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50| Miserere mei...(1/2)


—''Padre santo que estas en los cielos...''

Murmuró en medio de la noche que cobijaba su pecado con repulsión y pavor. Sus manos temblaban. Estaban manchadas y heridas al igual que su alma confundida. La sangre resbalaba por su espina dorsal y entre sus manos engarrotadas, ocultaba un terrible mensaje vestido de negro.

—'' Vengo delante de ti... reconociendo que eres el único y verdadero Dios. Con humildad...te confieso que soy un pecador. ''

El aire nocturno, húmedo y místico acarició sus lágrimas, llevándoselas consigo para entregarlas a la tierra.

— ''He vivido de una forma que no te agrada... que me ha alejado de ti. Ya no quiero vivir enredado en mentiras, odios; decepciones y en inmoralidad."

Llevó su mano izquierda hacia su cabeza, sujetándola con fuerza. A lo lejos, entre la nebulosa visión de su dolor, miró la gorra que Marco le había prestado esa mañana, arrumbada sobre el lodo. Haló sus cabellos, mordió su labio inferior, y con su otra mano, no hizo más que golpearse reiteradas la cabeza intentando ignorar la extraña sensación bajo su piel.

—''Quiero...quiero... vivir para ti, Señor... Por esta...por esta razón...— ahogó un quejido de dolor— por esa razón, te pido perdón...''

Su voz era un hilo volcado por el viento. Difusa, trémula, pronunciaba aquella oración que alguna vez, en una ocasión que no recordaba del todo, Mar le enseñó.

Tragó saliva, intentando recordar la continuación de la plegaria mientras las lágrimas le escocían los ojos; esos que cerró para perder por un momento la vista del suelo e ignorar su malestar. Olvidar aunque solo fuese por unos segundos, la mancha pestilente sobre sus manos.

Deseaba desaparecer, ante la obviedad de su pequeñez, entre la grandeza de la naturaleza. Estaba perdido como nunca antes entre las tinieblas...luchando por resucitar su fe y buscar el perdón divino mientras el cuerpo bajo sus muslos se retorcía sobre un charco de sangre que la tierra absorbía vehemente.

¡Mira! ¡Que se le iba la vida y la muerte lo empalidecía! En una parte de su cabeza, se decía a si mismo que había obrado bien.

«El estará bien ahora...seguro que estará bien» le susurraba su propia locura.

Pero la otra mitad, esa donde su sanidad se ocultaba aterrada, no hacía más que, entre desgarradores gritos, llamarlo: « ¡MONSTRUO!»

Sus manos desnudas, tímidas, se mostraban confusas aun ante aquel aborrecible acto que las vistió de cálido carmín: — ¿Por qué?— fue la pregunta que en su desesperación creyó escuchar de esos labios desconocidos que gracias a él, no volverían a pronunciar palabra.

'' ¿Por qué?''

'' ¿Por qué?''

Jonathan tenía la respuesta para ello. Pero su cordura no dejaba de gritar. ¡No le permitía escuchar el motivo! ¿Lo había asesinado por odio? ¡Imposible! No, no conocía a ese sujeto y ya no sentía odiar a nadie en particular...

¿Aburrimiento? Poco probable. ¿Autodefensa? El hombre ni siquiera se había percatado de su presencia hasta que la roca impactó contra su cráneo... ''No, no'' Estaba seguro...había un motivo mayor. Un motivo por el cual todos sus pecados podían ser perdonados. Una excusa valida. Una causa...

« ¡ARREPIÉNTETE!» No paraba de decirle su ya escaso sentido común« ¡PIDE POR TU ALMA SI ES QUE ESE CUERPO TUYO AUN TIENE SOMBRA QUE SOPORTE IR A TU LADO!»

Golpeó su cabeza un par de veces más, intentando callar a la razón cuando de repente, el piso comenzó a crujir frente a él. Bajó la cabeza automáticamente ante semejante sonido, sintiendo su cuerpo temblar como nunca antes lo había hecho.

No. No...

...Su memoria fallaba.

Ya había temblado de esa forma.

Estaba seguro de ello.


Sucedió días después del funeral de Emilio. Cuando las alucinaciones (esas que debían desaparecer minutos después de ingerir el medicamento) en lugar de simplemente disiparse como siempre, comenzaron a volverse más vividas y con ello, más horrendas que días anteriores.

Los espasmos le acometieron una vez se le retiró el medicamento y con ello, en la oscuridad de su habitación, despertaba empapado en sudor, paralizado por el miedo. Señalando el pie de su cama donde al inicio, afirmaba ver una sombra brotar del filo hasta el techo, estrangulándolo con su simple presencia.

