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Miserere Mei...(2/2)

El piso tras de sí crujía a sus espaldas, sacándolo del recuerdo y trayéndolo a su inminente presente.

John chasqueó la lengua irritado. Impotente al ver que hiciera lo que hiciera, no conseguía deshacerse de él. Se había equivocado.

Definitivamente, había una parte de él que le decía haber errado en su decisión. ¿Pero qué decisión podría ser esa?

Sin detenerse para tomar aire siquiera, por fin, por tercera vez en la noche, sintió que aquella presencia opresiva se quedaba atrás desvaneciéndose en el aire. Bufando ante el hecho de que sus especulaciones eran acertadas: «Está jugando conmigo.» se decia Jonathan, ligeramente aliviado, agradeciendo profundamente que su miedo y desesperación divirtieran a su verdugo.

Con su perseguidor tomando un ligero descanso, pensó en tomar un respiro. Sin embargo sabía que no era conveniente, por lo que decidió aventajar varios metros a su camino hasta que, estando meramente a salvo, sus piernas flaquearon, dejándolo caer de lleno al suelo. Presionando su espalda a la tierra dejó que su vista atiborrada de sudor, apuntara hacia la anchura del firmamento.

Derrotado en cuestión, pero aun atento entre el descanso bien merecido. No sabía a ciencia cierta qué hora era. Solo tenía conocimiento que había pasado mucho tiempo y que con ello, el alba se encontraba cada vez más cerca. Entonces, solo algo era seguro: Debía reponer fuerzas, levantarse. Perderse. Desaparecer por completo....

—''Desaparecer...''— Murmuró, encontrando en esa simple palabra, un nuevo tipo de dolor que para su pesar ya se había establecido en su pecho — .Desaparecer cuando todo lo que quiero es quedarme...

Pasó sus dedos entre las hebras de sus recortados cabellos y después, deslizó su mano hacia su pecho, donde alzó el cuello de su camiseta, esperando aspirar ese vago aroma que antes, dicha prenda desprendió con gran facilidad para su deleite.

Era sin duda alguna, la fragancia del portero la que horas atrás, le había arrebatado una ligera sonrisa al sentirla invadir con suavidad su sentido del olfato.

Esperando percibirla una vez más, su desilusión fue grande al no advertir más que su propio olor. ¡Qué fuerza extraordinaria habría adquirido de encontrar un solo ápice de aquella deliciosa fragancia!

Apretó los labios para contener el llanto, padeciendo la desolación de esa noche.

Hundió su cabeza en la prenda, recordando con pesar, que había dejado la gorra atrás y ahora, el único vestigio que le quedaba del portero, se encontraba horadado por el ímpetu de sus propias uñas ansiosas.

Sabiendo que esa noche debía llegar a su fin tarde que temprano y el sol retomaría su reinado, Jonathan preveía con pesar que, después de esa mañana, el sol no volvería a brillar para él.

Suspiró, estremeciéndose, hurgando con insistencia en cada hebra de hilo que conformaba aquella camisa, en busca de ese aroma; sintiéndose como un perro que hurga en un bote de basura repleto de desechos, esperando saciar su hambre. 

Resignado, ante el largo camino que le quedaba por recorrer, se incorporó al cabo de varios minutos. Se recargó en un árbol, buscando el camino a seguir mientras en su pecho, padecía ese dolor que con desquiciado afán arrugaba su corazón maltratado.

¡Era justo como él hizo con aquel ramo de flores! Flores que en un pasado, encolerizado, pálido y cansado, lanzó a la tumba de Emilio Ramírez: — ¡Déjame en paz!— exigió esa lejana mañana frente a esa triste tumba, adornada para ese entonces con una sencilla cruz de madera— . ¡Te has ido! ¡No vuelvas ya! ¡Lárgate de una vez!— exigió, pateando sus aposentos.

Escupiendo su impotencia mientras intentaba ignorar, aunque sin mucho éxito, a esa sombra que siempre lo acechaba entre su propia oscuridad. Despertando, sin saberlo, lástima en un par de ojos ajenos que lo enfocaban desde lejos; allá, entre los jardines y los costales de tierra.

Entonces, gotas de sal se le anidaron en sus grandes ojos, ya opacos a pesar de pertenecer al rostro de un niño.

Forzándose a no llorar, en algún momento, tuvo que encarnar sus uñas a la palma de sus manos y morderse la piel para pensar en algo más; para mantenerse firme en su decisión y así, llevarla al pie de sus propias expectativas.

