al escuchar aquello, pero tuvo que reunir fuerzas para dar los primeros pasos a la puerta. Tambaleante, se dirigió a la salida, sabiendo que si salía ya no volvería, y eso lo hizo sentir terrible, porque amaba esa casa, esa habitación, al hermoso muchacho rubio que estaba dentro llorando.
Salió corriendo con el llanto contenido y ni siquiera se tomó la molestia de disculparse con el padre de Oscar, que recién entraba por la puerta principal.
—¿Ey, que pasa aquí? —le preguntó mientras pasaba a su lado, pero Jonathan no le contestó y salió de la casa. Extrañado, lo miró retirarse en ese estado tan destrozado. El hombre bajó la mirada, pensativo y en ese momento vio una gota de sangre en el suelo por donde había pasado Jonathan, entonces sintió un pequeño pánico creciente en el pecho por su hijo.
Oscar estaba derribado en el piso envolviendo sus rodillas con sus pálidos brazos, llorando a más no poder, pero se detuvo al escuchar un llamado en la puerta.
—¡Maldita sea, Jonathan, quiero que te largues! ¿¡Es que no lo entiendes!? —gritó a la puerta.
—Oscar, soy yo, abre.
Se quedó pálido y quieto en el suelo al escuchar la voz de su padre.
—Vete por favor... —sollozó—. Por favor, papá, vete.
—No, no me iré. ¿Qué pasó? ¿Se pelearon? ¿Te lastimó? —había un ligero timbre de preocupación en su voz.
Esas palabras hicieron un agujero aún más grande en el pecho de Oscar, claro que estaba herido, pero no físicamente, no era algo que se revolviera con medicamentos ni vendajes.
—No, papá, solo vete —dijo apoyando la mejilla en su rodilla, mirando fijamente la pared lateral de su habitación.
—Abre la puerta, Oscar, o la voy a forzar —le advirtió, entonces este se puso de pie y quitó el pequeño seguro que lo mantenía encerrado. El hombre entró y se sentó en el suelo donde se había vuelto a sentar su hijo, que tenía el rosto oculto.
—¿Me vas a contar qué pasó?
—No.
—Entonces tendré que obligarte, como cuando eras pequeño y no me querías decir que habías golpeado a un compañero en la escuela.
—No te lo diré porque no quieres escucharlo —le informó—. Es algo que no quieres escuchar, tú me lo dijiste, que nunca querías saber detalles de lo que hacía con Jonathan, que es asqueroso —le recordó, pero aún con un pequeño resquicio de lo que fue el llanto.
—Bueno olvídalo, solo dime —le pasó el brazo por los hombros y lo miró. Viéndolos de cerca y tan juntos no había duda de que eran padre e hijo. Como dos versiones de diferentes épocas.
—Termine con él porque es un maldito cobarde, se mudará y no me lo dijo hasta ahora que solo faltan seis días —le explicó con voz temblorosa.
—Ah —se limitó a decir y apretarlo más contra su hombro—. Lo siento, hijo.
—Creí que estarías feliz —susurró Oscar, luego levantó la mirada para ver los ojos azules de su padre, que eran los mismos que los suyos.
—Yo también...pero no me gusta verte así, además el chico estaba destrozado cuando salió —le hizo saber. Entonces se quedaron un momento callados—¿Y por qué se agarraron a los golpes? —Tomó su cara y miró la piel normalmente blanca de su hijo, ahora roja—. Creí que se querían.
—Sí, papá, lo amo.
El hombre aún se retorcía interiormente al escuchar de los labios de su hijo que amaba a otro muchacho, pero ya no era un dolor tan lacerante como hacía unos meses, era más ligero y esperaba un día ya no sentirlo. De todos modos era su hijo y parecía feliz al decirlo.
—Entonces no lo dejes así, ten carácter y habla con él, aún te quedan seis días.
Oscar se sorprendió de sobremanera al escuchar a su padre decir eso. ¡Le estaba prestando atención!, no solo fingiendo que lo hacía. Entonces se sintió menos desdichado, porque aunque Jonathan se fuera había dejado algo bueno.
—Iré a buscar algo de hielo para eso —Comentó el padre de Oscar, al tiempo que le señaló su cara y se puso de pie pero Oz lo agarro de la mano, se incorporó del suelo y lo envolvió en un abrazo. Tieso se quedó el hombre, dándose cuenta de que tendría que acostumbrarse a este hijo sensible, y no al falso e insensible Oscar que creyó que tenía.
