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44| A cualquier lugar...


Eran las nueve con quince minutos cuando uno se los meseros gritó a todo pulmón- '' ¡Ya empezó el partido!'' Palabras que consiguieron que en menos de un minuto, la pantalla de plasma que colgaba de la pared de ladrillo fuese encendida y sintonizada en dicho partido. Con este llamado, el grupo de hombres que sumaban una módica cantidad de doce personas, se multiplicó al instante, teniendo con ellos a pocas féminas aficionadas a dicho juego. Pronto, la pizzería se vio habitada por un montón de seguidores, cada cual portando la camiseta de su respectivo equipo, de pie frente a la televisión, con cartones de cerveza, cigarros a la mano y vituperios listos para vociferar en caso de ir perdiendo o ir ganando. Ante este entusiasmo, Marco creyó ver al cocinero asomarse desde la cocina para ver el inicio de aquel partido. - ¡Cierra la puerta hijo!- gritó el hombre, llamando al que estaba más cerca de la entrada; este, muchachito de apenas quince años a lo sumo, hizo caso y volteando el pequeño letrero hacia el frente, donde decía: ''cerrado por partido'' un anuncio que decía claramente que durante las próximas dos horas, nadie, a no ser que quisieran ver el partido, podía entrar a comer nada hasta el final. - ¡Sale una familiar combinada!- anunció el hombre a los pocos minutos, ansioso y aliviado de haber terminado la última orden, deshaciéndose del delantal y abandonando la pequeña área de su trabajo. Al tiempo, uno de los meseros dejó la enorme pizza frente a los dos comensales que restaban, casi distraído, y con pocas palabras, les dio la libertad de ir hasta la cocina y servirse del refresco que más le placiera.

-Hacen que me sienta como un bicho raro- susurró Marco, tomando una rebanada de pizza y notando que faltaba el acompañamiento de su esperada cena. - ¡No me digas! ¡Mira que ni cátsup nos trajeron...!

-Antes di que nos trajeron la pizza. - comentó John, mirando la puerta, a espaldas de Marco; habían entrado otras cuatro personas: dos muchachas, un niño y un joven que parecía ser novio de alguna de ellas. Con las caras pintadas con los colores de sus respectivos equipos y los semblantes alegres y ansiosos. Marco por su parte, alzó la cabeza imitando a un suricato, intentando ver por la enorme ventana que daba a la cocina. Vislumbrando al poco tiempo, un recipiente transparente con líquido rojo - ¿Qué quieres tomar? ¿Refresco o agua?- preguntó.

-Si hay, agua...- contestó John, intrigado por ver a tanta gente llegar una tras otra. -vayamos por...- la palabra le quedo en la punta de la lengua; Marco ya se había levantado y estaba dentro de la cocina, despachándose así mismo mientras que los empleados y clientes miraban embobados, vociferando sus ánimos, el tan esperado juego. Tomando una de las charolas de los meseros, Marco llevó consigo una salsa de chile de árbol en aceite, que sirvió en un pequeño molcajete de plástico; el agua de John, cátsup, un refresco y otro vaso de vidrio, para al final, llamado por una salsa en botella transparente, vacilar entre llevarla o no.

Con una sola mano sosteniendo la charola, el pecho fuera y la figura bien erguida, el portero que ahora hacia de mesero se acercó finalmente, llevando su mano libre hacia su espalda mientras, inclinándose, anunciaba con fingida y pomposa voz: -Muy buena noche, Joven, le traje su bebida. Lamento de antemano las molestias que mis congéneres le puedan ocasionar.

-Gracias señor, me alegra ver que hay quienes gustan de hacer su trabajo... - Dijo John, haciendo espacio en la mesa de madera. - eres bueno en esto... ¡Y yo que pensé que lo tirarías todo!

- ¿Tan poca fe me tienes? ¡Hablas con un profesional, muchacho grosero!- se defendió el portero tomando asiento. - aunque no lo aparente por mis finos rasgos y elegante porte, trabajé durante tres años como mesero. Incluso trabaje con el antiguo dueño de este lugar.

