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33| Un Pensamiento dirigido al Pasado.


Marco volvió a casa, dejando tras de sí la imagen de Jonathan, quien desde hace días, adoptó la costumbre de acompañarlo hasta la puerta. — Es por precaución— decía John, como una excusa que el portero aceptaba gustoso. — así me aseguro de que llegues a salvo a casa...

— ¿Y cómo me aseguraré yo de que tú llegarás en mis mismas condiciones? —le replicó.

—Me temo que no hay manera. Así que, supongo que deberás confiar en mí.— Habiendo pasado todo el día juntos, charlando, durmiendo, comiendo...la hora de separarse se había presentado como un espectro que vagaba junto a ellos, invisible pero siempre presente, acechante, innegable...

Hablaron durante media hora fuera de la casa y se despidieron dejando al aire el mismo tema de siempre: ― Intenta descansar esta noche...― le dijo John, bajando las escaleritas que daban a la puerta de aquella pequeña casa rentada.― La falta de sueño no le va bien a nadie.

―Lo mismo te digo a ti. Con algo de suerte, quien quita y a lo mejor duermes hoy. Te veías demasiado cansado en comparación de otros días. Intoxícate en remedios contra el insomnio de ser posible.― bromeó, abriendo la puerta.― Y cuídate de camino.― le hizo una señal de despedida con la mano y entró,

cerrando la puerta tras de sí y escuchando los pasos de John que dudaron en retomar su camino durante varios segundos.

Envuelto en oscuridad, el sonido del frigorífico vibraba en cada esquina imperceptible ante sus ojos diurnos. Buscó a tientas, buscaba el interruptor. Y de un simple movimiento, todo se iluminó. La mesita de madera barnizada en negro a mitad de la sala fue lo primero que vio. Portando aun ese ramo de lirios de múltiple color que desprendían su aroma sin mostrar el menor pudor. Esas, las descendientes de un primer regalo, habían sabido mantener su belleza hasta entonces. Sin embargo, días atrás, una a una, comenzaron a morir. A perder su color. A perder su fragancia junto a sus escasos pétalos.

Marco las miró detenidamente, dejando caer su mochila al suelo, provocando con ello un sonido sordo. «Se notan opacas, tristes, apagadas» pensó, mientras su semblante poco a poco se oscurecía. «Están muriendo...» extendió distraídamente su mano y acarició uno de aquellos pétalos, perdido en la efímera existencia de aquel obsequio. Su mirada, encajada aparentemente en todo el ramo por igual, solo se centraba en aquella pequeña flor que apenas parecía comenzar a florecer: estaba marchita por completo, seca, hueca después de tan poco tiempo. Un suspiro tembló entre sus labios, amedrentándolo y desencajando la serenidad que albergaba su persona hasta entonces.

— ¿Serias tan amable de decirme, qué, es, eso?—Preguntó luego de escuchar las voz de Martin al otro lado de una maceta llena de flores brillantes que bailaban gracias al leve zangoloteo que su portador les daba bajo el umbral. —Me llamo ''Alstroemeria''... o para más fácil, ya que eres cuate. ''El Lirio de los Incas''. — le contestó Martin, adelgazando su voz y volviéndola ridículamente femenina y aniñada. — ¡Salúdame!— exigió, ahogando una risa que demandaba burlarse de sí mismo en aquella fea actuación de flor de la pradera.

—No pienso hacer eso. — Contestó Marco con escaso tacto, a la vez que el ramo de flores le saltaba encima, profiriendo chillidos y golpeándole suavemente la cara con sus pétalos.

¡Salúdame maleducado! — exclamaba la flor mientras entraba de lleno a la casa, engrosando cada vez su voz de aparente delicadez a la de un macho cabrío. Debido a ese cambio tan drástico en la voz, Marco no pudo más que soltar una carcajada mientras, rendido ante el poder de las cosquillas fotosintéticas, saludaba a las flores entre su jolgorio.

