Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

41| Podrido (1/2)


Con un ojo morado, el labio roto y una herida en la frente; calado hasta los huesos y con una bochornosa sonrisa, Emilio fue recibido al otro lado de la puerta ante la mirada expectante de Mar. — ¿Quién jodidas te hizo eso?— fue lo primero que pudo decir el buen hombre, asombrado mientras que al tiempo, una ráfaga de cólera y preocupación se marcaban en su rostro. Con un movimiento de su mano atrajo al joven hacia el interior de la casa, donde la luz se debatía entre irse o quedarse acompañándolos en esa fría y tormentosa noche. En un gritó llamó al más joven de la casa, pidiéndole el botiquín que en su cuarto estaba; y hielo, todo el que pudiera arrancarle a la nevera.

Gran sorpresa, quizás mayor que la que Mar se llevó, recibió Jonathan al ver a su amigo sentado a mitad de la sala, con la cabeza apuntando al techo y el rostro maltrecho, supurando sobre una explosión ya seca, riachuelos de sangre tibia. Su cabeza, empapada aún, vertía gota tras gota sobre sus hombros ahora descubiertos. — ¡Hola hombrecito!— lo saludó, intentando girar la cabeza hacia él.

— ¿Qué pasó?— preguntó el menor con voz apagada, entregando el botiquín a las manos expertas de Mar. Emilio bajó la mirada, apretó los labios en una mueca curvatura significativa y antes de decir nada, el buen hombre le arrebató la palabra.

— ¡Una pelea! ¡¿Qué más?!— Exclamó indignado. — John, hijo, pon hielo en una bolsa, y enrédala en un paño. ¡Qué mira nomas como le dejaron! ¡Se va a hinchar!

—No lo llamaría a ciencia cierta una pelea...fue más, una prueba de supervivencia... — Explicó cómo pudo, viendo la espalda del menor alejarse para acatar la orden— Unos tipos quisieron robarme cuando salí del taller: No me dejé y de ahí mi estado...

— ¡Si te quieren robar, te dejas!— lo reprendió Mar, quien no estaba a favor de la violencia a no ser que se tratara de casos extremos: y para él, un robo, no era algo extremo. — ¡llegar pobre por unos días es mejor que llegar mallugado! ¡Esos vándalos siempre traen consigo navajas, o hasta pistolas! ¡Pudiste exponerte por tu imprudencia, muchacho tonto!— Emilio se encogió de hombros. Se disculpó y después de saltar y removerse un par de veces por el dolor, decidió atender a las órdenes de Mar, que consistían en '' quedarse quieto y dejar de quejarse. '' —Bien que andas de machito entre peleas por ahí ¿no? ¡Ahora aguántese! — le decía cómo sentencia.

Mientras, Jonathan miraba atento aquella escena.

No le temía a la sangre, además de que las cantidades que emanaban de las heridas de Emilio eran nada en comparación a otras que ya había visto. Y aun con esto en mente, no podía evitar detestar ver a su amigo en semejantes condiciones. Su bello rostro levemente hinchado y manchado por lodo y líquido carmín, empapado y con gesto adolorido. Avergonzado y humillado. Porque sí; aquellas miradas furtivas que entre ojo le regalaba el mayor junto a sonrisas conciliadoras, denotaban arrepentimiento e incomodidad. Apretando los labios, John miró el suelo sintiéndose incapaz de sostenerle la mira. — ¡Ouch! ¡Eso dolió!

— ¡Y la golpiza que te dieron no!— lo reprendió Mar. — Vete a hacer tu tarea Johnny; no quiero que veas mal figuraciones. — Con esto, y aunque dudó un poco, Jonathan fue liberado de aquella carga que se sentía obligado a llevar consigo. Intentando ignorar los quejidos de su amigo para no hacerlo sentir más incómodo de lo que ya estaba, le dio la espalda, dispuesto a acompañarlo silencioso desde el otro extremo de la habitación. Emilio había extendido su mano para detenerlo, inseguro y temeroso de que la decepción comenzara a crecer dentro del pecho de su pequeño amigo.

—Déjalo.­— susurró Mar­—Él está bien. No te preocupes de más. — clavó su pupila en la de Emilio y este asintió, ahogando en su garganta un: «Quédate» que le supo amargo. — ¿Cuántos eran?— le preguntó Mar después de un rato, próximo a terminar sus curaciones, sacando a Emilio de sus cavilaciones.

