53| Alejandro Magno 1/2
Pequeño, delgado, agil y lleno de energia; corria descalzo sobre las finas y antiguas alfombras rojas de aquella enorme jaula de oro que llamaba su hogar, presenciando así, una bella tarde de verano; la primera del año.
El viento, jugueton y alegre, entró por las ventanas como quien entra a su propia casa; confianzudo y con apuro, acariciando la madera de aquellos muebles viejos, heredados de generaciones anteriores y ahora, lustrados y barnizados por una generación más actual.
Surcando los murales el viento fluía en espiral, recorriendo las formas plasmadas con pintura, aquel antiguo y bello intento de capilla sixtina, llevados a cabo por la habil mano de algún bisabuelo aburrido y talentoso; dando volteretas de arriba abajo, el viento perseguía con ahinco y diversión a ese pequeño ser, de cabellos oscuros y bien peinados, que corria a toda velocidad con un objetivo en mente: llegar hasta la biblioteca.
Esquivando a las personas de servicio, quienes lo saludaban o incluso lo regañaban por su falta de cuidado, el pequeño bajó por las escaleras y cruzó el enorme ventanal qué se ubicaba en el centro de aquella escalera imperial; siguiendo el ritmo ahogado de un arpa lejana cuya melodía, dulce e inocente, lo llamaba como un sortilegio que incitaba a escuchar, sentir, vivir y gozar al compás en una bella danza en el gran salón.
Grácil y ligero, conforme más se acercaba a su objetivo, se imaginaba asi mismo acompañado de una sombra sin rostro, de ademanes elegantes, qué lo guiaba al compás de tan dulces notas, con el único fin de disfruta esa bella pieza de Handel.
Al llegar a la puerta de la biblioteca, giró la perilla y entró con lentitud, divisando un halo de luz que lo cegó por un momento con su cálido fulgor. Ahí, frente al ventanal de la biblioteca, por el cual, los rayos del sol que lo cegaron, eran derrochados con generosidad; sentada en una silla acojinada, recta, elegante y envuelta en un sencillo vestido blanco, estaba Gabriela, quien con una suave sonrisa, movía agilmente sus delgados y blancos dedos sobre las cuerdas.
¡Cómo le gustaba verla tocar! Era como sí, por cada caricia a las cuerdas, estás le dedicaran una canción de amor que solo ella podía entender e interpretar para oídos de un ignorante y sediento mundo.
—¡Alejandro! —exclamó cuándo lo vio, dejando de lado su instrumento y levantándose con premura. En su bello rostro, un aire de preocupación y asombro afloraba sin discreción—. ¿Ya terminaste tus clases? Te van a regañar si te ven aquí...
Alejandro soltó un risita traviesa.
—Tu tranquila, me escabullí, ¡fue el escape perfecto! —anunció, cubriendo su risa con ambas manos.
Ella negó con la cabeza, brindándole una dulce sonrisa que mostraba sus dientes blancos y parejos. ¡Se veía tan bella y radiante!
Gabriela, su hermana mayor, ese día en especial, mostraba sobre su pálida piel un tenue sonrojo que contrastaba esplendidamente con sus cabellos castaños, tan claros que bajo el sol, se semejaban al oro mismo. Mientras tanto, sus ojos, destilaban la miel que los coloreaba, endulzando el alma de su pequeño hermano menor.
Para ese entonces, Gabriela tenía doce años mientras él, ocho años recién cumplidos.
Ambos, bajo el estricto mandato de su padre, tenían un horario que cumplir; lleno de actividades que se dividían entre clases de lingüística, inglés, matemáticas, historia, y geografía...y otras tantas como lo eran la música, canto, pintura, bordado, danza...
Ambos poseían horarios distintos y cada uno participaba en clases diferentes la mayoría del tiempo, compartiendo así, solo las clases de historia, y pintura. Era viernes, así que a ella le tocaba clase de música mientras que a él, de literatura española.
Su padre, hombre trabajador y estricto, era muy serio cuando se trataba de la educación de sus hijos, siendo más reacio con la de su hijo varón, quien, según sus palabras, sería el encargado de hacer crecer la empresa y por lo tanto, sería él futuro dueño de ésta.