Con visiones de todo tipo, vivió dos tortuosas semanas de fiebre e insomnio en las que nada lograba curarlo de su malestar. Desquiciado por la falta de sueño, la gente a su alrededor no sabía decir si sus gritos eran los efectos de su propia locura o si era causa del insomnio.

— ¿Hay algo en mi cabeza?— preguntaba el pequeño Jonathan al doctor de la familia con ojos lacrimosos, interpretando al final, el largo silencio que le era entregado como respuesta.

Fue hasta la segunda semana que ya estaba por llegar a su fin, que, una mañana cualquiera...sin previo aviso, se topó con el rostro querido de Emilio.

Sentado en la cama, junto a él. Tan brillante, hermoso, pulcro y amable como lo recordaba en sus mejores tiempos. Le sonreía mientras posaba su mano sobre su frente hirviendo a la vez que sus labios se movían con suavidad, susurrando palabras inteligibles para el menor.

¡¿Cómo podía olvidarlo?! ¡Era absurdo que semejante recuerdo pudiese quedar en el abandono! La paz que sintió en ese entonces, trajo consigo la cura a su ferviente malestar horas después. Pero... ¿que era un grano de luz entre un vasto mar de oscuridad? Nada. Solo una vana esperanza que intentaría pavimentar un desquebrajado camino.

Ahora, en sus condiciones actuales, ante el silencio de aquel espectro, no le quedaba más que dudar con cierta diversión sobre su pasado y presente...o es que acaso ¿en esas tormentosas noches, no había temblado tanto como lo hacía ahora? Jonathan bufó, mientras miraba sus rodillas clavadas al suelo, rodeando un cuerpo sin vida y atisbando sus propias heridas enlodadas bajo una pálida luz de luna.

«Por favor...di que con esto es suficiente» suplicaba ante aquella silueta callada y quieta. «Por favor, dime que es todo. Que esto es lo último...» Mientras tanto, la silueta esperaba en cuclillas frente a la presa de John. Jugueteando con su labio inferior y empujándolo con su dedo pulgar:

Entiendo que tu amor por mí es tan grande...— comenzó a decir la pétrea imagen, sobresaltando al joven —. Es la continuación de la oración: ''Entiendo que tu amor por mí es tan grande...que diste a tu único hijo Jesús, para que muriera en una Cruz por mis pecados...'' podría dictártela si quieres. Pero de nada servirá. — diciendo esto, señaló la cabeza del cadáver. — ¿Ya terminaste de jugar?— le preguntó. — Por lo que veo te has alejado demasiado. Es decir, aquí no lograrás nada puesto que él no está contigo.

—Eran doce.... — comentó John, armándose de valor.

—...Si, pero eran solo los que yo te pidiera... Te lo dije desde el inicio. No creas que por haber aceptado tu capricho enterregado, iba aceptar a cualquier otro sujeto... este de aquí, no me sirve.

Jonathan negó con la cabeza incrédulo, levantándose a duras penas e intentando mantener la compostura.

— Oye...—Su voz se quebró— sabes que puedo darte a quien quieras. ¡Es más, si quieres aumentamos el número! Apuesto que debe haber alguien más... Lo buscaré. Te lo daré...

—Lo quiero a él. — sentenció y Jonathan en un impulso, rasconeó su espalda con fuerza; ésta ardía, pero el, ignorando el dolor que este acto ya le provocaba debido a sus heridas, sentía perder la cabeza de apoco con esa desafortunada respuesta.

—... él no...tú dijiste que no lo tocarías...— sorbió la nariz, ladeando la cabeza con incomodidad, abrazándose a si mismo.

Lo quiero a él... — Sentenció, sin embargo, con afilada lengua y poca paciencia.

Las estrellas, únicos testigos, miraban horrorizadas desde su posición el carmín que destilaba de aquel pecho vuelto al cielo. Y John, mudo por el terror, solo podía pensar en una respuesta a medida que miraba sus manos manchadas con la sangre de un inocente. 

Sangre que por primera vez, había derramado en vano...





No te lo daré.

Objetó Jonathan poco antes de que comenzara esa desquiciada carrera que llevaba sosteniendo hacia varios minutos de flujo constante.

El aliento le faltaba y sus rodillas sangraban después de la segunda caída que sufrió gracias a su distraída huida. Sus ojos, desacostumbrados a la oscuridad de la noche que de apoco se volvía más densa entre la flora desorbitada de una naturaleza sin ley, no dejaban de buscar aquella figura que lo acechaba, atento a sus zancadas torpes.

Lo sentía junto a él; Respirando sobre su oído, abrazándolo mientras esperaba el momento oportuno para rodear con fríos dedos su cuello y asfixiarlo sin ningún miramiento. Lo había hecho enojar con su desobediencia, obligándolo con su último acto de rebeldía a desbordar su cólera contra él.

