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1._Exito


Zamasu observó el botón que cayó de la mano de Goku después de haberle atravesado el pecho con su espada de ki. Ignoraba que tipo de dispositivo era ese, pero asumiendo que podía ser algo peligroso y sobretodo una invención humana prefirió destruirlo. Lo mismo hizo con la máquina del tiempo. Era todo. Su plan era un éxito y aquel planeta estaba libre de la escoria humana. Incluso dio muerte al Supremo Kaiosama de ese universo y a su maestro. Al dejar de hacer uso de su poder el cielo se despejó dejando ver un hermoso cielo azul en el que se paseaban varias nubes, cuyas sombras se deslizaban sobre las ruinas de esa ciudad. El paisaje era deprimente. Cuando se elevó por encima de los escombros el panorama le resultó todavía peor. Eso opaco un poco la satisfacción de su victoria, pero una vez voló hacia las montañas su ánimo se fue recuperando.

Lleno de dicha por haber triunfado sobre esos hereticos humanos, el dios recorrió el mundo sonriendo y haciendo varias piruetas en el aire como si estuviera jugando. Aquel planta tardaría miles de años en recuperarse, pero gradualmente recuperaría el esplendor que aquella abominable especie le había arrebatado. Ocurriría lo mismo con los otros mundos que pensaba visitar para liberar del yugo enfermo de los mortales. Pero después de un año de combatir, Zamasu pensó que era bueno descansar. Satisfecho contempló su obra y se regocijó en ella al final de aquel día de ámbar y bermellón atardecer.

No regresó a la cabaña. No había alguien de quien esconderse. Tenía todo el mundo su entera disposición y cualquier sitio podía ser cómodo para descansar. La cálida noche lo sorprendió a la orilla de un río, sentado entre las ramas de un frondoso y viejo árbol cuyo tronco formaba un asiento que él recubrió con mantas para hacerlo más cómodo y reposar allí. Todavía no se convencía, del todo, de haber conseguido su meta. Pero aquella primera noche no estuvo perturbado por la incredulidad de su éxito, sino porque era la primera vez en toda su vida que estaba totalmente solo. Como Kaiosama tuvo una mascota que le hacía compañía. Como aprendiz de Supremo Kaiosama permaneció bajo la compañía de su maestro y durante su plan estaba esa otra parte de él en otro cuerpo. Esa esa estaba solo. La vida de los dioses, en especial la de los dioses de la creación, solia ser bastante solitaria. Su maestro nunca contó con un asistente hasta que lo llevó a vivir con él para instruirle.

—¿Por qué estoy pensando en ese anciano iluso?— se preguntó en voz baja y viendo hacia las estrellas— Es el inicio de una nueva era. La era libre de humanos— se dijo antes de dormirse.

Sus horas de descanso eran muy reducidas, pero esa primera jornada durmió hasta media mañana. Él mismo se sorprendió de haberse tomado un reposo tan largo. Lo atribuyó a la fatiga del combate y el alivio de estar libre de mortales. El nuevo día le trajo mayor lucidez. Le permitió digerir su gran victoria y satisfacerse en ella con plenitud, con gozo, con un poco de soberbia. Pronto todo el universo estaría purgado y los mundos rebosarian de vida pura. Libre de maldad, ambición y destrucción. Emocionado partió hacia otro planeta...

Por un largo tiempo Zamasu estuvo visitando mundos para despojarlo de los mortales. Algunos fueron exterminados prácticamente sin darse cuenta, otros presas del horror de la aniquilación y hubo especies que prestaron una fuerte resistencia, pero ninguno se salvó de la aniquilación. A su paso Zamasu sembró muerte dejando planetas con ciudades reducidas a ruinas que el paso de los años cubrió de vegetación. Sin embargo, irónicamente, hubo mundos en que la ausencia de los mortales causó la muerte de toda la vida del lugar. Habían máquinas que contenían productos químicos que sin mantenimiento acabaron colapsando y liberando olas de veneno que sacaron la vegetación y mataron a los animales. Algunas veces Zamasu regreso a esos planetas viendo lo que había pasado solo para hacer crecer su odio a los humanos.

