40| Una más...
Una rosa marchita de color del ''si hubiera''. Una melodía en espera con un añorado objetivo. Una respuesta tatuada en un gesto deformado. -Pavana para una infanta difunta- susurró para si- esa era la pieza que le dedicaba todas las tardes. -Mejorando, desentorpeciendo sus dedos y volviéndolos al son de cada nota, volvía a divisar a ese pequeño que ansiaba saciarse en música mientras, sentado frente a un polvoriento piano negro, el John de ahora, desnudó el monocromo de las teclas del terciopelo rojo, abandonadas y afónicas por tanto tiempo para su pesar. ''Pavana'' ''pavana''- repetía en baja voz, buscando entre los estantes de esa habitación con detenida mirada. Partituras tras partituras, miraba entre discos, carpetas, y algunos recopiladores con paciencia y cierta zozobra; Dando al fin con la abandonada hoja garabateada de dificultad, leyó con cierto placer en la punta de su lengua el nombre olvidado: ''Ravel. Pavana para una infanta difunta''. E ignorando aquella voz que se burlaba de él, desprendió la capa de polvo con un paño, limpió las teclas, acomodó el sillín, y pidió al cielo que su viejo amigo no le tuviera rencor por su largo abandono. Abrió el librito cuando estuvo listo, tomando una gran bocanada de aire que llenó sus pulmones con lentitud. Tocó algunas notas, y ya sabiendo que el piano aun le tenía simpatía y se encontraba afinado, listo para él, leyó pausadamente las notas. Minutos después, comenzó tímidamente a reconciliarse con su antiguó compañero. El aire estaba viciado de encierro; su mente de advertencias; y su alma de anhelo. De esta manera, con la última imagen de aquel rostro encarnado, Jonathan volvió a dedicarle esa bella pieza, esa que aliviaba el corazón del triste, con pequeños pasos de inocencia y tacto. Mirando a la vez, la rosa que nunca pudo dar, ya marrón, ya seca, pero aun, con la bella forma de lo que alguna vez fue.
Siendo alejado de la mejor manera en que el abatimiento y la depresión le permitieron al portero cuidar de sus palabras, Jonathan decidió atenderlas suplicas del dolorido. -Una semana...solo, dame una semana... -dijo el portero, deteniéndolo con un gesto de su mano, interrumpiéndolo en su paso presuroso tras él. Una vez dicho aquello, Marco le sonrió con dificultad para después, cruzar el umbral encorvado, con el gesto desgastado y los ojos cristalinos. Alejándose del cementerio y de todo lo que pudiera recordarle a la muerte.
Con eso en mente, mientras la pavana sonaba en esas cuatro paredes, Jonathan deseaba que de alguna manera, las teclas se volvieran los hilos que rodeaban los pesares de Marco, y que al sonar, con cada palpitar, los aliviara, menguando poco a poco sus dolores. «Algún día tocaré para ti» pensaba el pobre joven, sonriendo ligeramente, ilusionado y casi soñador «Porque sin saberlo, he tocado para ti todos estos años. Y sin saberlo, te conocía desde antes de siquiera toparnos, en las calles en las que, ¿quién sabrá, cuantas veces no ya habíamos cruzado nuestros caminos? yo con la cabeza agachada, tu, con la vista nublada en eternas dudas» De esta manera, los días de John pasaron entre tiernas piezas y sigilosas caminatas por los alrededores de la calle donde hundido en sus penas, Marco se encontraba encerrado e ignorante de la presencia que siempre velaba por él. Sin tocar ni una sola vez el suelo del cementerio, John esperó con paciencia a que esa semana volara como las hojas que el invierno, próximo a ellos, comenzaba a robar de una en una; Ansioso por que el tiempo fuese consumido por el mismo fuego de ser posible. Mientras tanto, Marco se encontraba deseando bajo sus sabanas que éste detuviera su flujo y lo dejara ahogarse en su solitaria condena.
Otra vez solo. Otra vez dejado atrás por un ser querido. Otra vez...«otra vez...» acostado en su cama y con las luces apagadas, Marco se consumía en suspiros, volviéndose viento. Escurriéndose como el agua, secándose cual desierto. Lamiendo sus heridas con recuerdos, rasgándolas con tajadas de presente. Ni cerca de sanar encontrarse, pero con la necesidad enorme de lograrlo. Con el constante tic-tac sobresaltando su percepción del tiempo y el celular intentando conectarlo vanamente con quien fuera que insistiera en hablar con el; sus dientes rechinaban, su lengua chasqueaba irritada, y su impotencia crecía. No quería más llamadas. No quería ver más rostros. No quería saber de nada ni de nadie. «Quiero a mi hermana...a mi madre...lo quiero a él...» clamaba y las lágrimas venían a su consuelo, empapando nuevamente el desgastado colchón que lo sostenía y protegía. «Quiero irme» se decía decidido. «Quiero desaparecer. Dejar de sentir...olvidarme de que alguna vez, ellos existieron...de que yo existí...»
