37| ''Bienvenido a casa''
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Ambos corrían con todas sus fuerzas. Era increíble como Marco había sido engañado tan fácilmente por su amigo quien, con una advertencia amplificada por la inesperada aparición de un grupo de hombres de apariencia ''peligrosa'' comenzó a correr, despertando con eso el instinto de supervivencia del portero que entendió a la segunda cuadra que aquello no era más que una absurda broma de Martin, más, sabiéndolo ya, ambos continuaron en su carrera sin motivo; riendo y sintiendo la falta de aire en los pulmones. Como se esperaba, Martin iba adelante mientras que Marco, muy rezagado. Seis cuadras y éste último ya iba desarmándose mientras él primero apenas y respiraba.
— ¡Dios mío!— exclamó Martin una vez llegó a mitad de la sexta cuadra, deteniendo por completo su paso y apretando los ojos a la vez que se apoyaba en sus rodillas. — ¡Ya no puedo hacer esto! ¡Ya no más!—Exclamó casi sin aire con una sonrisa estúpida curvando sus labios.
Marco, llegando a su lado, por otra parte no soportó más el temblor en sus piernas y se dejó caer al suelo. — ¡No...Puedo...respirar...!— se quejó.
—Ahora sé cómo te sentías en la prepa. — Comentó Martin dando grandes bocanadas, tomando asiento junto a su desmantelado amigo. — ¡Joder, me cuesta decirlo pero, ya no soy aquel polluelo que corría por todos lados a todas horas sin siquiera sudar!... — Marco intentó hablar, tenía un buen comentario para molestar a su amigo, pero se lo reservó por la falta de aire.
— Esos tipos... ¿Por qué corrimos?— preguntó el portero, en cambio, una vez se normalizó su respiración.
—En esa esquina te linchan si no te andas con cuidado. ¡Estas en mis barrios Marco, y aquí no se anda con juegos!...
— Mentiroso— lo empujó con el codo— ¿Y como está eso de "tus barrios"?
—Tal cual suena — Martin señaló el fin de la calle; allá, a dos cuadras más, donde se topaban con un muro de árboles que se alejaban y subían un pequeño cerro. —En la penúltima cuadra— explicó— giramos. Y al final de esa calle... ahí, está mi antigua casa.
—Yo pensé que de toda la vida vivías allá, en aquel-
— ¡¿En aquel departamentucho?! No, nadie puede vivir ahí por tanto tiempo. ¡Es deprimente! No...Mi viejo y yo nos fuimos a vivir allá un tiempo, es un asco de lugar, pero, nos servía entonces.― Martin se encogió de hombros, dejando caer su cabeza entre sus brazos que aún estaban acomodados sobre sus rodillas ligeramente dobladas. —Pero aquí, en estas calles, fue donde básicamente crecí.
— ¡Wow! ¿Y porque no sabía eso? Es decir: Sé que tienes una tía desquiciada amante del cine que duerme entre películas. Sé cómo te pones cuando tienes hambre e incluso que a veces, cuando duermes, abres los ojos mientras literalmente estas roncando... ¿pero... no sabía esto?— dijo, torciendo una sonrisa.
Martin se encogió de hombros― ¿Qué te puedo decir? ¡Soy un saco de sorpresas! Aunque, ¿Me dirás que tú no tienes secretos?
―No.― respondió.
― Ahora tu eres el mentiroso― repitió el gesto de su amigo y golpeó su brazo, continuando con una seriedad inesperada― Aunque la verdad, no se puede esperar saber todo acerca del otro, incluso en las mejores amistades; pensar en que algo así es posible, es casi utópico...sabes qué siempre hay cosas que se mantienen secretas. ¿Te imaginas? Decirlo todo y perder en el proceso lo poco que te quedaba de ti mismo. No es recomendable...ni siquiera saludable.
—No estoy objetando nada. Mírame, calladito y atento.