—Ya, apláquense. — Dijo entonces Martin, saliendo detrás de los lirios y depositándolos en la mesa ubicada entre los dos sillones que conformaban la sala de Marco. Señalándolas como un padre amenazador que reprende el comportamiento de sus hijos— Perdónalas, están nerviosas, conocer su nueva casa debe ser difícil.

— ¿Nueva casa?

— ¡Sip! Eso mismo. — dijo el jardinero quien se dejó caer en uno de los sillones, con esa alegría y confianza tan características de él. — ¿Te gustan? Espero que digas que sí, porque si no te gustan igualmente te las quedaras.

— ¿Y eso porque?— le preguntó extrañado, tomando asiento frente a él.

—Vives aquí solo, sin ninguna vida además de la tuya, lo cual es aceptable pero triste. ¡Te hace falta compañía! ¿Y qué mejor que estas preciosas damas? Digo, a falta de una de verdad...— Martin se inclinó, intentando ver las raíces de los lirios— Bueno...creo que si son damas...me lo parecen a mí, por lo menos.

—No, no puedo. No las quiero. Me matarás si una de ellas se marchita antes de tiempo; te conozco psicópata amante de las flores.― lo señaló Marco, recordando la vez en que arrancó una gran flor de un árbol. Martin se le había lanzado entonces en regaños y ceños fruncidos. «¡Ahora solo tiene 3!» le había gritado entonces.

El jardinero se llevó una mano a su pecho y con expresión exageradamente ofendida meneó la cabeza— ¡Me ofendes al pensar así de mí!...― exclamó―No, pero ya hablando en serio, eso no pasará. —dijo, seguro de sus palabras. — La mujer de la florería que está a la vuelta de mi lugar de trabajo-

—El cementerio ese— lo interrumpió Marco, cruzándose de brazos y recargándose en el respaldo del sillón.

—Ese mismo.― asintió― Ella me dijo hace mucho, cuando era un mocoso de once años quizás, que cuando una flor es entregada con voluntad, afecto o simplemente, con plena conciencia, sin envidias ni arrepentimientos, la probabilidad de que perdure es alta. Además, éstas, como cualquier otra flor, poseen un significado. Y si se entregan basadas en ese significado, ¡con mayor razón van a durar!

—Dices puras bobadas, ¿lo sabías?— bufó Marco.

—Bobadas o no, siempre hay algo de cierto en ellas...

— ¿Y qué se suponen que significan estas?

Martin se encogió de hombros— Si en verdad quieres saber, eso corre por tu cuenta, mi estimado. Cambiando el tema...— Martin juntó sus palmas de repente y las frotó una contra la otra— ¿tienes comida? No pude comer nada en toda la mañana y mi panza reclama sus derechos. — y dicho esto, Martin se levantó de un jalón, se encaminó a la cocina y abrió el refrigerador sin esperar respuesta.

— ¡Ya sabes! ¡Sírvete!— gritó Marco desde la sala, escuchando el sonido de las sartenes siendo removidas y colocadas en el fuego de la estufa.

— ¡Gracias, en eso estoy! Oye, Marco...

—Qué.

— ¿Qué no tienes huevos?— preguntó, alzando la voz y riendo— Y antes de que te apuntes, no, no hablo de esos, cuya existencia sé más que nula, por cierto. Si no de estos. — Martin se asomó en la puerta de la cocina, esquivando un cojín que pasó volando junto a él de repente y enseñándole a la par un cartón de blanquillos vacío. Martin río divertido, apagó la estufa y abandonó la casa de Marco, gritando por lo lejos que iría a la tienda y que no tardaría.

— ¡Hazme el favor de no volver!— pidió de misma manera Marco.

— ¡Brincos dieras pigmeo! ¡Y pobre de ti si no me abres la puerta! ―lo amenazó.

