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Capítulo 10: Adiós, te quiero mucho.

Capítulo 10: Adiós, te quiero mucho. 

Los documentos de Jonathan ya estaban fuera de la escuela, legalmente ya no era un estudiante de la misma escuela que Oscar. Su habitación era un caos, sus padres  habían tenido que contratar a alguien que empacara todo ya que él no quiso hacerlo. Se quedaba sentado en el borde de la cama o en la cima de las escaleras viendo pasar las horas. Tenía el rostro completamente magullado, en parte por el golpe de Oscar y en parte por los dos golpes indiscriminados de su padre, y él que creía que nunca lo golpearía. Ahora tenía muy seguro que podría morir y nunca decirle a su padre que era gay. 

Tenía también los ojos hinchados por llorar y no dormir durante la noche, y una úlcera era algo cercano a él ahora que tenía tanto que decir y todo se pudría dentro de su ser.

—¿Jony, vas a comer? —llegó su madre y se sentó en el mismo escalón que su hijo.

—No tengo hambre —respondió él con voz lastimera.

—Me estás preocupando —le sujetó las manos—. Sé que algo realmente importante te está pasando, pero no me lo quieres decir.

—No es nada—dijo Jony sin mirarla.

—Puedes contarme ahora, tu padre no está, salió a realizar algo de la mudanza ¿Me dices? —la mujer sabía que aquello que su hijo necesitaba decir no podía decirlo frente a su padre, pero aún no entendía por qué.

—No —se levantó y se metió a su habitación ahora vacía, cerrando la puerta detrás de  él.

Al cabo de los días la casa perdió vida. La sala se convirtió en un aquelarre de fantasmas grandes y jorobados allí donde se cubrieron los sofás con sábanas blancas. Jonathan había visto dos veces más esa escena: una cuando tenía seis años, habían ido a vivir allí por dos meses y él se pasaba jugando con amigos imaginarios la mayor parte del tiempo mientras todo era empacado; la segunda a los once años, en esa ocasión  miró con ojos indiferentes a los hombres trabajando y empacando todo luego del funeral de su abuela materna. En ese momento la casa había pasado a ser de su madre; y esta era la tercera. Nunca creyó ser tan desdichado de despedirse de una casa, esta era la que más amaba de todas. Tenían casas en Estados unidos, en el Cairo y Londres. Esta era su favorita, siempre lo había sido, pero ahora más.

—¿Jony, a dónde vas? —preguntó Alicia a su hijo mientras él salía muy decidido por la puerta principal.

—Iré a comprar algo para el viaje —respondió e intentó mostrarle un buen rostro.

—Ah, está bien. ¿Quieres dinero?

—No —sacudió Jony la cabeza—. Yo tengo.

Y salió en dirección a una tienda de productos electrónicos. Tardó un par de horas en volver, y al regresar a casa telefoneó a su amigo Erick para pedirle un favor. Al entrar chocó con el cuerpo de su padre.

—Jonathan, lo siento mucho —le dijo su padre después de mirarlo un momento—. Lamento haberte golpeado, pero no puedes hablarme así, nosotros siempre nos hemos comunicado muy bien. Sé que debes estar pasando por la etapa de la rebeldía, pero yo soy tu padre, ¿entiendes? Y tú solo tienes dieciséis años, cuando seas mayor de edad podrás decidir por tu cuenta, pero aún no.

Una sonrisa casi imperceptible cruzó por el rostro de Jonaathan. Su padre le acababa de dar una idea grandiosa.

—Tienes razón, cuando tenga dieciocho haré lo que yo quiera... —comentó con repentina complacencia.

—Pero aún no —le recordó y lo abrazó dándole palmadas en la espalda.

...

Abandonaron la casa dejándola vacía y sola, a excepción de los muebles grandes, y condujeron en un auto rentado por toda la cuidad hasta salir de ella. Iban en camino al aeropuerto. Para llegar a la ciudad siguiente tuvieron que cruzar por la zona turística en la que había pasado un día completo con su novio...El agua azul le recordó a sus ojos y la arena a su cabello. Se mordió la lengua para provocarse dolor en algún otro lado y no llorar mientras dejaban las playas atrás. Iba a extrañar esas pequeñas ciudades bañadas por el sol y las playas, más encantadoras que cualquier lugar en el que hubiera estado antes.

