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39| El hombre que lloraba la pérdida de un ser querido.

      —¡Jonathan!— lo llamó por octava vez, recorriendo los pasillos de su hogar con pies ligeros que aumentaban su marcha conforme iba en busca del menor... — ¡Johnny!... ¿dónde estás?—vociferaba Emilio, emocionado y lleno de energía, revisando en cada habitación de la casa que estuviese a su alcance; asomando su cabeza y recorriendo con la vista cada recoveco; Desde los alrededores de los patios, hasta en las alacenas y esquinas donde pudiese caber un niño de once años. Dirigiendo sus pasos, por último, al salón de juegos dónde la pereza que normalmente le producía el hecho de subir tantas escaleras, se encontraba perdida entre la inmensa emoción que sentía. «Después de tantos intentos. ¡Por fin, lo conseguí!» pensaba radiante, abriendo su boca; ya preparado para vociferar aquel nombre una vez más; cuando escuchó, como signo de que iba por buen camino, un par de notas lentas que intentaban acoplarse a una pieza musical perfectamente conocida por el mayor. — ¡Aquí estas! — exclamó entrando en un salto al salón de juegos, sonriente y enérgico como nunca antes. —Debí suponer que estabas acá arriba. — observó, acercándose a Jonathan, quien lo saludó inmerso entre las notas torpes que sus dedos presionaban.

—¿Cómo te fue?— le preguntó, apartando sus manos y atención del teclado que por fin, con un poco de ayuda por parte de Mar y Emilio, compró con la mayoría de sus ganancias. Esperando inconscientemente una respuesta negativa por parte del mayor, más por costumbre qué por poca fe.

—Pues, me fue...—contestó Emilio torciendo la boca y ladeando la cabeza. — por desgracia, estás hablando con el nuevo pintor de la tienda de artesanías. — Jonathan abrió sus grandes ojos con asombro, esbozando una gran sonrisa mientras abandonaba su silla de un salto.

—¿¡En serio!?—exclamó, conteniendo sus ganas de abrazarlo; dando pequeños saltitos, en cambio.

Emilio asintió orgulloso — Vieron mi técnica y les pareció que encajaba con el tipo de pinturas que venden. Debo decir que son más manchas que nada, pero algo es algo. Me dieron fecha de entrega y como es mi primera vez, unos cuantos diseños a copiar en masa. ¡Esto será pan comido!

—¿Ya le dijiste a Mar?

Emilio negó con la cabeza. —No... Quería que fueras el primero  en saberlo. Pero por mi expresión al entrar, supongo que ya lo sabe.

—No supongas. — lo regañó John, tal cual lo hacía Mar cuando él se atrevía a suponer. —Ve y dile, mal educado. —dijo, señalando la puerta.

—Ahorita voy. Pero antes dime ¿Qué tocabas?— Emilio hizo sonar un par de teclas al azar y John suspiró, resignado y abatido, sentándose al filo de su silla. Abrió un libro de notas que había comprado para aprender a tocar por si solo y señaló una canción.
—''Para Elisa'' —Leyó el mayor en voz alta—ya decía yo que me sonaba de alguna parte. ¿No quisieras empezar con la de estrellita versión súper mega fácil?

—¡Calla! ¡Que me tengo que conformar con poder entenderle un poco a las notas! He estado estudiando el pen-pentegr...el penta-

—Pentagrama. — Lo auxilió Emilio—Pen-ta-gra-ma...

—El penta-grama...¡eso! Pero aún me confunden tantas líneas y corchetas... perdón, corcheas. Tengo que escribir las notas en un cuaderno. ­­— Y seguido de eso, extendió el cuaderno mencionado, mostrándole una burda copia del pentagrama donde, sobre cada corchea que marcaba la nota, escribía:

Mí, Re# Mi...

Si, Re, Do, y La...

­­Y con ello, el menor continuó explicando sus intentos para poder comprender mejor la lectura de las partituras, con un gesto cada vez más abatido. —Nadie dijo que sería fácil. —Comenzó Emilio — Pero por lo que veo, ahí la llevas. Los ejercicios de dedos te están saliendo mejor que antes. Ya se te están haciendo más hábiles...no te estreses, que para estar aprendiendo sin instructor, vas muy bien. — y diciendo esto, Emilio jugueteó un poco con las partituras del libro y el teclado, preguntándole a John a cerca de todo lo que ahí venia, haciéndolo reír cada tanto con alguna tontería que salía de su boca en forma de chusca canción. Una vez cumplió su objetivo de hacer que John se relajara un poco, fue al otro extremo de la habitación y despojando de su manta manchada de pintura, dejó ver un cuadro sin terminar sobre el caballete. Suspiró y se dispuso a pintar.—¡Inspíreme, maestro del piano! — le dijo con airado tono, alzando una mano en ademan.

—¿Por fin vas a seguir con el ángel...?— preguntó en cambio el menor.