Martin río, con esa risa peculiar y casi nunca producida por sus alegrías, pero si por sus pesares—Sé que no te estás quejando. Tú, como todos, sueles guardarte las cosas hasta que sientes los bolsillos tan llenos y pesados que no tienes más remedio que botarlo todo.
— Estas muy raro hoy, ¿no te parece? ― observó Marco. Su amigo comenzaba a tomar una postura seria y madura así, de la nada. El portero se burló cuando notó que Martin se había puesto rojo gracias a su observación y entonces, vió como el rostro del jardinero volvía a su semblante de siempre. En el fondo, el portero sabía que aquella charla buscaba tornarse seria, puesto que había un motivo oculto bastante obvio para que eso pasara. Pero el problema era que ese ambiente tenso y poco natural no combinaba en nada con su amigo, que sonreía incluso cuando narraba una tragedia. Que buscaba mantener el ánimo aún en la peor de las catástrofes. Martin, el mismo al que una vez llamó, entre la desilusión de la innegable realidad, Ángel terrenal, debía mantener su naturaleza. Después de todo ¿Cuántas veces no quiso actuar cómo alguien que no era al dar noticias de gran peso; intentando mimetizarse con el resto de las personas; Anhelando volverse común; amargarse en su totalidad, drenando sus brillantes colores con los que había sido tatuada su esencia y perder el optimismo en el proceso? Cuando se esforzaba por aparentar, no era Martin quien hablaba, solo una burda copia que deseaba no ofender a nadie con ese típico y sonriente rostro bien presumido en los temas serios. Si era algo importante, escucharía sin duda, tal cual hacía con las tonterías que normalmente se le decían; estaba dispuesto a ello. Sin embargo, no estaba dispuesto a ver cómo Martin se sobre-esforzaba por dejar de lado su forma de ser y expresarse, para hacer y decir lo que el común de las personas deseaban escuchar. Si en aquel tema que parecía querer exponer, una parte de él le era confiada, entonces quería que el Martin de siempre, ese en él qué depositó su confianza entera en tiempos en los que ni siquiera él creía en sí mismo, fuese el de siempre. Sin tapaduras. Sin cohibiciones. Justo así.
Martin dio una bocanada de aire exagerada y se incorporó de un jalón. ― ¿Quieres echar un vistazo? — preguntó, emprendiendo marcha nuevamente. Siguieron la dirección antes señalada por Martin, llegando a una calle en no mejores condiciones que las anteriores por las que habían caminado. Con sus casas pequeñas, bordeadas de colores - quizá brillantes en su momento- que ahora se mostraban descoloridos y carcomidos, descarapelados y mohosos. Debido a sus fachadas, al mirar con atención, varias casas parecían estar ya deshabitadas, exceptuando solo algunas pocas de las cuales brotaba el sonido del televisor, sintonizado en su mayoría, en programas de chismes. De otras casas, gritos de alguna madre molesta que mandaba a llamar a su hijo se desprendían dejando un curioso eco en las orejas de esos dos extraños que recorrían sus calles en silencio. La mayoría de los jardines mostraban altos matorrales, donde bolsas de basura distribuidas entre la maleza y la banqueta, alzaban al aire la pestilencia de lo que contenían sus adentros y un líquido verde brillaba en el pavimento a su alrededor, mostrándose pegajoso y con ello, asqueroso. No era un sitio, sin duda alguna, agradable. Y tal como se le dijo, al final de la primera cuadra se encontraba la casa de Martin, abandonada, triste, con las ventanas rotas y cubiertas por varios trozos de madera clavados por dentro. Con las paredes garabateadas por letras imposibles de leer y dibujos obscenos hechos por manos poco agraciadas y mentes vacías.
Martin se detuvo pesaroso frente a su antiguo hogar, mirándolo con zozobra. Se notaba indeciso. Con un dolor que solo la nostalgia provocaba una vez clavada en su pecho. En ese día, Marco le había contado tres suspiros; demasiados para una persona tan enérgica y alegre como él; pero pocos, para una persona atormentada por los fantasmas de una tristeza aun yacente en tiempos de antaño. Observó con detenimiento aquel gesto, genuino más nunca reconocido en esas facciones, esperando con respeto el momento en que su amigo estuviese listo.