Nunca iba a sentir el sol igual en su piel, ya no sentiría el viento cálido del norte en su cara, ni vería las palmeras meneándose al son del viento por toda la cuidad, esas palmeras altas e intimidantes que se encontraban por donde sea, se olvidaría del viento fresco y salino del sur, que en las noches calurosas era como un suspiro de ángel.

Incluso creyó extrañar los partidos de fútbol en la escuela, esos que tanto odiaba pero que le emocionaban a Oscar, con los que sonreía si ganaban.

—Ya llegamos —anunció el padre de Jonathan al llegar al aeropuerto y salió del auto para bajar las maletas que irían con ellos en el avión.

Caminó sin ánimos a la entrada. Entraron los tres juntos, primero registraron las tres maletas, y cuando le preguntaron a Jonathan que haría con la pequeña maleta que colgaba de su hombro él dijo que no la llevaría, que un amigo vendría por ella antes de subir al avión. Aquello era un regalo para Oscar, y por eso había llamado a Erick para que viniera por él y se lo entregara.

Ahora estaban sentados los tres, esperando en una larga fila de sillas para ser registrados y luego ir a la zona de abordaje. Jonathan se mordía constantemente los labios y miraba con ansiedad la gran estancia en busca de su pequeño amigo Erick pero él no aparecía por ningún lado, o por lo menos no lo veía entre tanta gente. Esperaba que llegara a tiempo.

Y de pronto, como si fuera producto de su imaginación, vio a un alto chico rubio en la entrada, mirando desesperado a todos lados. Entonces se puso de pie y se encontraron sus miradas entre la multitud, se reconocieron en seguida. Jonathan no lo pensó dos veces y caminó en su dirección; lejanamente escuchó a su madre preguntándole a donde iba, pero ahora su atención era solo para Oscar.

Se encontraron a mitad del camino, cada uno más desconcertado que el otro, se abrazaron inmediatamente, tan repentina y bruscamente que ambos perdieron el aliento

—Lo lamento —comenzó Oscar—. Todo lo que dije, lo siento, estaba tan molesto... —dijo todo aquello tan rápido y desordenado que se preguntó si Jonathan lo habría entendido.

—¿Cómo...? ¿Cómo sabías dónde encontrarme? —preguntó Jonathan y lo tomó de cada lado del rostro con fuerza mientras el otro hizo exactamente lo mismo. Se miraban como intentando grabarse sus facciones, tratando de recordarse exactamente como eran en ese momento. Jóvenes y hermosos.

—Tu amigo Erick me trajo —le respondió, pero no dijo más ya que volvieron a abrazarse, se quedaron quietos y juntos unos minutos, intentando contener el llanto, intentando no romperse, dando apoyo al otro.

Jonathan rompió el abrazo primero, agarró el rostro de otro y lo besó. Esta vez no le importó nada, ni la gente, ni el hecho de que entre esa gente estaban sus dos padres clavándole la mirada. Lo agarró del cuello y del cabello atrayéndolo a él y se fundieron en un beso que acabó por llevarlos a las lágrimas a los dos. Fueron bruscos y nada amables, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran una pequeña fuente de agua y toman mucha porque saben que quizá no volverán a beber. Continuaron besándose retrocediendo dando traspiés hasta llegar a un pilar que tenía en lo alto instrucciones en tres idiomas de qué hacer en caso de sismo o incendio.

—Lamento haberte golpeado... —se disculpó Oscar cuando tuvieron que separarse para tomar aire—. Fui un idiota, te amo tanto, solo tenía que verte antes de que te fueras...Tenía que verte —sus frases eran entrecortadas y sin secuencia ya que en su cabeza todo era un remolino de ideas y sentimientos.