—Gracias, papá, te amo.
...
Sangrando y reprimiendo el llanto como estaba, Jony no quiso ir a casa, no a enfrentar a sus padres. A pesar de todo, su miedo a decirles sobre su preferencia seguía tan grande y estable como antes.
Al único lugar que se le ocurrió ir fue con un amigo suyo, uno que no tenía ningún prejuicio ante su preferencia, un chico de quince años que siempre sonreía como un sol al verlo, lo idolatraba de muchas maneras y Jonathan no se explicaba por qué.
Llegó a la puerta, una a la que nunca había recurrido para una situación como esta, y luego de tocar el timbre dos veces salió un desgarbado chico de sonrisa amable.
—¿Erick, puedo quedarme en tu casa un momento? —le soltó de inmediato. El chico lo dejó pasar a la sala sin decir nada, pero en el camino notó que Jonathan tenía el rostro abatido.
—¿Qué te pasó? —preguntó el chico y levantó la mirada para ver el rostro del otro, ya que Jonathan era mucho más alto que él.
—Oscar me dejó—contestó y se tumbó en el sofá de la sala enterrando su cara entre las manos. El chico vio como las lágrimas comenzaron a escurrir por las manos del otro mezcladas con sangre.
—¡Estás sangrando! —exclamó el chico sorprendido.
—Sí, me golpeó en la nariz —admitió Jony como si fuera algo obvio.
En aquel momento Jonathan no estaba en condiciones de hablar y realmente tampoco quería, así que básicamente solo se quedaron en silencio hasta que se cansó de llorar y levantó el rostro para ver al pequeño Erick.
—Ya lo sé, soy patético —dijo asintiendo con la cabeza.
—No, claro que no, está bien llorar —intentó alentarlo el chico.
—Claro que no, es patético, es por eso que Oscar me dejó.
—No lo puedo creer, no te ofendas, pero no creo que haya sido eso, todos en la escuela saben que él te ama...
—¿Todos? —se sorprendió Jony, había incredulidad en su voz.
—Sí.
—¿Es tan obvio? —se enfadó—. De acuerdo, fue mi culpa, me mudaré y no se lo dije, es por eso que terminó conmigo. Está muy enojado, y lo comprendo, yo lo estaría, pero no podía decírselo, no podía...Y ahora ya nada importa, me iré en seis días.
—¿¡Seis días!? —Jadeó Erick—. Ya veo, es tan poco tiempo...
Jonathan deseó poder quedarse, porque no solo perdería a Oscar sino también a este chico que era como un pequeño hermano, que lo alentaba e idolatraba por completo.
—¿Por qué me escuchas? —Preguntó Jonathan y soltó un bufido—. Soy patético y gay, y aun así no te importa —lo miró y en ese momento el chico se cambió de sofá al mismo en el que estaba Jonathan sentado.
—Porque creo que soy como tú... —susurró el chico.
—¿Hum? —lo miró extrañado y momentáneamente distraído—¿Eres gay?
—No lo sé —se avergonzó encogiéndose de hombros—, tal vez.
—¿Tal vez? ¿Aún no lo sabes? —frunció el ceño.
—No, sí lo sé —dijo el chico, y se impulsó levantándose para darle un suave beso en la mejilla.
Por un momento Jonathan se sorprendió, pero no por el beso en sí, fue el hecho de que lo sintió tan bien, fue como uno de los que daba Oscar. Imaginó por un segundo que este chico era Oscar, su amado y delgaducho chico rubio, tan atento y cuidadoso con él, nada del chico rudo que normalmente era, solo que este chico no era Oscar.
Pero su cuerpo reaccionó diferente que su mente, tomó al chico y lo besó en los labios, cerrando fuertemente los ojos e imaginando que era Oscar, que lo amaba y que esa pelea ya estaba superada, o mejor, que nunca había pasado.
Erick por supuesto no se resistió, entonces se besaron y revolvieron entre el largo sofá, pero luego de un rato Jonathan volvió en sí, al darse cuenta de que simplemente no era igual. Este chico no reía entre sus labios, no lo agarraba por la columna mientras estaban juntos, no escurría sus manos entre su ropa, no era Oscar.
—¡Maldita sea! ¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? —se enterró los dedos entre el cabello negro queriendo arrancárselo—¿Qué estoy haciendo? —Se preguntó Jony —Yo solo lo amo a él, lo siento.