Entonces, Martin dio el cuarto suspiro, y buscó en la bolsa de su pantalón, haciendo una mueca al dar con el sonido de las llaves. — ¿Traías eso contigo?— preguntó Marco, sintiéndose raro por romper con aquel silencio que parecía tan sagrado en aquella tenue sombra provocada por la posición del sol y la casa. No había terraza ni cochera que diferenciara esa pequeña casa de las demás, que como todas, era rectangular y simple; hecha de ladrillo que era adornado simplemente por capas de color que ya se veía derretido y carcomido por la crueldad del tiempo: Un hogar nunca más embellecido por el rojo, el azul, el amarillo; la risa, la voz, ni el amor...y por siempre repleta de pasado, hermoso y apenado pasado desconocido para el ser ajeno que distraído y tal vez asqueado, escupía en tan memorables existencias vueltas eco, silencio, quietud y recuerdo.
—Nunca me separo de ellas— respondió el Jardinero con tenue voz, sonriendo ligeramente por mera cortesía. — Siempre procuro ponerlas en el cambio de ropa que dejo en el cementerio. Así, no las pierdo. Así, si algo pasa, tengo a donde volver. — explicó. Y dudó unos segundos. Apretó los labios. Y entonces, metió la llave en el candado. Retiró la cadena envuelta entre las manijas de metal con las que se ayudaban para jalar la puerta al cerrarla por fuera, y por fin, se vio así mismo girando la siguiente llave con pavorosa lentitud. La puerta rechinó, dejando salir de entre sus comisuras pequeñas partículas de polvo que, de haber más luz en ese momento, habrían sido captadas por la vista y no solo por el olor y la molestia.
—Bienvenido a mi hogar. — dijo Martin, invitándolo a pasar, con cierta timidez.
—Así que...aquí es donde creciste...
—Síp. De aquí salí. — contestó intentando encender la luz, aunque como era de esperarse, sin tener éxito. ― Eso creí, no han ido a pagar.― bromeó.
Los pocos muebles ahí dentro estaban llenos de polvo, rotos y sucios. Tres sillas de madera vieja e hinchada de las cuales, solo una se encontraba tirada en el suelo. Un sillón para tres personas frente al lugar que alguna vez perteneció al televisor, el cual, obviamente, fue robado a su debido momento quizás por alguno de los amables vecinos que aprovecharon el año sabático en que padre e hijo se mudaron de ahí. Los muros, portaban más garabatos como los de afuera, siendo quizás el motivo por el cual aquellas tablas fueron colocadas en primer lugar. En la cocina, sobre el azulejo alguna vez blanco, otra densa capa de polvo se mostraba junto al cadáver de varios insectos. El aire viciado de tantos años sin luz ni aire, la poca luz que entraba para darle forma a los pocos objetos encontrados ahí, el silencio y la inmensidad que reinaba en la pequeñez de esa habitación...todo se reunía de tal forma, que en su mezcla, gritaba el indiscutible tiempo que se detuvo mucho antes de que sus dueños abandonaran esas paredes.
―Subiré a la azotea.― avisó Martin, desapareciendo en uno de los cuartos, el cual daba al pequeño patio trasero. Escuchó como forcejeaba con la puerta, la cual cedió después de varios intentos en los que trató de destrabarla. En la breve ausencia del jardinero, Marco miró todo, suponiendo, descifrando e intentando imaginar. Contó dos habitaciones. Una pequeña cocina. Un baño apretado con bañera. Una pequeña sala comedor y, por fin, el patio. Por simple deducción, la habitación más grande la supuso del padre de Martin, mientras que el otro cuarto más pequeño, de este último. De pie bajo el marco de la puerta, le fue fácil imaginarse al pequeño Martin, antes visto en fotografías mostradas por la tía del jardinero, vagando por ahí. Saltando en su cama. Haciendo de su cuarto un verdadero desorden. Correteando por los pequeños rumbos de su hogar. Viéndolo reír. Llorar. Jugar y retar a su padre como solía hacer con Bob, gastándole broma tras broma.
