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2._Té


Al darse la vuelta, para volver a descansar, Zamasu se quedó pasmado con lo que encontró en la entrada de la cueva de hierba. Era un ser humano. No había duda de eso. Estaba vestido o vestida de harapos grises y tenía el cabello corto de un color negro profundo. Con curiosidad aquella persona estaba metiendo la cabeza en su refugio y casi tenía medio cuerpo dentro cuando él le habló con una voz autoritaria y acusadora.

–Humano– le llamó y aquel individuo se giro a él sorprendido, asustado.

La noche no era totalmente oscura. La luna creciente permitía una muy buena visibilidad y Zamasu observó los rasgos de esa persona muy bien. Era imposible saber si era un hombre o una mujer, aunque se le hubiera podido definir como una persona bastante atractiva. La piel lechosa que tenía brillaba como salpicada de polvo de cristal y sus grandes ojos turquesa estaban resguardados por unas pestañas abundantes y curvas. Su boca era pequeña y se entreabrio para mostrar su sorpresa e ingenuidad, aunque eso fue cosa de un instante. Al Zamasu terminar de pronunciar esa palabra, aquella persona intentó huir entrando en la gruta vegetal.

Furioso por ser ignorado y porque esa miserable criatura lo venía molestando desde la tarde, Zamasu lanzo una esfera de energía al lugar donde la persona había desaparecido, pero cuando los pedazos de tablas y plantas volaron por los aires, el dios no vio a ese ser muerto o herido, sino corriendo hacia el bosque. Cómo llegó tan rápido hasta ahí, Zamasu no se detuvo a analizarlo. Voló detrás de aquel ser no dudando en arrojarle uno que otro proyectil de ki cada vez que lograba verle entre los árboles.

–Pensé que había terminado con todos ustedes– pensaba mientras veía a esa persona correr con la gracia y velocidad de un ciervo por el bosque. No estaba contento con descubrir la supervivencia de un ser humano en la Tierra, pero terminó con su agresión al reflexionar un poco y al ver a ese individuo desvanecerse delante de él.

Confundido, Zamasu, apoyó los pies en el suelo y observó su entorno. No percibía más que el movimiento del viento entre los árboles y los furtivos movimientos de los animales nocturnos.

–¿Dónde fue? ¿Dónde se metió? No pudo haber desaparecido de nuevo– se decía Zamasu mientras agudizaba la mirada intentando descubrir al humano oculto en el bosque, pero los minutos pasaban y no veía absolutamente nada.– No logró percibir su presencia. Tampoco pude hacerlo en el lago esta tarde ¿Será que este humano puede esconder su existencia? Trunks tenía esa habilidad fastidiosa, pero...

Un sonido a su izquierda y atrás lo hizo voltear lanzando un poco de energía que solo consiguió derribar un par de árboles. El estruendo espantó a algunas aves nocturnas que volaron en varias direcciones trinando frenéticas. Después el silencio volvió a reinar y Zamasu se quedó viendo la oscuridad considerando una idea que lo hizo sonreír despectivo.

–Quiza solo estoy imaginando cosas– se dijo llevándose la mano a la frente con un poco de dramatismo, mas al mirar al frente se encontró con esa persona otra vez. Quién quiera que fuera lo estaba viendo desde detrás de un árbol y parecía un tanto asustado.

Zamasu bajó la mano descolgando su brazo cual víctima de una hipnosis. Se quedó viendo a ese individuo hasta que tuvo una sombría intensión. Relajando un poco los hombros, intentando verse menos amenazante, abrió un poco los brazos y dió un suave paso hacia adelante para decir:

–No temas...–Zamasu se detuvo al ver como esa persona parecía tener intenciones de huir de nuevo.

La idea de Zamasu era hacer que el ser humano se aproximará o él poder llegar lo suficientemente cerca para corroborar que no estuviera viendo visiones, pero la persona huyo otra vez no llegando muy lejos. Zamasu decidió adelantarse y cruzarse en su camino haciéndole caer de espaldas por su súbita aparición.