Entre sus lamentos, al tercer día, las llamadas lo tenían harto; tan hastiado, que su motivación fue tan grande como para agarrar el celular y arrojarlo lejos. Sin embargo, en su ingenuo movimiento, sus ojos no pudieron evitar leer el mensaje que llegó segundos después de que su intención fue revivida. En lo alto del celular, una pequeña parte del mensaje se mostraba, leyendo entre sus letras difusas por la repentina luz en sus ojos, las palabras que decían ''Soy Ariel''.
******
- ¿Crees que te reconoció?- le preguntó cuándo la música terminó por un leve instante.
John se encogió de hombros, hojeando el cuadernillo frente a él. -Ha pasado tiempo. No creo que me recuerde. Al verlo, ni siquiera yo pude reconocerlo.... - contestó, escuchando a la par una gran carcajada:
- ¡El mundo es un pañuelo!- exclamaron. - ¡El jardinero, amigo del hijo de tu antiguó jefe! ¡Rayos! ¿¡Es mínimamente posible!?
-Tan posible como se pueda... - le respondió sin mucho interés, leyendo la siguiente partitura y practicándola un poco con los dedos al aire.
-Lo haces de nuevo.
- ¿Hacer ''que''?
-Me ignoras. Justo como solías hacerlo cuando compraste tu primer teclado. Dirás ''jamás te ignoré'' pero la verdad es que lo hacías. Y yo te veía mirarlo a él. Al chico que dibujé una tarde de ocio. ¿Era mínimamente viable que en esa cabeza tuya, creyeras la posibilidad de que ese hombre, y este, fueran el mismo?
-El mundo es un pañuelo, ¿Qué no? - bufó el joven.
- estas muy tranquilo... ¿No tienes miedo?
- ¿Miedo de que?
-De que le cuente. Que le hable de nosotros. Él estuvo presente ese día...podría decírselo a Marco...quien curiosamente, ahora que lo pienso, también lo conocía de alguna parte; porque quien le avisó del suicidio de Martin, no fue otro que el mismo señorito portero. Digo esto, porque en verdad, ¡en verdad te reconoció! No te quitaba la vista de encima una vez supo quién eras. Y el hecho de que estuvieras tras el señorito como un cachorrito sin familia, creara dentro de sus suposiciones un vínculo que bien podría parecerle ''peligroso''
-No dijo nada en aquel tiempo. No dirá nada ahora.
-Nadie le creyó, que es diferente. Un pequeño de nueve años ¿¡hacer semejante cosa!? Era difícil imaginarlo, aun mas imposible que fuese verdad. Pero él lo vio. E independientemente de que tan estrecha sea su relación con Marco, después de semejante vista, no se necesita de mucha estima para alertar a alguien. Simple sentido común.
La música se detuvo en un golpe de teclas que desentonaron por completo. John había perdido su expresión serena. Imposible mantenerla después de semejante golpe. -No, no tengo porque temer.... - dijo, evidenciando su consternación con el temblor en su voz. - Yo sé que no hice nada... me sé inocente...Yo...yo no fui...
-Será una lástima que tu querido portero se entere. - Continuaron, ignorándolo - El aprecio que te tiene existe, está ahí. Pero poco ha de durar cuando la verdad salga a flote. Si no me crees, solo recuérdanos. Somos el vivo ejemplo que tanto quieres desacreditar, mi querido Johnny.... Tú me querías...y luego me odiaste. Me temiste. Me mataste con tu indiferencia....
John guardó silencio. Respirando con cierta dificultad ante la idea de que por un eslabón perdido su nuevo futuro se viniera abajo. Tragó saliva y paseó su vista por los alrededores; Pensando, serenando su mente, analizando cada posible acción y resultado. Sus manos volvían a perder el control de sí, temblando con ahínco. Las cerró en un puño con fuerza, queriendo disminuir vaivén. Hasta que, sin desmentir su amor, sin desmentir su odio, una risa inexplicable comenzaba a brotar dentro de él, exteriorizándose en una simple risilla casi afónica. Distorsionando su rostro entre una mueca de dolor y otra de alegría maliciosa. -No. No debo preocuparme por eso.... - Dijo al cabo de un rato ya tranquilo, con la frialdad en la cabeza y en el corazón. - Solo es uno más. Otro que sacar del juego ¿no es así?
-Exacto. - lo apremiaron con gusto.- Solo una pieza más. Una pieza menos. Después de todo...
-...Es para proteger a alguien que quiero...pero...- dudó.
-Nada de ''peros'' Tienes el derecho. ¡El deber!
-Así es...es por su bien. La verdad no le sienta bien a nadie...- y más convencido, se levantó de su silla, impulsado por nuevas energías. - ¡Es necesario!
- ¿Seguro?... ¿Volverás a hacerlo, aunque dijiste que-?
- ¡Lo haré si con eso puedo mantenerlo a salvo!
- ¿Meterás la pata como aquella vez?
- ¡Para nada!
-Y si, en todo caso, las cosas no salen cómo quieres ¿También te desharás de él?
-Tienen que salir. ¡Deben salir!
-Una más. Solo una, Johnny...
-Una más. La última...
-Sí...Uno más...él último.
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