—No lo sé. — Se detuvo a meditar, intentando hacer memoria entre gestos— Cuatro, tal vez. Solo recuerdo a un grandulón que me ganaba en estatura y peso... ¡Ese tipo me tapaba el panorama entero!— exclamó, extendiendo sus brazos; esperando arrebatarle una sonrisa al menor que aunque no lo miraba, podía escucharlo.

—Bonita descripción: Un hipopótamo suelto en las calles. Será fácil dar con él. Mañana mismo— anunció Mar, dejando por fin la gasa ensangrentada dentro de una bolsa plástica. — iremos a levantar una denuncia.

— ¡¿Qué?!— exclamó el joven, nervioso. — ¿Cómo que una denuncia?

—Si. ¿Qué más podríamos hacer?

—No sé... ¿Callar y ocultarme como el cobarde que soy? — expresó.

—Así no se hacen las cosas Emilio...

— ¿A no? Porque a mí me han resultado muy bien hasta ahora...—pasaron varios minutos en los que intentó convencerlo cuanto pudo, argumentando cada tanto y suplicando de la manera más discreta abandonar por las buenas. Pero Mar se negaba rotundamente, haciendo que el preocupado joven agachara la cabeza y se hiciera todo un lío en la cabeza, buscando zafarse de la situación como fuera. Siendo observado por la aguda vista del más mayor entre los tres, no pasó más de un minuto cuando, con el ceño fruncido, decidió ahondar en sus preocupaciones: — Dime que te pasa muchacho. Estas raro... ¿tanto miedo le tienes a esos cabrones?— cuestionó, intentando parecer lo más comprensivo posible.

— ¿Miedo?...— repitió Emilio, procesando la palabra con cierta incredulidad y exaltación. Mirando sobre el hombro de Mar la silueta de Jonathan que de repente había dejado de escribir y parecía estar muy atento a su respuesta. — C-claro que no... ¿Cómo cree?...­— bufó—Lo que pasa es que...bueno, los golpes se repartieron de igual manera. — Comenzó— Ellos también se fueron mínimo con un golpe de mi parte. Siento que, fue un empate: Por lo que no creo que quieran volver a meterse conmigo... ¡estamos a mano!...meter a la policía en esto se me hace un tanto exagerado...y si es por lo que me robaron; bueno, no traía mucho que digamos. Me darán mi paga hasta el lunes...por lo que...

—Por lo que está de más llevar esto a mayores. — concluyó Mar entrecerrando los ojos, sospechando terriblemente de él. —No tiene sentido nada de lo que dices. — admitió, negando con la cabeza y cruzando los brazos. — Pero, ahondando en lo que dices: ¿En serio crees que no te buscaran para terminar lo que iniciaron?— el muchacho asintió— No seas cabezón, Emilio...

— ¡Pero en serio, en serio creo que es lo mejor! — insistió, mirándolo a los ojos y pidiendo clemencia, seguro de que estaba a punto de conseguir su cometido. — debe confiar en mí. No pasara nada. No me buscaran para vengarse o terminar lo que iniciaron...téngame fe. Sé lo que le digo.

Mar suspiró. Dejó pasar cerca de un minuto y meneó la cabeza.

—Haz lo que quieras. — Dijo finalmente. Tomó el paño que enredaba el hielo y se lo dio— Sostén la bolsa con hielo diez minutos sobre tu ojo. Poco más si así lo quieres. Y terminando, vete a bañar. Que apestas a perro mojado.

Emilio sonrió de oreja a oreja. De repente era como si el dolor hubiese desaparecido por completo. Obedeció a Mar de buena gana, mientras, con sigilo, se sentaba junto a John sosteniendo con su mano el hielo sobre su ojo derecho. — ¿Qué haces?— le preguntó risueño— estoy medio ciego de mi ojo izquierdo, así que no puedo distinguirlo. ¿Matemáticas?—John asintió. — que feo. ¿Cómo te fue en el trabajo?

—Todo tranquilo.

—La lluvia no espanta a los amantes del pan recién horneado ¿verdad?

—Y menos si lo hace Tomas. — recalcó John.

—Y menos si lo hace él. — coincidió Emilio. — ¿y tú practica?

—No he tocado nada hoy. La lluvia esta fuerte, y la luz se quiere ir. No quiero quedarme solo allá arriba si se va la luz.