Sin embargo, cansado por el insomnio, la fiebre y las grotescas imágenes que se le presentaban durante la temporada más difícil de su vida infantil, Jonathan, se vio obligado a tomar las riendas de aquello que guiaba sus pesadillas diurnas aun cuando en el trayecto, tuviera que romper con sus propios designios.

Era cierto; no quería dedicarle ni una sola gota de sal a ese sujeto...pero, desafortunadamente, su confusión, no llegaba a nublar su amor.

Lo sabía desde la noche en que fue internado. Cuando los días pasaron con cierta naturalidad ante sus ojos opacos.
Su pronta recuperación, en este ciclo sin descanso, comenzó a volverse un tema de su propio interés aun en esos días con más horas insoportables que minutos benignos.

El tiempo fluyó como era de esperarse, semejando el agua que se escapaba entre los dedos. Y aunque el torrente de emociones que yacía dentro de él fue embotellado, el sentimiento de extrañeza jamás abandonaba el aire que respiraba.

Ni siquiera cuando la noche caía sobre los techos del psiquiátrico y John vagaba en su demencia solo para saber cómo debía sentirse ante la pérdida de ese amigo al que alguna vez creyó conocer...Ese amigo que le había dado tanto y que en un parpadear, lo despojó de todo. Abandonándolo, con una nueva vida a cuestas que le era ajena.

Una vida en la que vestía ostentosos ropajes conformados por finas telas que, aunque fueron hechos a su medida por el mejor sastre de los nobles, no lograría cubrir su verdadera esencia; esa que se le agotaba. Esa que se volvía cada vez más vacía con cada lamento vuelto suspiro. Calzando zapatos costosos... llevando sus cabellos cortos y bien peinados; compartiendo sus pasos con los de esos enormes desconocidos que ''velaban'' por su seguridad a costa de una cantidad monetaria bastante generosa; rodeado por seres frívolos que, con dificultad, se hacían llamar su familia...

Siendo un desconocido para el mundo mismo, cual cruz de astillas ensangrentadas, llevaba cabizbajo y callado, resignado y marchito, una herida que le había rajado el pecho entero; ahí, metida entre sus carnes blandas, entre las fibras de su corazón.

Esa lejana y helada mañana, una vez hubo descargado su cólera, solo le quedó desesperación.

Desesperación que junto a un miedo indescriptible, cavaría una fosa hacia la más profunda de las tristezas jamás saboreadas en su paladar:—Me quitaste todo — susurró, temeroso de abrir su corazón una vez más— ; Te llevaste a Mar. Te fuiste con el y me dejaste aquí ...

Guardó silencio unos minutos para después, volver a despegar sus labios trémulos ya empapados en ese cálido y salado líquido lacrimoso. Por alguna razón, le atribuía a Emilio, la reciente aparición aquellas feas sombras, que no dejaban de acecharlo desde el día de su funeral, justo después de haber  visto a su amigo sentado junto a él.

En su lógica infantil, Emilio había sido dulce y cruel en vida...por ello, ¿qué le impedía serlo aún más allá de la muerte...?

— ¿Por qué volver? ¿No habría sido más fácil llevarme contigo? —Preguntó, mirando el ramo de flores maltrecho al pie de la cruz.

Sin ánimo alguno, se sentó junto a la desnuda tumba. Se abrazó a sí mismo buscando consuelo entre sus brazos y la calidez de aquella tierra removida, ignorando que su pregunta, terminaría de despojarlo de la poca tranquilidad que le quedaba, al mismo tiempo que traería consigo, una respuesta inesperada que pactaría con sus desgracias al pronunciar el primer vocablo:

— ¿Me quieres de vuelta?— le preguntaron entonces.


Jonathan alzó la mirada al instante, justo como hizo aquella vez en el cementerio, ante semejante pregunta proveniente de la nada.
Abandonando sus recuerdos, se topó con la mirada que alguna vez le supo a miel, bajo la palidez la luna, donde Emilio, se le mostró con una sonrisa burlona que despertó un escalofrío en su cuerpo.

Trastabillando, el joven retomó su carrera sin perder tiempo, ignorando su pregunta, su imagen, su crueldad...

Sus piernas ya habían descansado. Podían continuar un poco más con vistas a ser suficiente. No era muy atlético y tal actividad consumía rápidamente sus energías.