- ¡Oh! ¡Lo lamento! ¡No ha sido mi intención agraviarte con mi comentario tan poco cortes!- se disculpó con sarcasmo. - ¿y esto también sucedía con el anterior dueño?

- ¿Qué? ¿Cerrar por el partido? Para nada. ¡Ni en navidad cerraba el negrero ese! Creo que por eso termine cambiando de trabajo.

-Y elegiste el de portero...

-No, después de eso fui a trabaje en el lugar más horrible del mundo como barman. Allí mismo me descendieron y me convertí en nada más y nada menos que en el ¡limpiador oficial de baños!- Marco extendió ambas manos para enfatizar esto último. -Nunca había visto tanto vomito acumulado en un baño. ¡Era desagradable!

- ¡Estoy comiendo, por favor!- río John, asqueado. -Basta, no quiero saber más de baños, o vómitos...mejor dime, ¿A quién le vas?- dijo refiriéndose al partido.

Marco alzó los ojos. -Supongo que al que gane...siendo sincero, no veo mucho futbol. Así que me trae sin cuidado. ¡Con decirte que ni sabía que lo pasaban entre semana! ¡Prefiero el básquet! ese no me marea tanto. ¿Qué hay de ti? No te veo muy emocionado por el partido.

-No soy mucho de practicar o ver deportes. No es que no me gusten, es solo que no me he dado el tiempo.

Marco asintió, haciendo una mueca mientras miraba al tumulto de sujetos frente al televisor-Rayos. De haber sabido que había partido, te habría invitado a otro sitio... - dijo Marco entre la oleada de gritos que acometió a sus oídos. - Es buen lugar. Te tratan bien. La comida esta buena y el ambiente suele ser pasable; a excepción de estos días, que un poco más y tienes que ir a hacer la pizza tú mismo. Ese, mi amigo, es el precio de desconectarse de la sociedad. - y con este último comentario que inocentemente revivía un antiguo presente que hasta hacía dos horas era todo lo que había a su disposición, dio un gran bocado a su pizza, disfrutando su sabor e ignorando que una línea de queso colgaba de su labio. Los gritos que se alternaban entre la alegría o el disgusto reinaban la mayor parte de las veces entre aquellos seres amantes del futbol, ignorando así, a ambos jóvenes que por medio de la charla, se adentraban en un mundo que solo les concernía a ambos.

Corrieron los minutos, cayendo de las manecillas del reloj como grises partículas de ceniza que consumían los cigarros de algún presente, aumentaba los vapores del alcohol y con ello, ese interés que aquel par se tenía mientras se desconectaban de apoco, de todo el mundo. - ¿En serio hiciste eso?- preguntó John divertido, imaginando la tierna escena donde Marco, niño de ocho años, alzaba los brazos durante gran parte del capítulo para brindarle su fuerza al héroe.

- ¡Joder! ¡No te burles!- pidió el portero, contagiado por la risa de su acompañante. - ¡era importante! ¡Casi necesario! ¿Nunca lo viste?-John negó con la cabeza, riendo aun ante la incredulidad del portero- ¡No me digas eso! ¡Es un clásico! ¿No tuviste infancia o qué?

- ¡Claro que la tuve! ¡Pero no frente al televisor!...

Marco arrojó su servilleta a la mesa, fingiéndose profundamente indignado. -No, lo siento. No puedo hablar con alguien que jamás vio semejante obra de arte - decía meneando la cabeza y cruzando sus brazos. No había bebido ni una gota de alcohol, pero conforme pasaba el tiempo, se desinhibía aún más, exageraba sus gestos y alzaba su voz en las exclamaciones, volviéndose dramático e inusualmente extrovertido. Era como si todo el líquido embriagador que aquellos seres a su alrededor ingerían, le llenaran las venas a él, volviéndolo extrañamente enérgico- ¡es imperdonable que no lo hayas visto jamás! No...Esto no se puede quedar así, tienes que verlo...te lo digo en serio. Te pierdes de lo mejor.