Marco, en aquel entonces, lo miró marchar por la ventana hasta perder de vista su andar. Para entonces, toda la habitación estaba impregnada del aroma de los lirios. En esos tiempos estaban iniciando el mes de Julio y el calor se sentía a tope aun con las ventanas abiertas de par en par, los ventiladores encendidos lanzando aire a cada esquina que su vista alcanzara; Con las luces apagadas con el único fin de evitar calor innecesario mientras que en el refrigerador, una cantidad de agua era congelada y solidificada en pequeños cubos para refrescar en su debido momento alguna bebida que el cuerpo pidiera para mantenerse hidratado. El reloj marcaba las dos de la tarde y mirando a través de la ventana, podía vislumbrar el vacío de las calles donde poco a poco, notaba ligeras distorsiones de imagen debido a las ondas de calor que desprendía el suelo.

Marco soltó un suspiro y se dejó resbalar hasta llegar al suelo. El sillón ya se había calentado demasiado con su presencia puesta en él y ahora necesitaba descender a los fríos reinos que el suelo le tenía reservado.

Pronto se vio a si mismo despojado de sus zapatos, descalzo en su totalidad, y acostado de lleno en el piso. Mirando el techo y entre su visión, la imagen de los lirios de multicolor, que por cierto, parecían asomarse, curiosos, para ver a su nuevo cuidador. Entre sus colores, destacaba más el color blanco, algo que resaltaba a la vista espléndidamente por la frescura que mostraban. —El significado de las flores. — murmuró pensativo. Dudó varios minutos. La curiosidad de ver de que trataba aquello era grande. Pero, su extraño remedo de orgullo le decía «después de todo, son solo flores cuyo significado me suena a mentira» pensó con aparente hostilidad. Aunque, minutos después, extendió su mano hacia la mesita, donde su vieja laptop, más de una vez modificada, se encontraba cargando.

— ¡Ya llegue!— se anunció su amigo después de veinte minutos, empujando la puerta entreabierta con su pie y llevando consigo varias bolsas. —Traje pan, leche, frijoles que estaban en promoción después de tantos días cotizados como si fuesen el caviar mismo de los ricos. Mermelada, brócoli, papas y aguacate. ¡Ah, sí! Y naranjas, ¡muchas naranjas!

—Tardaste una eternidad— señaló Marco aun en el suelo, pero del otro lado de su sala. Con las manos y pies extendidos a lo largo y ancho.

—No me digas, estás ahí echado desde que me fui...

—Y ¿Qué si así es?...― Marco alzó la vista con dificultad, mirando las bolsas que Martin traía consigo― Oye, ¿No crees que son muchas naranjas?

— ¿Y qué si así es?― dijo Martin, imitando lo antes dicho por su amigo mientras dejaba las compras en la mesa del comedor, junto a la sala.

Touché... Eso quiere decir que vendrás a comer aproximadamente... ¿lo que queda de esta semana?

Sip. Es jueves...Y ahora que lo pienso...normalmente estas aquí a eso de las tres...― dijo captando la situación tardíamente y mirándolo confundido.― A todo esto ¿Qué haces aquí?

―Lo mismo debería preguntarte a ti.― Río Marco― si sabes que no estoy a estas horas, ¿que haces en mi casa?

―Sabes que siempre que vengo te espero allá afuera. Pero vi las ventanas abiertas y supe que aquí estabas... ¡Y no me cambies el tema! Que te pregunté algo.

—Me corrieron.― confesó sin más, preparándose para la lluvia de regaños y preguntas que le caerían en cuestión de nada mientras acomodaba sus manos bajo su nuca.

— ¡¿Otra vez?! —exclamó Martin. — ¡Rayos! ¿Qué hiciste ahora?— preguntó y esperó, pero solo hubo silencio por parte de Marco. —No. Ese es el problema. — respondió Martin por sí solo, alaciando su cabello hacia atrás en un movimiento que denotaba frustración— ¡no hiciste nada! Lo dejaste pasar. Como siempre. ¡Era un buen lugar Marco! ¡Moví cielo mar y tierra para que te dieran esa bacante a ti!

―Yo no te lo pedí― se defendió.