Sin embargo, si le preguntaban al pequeño cual era su opinión, la idea le desagradaba totalmente. Después de todo era apenas un niño y a su ver, su hermana debia ser la elegida para dicho encargo.
Era más lista, valiente, y poseia una sagacidad asombrosa. Era mucho más buena y agil en los números, y tenía un genuino interes en la politica y todos esos asuntos de economía que tanto hacian vomitar al pequeño Alejandro.
Sin duda alguna, ella podría sobresalir en ese tipo de asuntos. Él, en cambio, era más...sensible. Amaba el arte y la literatura, la música y la escultura. Y sobre todo, amaba a su hermana más que a nadie en el mundo y quería verla feliz.
—¡Vayamos al jardín a jugar! Es viernes y hemos estudiado como locos. ¡Merecemos un descanso!—Propuso el pequeño, entusiasmado.
Ella se giró, miró su arpa, luego, su atención se deslizó por la habitacion hasta llegar al reloj. Eran las 12:38 p.m. Su cabeza pensó rápidamente en todas las posibilidades, las consecuencias y respuestas que podrían dar. Al final, Gabriela asintió, entusiasmada.
—Creo que nos merecemos un descanso. Adémas... ¡hace un día precioso! —observó Gaby, tomando la mano de su hermanito y escabullendose junto a él antes de qué Leonel, su maestro de música llegara.
Las tardes con Gabriela eran divertidisimas. Jugaban a las escondidas, a las traes, recolectaban flores en las orillas que marcaban el perimetro de aquella enorme casona que habitaban, y hacian hermosas coronas de flores que intercambiaban entre sí para después, jugar a que eran el principe y la princesa de un reino lejano al que debían protejer a toda costa.
Ambos, poseían una imaginación vasta y muy ocurrente, por lo que tiempo les faltaba para poder crear el sin fin de mundos que existían en sus cabezas.
Esa tarde jugarón hasta el cansancio, ya que su padre había salido por un asunto laboral. Por lo qué, sin él por los alrededores, podían disfrutar de ser niños al menos un día cada tanto tiempo.
El personal, solo los observaba, riendo con aquel par de criaturas inocentes que correteaban por el pasto descalzos.
—Se enojará el jefe —Dijo Leonel cuando encontró a su alumna correteando, descalsa, sobre el pasto.
—Si no se entera, no—respondió Lucrecia, la nana de Marco, mirandolos con gran ternura. —. Miralos... son niños, deben jugar. Además, Gabriela pronto será una señorita, dejemos que disfrute un poco más antes de qué eso pase.
—En eso tienes razón, pronto, solo pensará en novios, amor...esas cosas que tanto les gusta a ustedes las mujeres.
Lucrecia bufó, mirandolo con una sonrisa de pena que fue imperceptible para él. Meneó la cabeza y regresó su mirada hacía sus niños. Cuando el reloj marcó las 2:23 de la tarde, Lucrecia los llamó, haciendo sonar una campanita.
—¡Niños! Es hora de entrar. ¡Vamos, vamos!- los llamó, arreandolos como borreguitos.
—¡Hoy fue muy divertido Lu!—exclamó Marco más tarde metido en la bañera, jugando con las burbujas que Lucrecia le habia preparado con anterioridad.
Ella, tomando la ropa sucia del pequeño y echandola a la cesta de ropa que se llevarian para lavar, alzó las cejas en lo que era una cara se asombro.
—¡¿En serio?! ¡Qué bueno! ¡Así deben ser todos tus dias mi niño! —dijo, dejandole un par de toallas a la mano.
—¡Ojala fuese así siempre! ¡Pero mi papá casí nunca nos deja jugar!
—Ah, pero eso es porque les interesa su educación mi niño. Por eso.
—¡Pero yo quiero jugar!...también Gabriela. ¡No es justo!
—Lo entiendo mi niño, ya tendrán oportunidad. Como hoy, por ejemplo.