Sin embargo, la naturaleza le favorecía enormemente al despertar en sí, esos instintos de supervivencia que hacían de su cuerpo, algo más fuerte, más veloz y poco más diestro para escapar. De ser perseguido por un animal salvaje, la esperanza en él se mantendría latente sin mayor problema, pero, ¿Había manera en que una persona pudiese ocultarse de sus propios pecados, cuando estos no entienden de leyes naturales?

Estaba acorralado.

Cómo un animal salvaje que huye de un cazador insaciable en su crueldad. Su mentalidad era, correr para ganar tiempo; tiempo para vivir aunque solo fuesen unos segundos más.

Podía ver la sombra de Emilio junto a él y sin embargo, no dejaba de alentarse a sí mismo, encontrando un absurdo consuelo en ese amanecer que se encontraba cada vez más cerca. Había pasado horas desde que dejó a Marco atrás. Horas desde que aquella terrible visión le nubló el pensamiento, acorralándolo ante un terrible acto del que escapó antes de ser consumado por su mano.

Lo peor había pasado ya. Aventajó mucho camino, se había perdido y Marco, estaba a salvo... a esas alturas, si podía continuar así hasta llegar la bien amada aurora, nada más importaría.

Guiándose por el crujir del suelo tras de sí, Jonathan maniobraba por los sinuosos pisos buscando distanciar aún más sus pasos de la presa mayor.

«No lo haré...» pensaba reacio en su decisión.

Escuchando su nombre en el viento mientras en la copa de los arboles un ''Continua corriendo'' danzaba en su compañía.

La luz del astro plateado iluminaba lo suficiente entre las altas ramas, indicándole por donde seguir para no perder el camino mientras su nariz, no dejaba de percibir un ligero aroma a flores que emanaba de algún lugar a pesar de que había oscurecido hacia horas.

«Puedo arrebatarle la vida a cualquiera... ¡A cualquiera! Menos a ti, Marco. Antes de hacerte más daño, prefiero terminar con todo aun cuando en ese ''todo'' mi propia vida este incluida...»

La herida en su espalda ardió de repente, recordándole que seguía allí y avivando de esa manera, aquella repugnante sensación entre su carne que lo incitaba a arrancarse la piel con tal de deshacerse de semejante malestar.

Rechinando sus dientes, continuaba corriendo; ¡Su corazón seguía latiendo! podía escucharlo con claridad. Y mientras lo hiciera, resistiría hasta llegar a las altas cumbres donde esperaba encontrar el consuelo para la inmundicia de su alma antes de ponerle fin a sus pesadillas.

Jonathan brincó más de una rama torcida, resbalando de cuando en cuando y sobreponiéndose a pesar de los cortes y raspones que recibía. Con la promesa de la alborada en sus labios, su mente comenzaba a esclarecer: Definitivamente, su mayor error provenía de mucho tiempo atrás; desde tiempos remotos en los que la existencia del portero aun le era desconocida.

En esa carrera donde su mente no hacía más que cuestionarse a sí misma, había echado un vistazo a ese pasado que tantas veces miró con terror; recorriendo una vez más, con cierta frialdad, cada calle que alguna vez pisó con cierto desagrado. Hurgando entre pestilentes sucesos, fue que encontró para su gran pesar, el rastro de sus pasos cuando estos comenzaban a torcerse.

Fue ese día... el día en que su corazón padeció de esa enfermedad, de esa maldición fatal e incurable llamada: ''Amor''.

Era absurdo, pero real...Después de todo, ¡¿Cuántas tonterías no se habían hecho por amor?! Acaso los celos, la ira, el dolor, la duda y el miedo...entre otras emociones negativas experimentadas por el ser humano, ¿No nacían de semejante sentimiento? ¿Qué había de ellas? ¿Tales conmociones no conducían a sinuosos y tormentosos caminos en los cuales el sentido común termina perdiendo las riendas de nuestras acciones al no tener el debido cuidado?

Era curioso ver como en mentes saludables, semejante enfermedad era capaz de mover al mundo de manera dulce, pacífica y melódica...más, en la mente perturbada de un ser débil, corrompido generalmente por la sociedad o expuesto burdamente ante circunstancias adversas de índole incalculable y heterogéneas consecuencias, tal enfermedad, rozando la locura, llegaba a pudrir el alma de los sometidos; los marginados; los corazones solitarios que en su inocencia encapsulada y su desmedido temor, se mostraban capaces de todo con tal de venerar su propia visión del amor. Su única y tal vez, primera gota de luz.

Jonathan se vio a sí mismo como un ser débil. No por haber padecido tal enfermedad. La enfermedad no era la culpable. Las circunstancias...tal vez lo eran en parte.

Recapitulando, recordó que por amor a Mar, persona a la que quiso como a un padre, había celado la llegada de ese extraño que expandiría los horizontes de su bienaventurado malestar con un par de lacrimosos ojos que pronto, fueron sustituidos por grandes sonrisas acompañadas de bellos momentos.

Era un niño entonces, y su corazón bondadoso derrochaba amor con cierta libertad, por lo que, con facilidad, después de darse la oportunidad y dejar los celos de lado, amó a Emilio como a un hermano, volviéndolo parte de su familia; esa que estaba formada con valiosos pedazos que a nadie importaban y que para él, lo eran todo.

Con la llegada de ese nuevo afecto que hizo que su pequeña familia creciera; quien padeció los síntomas de su propia enfermedad con creces y justo al final de la partida, fue él, Jonathan, el único que encalló y pisó los tan temidos "Puertos de Soledad ".

« Pisar esos puertos podrían ser...»

...¿El resultado que se obtenía al juntar varias piezas de solitario proceder?

«Es que acaso...»

¿Ellos, como seres marginados, no podían permitirse el lujo de amar y vivir sin temor a la sombra que un pasado podría emitir ante su inminente paso?

Comprendiéndolo como nunca antes, Jonathan percibió toda esa serie de eventos como un ciclo inevitable que comenzaba con Mar, continuaba con Emilio... y esa noche, debía terminar con él.

Un karma que no le pertenecía más allá de cierto tiempo y que aún así, el mismo tuvo a bien endosarse desde el día en que, débil, lloroso y temeroso, ignorando las atrocidades que Emilio cometió en vida, lo aceptó una vez más en su días; reconociendo en sus adentros que la muerte no era antídoto suficiente que pudiese curar sus afectos; encadenándose sin saberlo, a ese ciclo del cual, en un futuro más brillante, podría haberse deshecho al permitirse así mismo  continuar...

Pero por desgracia, ya era tarde.

Se había estancado en el pasado y en la promesa de un ''continuará" de intenciones desconocidas.

Con ello, su ''posibilidad'', esa que habría de salvarlo del temible karma al que él solo se ató, llegó, incapaz de hacer nada por él. ¡Qué tarde era! ¡Qué dolor lo aquejaba junto al arrepentimiento!

Había probado el más delicioso bocado de aquel posible futuro al conocer al portero de los muertos; y si tan solo se hubiera permitido ser libre entre las telas de un silencioso luto, sus pasos habrían de seguirlo hasta donde él se lo permitiera.

¡Qué pena!

Tan...¡tan tarde! Con sus manos mancilladas por el peor de los pecados y el alma retenida por el espectro al que su propia soledad llamó, solo podía permitirse soñar con ser perdonado y así, en otra vida, con un sueño, un rostro y un nombre diferente, tal vez él podría...

Deteniéndose de apoco, finalmente cayó al suelo de rodillas completamente derrotado. No podía huir más. Eso era todo. Sus ojos supuraban desconsuelo. Sus sollozos fueron el grito más fuerte. Se caía a pedazos mientras escuchaba el sonido del agua correr y  el aroma de las flores que ahora, era capaz de reconocer debido a la intensidad en su fragancia, impregnando su olfato.

—Continua— escuchó decir a alguien de piadoso proceder. — Respira y olvida...

Frente a él, creyó ver un rostro familiar, sonriendole con cierta tristeza, repitiendo esas  palabras que dañaban su corazón con tanto cariño.

El piso crujió a su alrededor cuando bajó la vista al suelo. Entonces, docenas de  voces comenzaron a aullar dentro de su locura. 

¿Por qué no corres? le preguntó una de ellas, chillona y curiosa.

— Corre, corre... repetía otra, lastimosa y trémula.

— ¡Mátalo! ¡Mátalo! MÁTALO... ante la petición de esa tercera, maliciosa y demencial, cientos de voces se alzaron al unísono, estallando en su algarabía de insensatez y crueldad. 

— ¿Cansado?— le preguntó entonces la más odiosa voz que en su momento fue su adoración y ahora, solo representaba la más grande de sus pesadillas. —Pensé que durarías un poco más. ¿Listo para dejar esta absurda carrera y volver con tu amigo? ¡Si vieras lo asustado que esta!...llamándote por toda la maldita zona desde hace horas. Te está buscando cómo un loco. —Bufó aquella voz— ¡El pobre en verdad lo intenta! Deberías volver con él...está preocupado.

