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Capítulo 2; El castigo.

Capítulo 2; El castigo.

 Jonathan bostezó mientras sujetaba torpemente una brocha y la pasaba insistentemente por una sección de pared que ya estaba arruinada por sus pincelazos innecesarios. Un sábado por la mañana no era un día para trabajar, pero en su caso, que estaba de castigo, no había alternativa.

 Al cabo de un momento se dio cuenta de que la pared ya estaba bien, bien para su criterio, y se dirigió a lavar la brocha y el balde en donde había estado la pintura café. Llegó a los lavaderos, pero estos estaban cerrados. Con un suspiro de molestia recordó fugazmente que el profesor que lo recibió esa mañana había mencionado que los baños estarían cerrados pero que podría lavar las cosas detrás de los salones. Entonces fue allí.

Iba bostezando camino a donde estaba la llave del agua, dobló una esquina y llegó, pero se detuvo en el acto cuando vio inclinado en la llave a Oscar, quien bebía agua. Aunque no se encontraba cerca estaba seguro de que era él, sus cabellos brillaban intensos bajo el sol de la mañana. Dio media vuelta en silencio y se alejó lo más rápido y cautelosamente que pudo, pero no fue suficiente.

—¡Jonathan! —exclamó Oscar a modo de saludo y se acercó a él, su voz fue alegre y amigable.

 —¿Qué haces tú aquí? —Preguntó el otro muchacho con brusquedad—. Se supone que el castigado soy yo.

 —Ah… sí, bueno, pero me castigaron también, sólo que por una razón distinta —explicó Oscar pasándose el dorso de la mano de forma infantil por la boca para secarse el agua que había estado bebiendo.

 Jonathan se dedicó a verlo con ojos de rendija y pasó a un lado de él, para ir a donde se encontraba la llave. Oscar hizo caso omiso de eso y lo siguió.

 “¿Qué diablos quiere?” pensó con amargura Jonathan, que se mantenía inclinado lavando la brocha y todo lo demás. Cuando terminó miró a Oscar.

 —¿Y me dirás por qué te castigaron? —terminó por preguntar Jonathan para no ser grosero con el otro muchacho diciéndole que se fuera.

 —Claro—se alegró Oscar y comenzó a narrarle su larga y tediosa historia de cómo llegó al castigo luego de haber salido bien librado de la vez anterior—…y fue así —finalizó.

 “Es un completo idiota” se dijo Jonathan ladeando la cabeza mientras ambos estaban sentados en el suelo. Se habían tenido que sentar debido a que la historia de Oscar se demoraba en llegar a su fin. En ese justo momento, Oscar comenzó a contemplar al otro joven como si fuera alguien que le resultara realmente fascinante.

 —Tienes… —levantó la mano y la llevó al rostro esbelto de Jonathan—tienes esto…—con el pulgar le quitó un rastro de pintura de la mejilla. Su brusco arrastre lo dejó del todo sonrojado… ¿O era por otro motivo?

 Jonathan se puso de pie más rápido que una persona que ha visto de pronto un animal venenoso a su lado. Se posicionó justo delante del otro muchacho, que seguía en el suelo y lo miraba desde su perspectiva un tanto intrigado.

 —No podré ser tu amigo o conversar contigo si continúas haciendo eso —mientras hablaba Jonathan meneaba la cabeza enérgicamente, aunque su voz era calmada aún.

 —¿Hacer qué? —preguntó Oscar y se puso de pie. Al hacerlo quedaron ambos casi de la misma altura, solo que Jonathan era apenas unos centímetros más alto.

 La repentina cercanía de ambos dejó a Jonathan pasmado, hasta pudo oírse a sí mismo tragar con fuerza. El otro joven aprovechó su aturdimiento.

 —¿Esto…? —dijo al tiempo que llevó ambas manos al rostro del otro, que aún con eso no se movió ni un centímetro. Ni siquiera él sabía por qué no se movía—.¿O esto? —y comenzó a acercar su rostro al de Jonathan. Jonathan casi podía ver la escena como si le estuviera pasando a alguien más, alguien que no era él. Como si fueran los chicos gay de una buena película extranjera, pero no, era él, con un muchacho a centímetros de su rostro, listo para darle un beso. Jonathan estaba a segundos de no poder cambiar nada.

 Oscar no lo vio venir, solo supo que lo habían golpeado cuando vio el rostro del otro desde el suelo. Se sintió mareado en ese momento pero aun con eso se reincorporó. Jonathan lo veía desde unos metros con rostro enfurecido y decididamente preparado para propinarle un par de golpes más de ser necesario.

 —¡No era necesario, solo tenías que apartarme! —le espetó Oscar desde donde estaba.

 —¡Y tú no tenías que hacer eso! —le respondió con un grito al otro—¡No soy como tú! ¡No me gustan otros chicos!

 —¿Ah, no? —preguntó Oscar y se acercó precavidamente pero de una manera que lo hacía parecer una pantera o un león, algo felino y peligroso—He visto cómo te sonrojas cuando estoy cerca de ti, como me miras… ¿Y quieres que te crea?