Escuchó los pasos de Martin por sobre su cabeza, viendo como unos cuantos grumos de tierra caían de donde se suponía, se encontraba parado el dueño de la casa. Parecía que el techo se vendría abajo en cualquier momento, e incluso Marco tuvo la precaución de acercarse a la puerta para evitar cualquier posible accidente. Después de unos minutos, la luz inesperadamente llegó.― ¡Y se hizo la luz!― gritó Martin desde arriba, bajando a toda prisa.
― ¿Cómo hiciste eso?― le preguntó admirado.
― ¿Qué? ¿No conoces los diablitos?― Marco negó con la cabeza― ¡¿en serio?! ¡Debes tener el historial más limpio entre mis conocidos! Solo me ''colgué'' a los cables de luz que están allá afuera. ¡Luz gratis! Mi padre lo hacía cuando nos cortaban la luz por exceso de pago...― Martin llevó sus manos hacia su cintura y echó un vistazo a su alrededor ―disculpa el desorden, no tuve tiempo de limpiar... ¡Demonios! ¿Alguien se orinó en el tapete?
― ¡Yo no fui!
― Lo sé, ya estas amaestrado... ¡Rayos! Estos sujetos no tienen respeto por nadie... ¡qué asco! Juro que esto no estaba así cuando me fui.
― ¿Cuánto tiempo llevabas sin venir aquí?
Martin hizo memoria ―Cerca de diez años... Mi padre volvió al año. Pero yo no pude...
―Querías independencia. ― dedujo Marco, intentando descifrar que era lo que estaba escrito en la pared. Martin ladeó la cabeza y agachándose, recogió una de las sillas que, tumbada en el suelo, parecía ser la más firme de todas. La incorporó y limpió con la palma de su mano, y repitió el proceso de limpieza con otra de las sillas. Ambas no eran muy grandes, eran un remedo de sillitas con figuras artesanales que compraron al dos por uno en un bazar del cual no lograban salir ni en rifa. Tomó ambas, cada una en una mano, y sin problema, las traslado a lo que Marco creyó ser su antigua habitación.
―Sentémonos por acá.― lo invitó― por allá apesta y por lo que veo, la ventana de aquí puede abrirse debido a los barrotes. — metió su mano entre la reja, quitó el seguro e intentó deslizar la ventana que, como esperaba, estaba bien trabada. Marco intentó tiempo después, al ver que le resultaba imposible a su amigo, y después de zangolotearla tanto, lograron abrirla. Tomaron asiento junto a ella y una conversación trivial comenzó entre ellos. Y aunque Marco moría de curiosidad por saber el porqué de la falta tan prolongada de su amigo, supo aguardar, incluso cuando impulsado por el hambre, Martin se dirigió a la tienda a comprar agua y chucherías para pasar el rato. En la momentánea soledad, Marco sintió como las ansias que le acometían hasta hace rato por no estar presente en su trabajo, comenzaban a desvanecerse desde el momento en que más de hora y media había pasado. Seguramente Bob lo entendería. O seguramente, le descontaría el día de su paga, aunque esto último no significara precisamente falta de comprensión.
—Lo he estado pensando—Comentó Martin, mostrando su cara entre los barrotes de la ventana, a la cual, Marco había dado la espalda para acostarse casi en el asiento. Dio un salto, provocado por la inesperada voz que le habló entre el silencio, y con una carcajada, Martin entró a la casa. — Tranquilo, respira...— le pidió, trayendo la tercera silla y colocándola en medio de ambos con el objetivo de que esta sirviera de mesa. Dejó las chucherías en ella y abrió la botella de agua, usando su contenido para lavarse las manos. — Si la ira de Bob pudiese ser medida con números, del uno al diez, ¿qué tan enojado crees que este por tu evidente desobediencia?