— Incluso después de muertos siguen estropeando todo— decía y no viendo esperanza de recuperación en esos mundos, contra su deseo, los destruía.

Pero el universo era tan bastó que una década después de la muerte de Trunks y sus aliados, Zamasu ni siquiera había recorrido un décima parte de los mundos que tenía ese cosmos. Agotado de la incesante lucha, en ocasiones se tomaba meses de descanso en algún lugar tranquilo rodeado de naturaleza, mas algo lo impulsaba a continuar con su cometido sacándolo de ese estado de reposo que se volvía más y más incómodo.

Un día se encontró cerca de la Tierra y decidió ir a ver como estaban las cosas. Muchos de los edificios que seguían en pie habían acabado por colapsar, debido a la falta de sostenimiento humano y embates del clima. Se desplomaban ocasionando un estruendo que espantaba a los animales que hicieron sus madrigueras entre las ruinas y soltando nubes de polvo que barria el viento. Zamasu presenció una de esas caídas desde lejos. Voló entonces a esa cabaña en la que se estuvo refugiando con Black y la encontró cubierta de polvo, con huellas de animales y plantas que crecieron entre las grietas del piso. Era asombroso y hermoso como la naturaleza retomaba el dominio del mundo, pero aunque satisfecho con los resultados, Zamasu venía experimentando la carencia de algo que no podía precisar. Algo que su retorno a ese mundo alivio de algún modo. Decidió permanecer allí acondicionando la terraza, que se había cubierto de una hermosa enredadera, para su descanso. Ahí entre los pastos que sobresalían de la madera todavía había una de esas tazas que solía usar para beber té. Todavía apreciaba esa bebida y la tomaba de vez en cuando, sin embargo, con el paso de los años sus hábitos habían sufrido serios cambios y entre ellos estaba el silencio que sostenía todo el tiempo. Solo hablaba cuando llegaba a un mundo. Para anunciarse como un dios. Pocos diálogos sostenía con los atrevidos que osaban oponerse a sus divinos designios. Al pensar en eso se llevó la mano al cuello, sobre la zona de la garganta y miró hacia el lago.

Muchas de las conductas triviales de Zamasu no eran diferentes a las de un ser humano. Dormía, se alimentaba, iba al baño y desde luego se aseaba. Su cuerpo respiraba, requería de cuidado y aunque inmortal no estaba privado del dolor, el frío o el calor. Un baño en las frescas aguas del lago pensó le haría bien, pero terminó convirtiéndose en una experiencia inquietante. Cuando nadaba en las profundidades, al abrigo de la dorada luz del ocaso, poco antes de emerger, vio en la superficie a un humano envuelto en harapos haciendo una vasija con sus manos para tomar un poco de agua. Gracias a la superficie del agua la imagen era borrosa, pero pese a su estupefacción aquella criatura, estaba seguro, era un ser humano. Su primer impulso fue arrojarle un rayo de ki. No fue muy inteligente si su objetivo era matarlo. La luz en el agua y la resistencia de esta dieron los segundos suficientes al extraño para evadirlo. De inmediato salió del lago elevándose varios metros sobre este para buscar en la orilla al supuesto humano.

La rivera del lago estaba cubierta de piedras. Si una persona estuvo ahí o no era difícil saber debido a que no dejaba huellas. Empapado y desnudo, Zamasu examinó los alrededores con la mirada y con los demás sentidos.

–Era un humano–  se dijo en su pensamiento–Estoy seguro. No pude haberlo imaginado, pero ¿Cómo es posible? Estoy seguro de haberlos exterminado a todos...

Nada. Estuvo observando y sobrevolando el área varios minutos, pero no encontró absolutamente nada. Al bajar al suelo del bosque lo hizo habiendo materializado su atuendo sobre su cuerpo. Las blancas botas contrastaron con el verde fresco y tierno de los pastos que cubrían la tierra.

