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46| Excursión.



Su pie resbaló y por un segundo la amenazante presencia de la caída que esperaba a sus espaldas le erizó la piel, provocando que su corazón palpitara con gran ímpetu. Sus manos, sus piernas, sus dedos y sus emociones hacían de él un ser débil cuya naturaleza le dictaba temerle profundamente a la idea de una muerte dolorosa que a pesar de su eterno acecho, daba un paso hacia atrás, quedando disipada por la ágil mano del portero que se extendió hacia su muñeca, rodeándola con fuerza; halando así al temeroso muchacho que presenció por un instante, su imagen rota entre las rocas de una caída letal. —No pierdas la concentración. —    dijo Marco con una sonrisa en el rostro, producto del susto, la adrenalina y el esfuerzo que le suponía alzarlo hasta su lado. Con las rodillas raspadas, el rostro coloreado por una palpitante y repentina ráfaga de calor; y la cabeza lo suficientemente empapada bajo la gorra, Jonathan se apoyó en sus rodillas una vez se vio a salvo y a dos pasos lejos de la desgracia.

La vista que ambos vieron, entre risas nerviosas que se otorgaron el uno al otro, en las alturas que les proporcionaba esa ladera lejana del punto donde iniciaron, arrebataron un suspiro en el agitado joven cuya única pregunta era '' ¿Qué estoy haciendo aquí? ''

En mitad de aquel mar de árboles donde era fácil perderse y sin embargo, muy difícil encontrar a otro ser humano a kilómetros a la redonda, Jonathan se cuestionaba en silencio. Consiguiendo a duras penas que sus piernas dieran un paso más que le advertía ser el último.

Marco, el culpable de las piernas acalambradas del joven, fue el primero en dejarse caer al suelo ante ese escenario de calma naturaleza. Con sus pies colgando en las considerables alturas, tomó de su botella un gran sorbo de agua que luego entregó al joven quien bebió ávidamente una vio el líquido celestial por el que su garganta aclamaba. —    No, espera, no bebas mucho de un jalón. Te dará más sed si lo haces. —     aconsejó Marco, mirando con discreción a su elegante amigo de pies a cabeza completamente despojado de sus galas y envuelto en simples harapos viejos que el mismo portero tuvo que prestarle. Llevando unos pantalones marrones que mostraban sus pantorrillas pálidas por primera vez al mundo; Una camiseta de cuadros roja, arrugada y ya transpirada con una gorra azul igualmente prestada por el portero, Jonathan se miraba completamente diferente a como solía vérsele, consiguiendo con ello, parecer otro ante los ojos de cualquiera que lo conociera a simple vista. Ese aspecto cansado y desprevenido, casual y totalmente descuidado,  convertían a Jonathan en un sujeto que rozaba lo común.

«Pero él no es común» concluyó Marco.

Al final del día, él seguiría siendo el mismo. Él y ese halo con que parecía haber sido sentenciado a vivir hasta que su último aliento se despidiera de su cuerpo. Jonathan nunca cambiaría; aun despojado de sus sobrias prendas, su porte, su pasado... aun riendo, entre bromas al aire soltadas que dibujarían en su rostro una mueca diferente a cualquier otra por su peculiar amargura empapada de alegría. Cargando cual cruz en su lomo, ese aire; ese que lo envolvía con insistencia alejando a los cobardes,  ese que no desaparecería aun si Jonathan se viese obligado a cambiar su carácter por el de un ser completamente diferente. ¡Qué tontería! Aun cambiando su historia, mudando de vida, de rostros y lugares, familiares y rumbos...la esencia de John permanecería intacta. Reconocible aun entre las multitudes llenas de rostros desconocidos y perfiles cabizbajos. Marco sonrió. De repente había considerado la posibilidad de encontrarlo fácilmente entre cientos de mares repletos de gente con rumbos caóticos e inciertos: Sintiéndose así, el único capaz de reconocer en su andar lento, a su joven acompañante de vientos misteriosos y querida presencia.

— ¿A dónde vamos?—     Preguntó John por su parte, mirando el paisaje y secando con el dorso de su mano las gotas de agua que lograron escapársele de los labios. —    Bueno, aunque no es como si hubiera a donde ir...       —    bufó—    pero por lo general, suele tenerse un destino incluso estando en medio de la nada.

Con absurda dificultad, Marco apartó la vista de su perfil. —    Iremos hacia allá. —    señaló hacia su derecha, donde un camino estrecho bajaba peligrosamente hacía la espesura de los árboles que no permitían ver mas allá. —    Debemos llegar al río. Allí descansaremos.