- ¿Tanto así?- dijo incrédulo, alzando una ceja mientras evitaba reírse de los gestos de Marco. - ¿no te basta con que compartamos los mismos traumas gracias al bebe sol? - Marco negó con la cabeza.

Un estruendoso ''GOL'' los alteró a ambos, trayéndolos de vuelta al tumulto y haciéndolos saltar ligeramente. Ambos habían terminado de cenar para entonces, por lo que, con una simple mirada, se levantaron, dejando su pago en la mesa a lo que Marco dudó: - ¿Debería cobrar mi propina?- preguntó risueño. -Hice buen trabajo de mesero... ¡creo que merezco propina!- con ello, salieron de la pizzería, ignorados por completo.



******



El aire chocaba contra su rostro, lanzando sus cabellos hacia atrás y haciéndolo cerrar los ojos entre pequeños lapsos de segundo. Iba y venía mientras intentaba emparejarse a la velocidad de John, que al igual que él, iba de pie sobre uno de aquellos columpios chillones a los que les faltaba aceitar sus cadenas. El mayor había sido el de la idea de ir a dar una vuelta a aquel parque, aprovechando que se hallaba deshabitado debido a las altas horas que se avecinaban con cauteloso velo. Alzaba su rostro, echándolo hacia atrás cuando su cuerpo, guiado por el vaivén del columpio, se dirigía hacia el frente. Aun hacia frio, sin embargo, con la caminata nocturna, los temas de conversación y la simple compañía de aquel joven, toda incomodidad que el clima pudiera brindarle, había quedado a un lado. Y aunque en su corazón persistiría ese letal peso capaz de asfixiar, con la llegada de ese ser al que tanto había deseado ver entre sus horas angustiosas, se propuso a llevar a cabo su promesa. No solo la que había hecho a Jonathan, esa de verlo pasados los siete días. Si no que también, debía cumplir con la promesa que hizo a su amigo, frente a la pileta donde su morada se erguiría entonces. No podría describir su estado de ánimo, pero las ganas de hacer, lo que el denominaba ''necedades'' carcomían cada rincón de su ser. Quería reír. Cantar. Hacer el tonto como nunca antes lo había hecho. Se había acurrucado junto a la tristeza durante una semana entera, donde la falta de alimento, bebida y movimiento no representaban gran pesar entre sus penas, esas en las que quería volverse un ovillo; una partícula de diminuta existencia y dormir. Perderse. Desaparecer.

-''Morir, dormir...Dormir, tal vez soñar''. - citó entre sus letargos y penurias.

Una semana no le bastaría para olvidar; y eso lo sabía muy bien, aun cuando les pidió a todos ese grano de tiempo. Era, simple y sencillamente, para dejarse de lado entre una penuria mayor. Morir momentáneamente; Perecer entre el pasado y el anhelado futuro distorsionado. Ese era su presente en aquel entonces, y se embriago del como un loco viciado, donde entre espesas quimeras rascaría la herida para desangrarse hasta quedar famélico, vacío....esa semana fue su asesinato, su expiación y su funeral entre los brazos azulados de sus sabanas. «Aunque hubiera preferido perecer de tristeza...Viviré por los dos. Lo haré...viviré la vida que te arrebataste y la mía. Aunque tú me hagas falta. Aunque un me duela tu ausencia...viviré...sentiré el aire, el agua, el aroma de las flores tal como lo harías tú. Buscaré la calidez de aquellos que quiero. Sonreiré cuando me plazca. Lloraré sin sentir vergüenza... aprenderé a hacerlo. Intentare. De verdad... ¡Yo viviré!» gritó en sus adentros sintiendo la última lagrima que entregaría a su difunto amigo recorrer el canalillo junto a sus marrones ojos alzados al cielo.