Sus manos desnudas, vueltas en un puño, aun mostraban ese feo liquido cuyo aroma y densidad jamás le había parecido tan insoportable junto a su color vibrante que de apoco, iba secándose sobre su estigma.

¿Cuánto tiempo llevaba así?

¿Cuántas horas habían pasado ya desde entonces?

A esas alturas, por más qué corriera, parecía imposible para él alejarse de esa presencia que le aligeraba los pies cuando no le helaba la sangre mientras su único consuelo, descansaba en un rincón de su mente, protegido como el recuerdo más dulce y diáfano de todos.

Esa tarde maravillosa, donde Jonathan había disfrutado de las comodidades que la compañía apropiada podía llegar a brindarle a un ser humano. Si algo le era seguro a esas alturas, era que le sería imposible olvidar semejante día.

Después de todo, los buenos recuerdos estaban allí. Y aun en su huida desesperada, el rostro malicioso que Marco le regaló segundos antes de que lo empapara con la esclarecida agua del rio, se le presentaba vívidamente junto a ese líquido transparente que humedeció su piel con un ligero cosquilleo a la vez que brillaba bajo la luz del sol.
       Con el sentimiento de que tal vez había encontrado su lugar en el mundo, sin dudas y sin temores, se entregó de lleno a tan inocente actividad sin pensar en nada que no fuese su presente y quizás, un resfriado que juntos compartirían en un futuro no muy lejano. Ambos, dichosos, en la privacidad que los árboles les brindaba bajo los rayos de las dos de la tarde y calados hasta los huesos; ambos, disfrutaban como un par de niños despreocupados hasta sentir sus mejillas entumecerse. Ante el cansancio, no tuvieron más opción que sentarse en el suelo bajo un alto y frondoso árbol de deliciosa vivacidad que no dudaron en verter sobre sus húmedas pieles.

Allí, en mitad de la espléndida ''nada'' por algún motivo que ambos desconocían, y a pesar de surcar tiempos fríos, ninguno padeció del helado aliento de la temporada.

El sol brillaba sobre ellos, el viento secaba sus ropas adheridas a sus cuerpos; la copa del árbol junto a su sombra, los recibió a ambos con cariño mientras la voz de Marco, ambrosia divina que acariciaba con sus vapores los sentidos de John, era derramada con soltura y suavidad por aquellos terrenos pacíficos y hermosos.

Escuchando sus palabras con total agrado, John daba entonces un gran mordisco de cuando en cuando a su refrigerio, saboreando aquel panecillo tan simple que le sabía a gloria. Envuelto de pies a cabeza en inmaculada felicidad, era incapaz de contar esas horas que volaron sin saberlo de sus manos.

Ebrios en la comodidad de su compañía, la idea de continuar adentrándose en el yugo de la naturaleza pronto quedó en el olvido. Era absurdo considerar moverse de ese sitio, porque... ¿de qué les servía ir a buscar más allá, cuando sin quererlo, ya habían encontrado su propio oasis allí, donde menos lo esperaban?

Con las espaldas bien apoyadas a la tierra y el pasto aún verde atrayéndolos con su húmedo hechizo, de apoco, sus voces se fueron diluyendo hasta dejar lugar al ligero murmullo de sus respiraciones.

Cada movimiento de sus cuerpos, por sutil que fuera, quedaba al descubierto sin mayor esfuerzo y de esta forma, acostumbrados a su presencia y sin un solo ruido ajeno que alterase los planes de su llegada, el sueño les acometió al cabo de un largo rato de amena conversación; tomando primero a Marco entre sus dulces manos; acunándolo hasta que su conciencia se desvaneció entre los perfumes de la tierra mojada y el murmullo de las hojas.

Jonathan, advirtiéndolo, contuvo un suspiro hasta que el portero se encontró completamente dormido.

Entonces, ni el vasto cielo ante él conseguiría seducir su atención como lo hizo aquel perfil calmo que hizo a sus pupilas agrietadas por largas sequias, florecer; extendiendo así, sus suaves pétalos y enraizándose en su magnífica quietud.

Deslizando con sumo cuidado su vista...descendió hasta surcar aquella tenue sonrisa llena de tranquilidad dibujada en el rostro del durmiente. Allí, Jonathan fue testigo del ligero vaivén que había en aquel pecho vuelto al cielo.

De haberlas contado, Jonathan calcularía dos docenas de ideas que cruzaron por su cabeza en esos escasos minutos de contemplación. Sumergiéndose sin más, dentro de ese mundo llamado ''fantasía'' que, gracias a lo hermosa que resultaba ser su diáfana imposibilidad a los ojos del ser humano, se volvía el sitio favorito de los pobres y afortunados soñadores.

Allí, hundido en tiernas mareas de ensoñacion, repletas de esperanza adornada con la promesa de un mañana brillante; sin aviso previo, como una criatura mitológica de físico espantoso pero magnifica existencia, surgió la más oscura de sus fantasías, mostrándose terriblemente egoísta pero no por ello, carente de sinceridad:

«Si tan solo te hubiera conocido antes...» pensó con un deje de tristeza, incapaz de describir la calma que esa presencia distraída brindaba a sus adentros.

Acercó de apoco su mano temblorosa a la del portero, notando como sus guantes negros resaltaban junto aquella palidez; tal vez fría, tal vez cálida. Deteniéndose a sí mismo en aquella pregunta inaudible, buscó la posibilidad de retirar aquella oscura prenda que lo alejaba de la vida, del calor, de la humanidad...para así, poder sentir su desconocido tacto.

Era demasiado fácil hacerlo, después de todo... «No lo notarias.» se dijo divertido.

Apretando sus labios, dudaba un sinfín de veces administradas en largos segundos de temor y necesidad.

Al final de cuentas, después de pensarlo bien, se vió incapaz de mancillar aquella escena y aquella suave piel con la presencia de su vergonzoso estigma el cual,  resaltaría a su vista, menguando entonces su alegría; gritándole el pasado que día con día lo acechaba, listo para mostrarle que esos vanos sueños, solo eran eso. Simples sueños. Ilusiones que pronto pasarían al olvido.

Alejando todo vestigio de inocente cuan inofensiva intención, simplemente se limitó a acariciar aquel rostro desde la corta lejanía.
Inyectándose cada movimiento: cada aroma, cada caricia de la sombra que ese árbol les ofrecía...ahí, en lo profundo de su alma. Dónde nadie podía despojarlo de su creciente dicha.

Embelesado entre el silencio, se volvió un ovillo junto a Marco hasta que de apoco, fue sintiendo la fatiga que venía de mano del sueño que, con dulces caricias, desplegó sus parpados y lo guío a ese sitio donde habría de hacerle compañía al portero entre letargos.

Ya con los ojos cerrados, el joven no pudo evitar agradecer la falta de aquellos demonios fragmentados en susurros.

Generalmente, podría hacer una cuenta mental de las ocasiones en que escuchó hablar a aquellas voces sin rostro.

Si de ese día tuviese que entregar cuentas, serían relativamente pocas. Siendo la del bosque, la más actual y extraña de todas al pertenecer a una naturaleza indiferente y para nada maliciosa. Porque, aunque viniese adornada por una advertencia...era tranquila, resultándole su tono casi familiar. Si descartaba su sonido, el día había corrido tranquilo; nada destacable por ser aborrecible. Siendo casi como un milagro, Jonathan lo agradeció desde el fondo de su ser

«Tu presencia las calma» pensó tranquilo, mirando en su mente el rostro amado que descansaba a un lado suyo. Escuchó un suspiro y sonrió: Marco debía estar teniendo un buen descanso...


Ese día... bien podría haber sido una ilusión. Una de esas ilusiones palpables, ( tan reales como la carne que habitamos) que la vida nos ofrece para brindarnos un momento de paz.

Una  dulce ilusión que lo incitaba a suplicar qué el tiempo se detuviera en ese momento maravilloso en el cual, Jonathan disfrutaba de las telas más hermosas y delicadas que el ensueño era capaz de bordar; empapadas con dulce aroma de flor antes de que, y sin saberlo, se viera obligado a abrir los ojos ante lo inesperado de la vida; notando, con pavido horror, que dichas prendas eran rasgadas por la cruel e inevitable potestad de la muerte.
La había visto. Con rostro meramente familiar.

Ahí, recostada junto a su ser amado; acariciando sus cabellos mientras en un gesto bien conocido, llevaba su huesudo dedo hacia sus descarnados labios. Surcando el viento y desapareciendo con cruel designio que amenazaba con despojarlo de todo lo que le quedaba...

 Invadido por el pánico, Jonathan se había incorporado con rapidez, huyendo de esa visión que reclamaba un sacrificio que él no estaba dispuesto a entregar. Abandonando así, su amado oasis con una esperanza infantil y repentina que le decía: '

'Solo falta uno. Cualquiera servirá...''

Impulsando su desesperado andar en busca de ese cualquiera, al que horas más tarde, asesinaría sin miramientos ni remordimientos.

«Es por él...esto lo hago por él.» se dijo convencido cuando saltó hacia ese sujeto, o mejor dicho, la presa de un destino artero.

« ¡ARRPIENTETE!» Chillaba su lastimada conciencia.

—¡LO HICE POR AMOR!...respondío él. 










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