Con una mueca de desagrado y resignación, Jonathan aceptó su destino a regañadientes. «Cuando dijo ''vayamos a cualquier lugar'' nunca se me ocurrió que sería tan literal.» Recapacitó, acostándose sobre el pasto rodeado por salvaje flora, aprovechando el momentáneo descanso por el que tanto suplicó horas atrás. Hubo un par de minutos en silencio, en los que Marco cavilaba perdido entre el horizonte de aquella vista, dejando que Jonathan trepara hasta los cerros del cielo azul y sintiera el aire volver a sus pulmones de manera gradual. Allá, en medio de la nada boscosa, Marco se sentía bien. Lejos del bullicio de la civilización, la pureza que había en el sonido de la naturaleza arrullaba en sus ojos a los granos de sal que conformaban la desesperación y cualquier sentimiento opresor; logrando que con su voz, la misma muerte, fuese otro pequeño grano que se fundía entre la inmensidad de la vida misma. El viento chocaba contra su rostro. Y él seguía respirando. Cansado. Adolorido. Con tres amenazas de muerte superadas entre los sinuosos suelos de aquellas hectáreas repletas de caminos desconocidos... pero, estaba vivo. Y esa vida que hacia andar sus piernas junto al acogedor sonido de su corazón, era la que le permitía existir en ese presente de calma y grata compañía. «Es todo lo que necesito. Vida para lamer cualquier herida.» se dijo. Miró a John, recostado sobre el pasto, descendiendo así por lo pliegues de sus parpados, resbalando por las fibras de sus pestañas; percibiendo el subir y bajar de su pecho y los leves movimientos de sus labios cerrados. «Pobre...debe estar muerto de cansancio.»

Extendió su mano, en pos de tocarlo. —    ¡Hey, flojo!... no es momento de echarse una siesta.—   Lo amonestó de repente el portero, sobresaltando al joven—    Debemos llegar al rio antes de las tres.

— ¿A fuerzas tenemos que llegar al rio?—   clamó —     ¡Siento que he caminado kilómetros y kilómetros...lo suficiente para llegar a otro estado!

—Sí, tenemos que llegar. Allí dormirás si es que quieres hacerlo. —    y finalmente dio un ligero golpe al estómago de Jonathan, levantándose por último. —    falta poco.

Falta poco desde hace hora y media. —     se quejó el cansado joven, incorporándose con pesar y solicitando apoyo para levantarse. —    Sigo preguntándome porque acepté venir contigo...

—Porque me adoras y no podías dejarme hacer esto solo.

Esa mañana Marco lo había despertado con un brillo singular en los ojos; Cómo si la más maravillosa idea hubiese sobrevenido a su mente en esas escasas horas de sueño. La noche anterior habían estado caminando por los alrededores hasta pasadas las dos de la madrugada, volvieron a casa del portero al ser la más cercana y allí, ambos cayeron presa del sueño entre los cojines de la pequeña e incómoda sala. —     ¡Jonathan! ¡Jonathan!—    lo había llamado, removiéndolo con suavidad al inicio, para después, al no obtener respuesta, zangolotearlo con brusquedad obteniendo al fin quejido adormilado. —     ¡Necesitamos ir a tu casa!—anunció, vestido en ropas de excursión y con dos mochilas situadas en el otro sillón, una de ellas rechoncha y la otra a medio llenar.

Pasadas las siete llegaron al hogar del joven y lo saquearon con prendas apropiadas para ir a revolcarse en los brazos de la madre naturaleza, consiguiendo solo tenis y una vieja camiseta roja a cuadros que John jamás había usado. El pantalón y la gorra fueron cortesía de Marco, quien estaba listo para abandonar la ciudad en cuanto todo estuviera en su sitio.

De esta manera, Jonathan, incapaz de dar un ''No'' como respuesta, se dejó arrastrar por esos ojos repletos de brillante emoción; agradeciendo en parte, que el motivo de su cansancio fuese la presencia del portero y no el ruido en su cabeza. La falta de nubes grisáceas compensaba el frío de esa mañana, mientras la compañía de Marco, compensaba los días que pasó en eterna espera. Fue un recorrido de embelesada obediencia por parte de John y solo hasta que llegaron al sitio en cuestión, se atrevió a cuestionar a la causa de su entorpecimiento, cuando vio las enormes hectáreas que tendría que recorrer gracias a Marco y a esa idea matinal. —Ya merito, no desesperes. —anunció éste al cabo de un rato.