—La oscuridad da miedo. — comentó Emilio, asintiendo con la cabeza. Pasaron un par de minutos en silencio, cuando, levantando la vista tímidamente, John examinó el rostro de su amigo. — ¿Duele mucho?— preguntó preocupado, sosteniéndole la mirada por primera vez en la noche. Haciéndole comprender a Emilio que más que decepcionado, John estaba preocupado. «Si seré idiota» dijo para sus adentros, no pudiendo evitar sonreírle Jonathan, que lo miraba con atención.

—No tanto. — admitió. — Dolía cuando estaba afuera. Pero ya no.

—Te vez pésimo.

Emilio hizo una mueca de resignación —Eso sospeche.

—Estas mojado. Y...—tocó su brazo— muy frio.

—Me agarró la lluvia cuando venía ya para acá.

— ¿Te vas a hinchar?

—Puede ser...si, lo más seguro...Oye, ¿quieres que vayamos mañana a la plaza? ¡Tengo muchas ganas de una nieve de vainilla y nuez! —John negó con la cabeza— ¿Qué? ¿Por qué no?

—Estás muy feo. Asustaras a todo mundo. — disparó de repente. Emilio abrió la boca fingiendo sorpresa y achicando los ojos en pos de venganza, se le dejó ir al menor en lo que sería una lucha amistosa que siempre, o terminaba en risas, o terminaba en insultos y rencores pasajeros. — ¡Ya párenle a su arguende, luego terminan peleados!— había dicho Mar desde la cocina en cuanto escucho las risas y los forcejeos entre ambos. Después de pequeñas corretizas y evasiones por parte del menor, en el último movimiento que Emilio haría para asegurar su victoria, tacleó al menor tomándolo con cuidado para al fin, arrojarlo en el sillón más grande y atacarlo con muchas cosquillas. — ¡Detente!— pedía el menor entre risas.

— ¡Lo haré solo si aceptas ir conmigo por un helado mañana!

— ¿Con el frio que hace?— preguntó divertido el menor.

— ¡Si! ¡Con el frio que hace!

— ¡¿Estás loco?!

Y deteniendo su ataque — ¡Hay que estar loco para desperdiciar el helado solo porque hace frio! — comentó acercándose a su rostro, con esa sonrisa retadora con que siempre aseguraba la victoria de sus batallas infantiles. Jonathan aceptó con lágrimas en los ojos, advirtiéndole que pediría el helado más grande y caro de todos y que él no pagaría ni un solo centavo. Con sonrisa triunfal, Emilio, quien estaba arrodillado junto al sillón, se sentó en el y recargó su cabeza en el filo de este para descansar, satisfecho. John por su parte, apenas recobraba el aliento.

—Emilio...— lo llamó cuando su respiración se tranquilizó. —No volverás a meterte en peleas... ¿verdad?— preguntó, acostándose boca abajo y clavando su vista en aquel pálido cuello.

—No. No lo haré...—respondió.

— ¿Lo prometes?

—Lo prometo. — Jonathan guardó silencio, grabando esa promesa, dispuesto a creer en ella ciegamente. Esbozó una sonrisa tenue y soltándole un ligero zape a Emilio, corrió para no ser alcanzado por este, logrando volver a la mesa para continuar con su tarea. Los minutos pasaron con el pequeño rondando entre números, sumas, divisiones y multiplicaciones que escribía en grafito y tinta azul mientras que el mayor, habiendo vuelto a su lado, lo miraba atento; encontrándose totalmente embriagado por la comodidad y dicha que era pasar tiempo al lado de aquel niño que a veces, cuando menos lo sospechaba, era más maduro de lo que el seria jamás. Cruzó sus brazos por sobre la mesa, colocando su cabeza en ellos para observar el rostro cabizbajo de Jonathan. Viendo lo hermoso que era; admirando sus largas pestañas, tan negras y espesas como sus cabellos sueltos que paseaban por su rostro pálido, infantil y sereno. Entonces, el tiempo parecía serle efímero entre la eternidad que lo acechaba ya. «Vas a ser muy apuesto cuando crezcas» pensaba, sonriendo. «Un caballero, por lo que veo cuando tratas con otra gente. Tan amable, respetuoso...Y roto...»

Ambos sentados uno junto al otro, ensimismados cada cual en su presente. Entre suspiros y líos matemáticos. Entre aromas deliciosos que provenían de la cocina y las afueras terrosas humedecidas por la clemencia del cielo. Uno, ignorando lo que el futuro le tenía reservado. Mientras el otro, lo imaginaba con tristeza y esperaba por él, a tres pasos latentes del precipicio donde, al terminar el conteo insaciable de las horas, se escribiría el comienzo de la última potestad de la sanidad mental sobre un renglón retorcido en demencia.