Aferró sus manos a aquellas cadenas, reacio a abandonar aquella danza pendular aun si varias veces sintió perder el control del columpio, viéndose amenazado por la gravedad, la velocidad y la fricción que lo esperaba con dureza si caía al suelo. John, quien al inicio se había limitado a sentarse junto a él y que de alguna manera se vio imitando al portero una vez se despojó de su gabardina y remangó sus mangas, lucía una camiseta de vestir color violeta, fajada al pantalón teñido del luctuoso negro con que siempre se le veía. Su pulcritud elegante, dentro de la extraña sencillez que poseía no pasaba inadvertida ante nadie, ni siquiera ante la oscilante mirada de Marco, quien de reojo, buscaba su perfil. «Muy a pesar de su apariencia delgada» pensaba mirándolo en silencio «el esqueleto de John esta forjado para un hombre de complexión fornida. El tamaño que muestran los huesos de sus codos lo indica. También, aunque están enfundadas, sus manos no pueden ocultar su tamaño.» con esta hipótesis el portero no pudo evitar sonreír. «Venosas, estilizadas como él... y frías.» caviló, imaginando como serían las manos del muchacho a su lado.

- ¿Qué pasa?- preguntó John percatándose de su mirada- ¿Ya se te revolvió la panza? Sabía que no era buena idea subir al columpio poco después de comer...

-No, todo está en su lugar. - Contestó Marco- solo estaba pensando... ¡Te propongo algo!

John disminuyó la velocidad, frunciendo el ceño, expectante.

- ¿proponer qué?

-Saltar. El que llegue más lejos, - señaló con la cabeza la zona pastosa frente a ellos. - será el ganador.

- ¿Estamos en primaria o qué?- bufó John divertido, dirigiendo su vista al lugar señalado. - Depende... ¿Qué ganaré?

- ¡Cuanta confianza tiene usted, muchachito!- exclamó Marco con sorpresa, deteniendo el columpio, motivado. - Déjame pensar....el ganador será... ¡el campeón del mundo, quizás!

-Gran título para tan poco. - Observó el joven- ¿Y qué hay del perdedor?

-Simple. Hará lo que el ganador diga. - Comentó encogiéndose de hombros, como si resultara ser demasiado obvio. - Para que veas que soy buena onda, por un día entero nomas.

- ¿¡Un día entero!? ¿Estás loco?- exclamó el menor.

-No me digas; temes perder... ¿Dónde quedo tu confianza?

-...Digamos que, no me sentiría bien teniéndote de esclavo.

- ¡Ha! Como si fuera posible. Un día me parece bien. ¡Antes di que no dije una semana! Entonces ¿Qué dices?

John lo meditó un momento, analizando el terreno y llegando a la conclusión de que si no saltaba lo suficiente, más que ser el esclavo de Marco durante veinticuatro horas, lamentaría el hecho de dislocarse o romperse algo debido a su impertinencia. Miró a su acompañante, alternándose entre el terreno y su posible rival de juegos. La respuesta era clara en su mente; se negaría rotundamente. Pero cuando estuvo a nada de exponer su respuesta, al verlo tan entusiasmado con esa absurda idea, enarcó una ceja - ¿Estás seguro?- preguntó esperando inútilmente un ''no'' por respuesta.

Marco asintió- ¡Claro que sí! Vamos, no me dejes hacerlo solo... ¡será divertido! - dio un par de saltitos como para entrar en calor y John suspiró resignado.

-Está bien. - aceptó, subiéndose al columpio. Marco hizo lo mismo, logrando ver la mirada de complicidad del joven a su lado que meneaba la cabeza y rodaba los ojos mientras impulsaba con su cuerpo el ir y venir del columpio. -Sé que arrepentiré de esto...

-Nah. Sé que no te arrepentirás. ¡A la cuenta de tres!- anunció Marco una vez tomaron el mismo ritmo.

- ¡Uno!- Comenzó John como respuesta, sonriendo ante la vivacidad del portero.