—Aun puedo alegar secuestro. — respondió, abriendo una bolsa de frituras y llevándose unas cuantas a la boca. —aunque, de ser medido por números, creo que estaría por rozar el diez punto nueve en la absurda escala que creaste.
— ¡Ja! Yo también lo creo. — comentó, imitando al portero. — Y del uno al diez... ¿Qué tan preocupado crees que este el muchacho Jonathan?— Marco se sobresaltó al escuchar aquel nombre, que entró de la nada en la conversación.
—No creo que llegue a cinco. — comentó fingiéndose imperturbable mientras cambiaba el tema. —Están buenas estas papas, jamás las había comido. — Martin asintió como única señal de haber atendido y respondido a su observación poco importante.
— ¿Eso crees?
—Si. Están buenas.
—No. Hablo del numerito que mencionaste. ¿En verdad crees que no llegara ni a cinco?— preguntó incrédulo, masticando mientras tanto algunos pedazos del puño de frituras que se había llevado a la boca—Porque Bob me dijo que desde mi ausencia, el muchacho había estado siguiéndote a todas partes. Algo así como un cachorro perdido. Si es así, sabes que los cachorros sufren demasiado cuando son dejados solos...
—Él no es un perro— lo atajó.
—Lo sé, es un decir. Pero estaba pensando en que te fuiste sin decirle nada, y aunque no tienes un deber hacía con él, teniendo en cuenta el hecho de que te acompañó todos estos días...es una grosería no habérselo comentado...
— ¿Me darás un sermón? En mi mente, se suponía que no tardaría mucho. Te acompañaba, me aseguraba de que te quedaras en casita, y me iba. No contaba con que me secuestrarias.
—Ahí está la puerta— le señaló—no te tengo amordazado así que: ¿Qué te detiene mi estimado?
Marco se encogió de hombros. —La curiosidad. — Contestó al cabo de pensarlo un poco—desapareciste por varios días. Suficientes para lograr preocuparnos. La situación no está como para salir a dar una vuelta solo y desaparecer así, de la nada. Naturalmente y aunque detesto admitirlo, llegue a creer que-
— ¿Que me habían asesinado?— preguntó con cierta burla el jardinero; burla que no ocultaba la crueldad de aquella palabra ni el temor que más de una vez causó en la mente del joven a su lado. Meneó la cabeza haciendo una mueca, inclinándose hacia el frente y clavando con ello la vista en el suelo. Fácilmente pasaron tres minutos en silencio, en los cuales, ambos permanecieron inmóviles. No se miraron. Incluso parecía que uno de ellos había olvidado por completo a su acompañante mientras alzaba lentamente la vista hacia la puerta de metal oxidado. Sus respiraciones apenas eran perceptibles. El murmullo de un auto que pasó removiendo la piedritas del asfalto demacrado apenas y era audible para ellos entonces. El tiempo se detenía una vez más dentro de aquella olvidada casa... —Lo siento— se disculpó el jardinero con un murmullo lo suficientemente audible para llegar a su compañero. —Lamento haberme ausentado tanto tiempo...haber sido tan cruel al tocar un tema tan delicado y fresco. Lo ocurrido con los asesinatos es algo de temer. Un tema serio. No fue ni ha sido mi intención hacer burla de eso...
—Entonces, fuese donde fuera que estuvieras, escuchaste sobre eso...
Martin asintió— Al menos, creí escucharlo. — se levantó de la silla, sintiéndose levemente pesado. Recorrió la habitación distraído, con las manos enfundadas dentro de los bolsillos de su chamarra. ― iba de vuelta a casa cuando vi mi cara pegada en un poste de luz.― comenzó― para alguien que vagó por los alrededores como un maldito desquiciado, escuchar las noticias del radio o el televisor es prácticamente imposible. Gracias a ese papel arrugado y casi despedazado por el agua comprendí que el tiempo había pasado.
―Martin... Dime, ¿Qué pasó exactamente?― preguntó Marco una vez su amigo guardó silencio.
―Nunca te lo dije, ¿verdad?― continuó el jardinero, ignorando la petición de su amigo. ― aquí, justo encima de esta mancha de humedad, se encontraba mi cama― comentó, parándose sobre la negra y amorfa figura. ― en mi cama, había cuatro palos apuntando al techo, cada uno en cada esquina. Allí, colgaba una sabana lo suficientemente grande. Y allí dentro, durante las noches, prendía una linterna, y contaba hasta siete cuentos de aventuras, todos ellos en una noche, antes de caer dormido...
― ¿contabas cuentos?― preguntó el portero, escuchando con atención aquella inesperada historia que nadie le había pedido contar.
―A Paolo le gustaba escuchar cuentos antes de dormir. Según esto, para dormir. Aunque eso lo mantenía mucho más atento y despierto que en el mismo día...―Martin se puso de cuclillas, alzó la vista al techo, recordando aquellas estrellas que una vez colocó y que brillaban en la oscuridad. Al mirar al portero y notar confusión en su semblante, no pudo evitar soltar una risa avergonzada. ―Lo siento. Paolo... el nombre de mi hermano menor.
« ¿Hermano?» se cuestionó el portero incrédulo. ―Yo...no sabía que tuvieses un...hermano.― comentó dentro de su sorpresa y confusión, esbozando una sonrisa que mostraba lo anterior.
―No. Nunca te lo dije.
―Y... ¿Dónde está él? ¿Vive con alguno de sus tíos a caso? ―Martin negó con la cabeza lentamente mientras se incorporaba y tomaba asiento nuevamente al lado de Marco. Ante el silencio, éste volvió a hablar encantado en cierta manera por saber que su amigo era un hermano mayor. ― Bueno, entonces eso quiere decir que ya es mayor de edad; déjame adivinar, si dices que es menor que tú...ha de tener... ¿veinticinco años?
Martin negó con la cabeza nuevamente. ―Tibio― contestó― Ahora tendría, si no me equivoco, veinte años.― el silencio volvió a reinar debido a la palabra ''tendría'' Marco creyó escuchar mal, y apenas hubo abierto la boca para corroborar su malentendido cuando Martin se le adelantó, sabiendo de antemano lo que diría el portero ― Paolo falleció hace diez años.― dijo por fin, sin saber, aunque si sospechando, que el corazón de Marco saltó con la nueva, triste e inesperada noticia. Palideciendo y sintiendo sus ojos ligeramente irritados, el portero no sabía que decir, o que hacer. ―Nunca te lo dije...quien sabe por qué.― se explicó Martin― Quizás porque no era relevante para nuestra amistad... o porque era todo lo contrario. Tal vez no era el momento. O tal vez porque ya es tarde... y a estas horas, con el sol de ahora, las cosas del pasado se vuelven más nostálgicas, más pesadas e insoportables a semejantes alturas de la vida.― tragó saliva. Jugueteó con sus manos de repente temblorosas. Apretó los labios, deformados por una mueca que luchaba por mantenerse en su siempre sonriente faz, y continuó.― Te traje conmigo, porque quien sabe si habrá otra oportunidad como esta: quiero que lo sepas todo. Pero antes, ¿podrías hacerme un favor, de dos que te pediré? concédeme este capricho, por favor: ― Marco asintió― Prométeme que te quedarás hasta el final, escuches lo que escuches. Hable de quien hable, difame, e incluso acuse.
―Lo dices como si fuese a marcharme solo porque difames a unos cuantos― comentó Marco, sonriendo con pesar― nunca lo he hecho...y hoy no será la excepción.
Martin alzó la vista, mirándolo fija y temerosamente.― ¿incluso sabiendo que a quien he de difamar e incluso acusar puede ser alguien cercano?
Marco tragó saliva y asintió. Martin tomó aire, y esperó. ¿Esperó a que? A obtener las palabras precisas para relatar aquello que se le había prohibido contar...
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