—¿Cómo sabes que no estamos perdidos? ¿Ya habías estado aquí?— preguntó, intentando no resbalar por el lodo formado en el declive por el que tenían que continuar.

— Tu tranquilo. Vine aquí hace años, en una excursión de la prepa.... No es por presumir, pero, soy tan bueno en esto, que me perdí ese día por seis horas.

— ¡Que alentador!

—¿Verdad?... ¡Ese día fue bastante extremo! Antes que nada, debes saber que yo asistí a la prepa abierta, por lo que la mayoría de mis compañeros eran ya mayores de los veinticinco y algunos llegaban hasta los sesenta años. Resulta que yo, al ser un muchachito de dieciséis, me desespere un montón al ver que el grupo no avanzaba. Hubieras visto, ¡Tardamos años en llegar aquí! — Marco sonreía al narrar sobre aquel día. Guardó silencio un momento, deteniendo el paso y mirando alrededor. Una vez se ubicó, continuó caminando y narrando. — Era clase de Biología. Y estábamos en verano, por lo que las lluvias comenzaban a ser frecuentes. Hicimos votaciones sobre a donde ir, y ganó el bosque. Desde el inicio fue mala idea traerlos. El profesor no era el más brillante...

 —¿Entonces a dónde los habrías llevado tú, señor brillante?— lo cuestionó con burla.

—Por mucho, a un parque. Querían naturaleza... el parque es buena opción. Ya que, si se ponían rejegos, traerlos aquí, pero solo a la entrada, en terreno llano...no había porque querer llevarlos hacia las cascadas. Además, la ruta por la que nos llevaron estaba peor que esta.

—Bueno, me siento un viejo mal cuidado de setenta años ya que yo hubiera preferido un parque. —Comentó John—dices que te perdiste ese día... ¿Por qué?

—Me desesperó la ''lentitud'' de mi grupo. Así que, me salí de la bola y fui a buscar las cascadas por mi cuenta. Me arrepentí a la media hora. ¡Recorrí una gran parte buscando la manera de salir de aquí!

 —¿Estabas asustado?

— ¿Cuándo me di cuenta de que estaba perdido? ¡Claro! ¡Con la cola entre las patas! Casi lloraba.

Jonathan río— ¿A qué hora te encontraron?

—Yo me encontré. —rectificó, deteniendo su paso para volver a mirar alrededor. Una vez hubo recordado el camino, continuó, haciéndole una seña a John para que lo siguiera. —Después de vagar un buen rato, encontré una casona.

 —¿Una cabaña?

—No. Una casa. Estaba abandonada y feamente descuidada... me hubiese quedado a inspeccionarla de no ser porque, en lo que parecía ser el frente, tenía un camino que creí me llevaría de vuelta a la civilización. Para mi suerte, así fue... Ese día me lleve el susto de mi vida. Fue un día tan pésimo que resultó ser excelente.

Detuvo su paso por tercera vez. El sonido del agua correr se percibía ya entonces, pero dar con el sitio resultaba ser más difícil de lo que parecía. Repentinamente, sin aviso alguno, Marco emprendió carrera, haciendo a su mochila sonar por su peso y contenido a medida que saltaba las ramas y descendía por los desniveles con torpe rapidez. Jonathan intentó seguirle el pasó, sin embargo falló al momento, logrando perder de vista a su guía y quedándole como último recurso llamarlo a voces. Pero, por más que giró sobre su propio eje, intentando dar con el paradero del portero, no consiguió encontrarlo. El mundo sonaba con sus diversos cánticos, esos en los que el hombre no participaba salvo en agitado aliento y se encontró a si mismo solo entre las manos de la naturaleza.

Consiguió apaciguar su respiración después de varios intentos que elevaron su nerviosismo. Y una vez sintió que su voz conseguía firmeza, gritó: - ¡Hey, Marco!- Esperó una respuesta de entre los árboles. — ¡Marco! — caminó de un lado a otro, no sabiendo si volvía al mismo sitio, se alejaba o acercaba más. —Demonios... ¿Qué le dio por correr así?—despojó su cabeza de la gorra, pasó su mano por sobre sus mojados cabellos y colocándosela de nuevo, caminó hacia un lado, y después hacia el otro. « ¿Debo esperarlo aquí?» se preguntó. «Suena tonto, ya que no soy un niño perdido»