–¡Aléjate!– exclamó y su voz se oyó muy clara, pero Zamasu paso de ella para levantar el brazo bloqueando el puñado de tierra y hierva que esa persona le arrojó en un intento por escapar.– Déjame por favor, déjame...

Ninguna súplica jamás detuvo a Zamasu a la hora de matar a un mortal, pero esa si logro detenerlo. La persona delante de él estaba aterrada. Encogida del miedo que infundia su presencia. Parecía un insecto retorciéndose antes de recibir el picotazo del enorme ave que lo cubría con la sombra de la muerte. Ese instante era un tanto placentero para el dios que veia en esa escena el orden perfecto de las cosas, sin embargo, los años fueron mitigando el regocijo de verse como la espada de la justicia en los ojos de los hombres para dejar una sensación extraña, molesta que lo obligaba a terminar rápido con la vida del infeliz a sus pies. Pero en ese momento no pudo revestir su brazo de ki, ni hacer aparecer el halo de luz a su espalda. No sintió el deseo de verse magnífico, ni de terminar con esa patética e infecciosa criatura permaneciendo de pie frente a ella como viendo algo muy antiguo que no podía reconocer.

–¿Hay más humanos aquí?– le pregunto después de un rato y como si esa pregunta hubiera sido la conclusión de una profunda reflexión. No fue así.

Aquella persona movió la cabeza de un lado a otro.

– Aquí no hay nadie más– dijo con la voz temblando.

No parecía estar mintiendo. Zamasu se había familiarizado muy bien con la mentira, el miedo, la humillación y otras actitudes que tomaban los mortales en sus momentos finales. Esa persona, podía haberlo apostado, estaba siendo honesta. El dios la observó mejor. Parecía alguien muy joven. Si sus cálculos eran correctos ese humano debió ser un bebé cuando él exterminó a los habitantes de la Tierra. Se le hacia difícil de creer hubiera podido sobrevivir sin que alguien le cuidara. Además hablaba. Algo que no hubiera podido conseguir si otro ser humano no se lo hubiera enseñado ¿Era posible que hubiera sobrevivido más de uno. Quizá dos o diez?

– Eres la primera criatura que veo– continúo aquella persona– Pensé que no había alguien más aparte de mí...

Ese comentario medio respondió la pregunta que no salió de su boca, pero lo hizo formular otras. No podía eliminar a esa persona hasta no obtener respuestas y para ello se presentó como lo que era: un dios. Un ser divino que merecía ser reverenciado y obedecido por todo mortal; mas si bien al expresar quien era, con esas palabras rebuscadas destinadas a ornamentar su grandeza, Zamasu consiguió impresionar a esa vulgar criatura, está le veía con una expresión de ingenuidad o más bien de ignorancia absoluta. Cosa que quedó clara cuando al él acabar su elaborada presentación, oyó la pregunta más sencilla e inocente que hubiera esperado.

–¿Qué es un dios?

Zamasu quedó perplejo. Nunca nadie le había preguntado eso. Todo el mundo sabía que era un dios. Por lo menos todos los mortales con los que sostuvo algún diálogo. Incluso el obtuso de Goku sabía lo que era un dios.

–¿Yo también soy un dios?– le pregunto aquella persona. Esas cinco palabras fueron un improperio por el cual Zamasu visualizo, en su mente, la idea de cortarle la cabeza. No lo hizo. No porque no se ofendiera, sino porque le pareció que ese ser verdaderamente no tenía idea de lo que estaban diciendo. Al verlo con detenimiento le resultó una criatura en extremo ignorante y podía entenderlo, estaba solo en un planeta deshabitado.

Aquella persona seguía tendida en el suelo, observandole con con la curiosidad temerosa de un animal que ve el mundo civilizado por primera vez o la propensión de un niño por  desglosar el pensamiento de un adulto. Zamasu pensó en matarle de una vez, pero en lugar de eso acabo riendo. La ignorancia de esa persona le resultó cómica o eso quiso creer.