- ¡Dos!- continuó Marco impaciente.

- ¡Tres! - gritaron ambos, saltando del columpio hacia el pasto frente a ellos, cayendo casi al mismo tiempo.

El menor de ambos, John, soltó una injuria dirigida a nadie mientras, el mayor, colocando su espalda al suelo, se desbarataba entre carcajadas dignas de un loco- ¡Joder! ¡¿Qué tenemos en la cabeza?!- preguntó adolorido, aun entre risas, sosteniendo su estómago.

-Creo que me disloque algo. - se quejó John sin aire. - oh, espera, falsa alarma. Caí sobre mi gabardina. - y girándose al igual que Marco, aunque sin la complacencia con la que su risueño amigo lo había hecho, frunció el ceño y dijo extrañado- que raro...el día estuvo frio y nublado, pero ahora no hace tanto frio y el cielo está despejado.

- ¡Mejor así! ¡Mira que panorama!...- Marco extendió los brazos, enfatizando la toma del cielo sobre ellos- ¿Quién lo diría? ¡En esta parte del parque se tiene buena vista!

-Eso explicaría porque los vagos vienen a tumbarse aquí. - observó John con marcada objetividad.

-Entonces estoy acostado en la cama de un vago... ¡que poco romántico eres!

-Pensé que por el olor lo sabrías. ¡Apesta a todo menos a pasto aquí!- bromeó John.

Marco miró por encima de sus cabezas, notando con agrado que, tal como lo había pensado, él era el ganador de aquel reto, cosa que no tardó en hacérselo notar a su nuevo ''chacho'' por las siguientes veinticuatro horas. Ambos tuvieron una pequeña discusión en la que debatían el verdadero ganador que, al final de cuentas, era indiscutiblemente el portero. - ¡Ya! ¡Tienes suerte de que soy generoso y no te pondré a hacer nada vergonzoso!- lo alentó Marco, echándose nuevamente en el pasto. -Ven, te invito a que te impregnes del delicioso aroma que desprende el pasto chamuscado por el sol y pisoteado a más no poder por algunos pies de atleta. - dio un par de palmadas junto a él y pronto, ambos se vieron tumbados boca arriba, mirando el cielo y dando inicio a una serie de preguntas tontas con forma de imposibles que al inicio extrañaron a Jonathan pero que, conforme iba entendiendo lo que el portero deseaba conseguir con eso, contestaba e incluso formulaba sus propios disparates.

-Si el cielo tuviera sabor... -preguntó Marco- ¿a qué crees que sabría? Eso sí, está prohibido decir agua, porque el agua no tiene sabor.

- ¿Y el cielo si?- bufó John, siguiendo su mirada y contestando al cabo de unos segundos de profunda meditación. -Si es de día, a melocotón. Si es de noche, a chocolate amargo. Y si hay nubes, quizás, a chocolate amargo con bombones...

- ¿En serio?

-Si.

-Qué cambio tan drástico de sabores. Y yo que pensé que dirías algodón de azúcar en ambos horarios... Yo creo que, de día sabría a coco. Y de noche, a coco echado a perder.

-Nunca he probado el coco echado a perder...

Marco se encogió de hombros- Yo tampoco... al igual que nunca he dado un bocado al cielo...

- ¡Que coincidencia! - exclamó John con falsa sorpresa. ― detesto preguntarte esto, pero, cuánto tiempo estaremos aquí. ¡Siento la espalda helada!

―Un rato más. ¿Qué? ¿No te agrada la idea de coger un resfriado?

