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Capítulo 1: Recuerdos que siempre abundan

Todos corrían.

Era lo único que tenían, lo único que creían que tenían.

En realidad, no tenían nada.

Sus pies estaban siendo dañados, la superficie los ensuciaba y por el recorrido se agotaban. Pero no importaba cuan sufrimiento era otorgado, ellos seguían corriendo.

Ya que tarde o temprano volverían a estar en el estado original.

El clima no los beneficiaba, pues la incesable tormenta nunca cesó. Y la tormenta todavía continuaba, pues su vida era un claro ejemplo.

Habían sido traicionados.

Por el gobierno.

Por sus compañeros.

Por su familia.

Por todos.

Ahora sólo debían correr, incluso si su destino no cambiaba, pensaron que podían obtener un pequeño rayo de esperanza.

Nunca lo obtuvieron. Ni siquiera una tenue luminiscencia de fe.

Y antes de que ejecutara una acción diferente, el paisaje había cambiado.

Ya no podían correr.

Aquel color carmesí se encontraba adornando los cuerpos de los que alguna vez fueron sus compañeros, los que una vez fueron su familia, los que vivieron junto a él cada una de sus etapas.

Comenzó a temblar al observar sus miradas perdidas.

No tenía idea de lo que podía hacer, ni cómo debía actuar, solo podía temer.

Sus pupilas se habían contraído, mientras que revoloteaban por el lugar en busca de una mejor respuesta.

El sudor había comenzado a incrementar, y no por culpa del ejercicio realizado.

En lo más profundo de su garganta un grito exorbitante quería escapar, pero no era posible, porque él estaba paralizado.

Las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.

Cuando contrajo su cuerpo haciéndolo algo diminuto, y sus manos sostuvieron con agresión sus cabellos. El lamento surgió de su garganta.

Aunque eso no lo había calmado, continuaba temblando.

—Todo es tu culpa —escuchó.

Aquellas palabras hicieron que su cuerpo comenzara a temblar con mayor intensidad.

Despertó.

Nada había cambiado, porque su realidad era su pasado.

Respiraba con dificultad y el sonido de sus jadeos era bastante violento.

Sus labios temblaban al igual que todo su cuerpo.

Encogió su cuerpo, situó su cabeza en sus rodillas y lentamente comenzó a hundirse.

Todo era su culpa. Tenía razón.

Si tan sólo él no hubiese dado esa idea.

—Deberías haber muerto.

Su respiración comenzó a alterarse y su cuerpo inició a tiritar nuevamente.

Por eso odiaba descansar, pero su cuerpo no podía evitarlo.

Tenía miedo de cerrar los ojos y dormir.

No importaba cuanto tiempo pasase, la pesadilla no cambiaba, el escenario no se alteraba.

El miedo revivir aquella escena permanecía.

Y las voces no se cansaban.

—Si tan sólo no hubiésemos seguido tu idea.

—Deberías estar con nosotros.

Siempre eran las mismas frases, que salían a ser escuchadas luego de rememorar a su pesadilla.

¿Por qué no fue con ellos?

¿Qué ocurrió?

—No lo sé. No lo sé. No lo sé —murmuraba constantemente mientras revolvía sus cabellos.

¿Por qué continuaban atormentándolo?

—¿Por qué no fuiste con nosotros?

—No lo sé. No lo sé —respondía con sumisión. No encontraba los recuerdos necesarios para responder a sus preguntar.

Porque nunca lo supo, no lo sabía y nunca lo sabrá.

—Asesinaste a tu familia. A tus compañeros.

—Tú eres el culpable.

Lo peor era que las voces, las interminables voces, tenían la razón. O eso creía él.

Revolvía sus cabellos una y otra vez, le daba pequeños golpes a su cabeza y la movía constantemente. Pero lo único que encontraba era dolor, no una respuesta. No las respuestas que él deseaba con tanta ansiedad.

—¿Por qué estás con vida?

—¡No lo sé! —soltó.

Las lágrimas empaparon sus mejillas. Su cuerpo comenzó a balancearse sobre su propio eje, junto a un ritmo continuo. El sudor en su nuca no cesaba. Y sus ojos desesperados no parpadeaban.

Le dolía, le dolía tanto. Aunque al mismo tiempo tenía tanto miedo, tanta angustia, tanta ansiedad. Porque sus recuerdos nunca volverían.

No tenía nada. Ni amigos. Ni compañeros. Ni familia. Estaba solo.

Lo único que tenía era un pequeño sitio oscuro, rodeado de suciedad, impregnado de humedad y un olor que nadie en su sano juicio podía soportar. Su compañía eran cualquier especie de roedor, aun así, no demostraba síntomas de enfermedad. Su última comida fue hace años y el sol hace ya un tiempo que no tocaba su rostro. Sin importar cuanto tiempo ha pasado, continuaba siendo joven.

La última vez respiro aire puro fue el día que ingreso a su refugio.

Aunque tampoco tiene noción de cómo llegó ahí, hace cuánto llegó, ni quién lo llevó. Sólo sabe que está ahí y no estaba en sus planes dejar aquel lugar, ya que no había un lugar a donde ir.

Sus días eran monótonos, pero no tenía noción del tiempo, ni cuando la luna aparecía, ni cuando el sol se presentaba.

No sabía nada.

Y mientras realizaba varios intentos para calmarse, para respirar con tranquilidad, para simplemente no pensar en nada; una persona ingresaba a lo que una vez llamó pueblo natal.

Porque él, nunca encontraría la calma que buscaba, porque siempre ha estado rodeado y atormentado por calamidades.

Comenzó a observar el suelo, sin pensar en nada, ni decir algo, mientras que un diminuto tic se encontraba en su cabeza.

Todavía se encontraba arriba de la cuerda, lamentable.


¡Holas! Yo aquí anunciando el inicio de esta historia.

Bueno aquí el capítulo que prometí. El primero de muchos.

Como ven este capítulo está narrado en omnisciente, como el resto de los capítulos.

El segundo todavía no está hecho, pero quiero subirlo pronto, onda tengo la idea, ahora me falta escribirla, aunque esta semana lo tengo duro, pruebas globales every day, pero de seguro saco un tiempito por ahí.

Creo que me ha gustado bastante como quedan los gifs como inicio del capítulo y final. Así van a verlos por el resto de la historia.

En este capítulo creo que sí logré que el miedo predominara, espero que sea así.

¿Se ve reflejado el miedo en el capítulo?

¡Me despido!

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