En su último vestigio de tranquilidad, los tres cenaron, compartiendo un momento que nunca supondrían irrepetible. Adulando al cocinero, agradeciendo el bocado caliente que en sus bocas se paseaba con agrado. Riendo ante las bobadas de Emilio y los regaños de Mar, las intervenciones de Jonathan que siempre buscaban atacar a Emilio de la manera más amistosa posible: la batalla que estos dos ejercían cuando se habían tocado las costillas demasiado. Y el regaño que ambos recibían por igual del buen hombre.

Los tres, bajo la luz amarilla de aquella cálida lámpara sobre sus cabezas.

Los tres, bajo la luz amarilla de aquella cálida escena.

Los tres, bajo la mirada fría de la fatalidad.

Los tres, presas de un final no esperado....

...No deseado...

...No merecido.


**


Sentados uno frente al otro, Jonathan y Mar se miraban en cada intervalo de tiempo; el pequeño que aún no alcanzaba el suelo desde la silla de madera en la que esperaba, tenía los brazos cruzados, el ceño levemente fruncido y un puchero involuntario asomándose por sobre su rostro. Mar, por su parte, mantenía su gesto de paciencia eterna, con la espalda recostada en la silla y la palma de sus manos apoyada cada una sobre sus rodillas. Bajo la luz amarillenta del comedor, esperaban en silencio con el tic-tac del reloj mientras más próximos a ellos, el humo de sus alimentos se perdía en el frío viento que los helaba con su respirar. En el otro extremo, ahí en medio de ambos, otro plato esperaba de la misma manera. Cinco minutos dejaron pasar, agregados a diez más, cuando John, molesto, extendió su mano, tomó la cuchara y comenzó a comer. Mar, por su parte, soltó un suspiro y cómo excusando al motivo de aquella espera, dijo, rompiendo extrañamente con el silencio que comenzaba a penetrar sus sentidos: —De seguro se le atravesó algo.

Los cubiertos chocando contra el plato, la comida siendo masticada, el agua recorriendo las gargantas secas por el migajón de un pan ahora frio, y la lluvia, iniciando nuevamente allá fuera en ese Agosto lacrimoso...

—Come más despacio, Jonathan, te atragantarás. — advirtió Mar, pero el menor no hizo caso. Respirando con dificultad, intentaba menguar sus emociones, dañinas por estar llenas de desilusión y una pizca de coraje.

—...Es la quinta vez en el mes qué hace lo mismo... — comentó John después de no haber soltado palabra alguna durante la cena. Lavando su plato con el gesto caído y deformado por reproche, miraba sus manos bajo el chorro de agua fría, hipnotizado ante el constante flujo.

—Veo que llevas la cuenta. — dijo Mar por solo decir, vertiendo la comida de aquel plato sin dueño nuevamente en la cazuela. — es un muchacho...creo que hacer este tipo de cosas es normal en los jóvenes de su edad.

—Si es lo normal, mínimo que no nos pida esperarlo para la cena.­— respondió — Nos lo aseguró. Nos dijo que esta vez sin falta llegaría...

—Pues no fue así. — Mar alzó las cejas, resignado. —Las cosas no siempre salen como se planean.

Secando sus blancas manos con fuerza, John caviló en esas últimas palabras que siempre, desde que tenía memoria, había escuchado cada vez que las cosas no salían ''de acuerdo al plan''. Dejó la toallita blanca con estampado de frutas colgada en su sitio y abandonó la cocina, dirigiendo sus pasos hacia el cuarto de juegos, dispuesto a practicar, para ser capaz de ignorar.