–Es posible que alguna de esos parásitos haya sobrevivido- se dijo viendo a su costado, entre los árboles– O tal vez solo fue algún animal. Había varios osos en esta área– pensó otra vez en voz baja. Era raro para él alzar demasiado la voz y hasta sus pensamientos parecía pronunciarlos en un susurro apretado.

Atento a cualquier cosa anómala, Zamasu caminó un rato por el bosque. Descubrió los restos de un conejo destrozado, pero descarto la posibilidad de que hubiera sido obra de un ser humano. El animalito había sido devorado desde su la pancita. Una persona hubiera dejado las entrañas para llevarse las extremidades y la mayor cantidad de carne posible.

–Quizá solo fue mi imaginación– concluyó al anochecer decidiendo volver a la cabaña, pero entonces una luz más allá de los árboles delante de él lo hizo cambiar de opinión.

A la distancia parecía una figura encapuchada que caminaba sosteniendo un farol. Zamasu observó la fantasmagórica imaginen antes de ir hacia ella caminando sin ninguna prisa. Pudo terminar con esa criatura desde donde estaba, mas prefirió verla de cerca y asegurarse de que fuera un mortal. Podía seguirla para asegurarse de que no hubiera más y si los había los mataría a todos de una vez. El sentimiento que Zamasu tenía por los mortales era parecido al deseo casi inconsciente que a los humanos los lleva a aplastar una cucaracha.

Caminó un par de minutos con los ojos fijos en la silueta, pero de pronto simplemente desapareció de su vista. Era inaudito que hubiera echado a correr. Él se hubiera dado cuenta. Voló hasta el punto exacto donde la figura se esfumó y no encontró más un espacio vacío entre los árboles. Un tanto inquieto miró a todos lados terminando por alzarse sobre el bosque para buscar desde allí, mas al igual que en lago solo acabó por corroborar que no había nadie. En esa segunda oportunidad hasta concentro su mente para buscar la presencia de un ser humano no encontrando más que animales.

– Debo estar cansado– se dijo llevándose la mano izquierda a los ojos para frotar sus párpados cerrado– No hay humanos en este planeta– se confortó, pero una idea terrible lo asalto en ese momento– Pero ¿Podría ser posible que exista otra máquina del tiempo? No. No lo creo. De ser así hubieran venido antes, aunque...tal vez les ha tomado todos estos años desarrollar otra. No, no, no eso no es posible. Solo estoy hastiado de exterminar a esa plaga. Es solo eso.

Haciéndose de que no podría ver supervivientes del exterminio que él realizó en aquel mundo, Zamasu retorno a la cabaña. Había demasiados mortales en el universo. Matarlos, al principio, era satisfactoria con el tiempo se volvió una tarea tediosa y casi fructífera. Había muchas cosas que estaban pasando por la cabeza del dios en ese instante, pero las ignoraba como hizo aquella noche para dormir un poco al amparo de aquella cabaña cubierta de vegetación. Materializó una especie de camastro. No necesitó nunca demasiadas comodidades para pernoctar en algún lugar. Llegado el caso podía incluso dormir entre las ramas de un árbol. Un vestigio de su tiempo de aprendiz de Supremo Kaiosama.

Doblando el brazo bajo la cabeza, Zamasu cerró los ojos y se durmió despertando unas horas después de cara hacia la entrada de la cueva vegetal que se había formado en aquella terraza. Ahí sujeta del borde de lo que se podría haber llamado umbral observó un ser humano viéndole con unos ojos marrones redondos y grandes que parecían sostener un debate entre la curiosidad y el temor. Con la escasa luminosidad, Zamasu no puedo saber si era un hombre o una mujer, alguien joven o viejo. Tampoco se tomó la molestia de averiguarlo. Sin pensarlo le arrojó un proyectil de ki que hubiera terminado con la vida de cualquier persona, pero cuando el dios se levantó a buscar el cadáver no encontró más que la huella de su energía que quemó, superficialmente, las tablas. Se sostuvo del barandal para asomarse a ver si no había caído bajo la terraza, mas no encontró huella alguna de un ser vivo.

–Fue un sueño– se dijo– Un sueño nada más.

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