―Dudo que agrade a alguien. ― Después, John guardó silencio notando que en esa época las pocas cigarras que aun cantaban en aquellos tiempos carcomidos por tecnología y desgaste natural, habían callado por completo, perdiéndose de esa escena con panorama de nocturno otoño perecedero. Cuando era niño, le encantaba tenderse al pasto a todas horas de ser posible. Escuchar el murmullo que los insectos sacaban de sus pasos, y el llanto de las cigarras que le daban una sensación de bienestar. «La última vez que escuché una cigarra fue la tarde en que conocí a Emilio.» recordó la escena donde el joven desconocido llegaba a su lado, se tendía en el pasto, y con toda la sinceridad, le expreso sus intenciones al haber llegado como intruso a su casa, las cuales, no eran en nada malas. «Nunca fueron malas...las cosas simplemente, no salieron como se esperaba.» sintió a su acompañante removerse junto a él, y mirándolo de reojo lo vio suspirar a medida que extendía sus miembros cuanto pudo hacia los lados, chocando de esta manera con el cuello de Jonathan. ― ¿Te estorbo?― preguntó con fingida indignación.

―Nah. Estas en el lugar perfecto. - dijo despreocupado.

―Oh, qué bueno, temía ser un impedimento para tus estiramientos.― de alguna manera, impulsado por la vivacidad y soltura que Marco demostraba repentinamente, el sarcasmo afloraba entre ellos con naturalidad.

Sin saberlo, poco a poco habían dejado migas de timidez tras su camino mientras un tipo de confianza quedaba para hacerles compañía en lo que les quedaba de camino. « ¿Será una camino largo, corto...? ¿Nos llevara a un precipicio o simplemente, no tendrá fin?» no podía evitar preguntárselo al igual que no podía evitar sentirse cómodo con ese trato despreocupado que ambos comenzaban a emplear. Hacía años que no se desenvolvía así con nadie. Pero...había algo. Algo que le impedía ser tal cual era. « Me parece falso...» pensó con amargura. Justo como la sonrisa que Marco le dio en el cementerio, bajo el ángel, aquella enérgica imagen se sentía forzada de repente. «Es claro que una semana no basta para que la herida sane.» recordó mientras se volvía a divagar entre las alturas del cielo que cubrió con sus parpados.



******


― ¿Estarás libre mañana?― preguntó Marco entre la oscuridad de sus ojos al cabo de un largo rato sin decir palabra. John negó, reconociendo aquella pregunta de semanas atrás.

―Supongo. Es como siempre― contestó.

Y Marco esbozó una tenue sonrisa. Se giró hacía él joven, encajó su codo al suelo y viéndolo de la escasa altura que consiguió, por fin - aunque no con facilidad - fue capaz de articular aquellas palabras que en esa tarde, en la fonda de Marta, no pudo decir: ―Pues ya no estás libre.― sentenció― ¿Quieres ir conmigo?

John, atónito, despegó su recién incorporada atención en los astros titilantes, para así, ver a su interlocutor ― Ir... ¿A dónde?

―A donde sea.― Marco se levantó de repente.― Caminemos. Entremos a algún museo. A alguna casa vieja. A alguna fonda o a algún edificio gubernamental...veamos una película...comamos...hablemos más... ¡iremos a donde queramos! Podemos tomar un tren y bajarnos en algún lugar desconocido. Perdernos un rato por alguna calle desconocida...

― ¿Por qué?― preguntó, temeroso de oír la respuesta tras esa mueca que apareció como terrible presagio ante sus ánimos.

Marco se encogía de hombros, se volvía pequeño ―Porque no quiero quedarme solo.― confesó― Si lo hago, pensaré. Y si pienso, me quebraré. - La sonrisa que le brindó entonces fue un oleaje de confusión que golpeó las costas del entendimiento de John. Marco... ¿Estaba feliz? ¿Roto? Triste... ¿tal vez, averiado? Jonathan tomó la mano que se le extendió para ayudarlo a ponerse de pie, mientras intentaba descifrar el verdadero estado de ánimo de su amigo. ―Descuida, por el momento, iremos a casa a descansar. ― aseguró el portero con suave voz - Tomaremos un café y dormiremos para, mañana temprano, ir a cualquier lugar...desapareceremos por un día entero...y solo tu y yo lo sabremos... ¿Te parece?









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