Dos meses habían pasado desde aquella noche en que Emilio llegó maltrecho entre las sombras nocturnas. Se había mostrado a ellos amable y risueño durante la primera semana. Invitando a salir a dar una vuelta al menor casi todos los días, ayudándolo con sus tareas, y arrancándole tantas risas como pudiera. Ayudaba también a Mar, sin chistar ni negarse, e incluso, se ofrecía a hacer algunas tareas del hogar que antes le resultaban tediosas. Esto, teniendo en cuenta su naturaleza tranquila y amable, no resultaba para nada raro en él. Sin embargo, cuando terminó esa semana de ensueño, algo en él comenzó cambiar. Emilio se mostraba cada vez más nervioso, inquieto, y alterado. Casi paranoico...sus salidas, antes esporádicas y cortas, comenzaron a aumentar de manera significativa hasta que apenas y se le veía rondar por aquellos pasillos. Perdiéndose desde muy temprano, no se volvía a saber nada de él hasta que caía la noche y se le veía evadiendo preguntas y miradas con una fresca sonrisa y una excusa aparentemente premeditada, para después, recluirse en su habitación por una o varias horas. Se le escapaba a Mar, y evadía la mirada constante de John. No cenaba con ellos, alegando que ya había comido fuera y de cuando en cuando, en la oportunidad que se presentaba, se le veía ofuscado mientras se dignaba a pasar algo de tiempo con el viejo y el niño, no soportando el corto lapso y marchándose apenas pasados los diez minutos. De esta manera, con el pasar de las horas, los días volaron, y entonces era como si de pronto, Emilio no viviera más allí.

Los pasillos estaban en silencio. Las risas se habían reducido y la calma se comenzaba retomar sin siquiera invitarla a pasar.

«—Cenaré con ustedes ésta noche; ¿me esperan?» dijo una tarde al pie de la puerta tomándolos por sorpresa. Llevaba puesta una chamarra negra y el cabello apenas acicalado mientras ajustaba a su cuello una bufanda delgada; esperó la respuesta con un pie fuera, ya listo para salir. Eran palabras simples que, aunque no lo parecían, habían llenado de regocijo el alma de ese pequeño que ya lo echaba de menos. «—Lo siento. No alcancé a llegar, pasó...» y ese fue el comienzo de su excusa cuando llegó cerca de las doce de la noche, cabizbajo y apenado, mirando su plato en aquella mesa, solo, servido, y frío, cubierto por un plástico transparente. «—No volverá a pasar.» Aseguró. Pero desgraciadamente, pasó. Repitiendo la misma historia una y otra vez y con ello, la emoción que provocaba esa promesa, menguaba el corazón del menor, que de apoco, perdía la fe en la palabra y las promesas de su amigo.

Subiendo las escaleras con pie firme, tal cual lo planeó, Jonathan se dispuso a llevar a cabo su tarea auto-impuesta tocando hasta que el hastío, o más bien el cansancio, pudieron con él y sus ansias de mejorar. Pieza tras pieza; unas mejores que otras a la hora de ser interpretadas por su mano inexperta, fueron corriendo torpemente hasta que sus ojos ya no podían sostenerse más. Eran las dos de la madrugada para cuando separó su vista del cuadernito, el dibujo - eterno acompañante en sus melodías- y las teclas monocromas que parecían pedirle continuar cada que alejaba sus manos de ellas. Echando un vistazo lloroso por una de las ventanas, vislumbró oscuridad. Un sendero lejano y callado. En total paz. Donde las estrellas titilaban en alguna parte, ocultas entre los grumos de cielo nocturno y sereno. El distante ulular de un búho llegó a sus oídos, seguido de la serenata que los grillos efectuaban sin tapujo alguno entre el espesor del pasto que con la llegada del otoño, comenzaba a perder su brillante color.

Sentado en su sillita, imaginó de pronto cómo se vería esa excepción, ajena a la creación de la madre tierra, que conformaba la alta habitación en la que habitaba. Probablemente, brillaba entre la penumbra de los alrededores con su tenue luz amarilla, concentrada desde lo bajo de una esquina del cuarto: Era pequeña, pero cálida; y acogía entre sus dedos de luz con gran paciencia y afecto a él, el pequeño ser humano que esperaba y esperaba... Miró a su alrededor, esta vez dentro del cuarto, parpadeando un par de veces seguidas para enfocar mejor entre las lágrimas que asomaban indicándole que sus ojos necesitaban cerrarse y descansar ya. Aunque lo negara, en el fondo esperaba encontrarse con la silueta de su amigo en alguna parte de la habitación. Sentado en alguna silla, roncando con la cabeza colgada de su cuello cómicamente. Más, para su pesar, siguió sin encontrar indicios de que Emilio hubiera entrado o salido a escondidas de él. Ignorando si, a ciencia cierta, él ya había llegado a casa.