—Mm, nop, con el paisaje. Es más fácil de continuar. El ángel...bueno, aún estoy indeciso...

—Me gustaría verlo terminado...—comentó John decepcionado y con los dedos de vuelta en las teclas. ¡Cuánto tiempo llevaba queriendo ver aquella pintura terminada! Emilio lo miró desde su lugar, consiente del enorme interés que John mostraba a su pintura sin terminar; apretó sus labios, e incorporándose, caminó hasta el chueco y pequeño librero que ambos habían improvisado con tablas desiguales hasta hacia unas semanas. Buscó entre los cuadernos del primer piso de dicho librero y encontrando lo que necesitaba, volvió a su silla, garabateando un instante en una de sus últimas hojas. Al finalizar –aproximadamente diez minutos después– se acercó al perfil del niño ensimismado en su práctica, llamándolo con suave voz. —Mira...— le dijo, mostrándole el dibujo. — esto quizá pueda remplazar momentáneamente mi pintura pausada. No se compara pero-

John, que apenas y había dado un vistazo al dibujo, interrumpió abruptamente su práctica y tomó el cuaderno, asombrado. —¿Soy yo?— preguntó, recibiendo un si por respuesta.

—Es para ti— lo apremió Emilio— el cuaderno también. Te lo regalo.

— ¡¿De veras?!— exclamó hojeándolo en un movimiento rápido, notando en sus adentros, los primeros dibujos que vió de su amigo. Entre ellos (aunque de esto no podía estar muy seguro puesto que su retrato era la atracción principal para él) se encontraba aquel dibujo ''especial'' que tanta curiosidad y repelús causó en Jonathan la primera vez que lo vió.

—¡Gracias! — exclamó el pequeño entonces.

       La luz de ese día había sido sombría y tenue a partir de las cuatro de esa misma tarde; y los vientos, cada tanto más fuertes, traían entre silbidos, negras y espesas nubes que deseaban prodigar sus penas sobre aquellos territorios. — ¡Adoro los días así!—exclamó de repente Emilio, quién para entonces, se encontraba inmerso en  su trabajo, pausando su manl sobre el lienzo y mirando con alegría aquel panorama mientras extendía sus brazos y hacía tronar su espalda. El menor no dijo nada, ya acostumbrado a escuchar esa exclamación durante cada día lluvioso, nublado, o extrañamente iluminado por un sol que solo se mostraba, según Emilio, una vez cada tres meses. Entre el murmuro de un pincel, y el cantar del monocromo de las teclas presionadas con torpeza, se escuchó la voz de Mar desde el patio, soltando un gran grito cuyo fin, era ser escuchado por el mayor. —Te hablan. — Señaló el menor. — Te toca ayudarle con la ropa.

—¿No te tocaba a ti?

—Yo lo hice la vez pasada, me tocaron las sabanas y colchas...

       El ''ahora vuelvo'' que Emilio le dio, se convirtió en varios minutos vueltos hora. Los deditos de John habían vuelto a las teclas al momento en que se había quedado solo nuevamente en el salón; saltando de tecla en tecla, intentaba mantener la fluidez necesaria que tal pieza le pedía. El paisaje a su lado se volvía aún más oscuro, allá, fuera de esa habitación iluminada; y con la noche que se acercaba en el ya cenizo color del cielo, el viento sopló con gran fuerza, entrando sin invitación al cuarto; acariciando el rostro sudoroso del pequeño Jonathan y refrescándolo con agrado. Sin embargo, su roce no fue tan placentero para las hojas de su libro, que fueron víctima de aquella intrusión, y con ello, las del cuaderno, alzadas con presteza. Amedrentado, John estiró su mano para detener aquella febril carrera. Doblando así, algunas hojas de su libro gracias al manotazo torpe que soltó, y por ende, dobló las del cuaderno. Angustiado por haber hecho semejante villanía a su regalo, miró aquella hoja maltrecha bajo la palma de su mano, que, como venganza a su superficie dañada, hirió con la peor escena el delicado e infantil corazón del menor cuando este retiró la mano. De todas las hojas marcadas con grafito, ¿Por qué tuvo que ser aquella la que expuesta quedó a sus ojos? El hombre triste se había vuelto a mostrar a él. Parecía mas adolorido. Cansado...más encogido que la última vez que lo vió embriagado en sus penas.