–Tú eres un mortal– le dijo– Jamás podrías comprender lo que realmente significa ser un dios. Apenas podrías humanizar esa idea en un burdo intentó por entender...Eso es lo que ustedes hacen siempre. Simplificar todo a un nivel tan básico que es vergonzoso.

Por un breve instante Zamasu cerró los ojos y al abrirlos de nuevo aquella persona se habia esfumado. En esa oportunidad Zamasu pareció menos desconcertado. Creía que aquel ser humano había desarrollado habilidades de sigilo prodigiosas y que se escabullia la espesura del bosque como un animal salvaje. Encontrarlo resultaba bastante problemático así que no iba a perder el tiempo buscándolo. Posiblemente ese ser humano volvería a aproximarse a él y cuando lo hiciera acabaría con su miserable existencia de una buena vez. No estaba le estaba perdonando la vida, simplemente se estaba ahorrando una molestia por esa noche. Volando regreso a la cabaña, pero terminó durmiendo en una hamaca que improviso entre los palafitos que sostenían la estructura. Ahí colgando entre los pilares lo encontró el sol de la mañana que lo arrebato de un sueño que fue más un recuerdo de su tiempo como aprendiz de Supremo Kaiosama. A veces se encontraba evocando esos días cuando era ingenuo y débil. Cuando no podía hacer nada.

La luz del sol le acarició con tibieza. No se movió de su cómoda postura quedándose viendo si sus piernas que subían casi en una curva. Hace tiempo que sus mañanas eran así. Tan serenas como desprovistas de un propósito que no tuviera que ver con exterminar la maldición de los humanos en el universo. No era más un guardián, sino la mano de la justicia. Una tarea que parecía infinita, pero a la que hubiera encontrado una rápida solución de haber querido...

Cuando al bajar la mirada al lago, esperando encontrar ese paisaje radiante de luz, bajo también las piernas sintió algo blando bajo sus botas. Al mirar su calzado descubrió a esa persona durmiendo acurrucada debajo de la hamaca. De la sorpresa por poco, Zamasu, da un grito ronco. Logro controlarse solo elevándose varios centímetros del suelo, con una expresión de asco como si hubiera descubierto bajo su cama algo verdaderamente repulsivo.

–¿Qué hace aquí este humano? ¿Cómo fue capaz de aproximarse tanto sin que lo notara?– se preguntó en su pensamiento– Será mejor que acabe contigo– le dijo desde su cabeza otra vez y revistiendo su brazo de ki, pero al descender y echar la mano hacia atrás para apuñalar al pobre mortal se detuvo a pensar.

Unas horas después Zamasu vio entrar a esa persona a la cabaña. Él estaba sentado en un sillón de respaldo alto, sosteniendo una taza de té en la mano derecha. Se ubicó de frente a la puerta, como si hubiera estado esperando algo. El mortal se aproximó cauteloso, mirando todo al interior de esa casa menos a él. Su paso era tímido, sus ojos curiosos, su actitud temerosa y parecía ignorar la presencia del dios, aunque ciertos movimientos delataban que era muy consciente de que él estaba allí.

–¿Qué es eso?– le preguntó señalando la taza– Huele bien.

–Es una bebida deliciosa– le respondió Zamasu sonriendo con desdén.

–¿Cómo se llama?

–Yo soy el dios Zamasu...

–Me refería a la bebida– le indicó aquel mortal.

–Su nombre es té– le contestó conteniendo las ganas que tenía de ponerlo en su lugar por el pequeño malentendido verbal que acababan de tener– ¿Quieres un poco?

Alguna vez Zamasu tuvo una mascota. Un pequeño y simpático cerdo alado que lo acompañó cuando era un Kaiosama. Mantener cerca a ese humano sería algo parecido. Necesitaba entretenerse de alguna forma. Quizá revitalizar su odio a los mortales que parecía estarse apagando y que mejor que convivir con uno para recordarse cuánto los odiaba, aunque ese que se paró frente a él se veía un poco distinto a como recordaba que eran los humanos de la Tierra.



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