Las paredes blancas se miraban entonces inmensas, mostrando penumbras alargadas que se extendían más allá de su visión. La puerta estaba abierta, y a través de ella, entraba la noche, amenazante y helada, llamándolo con su abrumador silencio. Cerró sus manos en un puño, sintiendo una gran punzada de realidad atascada en el pecho. Entre las notas musicales, los tarareos, los conteos y las pausas...no había sido capaz de notarlo. Pero ahora, era como si los muros, las ventanas, incluso el silbar del viento, se lo estuvieran diciendo a gritos. Él estaba solo. Sin Mar cerca, quien seguramente estaría roncando de lo lindo en el primer piso, bien resguardado en su habitación; en medio de un bosquecillo a cientos de metros alejados del primer vecino; y rodeado por el negro manto que sus parpados siempre ocultaban después de las once... así se sentía. Terriblemente abandonado. Desvalido. Cansado, incómodo y con miedo a volver por los largos pasillos envueltos en tinieblas.

No pensándolo mucho, tomó la decisión de dormir ahí, en la tienda improvisada de mantas que nunca más volvió a estar desmontada. Ya había dormido allí en varias ocasiones; se estaba bien ahí dentro; Era calentita, cómoda y divertida por todas las cosas que en su interior se encontraban. Decidido, apagó su teclado, cerró los libros en los que apoyaba su educación, corrió las cortinas, y con velocidad desmedida cerró la puerta para después, con sus pies ya previamente desnudos, se deslizarse en el interior de la tienda, portando el cuaderno con el dibujo, bien abrazado a su pecho. Escuchando el murmullo de las sabanas bajo sus rodillas.

Cubierto hasta el cuello, arropado por las cobijas en las que fácilmente podía rodar y envolverse completamente diez veces, suspiró, escuchando para su pesar al silencio hablar a sus costillas. Lo sabía. Sabía que él era el centro de aquella plática que la afonía sostenía con las tinieblas. Los oídos le zumbaban como nunca, por lo que debía ser él su tema de conversación. Y solo entonces, pudo comprender porque Mar insistía en que durmiese temprano y ahora, ese era su castigo por acostarse fuera de sus horas: «El silencio es demasiado pesado para un niño» Mar le había dicho en una ocasión, cuando se atrevió a cuestionarlo y recriminar el porqué de su horario para dormir.

Viendo a través de las delgadas mantas de algodón el brillo de la lámpara a lo lejos, temió porque, repentinamente algo, algún ente quizás, se paseara frente a la lámpara y lo visitara en su pequeño refugio; lo observara e incluso se le acercara lo suficiente como para casi tocarlo. Con esta idea en la cabeza abordándolo con crueldad, extendió su mano para sujetar un viejo oso de peluche que Emilio compró entre las baratijas de un tianguis. Acomodó el cuaderno en la pared, mirando aquella silueta por un par de minutos. Y ya hecho un ovillo, apretó los ojos, acongojado y con ganas de dormirse ya, mientras sentía que su afelpado compañero lo protegía de cualquier mal.


***


Eran las nueve de la mañana cuando el sol entró entre la transparencia de las cortinas. La almohada de Jonathan estaba mojada; las lágrimas no habían dejado de caer a pesar de que el pequeño se encontraba profundamente dormido; sollozaba entre sueños, con sus ojos cerrados, dejando que sus negras pestañas atraparan el líquido salado que finalmente, se arrojó al vacío para después caer y perderse entre los ligeros pliegues de aquel largo y pálido dedo que lo acogió sutilmente. Con su cabecita apoyada en un pecho palpitante y sonoro, y sus cabellos acariciados tiernamente, era rodeado tiernamente por un par de brazos amorosos que lo sostenían como si fuese todo.

Ese aroma, suave y familiar que llegaba a abarcar su sentido del olfato por completo, lo trajo al mundo diurno con amabilidad, llamándolo poco a poco, con paciencia y dulzura. Invitándolo a levantar los telones que cubrían el brillo de su mirar. Se removió un poco, estirando su brazo por inercia y colocándolo sobre aquel estomago que se elevaba y descendía con tranquilidad. John, encandilado por la tenue luz que entraba al refugio, alzó la cabeza un poco, viendo y reconociendo la barbilla de Emilio. — ¿Ya despertaste?— le preguntó el mayor con dulce voz cuando lo sintió moverse. John asintió. — ¿Por qué dormiste aquí? Estabas temblando...tenías frio...debiste ir por mas mantas; unas más gruesas...

— ¿Qué haces aquí?— preguntó, sin embargo, John. Mirándolo desde su posición.