Pasaron diez minutos, cuando la tierra crujió a sus espaldas y la emoción se volvió decepción al segundo en que vio que fue una ardilla la que provoco semejante ruido. Su mochila estaba en el suelo, y el, sentado en ella. Mató el tiempo jugando con las hojas caídas y sucias a sus pies, haciéndolas crujir y encontrando en ello, un placer desconocido. Tomó aire para convertirlo en un suspiro que mudó al momento en que escuchó algo que no pertenecía al bosque que lo rodeaba:—  No lo sigas...—  Un susurro de una débil voz, opaca. Que en su tono parecía suplicar antes que ordenar. —...vuelve...—  Jonathan frunció el ceño, poniéndose de pie y alzando la vista, confundido, hacía la copa de los árboles. Su corazón palpitaba con rapidez de repente, al encontrar cierta familiaridad en el tono dulce de esa posible jugarreta por parte del viento. Guardó silencio, pausando incluso su respiración para no perderse cualquier posible palabra que viniese a él. Sintiendo una presencia que no le pertenecía ni a él ni a Marco y que, sin embargo, lo acogía con extraño furor. De pronto, la voz de los árboles se extinguió, llevándose consigo, el sonido de la fauna. Todo el mundo se detuvo dentro de aquel campo magnético lleno de tan extraña afabilidad.

No cruces ...vuelvan...

*****



— ¿Y que si no?—le preguntó, retándolo claramente.

— ¡Me suicido!—exclamó, llevándose ambas manos al cuello en pos de ahorcarse. Él río ante el gesto.

— ¿Eres idiota? ¡Es mucho más posible que yo me vuelva presidente de los estados unidos a que tú te quites la vida!—Esa lejana tarde de Abril ambos comían helado fuera de la panadería de su padre. Él devoraba una paleta de piña y su amigo, una de chocolate. Sentados en la banqueta, ambos desconocían, como todo niño de vida sencilla en cuestión, lo que el futuro les tendría deparado. Es más ¿siquiera existía algo cómo el futuro para ellos en ese entonces? Comiendo sus helados, ambos miraban pasar los autos; Él contaba los azules, Martin, los rojos.

—Ariel...Yo sí creo que seas capaz de convertirte en presidente. — dijo el pequeño Martin, apuntando un bocho rojo que pasó y giró en la esquina.­ —Ocho— contó.

—Lo dudo. No me gusta hablar en público.

—¡Bah! La gente cambia. ¿No? A lo mejor te gusta hacerlo dentro de unos tres años.

—Seré panadero. Como mi padre. Ya sabes.  —dijo, lleno de resolución. Le agradaba la panadería. Era un sitio ameno, cálido, en tiempos de frio e insoportable en verano; sin embargo, el aroma a pan recién horneado alejaba cualquier desazón.

—...lastima. Serias buen presidente. —dio una mordida a su paleta, tan grande, que el bocado fragmentó el pedazo de hielo y casi se le caía al suelo, viéndose obligado a tragarlo de una sola para no desperdiciar nada. Y al cabo de poco tiempo exclamó:  —¡Mi cerebro se ha congelado!— causándole gracia al pequeño Ariel, que disfrutaba ver a su amigo sufrir por los efectos del frío.

— ¡Eres un bobo!— había dicho entonces.

Esa tarde, ambos reían y sin saberlo, la vida los observaba con paciente gesto: sosteniendo entre sus dedos ese pedazo de fatalidad que les tenía reservado a cada uno en diferente medida y tiempo. Años después, pocos en realidad, la vida abandonó su puesto con pesar y caminó a puerta de Martin. Brindó de buena gana a él y a la familia, una mañana y una tarde resplandeciente. Divertida. Digna de recordar; sin enojos ni regaños, solo dicha que rememorar...cuando el sol cayó, vertiendo un poco de arena al pie de su casa, mostró a los ojos de ambos hermanos las sombras encarnecidas de esa otra mitad que la conforma, esa que todos, al final, terminan presenciando...oscura, dolorosa, turbia e infinita. Desapareció entre el miedo y el espanto que despertó en los corazones de ambos, y para la segunda vez que la vida apareció, habiendo dado ya señales obvias para ella, inesperadas para el ser humano, volvió enganchada al brazo de la muerte, su fiel amante, su mitad demorada. La muerte se instaló a la cabeza del amado integrante de la familia, dónde esperó paciente. Entonces, a la semana de su estancia, un hermano e hijo faltó a la mesa, a los paseos y a sus días. No fabricaría más recuerdos su presencia; su ausencia sería peso y su risa, pausada al olvido. Con dicha perdida, tan inevitablemente, Martin se ensombreció. Perdió parte de su color. Se marchitó y alejó de todos por más tiempo del que debía. La amistad entre él y Ariel quedó congelada en tiempos más apropiados. Sus caminos se separaron y desde entonces, no supo nada más de él hasta que, el padre de su amigo, representó una nueva tragedia en sus agendas; falleció a los tres años de la muerte de Paolo, se veló su cuerpo y se enterró junto al cuerpo de su hijo.