―Te pagaban bien. No te asoleabas.― continuó, ignorando su comentario― Te aplastabas el trasero todo el día contestando teléfonos, pero, era mejor que estar limpiando excusados en aquel bar de mala muerte en el que estabas lleno de vómito y eses hasta el cuello...¡Joder! ¿Por qué no haces el esfuerzo aunque solo sea una vez? ¡Parece que lo haces a propósito!

— ¿Eres mi padre o qué?— le refutó con hastió, incorporándose y sentándose con las piernas cruzadas. —No necesito de este sermón. Ya soy un adulto. Puedo con esto-

— ¡No! No puedes. ¡Mírate! Estás desempleado, tienes graves problemas de comunicación y la labor de elegir entre pagar tu renta o comer.

— ¡Tú no sabes eso!

— ¿Entonces me equivoco al menos en eso?― Martin se cruzó de brazos, mirando a Marco y esperando.

―No― confesó al fin, desviando la mirada.― pero ya veré que hacer. Quizás me cambie a un sitio más pequeño, hay varios que son baratos, puedo-

―No. Ni siquiera me lo digas. ― pidió su amigo.― ¡esta conversación la hemos tenido decenas de veces por cada trabajo que pierdes gracias a tu actitud de diva! Y la verdad, sé a dónde llegará todo esto. Solo, por favor...solo dime y aclara mi duda de una vez: dime que esta actitud tuya...este constante odio irracional por tu vida; esa absurda necesidad de arrastrarte en la inmundicia que tu sola persona creada por estupidez... no tiene nada que ver con-

― ¡Para nada!― lo atajó Marco antes de que pudiese terminar. No quería escuchar aquel nombre que despertaba en él recuerdos temidos que quería desechar de una vez por todas. ― Es una mala racha, Martin― dijo mas calmado, buscando amainar la situación para así evadir el tema justo como lo había hecho muchas veces atrás. ―buscaré otro lugar donde trabajar. Lo encontraré...no debes preocuparte por ello.

― ¿Has hablado con tu padre?― le preguntó Martin, serio.

―No...

― ¿No habían hecho las paces ya?

―Nos dimos la mano. No sé si eso cuente como-

―Él había mencionado algo de pagarte la carrera que quisieras hace tiempo... ¿sigue en pie la propuesta?

Marco asintió― Sí, eso creo. Al final de cuentas, fue una promesa. Y por mucho que el llegase odiarme, debe cumplirla.

― Eres un maldito nerd. Básicamente eres brillante. Tu memoria es excelente. Nada comparado al seso fundido que soy yo. ¿Por qué no simplemente, te tragas tu orgullo y vuelves? Si la promesa de la que me hablas está aún en pie, supongo que la otra también lo está. Tu padre te recibirá en casa. Ahí, aunque sea pesado, podrás desarrollarte en la carrera que escojas. Tendrás techo, comida, estudios... ¿por qué no? Aquella absurda pelea que tuviste con él no tiene porque perjudicarte en tu futuro. Porque si, aun tienes futuro. ¿No te apetece hacer algo más grande, algo digno de tu inteligencia y tu-

―No lo sé. ― Lo atajó molesto. Marco se levantó del suelo con el ceño fruncido, se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso con agua. Bebió con ahincó y después, tomando aire y dejando qué el silencio amainara la situación, preguntó― ¿Cuál dices que es el cuidado de esas flores?

Dos semanas después de ello, Martin apareció en casa de Marco a las 7:15 de la mañana, tocando con fuerza a su puerta y llevándolo con él a la fuerza y casi en pijama.

A las 7:30 Marco conoció a Bob.

Y a las 7:39 se volvió el nuevo, y el primer portero del cementerio.

« ¿Porque hace tanto por mi?» se preguntaba entonces, cuando ambos volvían a casa en aquella tarde a mediados de Julio. Desviando sus pasos de su hogar, Martin lo acompañaba mientras decía un montón de bobadas dignas de él.