« ¿Por qué esta tan triste?» se preguntó John, no pudiendo quitar su vista hostil de esa imagen, odiándola en gestos, pero padeciéndola en susurros que su tierno corazón vertia. Detestaba la sola idea de que semejante dibujo pudiera haber salido de la mano de su amigo, que logró, al parecer sin mucho esfuerzo, que semejantes trazos pudieran transmitir tanta desolación. La sola idea de que tal desazón pudiera habitar dentro de Emilio, lo turbaba. Sacudió su cabeza, alejando todo rastro de mal augurio. Se levantó para cerrar las ventanas a su lado, y dejó el cuaderno apoyado en la pared, con el hombre ahogado en sus penas y con su vista infantil e inevitablemente curiosa, clavada en su espalda. De esta manera, pasaron varios minutos. Las ganas de tocar se habían evaporado de repente en aquel lapso de tiempo. «No quiero tocar. No al menos, ''Para Elisa'' » pensó cuando salió de su ensimismamiento. Buscó dentro del pequeño repertorio que en su cabeza existía, algo que quisiera intentar tocar, recordando y casi escuchando, una pieza en especial que parecía resaltar entre las demás con un esplendor único. Tomando vida por su propia cuenta y sonando casi junto a su oreja. Extendiendo su búsqueda aún más, hojeó el libro hasta dar milagrosamente con aquella partitura. Difícil para un amateur que apenas aprendía a mover los dedos sobre el teclado, pero hermosa para un corazón confundido, romántico y por ende, afligido.

Recordando algo de la melodía, vanamente intentaba interpretarla por medio del oído. De manera básica. Simple...una interpretación a oscuras que, poco a poco, fue creando y expandiendose en su cabeza; repasando sus notas una y otra vez; ensayándola y anotando su propia y fácil versión para no olvidarla mientras tanto. Y así, practicándola con dedicación, encajaba cada tanto, su tímida vista en ese hombre, sintiéndose poco a poco, animado a dedicar cada nota, por torpe que fuera, a su triste silueta.

        Los días pasaron y desde entonces, después de su práctica, minutos antes de descansar por completo, la interpretaba como podía, dichoso de que, cada vez que sus dedos danzaban recurrentemente sin pisarse entre sí, dedicaba su efímera entonación, fluidez y belleza apenas perceptible, al hombre del dibujo...esperando de corazón, poder llegar a él...por tonto, infantil, o imposible que fuera...Jonathan dedicó esa pieza, dentro de la intimidad de su corazón palpitante, al hombre que lloraba la pérdida de un ser querido...

*****

       Las tumbas de desconocidos que perecieron muchos años atrás lo rodeaban, abandonadas y sucias; algunas con flores marchitas en los floreros adheridos en su misma estructura; otras, con flores plásticas cuyo color se perdió y cuya tela se pudrió. Con sus faldas manchadas de lodo. Con sus cruces agrietadas y el relieve de sus nombres ahogado por gotas de agua que alcanzaban a penetrar entre las letras de una vida extraviada.­
         Allí, mientras todos se marchaban cabizbajos, Marco permanecía inmóvil. Con la cabeza agachada y las piernas encajadas al piso. Con el pantalón manchado en el área de sus rodillas y los hombros levantándose entre leves espasmos. El funeral había terminado. Los hombres habían enterrado el cuerpo de Martin y habían corrido a refugiarse de la lluvia. Los conocidos, se habían marchado para refugiarse en la entrada. La tía de Martin, mujer de carácter, había desaparecido apenas el cuerpo de su sobrino fue descendiendo a los confines oscuros de aquel agujero. Ariel, junto a su hermana y antigüos amigos del jardinero, se marcharon cabizbajos, con los ojos rojos ocultos tras cristales negros mientras que Marta y Rob habían intentado llevar, inútilmente, al pobre joven a la oficina para que descansara un poco; pero, solo eran eso, intentos vanos que no hacían más que destrozarlos un poquito más cada vez que el joven se soltaba de su agarre y se negaba a apartarse de su amigo. En esta labor piadosa, las secretarias habían hecho lo suyo también, pero habían sido ignoradas y alejadas con la peor de las actitudes.

La lluvia caía y nadie intentó alejarlo.
La lluvia caía y solo quedaba él...
...de pie, frente a la tumba de su amigo.

« ¿Por qué...?»Pensó con los ojos anidados en lágrimas. Inmóvil.

       Boquiabierto, de pie a varios metros lejos de ese hombre que lloraba amargamente bajo la lluvia; Envuelto con ese tipo soledad y desconsuelo que le sabía perfectamente familiar, John miraba a Marco atentamente. Escuchando en sus recuerdos aquella canción a la que tanto empeño había puesto cuando era pequeño. Mirando aquella imagen de grafito a la que tanta atención había prestado en aquel entonces.
    No había duda alguna: el traje negro, el talle de aquella espalda ligeramente encorvada. Ese sitio rodeado de cientos de tumbas desconocidas... un piso empapado por el llanto de un cielo benévolo que buscaba acunar al joven entre su frio abrazo. Ahí, frente a él. Tangible, silencioso, apenado... él hombre roto y herido que observó durante meses en su infancia, había cobrado vida ante él, oculto entre cientos de rostros y anécdotas. Camuflajeado por el grafito que ocultaba su rostro, más no su dolor, de los ojos curiosos de un desconocido.



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