Él Ariel del hoy, sonrío desde su sitio, con un genuino pesar que buscaba transformarse en alegría indebida. Era su hora de descanso en la panadería. Su comida se enfriaba frente suyo y él, no hacía más que recordar.  —¿De qué te ríes? — preguntó su esposa, admirada al verlo sonreír después de una semana de caras largas. El sacudió la cabeza.

—Pensaba... — respondió de buena gana. Con la mirada perdida y brillante de repente.— ¿Sabes que Martin, alguna vez dijo que yo podría llegar a ser presidente?

Ella frunció el ceño, haciendo una mueca socarrona — ¿En serio?

—¡En serio!...decíamos muchas tonterías cuando teníamos catorce.— guardó silencio, tomó el tenedor que esperaba en su plato, lo hizo girar, observando como la pasta se abrazaba a él semejante a una serpiente que envolvía a su presa. Al verlo tan ensimismado, ella lo miró con afecto y sin decir nada, se alejó.

«Dijo que la gente cambiaba. Y que quizás, yo podría hablar en público sin problema alguno en el futuro. Tuvo razón en eso. Ahora hablo con tanta gente a la vez, que de lo tímido que era, no queda nada.» pensó, atascado en ese Abril «Creía en eso. Creía que yo sería capaz de cualquier cosa que me propusiera...inclusive en algo tan tonto como ser presidente de un país que ni siquiera habla mi idioma...pero...yo nunca creí eso de él...¿Fui a caso un pésimo amigo por eso? ¿Por creerlo incapaz, incluso en el peor de los momentos, de quitarse la vida? de haberlo creído, ¿algo habría cambiado?... Siempre pensé que él algún día volvería. Cruzaría esa puerta cómo si nada, como si el tiempo no hubiera pasado, no sentaríamos juntos, beberíamos lo que antes por nuestra edad no podíamos, y reiríamos como los dos viejos amigos que eramos»

Con la vista perdida en su pasta a medio camino entre el plato y su boca, Ariel sacudió la cabeza. Miró la calle; apuntando específicamente a la banqueta donde todas las tardes, él y su difunto amigo, se sentaban a comer las chucherías que compraban. Sacó de su bolsillo el celular, buscó entre su lista al recién agregado número al que marcaba cada que se desocupaba, y leyó los dígitos. «Saber de la muerte de un amigo al que no ves por mucho tiempo, arrebata a la vida algo importante. Hasta hace unos días, miraba esta calle con alegría. Recordando a mi amigo de infancia. Y ahora, no siento más que nostalgia y profunda tristeza...no sé nada de él. Nada sobre lo que hizo todos estos años en que no lo vi...si le llamo a este sujeto, si se digna a contestar, ¿Qué será lo primero que le preguntaré? ¿En verdad quiero saber cuál era la condición de mi amigo? ¿Quiero indagar sobre sus últimos días y sobre aquello qué lo motivo a arrebatarse la vida?.. ¿tan siquiera habrá alguien en este maldito mundo que pueda saberlo?»

Eran las cuatro recién, con el sol que hacia unas semanas era el de las cinco debido al cambio de horario. ­—No es buen momento—dijo en voz baja. Guardó el celular en su bolsillo y se dispuso a comer finalmente. ­—Ya veré que hacer y qué decir una vez me conteste el maldito teléfono. —Tomó su mandil y su gorro una vez terminó de comer y se dispuso a trabajar. Su siguiente descanso no llegó hasta la segunda tanda de pan que le tocó sacar del horno. Solo entonces, al mirar el reloj y convenir apropiado llamar, se apartó en la intimidad del baño y marcó.

«No contestará. Son las seis. Y Aunque no es hora para ignorar el celular, él lo hará...no atenderá...» pensó convencido, llamando solo para calmar sus nervios suscitados una vez se encontraba desocupado.

El tono sonó una, dos veces, tres...y entonces, su aliento se atascó; al otro lado, la voz de Marco, desconocida para él, habló. Casi desesperado, absurdamente agitado y asustado, pedía ayuda a quien fuera que estuviera al otro lado del teléfono. 

Eran las seis con nueve cuando el sol de las siete comenzaba a desaparecer...

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