Alejandro hizo un puchero,mientras se colocaba una corona de burbujas sobre su cabeza castaña oscura. Lucrecia volvió al cuarto de baño cuando así lo creyó prudente, sacó al pequeño de la bañera y lo ayudó a elegir su cambio para dormir. Secó su cabello y lo arropó.
Lucreacia adoraba a Alejandro. Era un niño bien portado, gracioso y muy inteligente. Sensible y observador. Siempre, antes de dormir, Alejandro tomaba 10 minutos del tiempo de Lucrecia para hablar con ella sobre como estuvo su día y no faltaba día en que no le preguntará a ella como habia sido el suyo. Esto, todas las noches hasta caer dormido. Y está vez no fue la excepción.
—Buena noche, mi niño chulo —le dijo en un susurro y salió de la habitación dejando a un cansado Alejandro sumido en un plácido sueño gracias al ajetreo de una tarde de risas, saltos y carreras.
Sin embargo, mientras el reloj apenas marcaba las 10:14 de la noche, la voz de su hermana lo despertó con suavidad. -Ale...¿estas dormido?
—Mmm...si—respondió cubriendose el rostro con la sabana, medio dormido
—¡Mentiroso! Despierta ¡anda!
Alejandro se giró hacia ella, con los ojos entrecerrados y ligeramente molesto. Gabriela llevaba una lampara y un libro en mano.
—¡Leamoslo juntos! —pidió emocionada.
—Pero Gaby... ¡quiero dormir! ¡Estoy cansado!
—Andale, porfa. Yo no tengo sueño aun. Vamos...porfis.
Alejandro entorno los ojos: —Ok, está bien.
El pequeño tomó asiento en su mismo lugar, encendieron la lámpara y comenzarón a leer.
Era un libro de historia específicamente para niños, donde, a modo de novela relataban las hazañas de dichos personajes historicos. También, estaba lleno de mitologías fantásticas, que era lo que más llamaba la atención de ambos hermanos.
Leyeron sobre el mito de Poseidon, el cual desglozaba la historia de la pobre Medusa y Perseo, y de paso, ¡mencionaba el nacimiento de Pegaso, el caballo alado! Leyeron sobre los 12 trabajos de Hércules y sobre el labertinto del Minotauro. Sobre reyes griegos y grandes conquistadores; entre Aquiles y Odiseo compañeros en la batalla de troya...¡Alejandro Magno! Ambos leyeron con ávido interés sobre esté personaje, ya qué llevaban poco de haber escuchado de él.
—¿Conquisto todo eso? —preguntó Alejandro, bastante impactado por todo lo qué consiguió ese hombre desde temprana edad.
—¡Y tú que no quieres lidiar con el imperio de papá! —chistó Gabriela, dandole un ligero codazo.
—Estoy muy chico para eso —argumentó Ale, con un puchero al recordar el peso que ya estaba sobre sus hombros mientras decidía que ya era hora de acostarse. Ya era muy tarde y debian madrugar para ir a desayunar con su padre, quien era muy estricto con sus propios horarios—. Además, de los dos, tú eres la mejor, y eres la mayor.
—Esto no tiene nada que ver con quién es el mayor o menor. ¡Tiene que ver con qué tú eres niño y yo niña! ¡Simplemente, tenemos destinos diferentes!—expuso con amargura, tratando de creerselo.
Alejandro se cruzó de brazos:—¡No quiero eso!
—¡Pero así es! ¡No podemos cambiar nuestro destino!
—En ese caso, el destino apesta.
—Si, sin duda. Pero miralo a él, todo lo que conquistó siendo tan joven. ¡Alejandro Magno! ¡Incluso se parece a tu nombre, solo que al reves! Si lo acomodamos para que se parezca sonaría como: ¡Alejandro Mar-!
—¡No lo digas, sabes que odio mi primer nombre!—exclamó el niño, gritando.
—¡Calla, nos oiran! —pidió Gaby, tapandole la boca—. No lo diré, así que puedes callarte —suspiró entre el silencio—. Oye... ¿Puedo dormir contigo? -se animó a preguntar, entrando entre las sabanas sin esperar respuesta.
Alejandro trató de chistar, pero al verla cubierta y acurrucada, se giró hacia ella y la abrazó. A pesar de ser él menor, su instinto protector afloraba de cuando en cuando.
Gabriela suspiró y cayó dormida al instante. Importandole poco si, al llegar la mañana, Lu o su padre, la reprendian por ello.
Gabriela despertó con un fuerte grito.
Alejandro, qué dormía junto a ella, despertó alterado sin entender qué pasaba. Apenas se giró para ver a su hermana cuando ésta, lo tumbó de la cama en un solo movimiento, aterrada.
—¡No! ¡No mires! —le gritó envuelta en llanto.
En ese momento, Lucrecia entró a la habitación apurada por la algarabía del momento. Miró a Alejandro, de pie en una esquina, pálido y llorando en silencio, mientras de pie, Gabriela sostenia la parte media e inferior de su camison blanco, mancillado por una gran mancha roja qué lo tiñó contra su voluntad.
—¡Ay mi niña! —exclamó Lucrecia, corriendo a ella y envolviendo su cintura con su mandil.
—Alejandro, mi niño, sal de aquí —ordenó Lucrecia.
Pronto sacaron las mantas manchadas de la habitacion, mientras Gabriela, permaneció encerrada en su habitación en compañia de Lucrecia. Mientras tanto, Alejandro lloraba desconsoladamente, temiendo lo peor.
Cuando Lucrecia porfin salió de la habitación de Gabriela, fue a buscar al pequeño, a quién rodeó en un gran abrazo, acunandolo entre sus brazos y calmandolo con gran afecto.
—¿Va a morir?—Preguntó lloroso. La cabeza le dolía y sus ojos estaban rojos. Jamas había visto tanta sangre y su cabecita no procesaba aquel horrible incidente. ¿Se había cortado durante la noche con algo? ¿Algún cruento asesino silencioso se escabulló entre las sombras de la noche, dispuesto a herir a su pobre hermana mayor? ¿Pero...por qué?
La cabeza de Alejandro daba mil vueltas al asunto, tratando de dar con el objeto o la persona culpable y con ello comprender sus viles motivos.
—No mi niño, no va a morir —lo consoló Lucrecia con su suave y amorosa voz.
—Pero era mucha sangre...
Lu soltó una risita: —Si, pero no te preocupes. Verás...cuando las niñas llegan a cierta edad, un día de repente, les llega ese sangrado en sus partes intimas. Eso quiere decir que se han convertido en todas unas mujercitas. Solo eso.
—Pero...¿Entonces no morirá?
—No.
—Pero...¿no le duele?
Lucrecia volvió a reir. Amaba la inocencia del pequeño varoncito: —No creo, se dió cuenta al despertar...asi que no creo haya sentido dolor.
Alejandro adoraba a Lucrecía, era como una madre para él y todo lo que ella decía, debía ser verdad. Sin embargo, por primera vez dudaba de su palabra: ¿Como podría Gabriela sangrar y no sentir dolor o estar cerca de la muerte misma? Nada de eso le hacía sentido a su tierna mente infantil y temerosa.
Esa mañana, solo Alejandro y su padre comieron juntos. La noticia de que su hija acababa de vivir una mañana "traumatica" debido a su abrupto paso a la adultez, fue suficiente para que Domingo, su padre, le perdonara su ausencia.
Fue un desayuno incómodo, donde el silencio imperaba más allá del constante choque de cubiertos contra la fina vajilla de porcelana con bordes dorados.
—¿Como van tus clases de Literatura española? —preguntó Domingo, su padre, mientras huntaba margarina en una pieza de pan.
—Bien...creo. Me confunden bastante algunas palabras.
—Para eso está el glosario, Alejandro -le recordó con su sobria voz —. Qué por cierto, planeaba notificarles de un pequeño cambio que se efectuara a partir de este Lunes. Es una lástima que tu hermana esté indispuesta, pero confío en que le comentarás sobre ello, ya que tengo una salida de negocios y no volveré hasta el martes. Tendrán un nuevo profesor de Artes. El señor Gonzalez tuvo unos asuntos personales que atender, y a estas horas debe de estar regresando a sus tierras. Así que, procuren no sorprenderse con la llegada de su nuevo tutor.