John negó con la cabeza, sintiendo su corazón a punto de estallar.

》— Se molestará si no vuelves... ¿O qué?... ¿acaso no era tu amigo? ¿No decías que te importaba?... Huir de él, de esa forma... ¡Mientras dormía plácidamente junto a ti! — Exclamó ahogando la risa—. Johnny querido...no debería decirlo pero... ¡ACTUASTE COMO TODA UNA PUTA! ...— Su risa se sumó a la de aquellas voces, llenando los oídos del joven —No, espera... ¡QUE ELLAS SÍ QUE COBRAN POR SU ARTE!

Jonathan intentó incorporarse, más, al ver que sus esfuerzos eran en vano, comenzó a avanzar a gatas. Sus piernas apenas y le respondían, y sus brazos por algún motivo temblaban.

》— Pero tenías razón, sí que he sido un idiota... ¡Sí que lo he sido!...— continuó Emilio — Pensar que vendrías hasta acá para terminar con lo acordado de buena manera, y nada. Que te acobardaste a último momento... ¡Y mira que lo tenías, GRANDÍSIMO IMBÉCIL! ¡ESTABA A TU LADO!! ¡SOLO TENÍAS QUE GOLPEAR CON FUERZA! ¡CON FUERZA HASTA QUE DEJARA DE MOVERSE! PERO EN VEZ DE ESO... ¿QUÉ FUE LO QUE HICISTE?, ¡HUIR! ¡HUIR COMO UNA RATA! ¡COMO UN MALDITO COBARDE!... ¡TÚ! ¡ASQUEROSO MARICÓN!

— ¡Maricón!

—Asqueroso.

—RATA COBARDE...

Repitieron las voces junto a él alzándose con fuerza, agitando el viento y haciendo retumbar el suelo bajo sus pies, consiguiendo que sus oídos sangraran y su cabeza zumbara por el dolor. 

— ¿POR QUÉ TENIA QUE SER ÉL?— preguntó Jonathan desesperado, volviéndose un ovillo mientras cubría sus oídos y cerraba los ojos. 

Su voz se antepuso a las demás que, para su sorpresa, cesaron en su algarabía de repente.

El aire se aplacó y una gélida manó se posó sobre su hombro, apretándolo con cierto aplomo: — Por qué no hay nada en el mundo que duela más que tener que asesinar a quien amas — le respondió Emilio con suave voz, topando su frente con la de John—; Johnny querido... tú, ya no me quieres de vuelta, ¿verdad? 

Manteniendo sus ojos cerrados, John sintió un nudo en la garganta. Viendo el recuerdo de su amigo brillar en un horizonte distante. Tan distante que sus manos no podrían alcanzarlo por más que las extendiera.

Lo vio reír, llorar. Gritar por la emoción. Correr hacia él y elevarlo entre sus brazos bajo el cielo azul de un verano abrasador mientras Mar los llamaba desde el interior de su hogar, anunciando la hora de comer.

El refugio, los libros, la música, el vaivén de los árboles que los rodeaban. El sonar de las cigarras y el aroma a jabón que las sabanas, al doblarlas desprendían. Los cuentos, el aroma a pintura, los chistes, los abrazos...todo...era consumido de apoco por su brillante luz.

Jonathan tragó saliva, sintiendo esas manos heladas clavársele en la espalda, abriéndose paso entre sus costillas y estrujandole el corazón, mientras un líquido negro le recorría la espina dorsal. Su visión comenzaba a oscurecerse conforme el dolor aumentaba y sus labios, trémulos, apenas pudieron susurrar la respuesta que debió haberle dado hacia años.

Para cuando perdió la conciencia, el aroma de los girasoles inundaba su olfato mientras en su mente, el rostro de Marco se le presentaba hermosamente tranquilo.

Definitivamente, la enfermedad volvió a florecer en sus adentros, carcomiéndolo con rapidez; Inyectándole altas dosis de agonía, pero también, de una felicidad indescriptible. Con una sonrisa en su rostro, Jonathan suspiró. 

Al final de cuentas, había conseguido ver su anhelado amanecer... entendiendo que... justo como Emilio, él también estaba podrido.

Podrido de autocompasión, terror, desconsuelo y soledad...


Pero sobre todo, podrido de amor.



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