 Jonathan se quedó mudo en donde estaba.

 —Mejor dime que no te gustan los rubios —continuó Oscar.

 En ese momento, en los ojos del otro muchacho se encendió algo y fue hasta donde él para golpearlo. Por suerte éste lo previó y le respondió, y así comenzaron atacándose el uno al otro. Viéndolos desde no muy lejos parecían una pelea caricaturizada de un perro y un gato. Se revolvían en el suelo, uno intentando golpear al otro como si fueran un remolino de cosas bizarras, pero, para mala suerte de Jonathan, Oscar era un chico de peleas frecuentes, por lo que luego de un momento de lucha estaba sobre él.

 Jonathan se debatía entre los brazos de Oscar para liberarse. En un principio quizá no quería pelea, pero esta vez en verdad quería deshacerse de este chico. Cuando estaba a punto de zafarse apareció el prefecto de la escuela. 

***

Casi teatralmente a ambos los echaron de la escuela, como si fueran un par de revoltosos que sacan de un bar por haberse peleando, solo que ellos eran un par chicos de dieciséis años a los que, luego de haber tenido una charla larga y molesta con el director, les dieron otro fin de semana más de castigo.

 —¡Imbécil, es tu culpa! —le recriminó y le propinó un empujón Oscar a Jonathan mientras caminaban en la banqueta que rodeaba las instalaciones de la escuela.

 —¿Mi culpa? —Preguntó indignado el otro joven—. El único que tiene la culpa aquí eres tú, por tu culpa tendré que perder otro fin de semana allí —señaló detrás de él la escuela.

 Después de un rato más de pelea verbal ambos tomaron sus rutas para ir a casa.

 El domingo que siguió al castigo no se hablaron, y tampoco lo hicieron durante la semana de escuela. Jonathan a toda costa se negó a cruzar una palabra con el otro. Oscar, por su lado, se dijo a sí mismo que no tenía que ser el que arreglara las cosas; si no le quería hablar, ya no había nada que hacer. Aunque lo lamentaba.

El sábado siguiente, durante el castigo, se volvieron a encontrar. Para mala suerte de los dos, los pusieron en dueto, lo que les resultó incómodo para ambos. El profesor encargado ahora era el mismo que los había castigado en primer lugar, y creyó que quizá se podrían llevar bien si los ponía juntos.

Jonathan y Oscar rodearon la escuela en busca de latas de refresco vacías. Este era uno de los castigos más populares de todos, recolectar PET u otros materiales reciclables, y más tarde el dinero recaudado era utilizado para comprar inmobiliario escolar.

 —Allí hay una —Oscar señaló al lado izquierdo, indicándole a Jonathan, el otro hizo caso y recogió la lata depositándola después en el contenedor que ambos sostenían. Cuando se hablaban lo hacían como robots, tomando en cuenta sólo lo necesario.

 Y así continuaron hasta que Jonathan se dejó caer debajo de un gran árbol.

—No hemos terminado —le recordó Oscar mirándolo desde donde estaba de pie con un contenedor de plástico lleno de latas que tenía en la mano.

 —No pienso seguir —respondió Jonathan entrecerrando un ojo por la claridad, mientras miraba a Oscar hacia arriba.

 —¿Estás cansado? —preguntó Oscar y en el mismo momento se dejó caer al lado del otro muchacho. Jonathan reaccionó arrimándose unos centímetros. Oscar lo notó, por supuesto. Gruñó para sus adentros pero no dijo nada; y tampoco obtuvo respuesta  a su pregunta.

 —Si nos quedamos aquí—comenzó a hablar Oscar sin mirar al otro, no quería ver que expresión tenía —nos verán y dirán que nos estamos evadiendo del trabajo. Conozco un lugar en donde no nos verán si descansamos… —la última parte la dijo con un tono más bajo. Una parte de él esperaba que Jonathan no lo hubiera escuchado. Pero lo hizo y se tensó al instante. No quería saber nada de estar a solas con otro muchacho.

 —No quiero ir—respondió Jonathan unos minutos más tarde, con una voz apenas audible.

 —Está bien —Oscar se puso de pie de un brinco—. Yo sí iré… —y se puso en marcha. Caminó deliberadamente lento, como esperando que de pronto Jonathan cambiara de opinión y se le uniera. Pero la única vez que volteó el otro seguía perfectamente cómodo debajo de la sombra del árbol.

 Oscar desapareció de la vista de Jonathan cuando dobló a la izquierda y se perdió detrás de la esquina de un salón.

 La curiosidad de Jonathan, con algún otro factor, hizo que se levantara y siguiera los pasos de Oscar. “Sólo veré a dónde se fue”, se dijo mientras caminaba hacia el salón donde Oscar había desaparecido. “Ni siquiera creo que haya sido cierto eso que dijo…” iba pensando al momento de doblar en la esquina de aquel salón.

 De alguna forma en menos de un segundo, Jonathan se encontró contra la pared exterior del salón sentado en una pequeña bardilla saliente. Oscar no se había ido, se había quedado allí, esperando, seguro de que él vendría, y lo había hecho. En cuanto hubo dado la vuelta lo tomó por la camisa y lo puso de espaldas a la pared, y ahora se encontraba encima de él, besándolo, besándolo en verdad.

 El cerebro de Jonathan se negaba a procesar que tenía la boca del otro muchacho en la suya, pero así era. Oscar lo besaba acaloradamente y mientras lo hacía tenía su nuca firmemente agarrada con sus dedos enterrados entre su cabello. Con su lengua se dedicó a separarle los labios a Jonathan. Éste, como un muñeco de trapo, pasmado y con los ojos abiertos desmesuradamente, hizo caso, y hasta cierto punto participó. Pero en algún momento aquello se sintió demasiado bien, entonces Jonathan separó de un empujón a Oscar, que estaba perdido en sus labios.

 Se quedaron mirando de pronto, como dos personas que se dan cuenta de que no están en el mismo lugar que hace cinco minutos, que fueron trasportados a un paraje remoto y extraño. Quizá para ellos de alguna forma era así. 

 Después de fulminarse con la mirada, cada uno a su manera, el primero en hablar fue Oscar, que aún tenía toda la extensión de su piel blanca roja como un tomate. Era extraño verlo así, con su cabello rubio plateado aureolándolo salvajemente y sus mejillas todas encendidas.

 —Lo siento… no quise asustarte —dijo con sus manos al frente extendidas como quien teme un ataque o una muy mala reacción.

 —¿Por qué lo hiciste? —fue todo lo que salió de la consternada boca de Jonathan.

 —Porque me gustas, me gustas en verdad… yo… yo… —intentó acercarse un paso pero decidió no hacerlo al ver la mirada asesina del otro.

 —¡No lo vuelvas a hacer! —Tembló Jonathan—¡Eso no está bien! ¡No está bien porque ambos somos chicos y te he dicho que no me gustan otros chicos!

—¡Jonathan, baja la voz! —lo reprendió con un murmullo el otro—. No hay necesidad de ocultar que te gustan los chicos, eso está bien, yo soy como tú, soy…

 —¡No! —lo interrumpió Jonathan con un grito, incapaz de poder escuchar aquella palabra—. No lo digas, no soy como tú, no soy como tú… —estaba a punto de ponerse a llorar, las lágrimas lo amenazaban y eran más poderosas que él, ganarían…

—¿Chicos, todo bien? —Interrumpió una voz adulta que acababa de salir del costado del salón—¿Han terminado con la recolecta?

 —Sí—dijo Oscar con voz segura y dio un paso para cubrir a Jonathan de la vista del profesor, que los miraba con curiosidad.

 —Entonces vamos —dijo—, para que pase lista y se puedan ir a casa.

 ***

La puerta de la habitación de Jonathan se encontraba con los seguros puestos. Si su padre no se encontrara lesionado se habría tomado la molestia de poner alguna otra cosa extra en la puerta, para que él no viniera a buscarlo. En cambio, para su madre eran igual dos pequeños cerrojos que muchos más, Jonathan igual no saldría de allí.

 Su madre ya había intentado conversar con él a través de la puerta pero no dio resultado, él era una figura sombría en una de las esquinas de la habitación. No había salido de allí desde el sábado que llegó de la escuela sumamente abrumado y no queriendo hablar con nadie. Ahora era domingo por la tarde, pero eso a Jonathan lo tenía sin cuidado.

 Solo podía pensar en una cosa: el beso. Aquel pequeño e inocente beso lo había vuelto loco, era en lo único que pensaba desde entonces. Se dijo una y otra vez que había sido el evento más traumático de su vida, que fue casi un abuso sexual; pero si así había sido y había sido malo, ¡horrible!, ¿por qué se repetía en su mente? Una y otra vez tenía a Oscar besando sus labios.

 Recordaba perfectamente la manera en que sus labios tocaron los suyos, la forma en que enterraba sus dedos en su cabello mientras lo hacía, cuando su lengua invadió su boca… el sabor de sus labios… y de pronto lo supo. Le había gustado… lo había disfrutado, de hecho. “¿Si está mal por qué se siente tan bien?”. Esa era la pregunta que rondaba su cabeza.

 Fue entonces que lloró, de rabia, enojo, tristeza y temor. ¿Qué pasaría con él de a partir en adelante? ¿Qué dirían sus padres cuando se enteraran que le gustaban los chicos…? Un chico en realidad.

 Después de haber llorado toda la tarde, se dejó caer en el suelo de la habitación, sintiéndose débil y enfermo. Solo una cosa seguía firme en su mente, aunque él tratara de borrarla permanentemente. El recuerdo de Oscar, de pie, la primera vez que lo vio. Entonces reconoció por completo aquello que sintió esa vez, le había gustado, desde el inicio… Allí de pie, alto, de cabello rubio hasta lo imposible, con esos ojos de un azul glacial hermoso…

 Le gustaba y ya no había vuelta atrás.

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Gracias por leer chicos. Me seria de mucha ayuda si me dejan sus opiniones y una estrellita si les gusto ;) 

-Chel

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