Alejandro lo miraba en silencio. No había nada qué pudiese decir o hacer ante semejante noticia.
En verdad le agradaba el señor Gonzalez, y era una gran lástima que los hubiese abandonado repentinamente. Su materia y la pasión con que buscaba inculcarles La historia y el amor por el arte, era algo que emocionaba al pequeño Alejandro, que esperaba los Lunes y jueves con ansias.
El nuevo profesor de Arte era un hombre de 28 años. Gerardo se llamaba. Alto, de piel blanca y ojos verdes. Su cabello, dorado, solía estar oculto bajo un pequeño sombrero blanco, el cual, hacia juego con su traje. Apestaba a locion mezclada horriblemente con el aroma a tabaco.
Poseía un absurdo acento francés, que Alejandro, más tarde, descubriría era una farsa total. Andaba por los pasillos con un porte incómodo y odioso de ver, pavoneandose y sonriéndole a las jóvenes sirvientas que se emocionaban con sus "encantos" de cartón; esos encantos forzados y trabajados durante horas ante un espejo donde posiblemente, Gerardo pasaba horas de su tiempo libre, afilando su locuacidad barata.
《¡Que tontas son! ¡Si se nota que es un mentiroso!》 Pensaba Alejandro durante una de sus clases, cuando Gerardo los llevó a los jardines para que trataran de plasmar su propia visión del mundo. A leguas se notaba que no conocía del todo la materia. Era torpe en sus explicaciones y solo se ceñía a hablar de la inspiración que ofrecía la belleza del entorno; además, no sabía sujetar un lápiz adecuadamente, y desconocía las múltiples técnicas que existían para marcar un lienzo.
Mientras él daba su burdo intento de clase, algunas sirvientas se asomaban entre los arbustos y las columnas bellamente rodeadas por verdes enredaderas que portaban olorosas y delicadas trompetillas en flor, moradas y coquetas.
—Señorita Gabriela...¡Lo está haciendo estupendamente! Puedo percibir su fragilidad a través de las pinceladas, su feminidad en flor, rosagante y armoniosa...una delicia a los sentidos la forma en que...
—Yo no le agarro forma —admitió Alejandro, molesto, interrumpiendo su palabrería antes de que ésta se desbocara.
—Eres muy joven para entenderlo, hombrecillo —le respondió, mientras su hermana le daba una mirada de desaprobación.
Claramente, ella era una de las doncellas que veían en Gerardo, un sin fin de atributos a destacar, y eso, no hacia más que molestar a su pequeño hermano menor.
Las clases de arte pasaron de ser sus favoritas, a ser las más odiadas por él.
Detestaba a Gerardo, y con ello, comprendió la importancia de tener un buen maestro para amar una materia.
《Menos mal que solo lo veo en las clases》se consolaba Alejandro.
Si tan solo, la imagen de Gerardo se hubiese limitado a existir solo dentro de sus pedantes clases.
Si tan solo hubiese sido así...
La desgracia llegó a sus vidas en forma de una promesa de vida; pérfida y cargada de humillación, manipulación y mucha presión, dónde la desolación de la joven Gabriela, crecería junto a un fatal destino.
Ha pasado mucho tiempo desde que actualicé esta historia. La depresión y un sentimiento de insuficiencia me invadieron y hundieron hasta los confines más crueles de mi consciencia.
Quienes hayan llegado hasta aquí, deben ser conscientes de la inmensa gratitud con la que me postro ante ustedes y su apreciado tiempo y atención.
Estoy trabajando en el final de esta historia, por ende, las actualizaciones volverán a retomarse hasta llegar al ya próximo e inminente final. Por lo pronto, los dejó con la primera parte de este capitulo, titulado "Alejandro Magno"
Espero de corazón que estén disfrutando la lectura.
Un fuerte abrazo y nos estamos leyendo
entre los pasillos de esta Soledad 🖤
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