—No —dijo el chico cuando se incorporó—. Yo sé que sólo lo amas a él, pero gracias, ahora ya sé que me pasa.
—Por lo menos sirvió de algo —le sonrió desganado al tiempo que se iba corriendo a la puerta.
...
Al llegar a casa su rostro aún estaba rojo, y su nariz también, pero al menos ya no sangraba.
—Jony, mi amor, qué bueno que vuelves ¿Ya empacaste todo? —preguntó la madre de Jonathan, que pasaba por enfrente de la puerta canino a las escaleras.
—¡No, madre, no lo he hecho aún, porque no me quiero ir! —dijo aquello en un tono bastante alto y con una mirada asesina.
—¡Jonathan! —Lo reprendió la mujer—. No me hables así.
—¿Cómo quieres que te hable si no estoy de humor? —la miró con un pie en el primer escalón que lo llevaría a su habitación.
—¿Jonathan, qué te pasa? —se preocupó ahora y llevó sus ojos a las gotas de sangre en su camisa.
—¿Qué me pasa? ¿Quieres saber qué me pasa? —refunfuñó—.Me acabo de despedir de mi...amigo...mis amigos, eso pasa —se maldijo por ser tan idiota y casi decir la palabra novio.
—Jonathan, tú nunca mencionaste nada—le dijo.
—¿Y que querías que te dijera? ¿Qué odio viajar? ¿Que lo que más quiero es quedarme...? —dejó de hablar abruptamente ya que una vez más su padre hacía acto de presencia, y es que últimamente sentía sus ojos posados sobre él de una manera más penetrante que de costumbre.
—¡Jonathan Owen! —Lo reprendió su padre con esa voz grave que lo hizo temblar—¿Por qué le hablas así a tu madre?
—Porque no me quiero ir... —su voz se quebró—. Me quiero quedar, papá, quiero quedarme. Odio que me arrastren con ustedes de país en país.
—Pero Jonathan, a ti te gusta viajar—el sujeto estaba desconcertado, decepcionado. Jonathan se preguntó cuánto más estaría decepcionado si le decía que era gay.
—¡No! —gritó y comenzó a llorar nuevamente—. Odio viajar, lo odio con toda mi alma. Quiero tener raíces, una casa estable, vivir por más de nueve jodidos meses en un lugar.
—¡No, Jonathan, a ti te gusta viajar! —el hombre tenía la mano cerrada en un puño.
—Eso no es verdad, es a ti a quien le gusta. Ni a mamá le gusta, solo lo hace por ti, porque te ama —y ahora ya no podía dejar de llorar de rabia.
—Oh, Jonathan, mi amor... ¿Es eso? —Preguntó su madre acercándosele—¿Tienes alguien especial aquí? —lo miró con todo el amor de una madre.
—¡Sí...No! —se retractó en el acto, con las manos enfrente—. No es eso, es que odio viajar, odio que me lleven a lugares extraños, odie los juegos olímpicos en China, los conflictos en Irak, el mundial en África, todos esos idiomas que me hicieron aprender y luego dejar el país. ¿Por qué no me dejan crecer en un solo lugar? —se lamentó, aliviado de poder arreglar ese "sí" repentino y traicionero.
—¡Maldito mal agradecido! —Se le acercó su padre y lo golpeó en la cara con el dorso de la mano—¡Todo lo que hago lo hago por ti y tu madre! ¿Es que no ves el gran esfuerzo que hago por ustedes dos?
—¡Claro que no! —le gritó sujetándose del barandal para estabilizarse—. Lo haces por ti, porque eres un maldito egoísta, por eso —le espetó.
Y era en parte cierto, pues la familia de la madre de Jonathan eran personas adineradas y los de su padre también, el dinero nunca les haría falta de cualquier forma.
El hombre estaba tan molesto con su hijo que le regresó el golpe en el otro lado de la cara, pero aún con más fuerza.
—¡Te largas a tu habitación en este mismo instante y empacas todas tu cosas! —le ordenó.
—Aunque no lo hiciera igual me llevarías contra mi voluntad —lo miró con odio—No sabes cuánto he sufrido por tus estúpido viajes... —le dijo y luego se echó a correr a su habitación.
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Realmente este capítulo me dolió escribirlo, lo pense por semanas, navegó semanas en mi mente, hasta que estuvo completo, entonces lo escribi. Espero que les guste, y si es así, dejen comentarios o votos. Gracias.
-Chel
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