—Lo sé, lo sé... —lo calmó Jony—. Yo también lo siento, te amo y odio tener que dejarte —con sus dedos pulgares se deshizo de las lágrimas que rodaban por las mejillas de Oscar—, pero mírame...mírame... —le pidió, pero en ese momento volvió la vista hacia sus padres, ambos estaban de pie, mirándolo, sorprendidos. Su padre por un minuto deseó poder decir que ese no era su hijo, que su hijo nunca haría eso, y luego se sintió como un desgraciado por pensar eso...¿Cómo podía siquiera pensar en negar a su propio hijo solo porque lo estaba viendo besar a otro muchacho? Su madre lloraba por completo, pero no por darse cuenta de las preferencias de su hijo, no, sino porque se sintió mala madre, sintió que no le inspiraba suficiente confianza a su único hijo para que pudiera confesarle que era gay, que de alguna manera había hecho mal su trabajo. Ese era el motivo.

Jonathan regresó la mirada a Oscar.

—Mírame... —le pidió y captó su mirada azul—. Ya lo planeé... —le informó—. Tengo dieciséis años y medio, en un año y medio volveré, volveré por ti... ¿Entiendes? Oscar, lo haré por ti... ¿Estarás aquí para mí?

—No lo digas si no es verdad —protestó Oz, sacudiendo la cabeza.

—Claro que lo es, es verdad, volveré por ti —le aseguró.

—¡Júralo! —agarró en puños la tela de su camisa y lo jaló.

—Lo juro, lo juro por mi vida, que volveré por ti, porque te amo —lo besó fugaz y desesperadamente.

—Está bien, está bien, te esperaré. —aceptó Oz, sintiendo que era lo único que podía hacer, a lo único que se podía aferrar.

—Será solo un año y medio, te lo juro. En cuanto sea mayor de edad volveré, iremos a donde tú quieras. Si te quieres quedar acá, o viajar, haré lo que tú me pidas, viviremos juntos si es lo que quieres, pero espérame por favor.

—Lo haré—le prometió.

—Una cosa más, tienes que portarte bien, dejar de hacer estupideces, terminar la escuela. Cuando yo vuelva quiero encontrarme con que estás en el primer año de la universidad, estudiando lo que tú quieras, yo te apoyaré. Por favor.

—Sí…está bien... —dijo, pero fue interrumpido por un llamado en altavoz que decía que ya estaban registrando a los pasajeros de justamente el vuelo de Jonathan.

—Toma esto —recordó Jonathan y se apresuró a quitarse la maleta del hombro y ponérsela al otro. Luego sacó un teléfono celular de su bolsillo y lo puso en la mano del Oscar.

—Hice un prepago... —le informó—.Yo tengo el otro—sacó un teléfono idéntico del otro bolsillo—.Podrás llamarme cuando quieras, no importa donde esté—no quiso decirle el lugar exacto—.En la maleta hay una computadora, le robarás internet al vecino o lo que sea pero haremos video-llamadas y estaremos siempre en contacto, lo prometo. Lo prometo…

Y se tuvo que detener porque se le desbordaron las lágrimas pero se las secó rápidamente con la palma de la mano.

—Ok —le dijo a Oscar, asintiendo e intentando controlarse—. Tengo que irme —lo besó una vez más—. Adiós, te quiero mucho, un día nos volveremos a ver—y soltó su rostro para regresar a enfrentarse con sus padres.

Oscar solo pudo mirar a Jonathan dándole la espalda mientras se iba, ese esbelto cuerpo alejándose de él, y ya no pudo contener más esas ganas inmensas de llorar. Las personas que los habían visto despedirse ahora solo lo miraban a él, que lucía de pronto tan tiste y desolado, como un extranjero en un país extraño, como un fugitivo en plena carretera. Pero entre toda su tristeza y desdicha solo había algo que los consolaba a ambos, la esperanza de volverse a ver. Jonathan lo había prometido. Y Oscar lo creía fervientemente.

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Calma que aún queda un capítulo luego de este. El ultimo. 

Por cierto que me encantaría comentarles que el titulo de este capítulo está inspirado en una carta que Salvador Dalí de envio a Federico Garcia Lorca.  

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