—Vine a ver dónde estabas. — Respondió— Tu cuarto estaba abierto y no estabas ahí. Te busque como un loco. Pero entonces, alcancé a ver la luz encendida desde el pasillo... Por cierto, si no te molesta, la apagué. Ya que cumplió su propósito como nunca; merece un descanso.

— ¿A qué hora llegaste?

—Lamento no haber llegado a tiempo para la cena... Lo prometí y los decepcione a ambos...otra vez.

—Idiota.— murmuró.

— ¡Esas son palabras mayores!— exclamó sorprendido Emilio, sonriendo incrédulo con los ojos aun cerrados —aunque no te culpo, debes estar enojado conmigo...

— ¿A qué hora llegaste?—Le insistió.

Emilio tragó saliva, pasando una de sus manos por encima de sus ojos cerrados— Hace dos horas...— con esta respuesta, Jonathan se soltó de su agarre y se incorporó, buscando un reloj para ver la hora.—Llegaste a las siete...— dijo incrédulo, volviendo hacia él. — ¿Qué hacías tan noche allá afuera?

—Perdona, no pude avisarles...me topé con unos conocidos, fuimos a beber algo y se me pasó el tiempo. — John se inclinó hacia él, esperando encontrar algún aroma a alcohol perdido entre aquella fragancia de jabón y tierra húmeda. — ¿Qué haces?

—No hueles distinto. ¿Cómo fuiste a beber y no hueles ni a cerveza?

— ¿Qué eres, un catador de bebidas o algo así?— bromeó Emilio.

—Tú no lo sabes, pero Mar toma de lo lindo en noche buena. Sé a qué huele alguien que ha bebido.

—Dije que fuimos a beber, nunca dije ''que''. Ellos tomaron cerveza y esas cosas. Yo solo refresco.

— ¿Y quiénes son ellos?

—Pues ellos. No los conoces, así que no vale la pena decirte quienes son...

—Estábamos preocupados.

—Tus ronquidos me dijeron lo contrario. — Jonathan lo golpeó en el brazo. El mayor río. —Lo siento. Solo bromeaba. Chiste matutino...

—Eso no es un chiste. — señaló John, intentando incorporarse, más fue sujetado por la muñeca. —Suelta. Me toca hacer el desayuno.

—No. Quédate un rato. ¿Quieres? Tengo mucho sueño y he descubierto que eres el perfecto oso de peluche que necesitaba.

—No soy un oso. Menos de peluche. — John lo miró y ante su mirada suplicante, se dejó caer nuevamente, sintiendo cómo Emilio lo rodeaba de nuevo y acariciaba su cabello con sus largos dedos, acurrucando su cabeza de manera que sus labios tocaban su frente. —Solo será por poco tiempo. — le advirtió el menor.

—Eso es lo que necesito. Tiempo, aunque solo sea poco. — dijo, cerrando los ojos y disponiéndose a dormir.

—No estabas con unos amigos, ¿verdad?— habló Jonathan de repente. Emilio negó con la cabeza. — ¿no quieres decírmelo?... ¿Decirme dónde estabas?— volvió a negar. — ¿Todo está bien?...— Emilio tomó aire, su abrazo se volvió más fuerte y esta vez encajó su cabeza en el hombro de John.

—Lo siento— pidió el mayor. — No era mi intención preocuparlos de más.

****

Esa tarde, dos helados cayeron al suelo, derramándose en el asfalto mientras un grito llegaba para despertarlo de su letargo. Con la mirada encajada en aquel charco de sangre que no era suya, Emilio sujetó la mano del menor, que horrorizado, quería correr al lado del pobre muchacho que había sido golpeado salvajemente hasta quedar inconsciente.

«Déjalo ahí. Aléjate de él. No veas esto» pensaba el mayor, tragando saliva. Notando su intento de detener a su pequeño amigo totalmente inútil al ser evadido, con repudio, por éste, que se alejaba a pasos agigantados de él. Extendió su mano intentando alcanzarlo, confundido. Apreciando como algo importante se nublaba ante su vista junto con aquel andar presuroso. Abrió su boca para proferir sonido, pero su lengua se sentía pesada y su garganta atiborrada. Mirando, con su mano extendida frente a su rostro, sus largos dedos envueltos en espeso color carmín que aún se sentía tibio al tacto. La gente se acumulaba junto al herido mientras él, por alguna razón, era evadido y visto con temor.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro