5| ¿Quién fue Emilio Ramírez?
Los minutos pasaron y Marco, sentado en el frío suelo que representaba el hogar de Emilio, se encargó de sacar un tema bastante superficial, pero necesario, con tal de crear un ambiente ameno entre ellos.
Nunca fue bueno para socializar. Le costaba sacar algún tema de conversación con personas que no conocía. Y esa ocasión, no era la excepción. Sin embargo, por ley general, cuando dos introvertidos se reunían, uno debía tomar la iniciativa. Y en ese caso, el joven, no parecía ser capaz de hacerlo.
Comenzando por lo básico, Marco se presentó, estrechando la mano enguantada del joven, quien le respondió de buena gana.
—Mi nombre es Jonathan. Un gusto, Marco — dijo, con esclarecida voz.
Mientras charlaban sobre el clima de locos que les estaba tocando vivir esa temporada, Marco, hurgaba dentro de la bolsa que Marta le había dado. Sacando algunas piezas de pan, envueltas en un curioso papel rojo, similar al de las mantecadas.
Y con cuidado, los extendió, uno a uno, frente al joven, colocándolos sobre la misma bolsa, usándola como un plato improvisado.
Le explicó los rellenos que poseían cada uno y el joven optó por tomar uno de nata, analizando el peculiar envoltorio en el proceso.
—Pidió muchos. ¿Le llevará a su familia? —preguntó curioso, desenvolviendo la pieza de pan.
Marco, que le servía chocolate en la taza que venía con el termo, negó con la cabeza.
—No. Vivo solo. Así que podría decirse que son suministros para sobrevivir a las aberraciones que soy capaz de cocinar —bromeó entregándole su bebida mientras le facilitaba varios sobres de azúcar.
El joven los aceptó gustoso y sin pensárselo, vertió más de dos sobres a su chocolate.
Marco, quien ya había bebido un buen sorbo, lo miraba incrédulo, retorciéndose mientras el polvo blanco caía a montones en la taza de Jonathan, quien parecía tener sus papilas gustativas bastante atrofiadas, ya que el chocolate por sí mismo ya era muy dulce.
—¿Usted no le pondrá azúcar? —cuestionó, haciendo que Marco se retorciera con solo pensarlo.
Negó con la cabeza. —No. Pero he de decir que buscas un posible coma diabético con tanto dulce. Eres medio raro — soltó Marco de repente, sin temor a herir susceptibilidades.
— ¿Qué? —Jonathan, más que molestarse, pareció causarle gracia—. ¿Raro porque le pongo azúcar de más? —señaló, divertido mientras iba por el cuarto sobrecito.
Marco se encogió de hombros. —Sí. También. Pero lo digo más que nada porque eres muy educado conmigo. ¡Es como si yo fuera un anciano de setenta y nueve años! ¡Me haces sentir viejo! ¿Qué edad tienes? Por la forma en que me hablas, has de tener, si acaso, ¿unos dieciocho?
Jonathan soltó una risa divertida. —Se equivoca por poco, tengo veinte. Aunque no los aparento, me temo. Ya que me lo dicen siempre. Pero bueno, esos dos años hacen la diferencia. ¿Qué hay de usted Sr. Marco? ¿Tiene la edad que aparenta?
El portero agachó su cabeza castaña, permitiendo que unos bucles de su cabello, se desacomodaran de su lugar.
—Depende ¿Cuántos me calculas?
Jonathan realizó una mueca. Como si le costara mucho llevar a cabo semejante faena. —¿Unos veintiséis? Tal vez.
—Réstale tres años por favor. Y mientras lo haces, iré a llorar, ya que ahora comprendo que me veo más viejo de lo que soy —exageró el portero, usando un tono de voz bastante dramático y melancólico.
Jonathan no pudo evitar reírse. Le divertían mucho los gestos del portero, y a este, le agradaba ver la sonrisa de Jonathan, a quien siempre observaba con una mueca de extrema amargura.
Cuando la risa del momento terminó, dio paso al silencio. Ese que todo humano parecía detestar.
Sin embargo, para ese par, la situación fue extraña y por ello, diferente a como se esperaría vivirla entre dos desconocidos que apenas comienzan a dirigirse la palabra.
Su mutismo, no era en nada del tipo incómodo; siendo entonces, de esos silencios agradables. De aquellos que quisieras que nunca desaparecieran salvo que fuesen sustituidos por dulces palabras que adornaran tan ameno espacio.
Esa extraña comodidad invadió a Marco. Provocando que, en el proceso, mirara con otros ojos aquella tierra santa.
«Curioso. El cementerio sigue estando callado. Pero no es igual de solitario que hace unos minutos. No hablamos tanto como quisiera; y eso provoca que nuestros periodos en silencio sean prolongados. Pero aun así, se siente diferente...»
En lo que llevaba de vida, por mucho que se divirtiera y demás, siempre había un vacío inexplicable dentro de él. Un hueco que le costaba llenar aún entre risas, diversión y compañía.
Tenía gente a la que estimaba con el alma, pero ni siquiera su maravillosa existencia lograba disipar ese malestar acostumbrado en el portero.
Miró a Jonathan dar otro bocado al pan, notando qué a pesar de estar ingiriendo alimento, sus manos seguían vestidas con esos guantes negros.
Era cierto que él también llevaba guantes para sobrevivir a los fríos días que los acompañaban en esa temporada, pero se había despojado de ellos en cuanto comenzó a comer.
Ya fuera por no ensuciarlos, o solo, por la incomodidad que estos le ofrecían a la hora de tomar un objeto, pero siempre, sin falta, se los quitaba de ser necesario, sin importar el frío que hiciera.
Sonrió, debido a la sutil excentricidad de ese sujeto con el cual había decidido compartir su hora libre.
— Esta mañana, usted observaba la tumba de Emilio —comentó de repente el joven, mirando la placa con su nombre grabado.
Marco, tomado por sorpresa, se removió incómodo ante el tema. —Sí, y respecto a eso; me disculpo. Por el tiempo que te hice perder en la entrada. Y por haber estado invadiendo su espacio.
— No tiene que hacerlo — se apresuró Jonathan—. Sonará raro, pero es un alivio saber que lo miraba a él. Y no a la estatua. No sé si esté enterado de ello, pero, la mayoría de la gente cree que esto es solo un monumento, un adorno.
—Sí, algo he escuchado. Bueno, es que los chismes corren con facilidad por aquí...
—Entonces sabrá que, con esa creencia, se toman fotografías sobre él sin el menor respeto. Ignorando que, de ser un poco más observadores, se darían cuenta de que hacían propaganda de una tumba cómo muchas otras.
Marco tragó con dificultad —No puedes culparlos del todo; al final de cuentas, es una estatua bastante llamativa. La mano del escultor es capaz de crear cosas magníficas. ¡Son dignos de admirar!
—¿Eso piensas?
—Sí. —respondió el portero, lacónico.
Marco no pudo evitar percibir el escepticismo en la voz del joven, mezclado con un poco de molestia. No le había agradado del todo su respuesta.
Jonathan meditó sus palabras. —Tiene razón. Son dignos de admirar. Pero, exceptuando su buena técnica y loable capacidad, para mí, este ángel no deja de ser una abominación— su expresión serena, contrastaba con el tono de su voz —. Emilio Ramírez. Ese nombre debería ser respetado. Su vida, sus logros y sus fracasos. Todo eso, es lo que tendría que cautivar a tantos y, sin embargo, su luz es opacada por la oscuridad tan inmensa que emana esta estatua.
Sus palabras se arrastraron con dificultad sobre el viento. El rencor, el dolor, y la herida que existía en ellas, fueron un incentivo para avivar la curiosidad de Marco. La cual, desde un inicio, aumentaba conforme escuchaba hablar de Emilio.
Tragó saliva y sin pensarlo bien, se atrevió a decir. —Oye, Jonathan, ¿Quién fue Emilio Ramírez?
La pregunta brotó casi por sí sola. Y al darse cuenta de ello, sin poder dar marcha atrás, esperaba ver la molestia reflejada en el rostro de aquel joven.
Pero este ni siquiera se inmutó.
—¿Él? Bueno, no fue nadie en especial, si a eso te refieres — la voz de Jonathan pareció dudar un poco —. No era alguien importante para los demás, claro; así como lo es un actor, o un músico reconocido. Emilio era el hijo del dueño de la hacienda Roja. Ya sabe, la que queda a poco más de dos horas y media del centro, subiendo la montaña.
—¿Él era el heredero?
—Si. Por lo menos, esa siempre fue la idea. Años atrás enfermó. Y su condición, bueno, era... delicada — Jonathan guardó silencio un momento, dudando.
Mientras tanto, Marco fue presa de un sabor amargo que intentó disipar con la dulzura del chocolate. Al parecer, con su curiosidad, tocó una fibra sensible. «Lo tomó bien... pero, aun así, no debí preguntar»
—¿Vives lejos de aquí? — Marco cambió de tema.
—No tanto. A unos diez minutos en camión. Caminando, quizás media hora si voy a paso lento. ¿Quién dice que los hizo? —alzó lo poco que quedaba de su pieza de pan, señalándola con la mirada.
—Están buenos, ¿verdad? Los hace Doña Marta. Es una mujer muy amable, además de que cocina realmente bien. Deberías conocerla. La adorarías al instante.
Jonathan ladeó la cabeza, confundido. —¿Qué le hace pensar eso? ¿Conoce el tipo de persona que me agrada?
El portero, incómodo ante esa repentina pregunta titubeó.
—¡Oh, no! ¡Para nada! —respondió alegre. Tratando de disipar sus nervios—. Pero es imposible que una persona amable le resulte desagradable a alguien. Deberías ser un ogro o algún ente maligno para no llegar a querer a semejante ser de luz.
Para Marco, sus palabras fueron un simple e inocente comentario con que llenar cualquier hueco existente en la conversación. Sin embargo, John, no lo había visto de esa manera y ahora, lo colocaba en una situación que quería evitar a toda costa.
—¿Un ser maligno? ¿Algo así como qué? — Jonathan lucia muy interesado. Tanto así, que Marco llegó a preguntarse si el tema al que se adentraba sería de su agrado.
—No lo sé —Marco se encogió de hombros—. ¿El diablo tal vez? —hizo una mueca exagerada de duda, para después señalar la pieza de pan que sus manos sostenían frente a él.
—¿Un demonio? —el joven lo miraba con seriedad.
—O La muerte...
Esa palabra tomó por sorpresa al joven. — ¿La muerte?
—Sí, la misma.
—¿Por qué considera que pertenece a ese linaje? — Los ojos oscuros de Jonathan, lo enfocaban ansiosos por recibir su respuesta.
Su voz no era retadora. No tenía ni una pizca de desagrado ni inconformidad. Parecía bastante interesado por conocer la opinión de Marco quien, sin embargo, dudó un instante.
Era claro que no esperaba ser cuestionado de esa manera, mucho menos en un tema de esa calaña. Y aunque le resultaba raro cuan incómodo, lo pensó, buscando las palabras adecuadas para expresarse.
—Te arrebata a tus seres queridos —comenzó —te somete a una vida solitaria y conformista. Estás acostumbrado a la presencia de alguien y después, en un abrir y cerrar de ojos, esa persona ya no existe más. Pum, se desvanece.
Marco se ruborizó.
No tenía idea de lo que decía, ni por qué tuvo que llegar a los extremos de sus capacidades para rebuscar una respuesta a un tema que consideraba absurdo. Ante el silencio, se encogió de hombros. Deseando no haber sonado como un imbécil.
La alarma de su celular lo asustó, anunciando que su descanso terminó y que debía volver a su sitio de trabajo.
—Bueno, no sé qué pienses al respecto —rio, aliviado — Pero me gustaría conocer tu opinión un día de estos —terminó por decir, mientras se levantaba del suelo, sacudiendo las palmas de sus manos para despojarlas de las diminutas morusas de pan.
—¿Perdón? — Jonathan lo observó, incrédulo. Levantando la mirada hacia su interlocutor.
—Bueno, ha sido muy raro hablar contigo de este tipo de temas. Pero disfruté mucho hacerlo. Así que, si me lo permites, me encantaría volver a repetir el momento. Sin contar que, con temas semejantes, se necesita de tiempo y meditación. No prometo mucho, ya que estoy oxidado en este tipo de conversaciones, pero... ¿Te parece si comemos juntos mañana?
Su propia pregunta le cayó igual que un balde de agua. Esa nueva actitud le era bastante peculiar. Pero estando junto a Jonathan, parecía aflorar con naturalidad. Además, en verdad había disfrutado su compañía, y ambos, trataban de acoplarse al otro, como podían.
—Si gustas, puedo pedirle a Marta que nos traiga algo para comer. Lo que quieras. Solo elige. Ella lo hará con gusto y, ya que le hago propaganda, a un precio justo. Espero.
Aquellos ojos lo observaron con detenimiento. Y en su semblante, la inocencia brotaba mezclada en notas de esperanza.
—Bien, podría tomar tu silencio como un ''si'' — extendió su mano hacia Jonathan—. Aunque preferiría escucharlo de ti ¿Qué dices, John? ¿Comemos juntos mañana?
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