El sol aun no se ocultaba cuando llegaron al umbral de su casa. Ambos charlaron dentro, comieron y vieron televisión un rato. Como se esperaba, el aroma de los lirios aun reinaba en su alrededor, junto al brillo que la presencia del jardinero creaba y ese tenue ambiente de comodidad en que ambos se desenvolvían con total libertad.

En una de las tantas ocasiones en las que Martin se levantaba por lo que era otro vaso de refresco, Marco miró los lirios y entonces, viendo el andar de su amigo sonrió, recordando aquel significado: «Simboliza una amistad duradera y un amor eterno entre la persona que regala la flor y quien la recibe» citó mentalmente, trayendo a su memoria todo aquello que leyó en distintos artículos aquel día. Mientras tanto, Martin le gritaba a un montón de niños que, fuera de aquella pequeña casa rentada, trepaban en el escuálido árbol de limón ubicado frente a la cocina de Marco, quien miraba aquella acción con agrado.

«También se cree qué simboliza la buena fortuna, la riqueza y la prosperidad así como los cambios significativos en la vida de un amigo o de un ser amado»

Martin corrió hasta la puerta, saliendo y fingiendo perseguir a los niños que comenzaban a emprender carrera para huir de él― ¡Nada más que los vuelva a ver por aquí, chamacos vagos!― gritó, recogiendo una rama que había sido arrancada del árbol. ― Pobre, te acaban de mutilar― dijo al árbol, meneando la cabeza con desapruebo y lastima.

«Debido a que las hojas del lirio peruano se retuercen y adoptan la forma de espiral al crecer, cuando la regalas, puede significar un lazo irrompible a lo largo de los giros y vueltas que da la vida...»

―Hey Marco, ¿Quieres una rama?― le preguntó Martin divertido, cerrando la puerta y llevando consigo la rama del limón hacia la cocina. ― ¡Oh! Pero... ¡Mira nada más! ¡Tenemos limoncitos deformes!― exclamó, jugando con su voz lleno de ternura al ver que la rama llevaba consigo su fruto interrumpido en su crecimiento― Ok, ok. Muy bien. Tú te llamarás Limonzon, y tú, lizmonsin...

La sonrisa que había aparecido en su rostro aquella vez, radiante y agradecida, una vez más, intentó proyectarse junto aquel recuerdo ahora en su presente: sin embargo, esta vez, se mostró distorsionada y temblorosa. Forzada e insoportablemente dolorosa.

«Idiota... » Pensó, cerrando los ojos con fuerza y apretando los dientes para evitar gritar. Perdiendo la fuerza en sus piernas y llorando amargamente junto a aquellas bellas flores a medio marchitar « ¡Grandísimo animal!...¿Cuándo piensas volver? ¿Martin...?»







Sentado al pie de su cama, con los ojos fijos en el suelo y los cabellos empapados en sudor, sostenía entre sus manos una lata a medio vaciar con agua mineral. Con espalda encorvada y la cabeza gacha, esperaba el amanecer en un letargo total. Los ruidos en su cabeza habían cesado y su mente, después de una ardua noche entre espasmos, golpes y gritos de dolor contenidos, por fin comenzaba a descansar. «Se hacen cada vez más fuertes.» pensó, sintiendo con agrado el silencio y la tranquilidad qué en su cabeza gobernaba por primera vez en esas arduas horas.

Sus labios, semi-abiertos, se encontraban agrietados y lastimados. Se había mordido con tanta fuerza que logró que de ellos brotará el líquido carmín que recorría su interior.

—La mañana se acerca— escuchó entonces entre el silencio de su habitación. ¿Cuántas horas habían pasado? ¿Cómo había vuelto a casa, si recordaba que el dolor que llegó a él cuadras lejos de la casa de Marco, era tan grande que apenas podía moverse? Las dudas estaban allí, en su cabeza. Pero carecía de la fuerza necesaria para insistirle a su recuerdo.

—Estoy cansado. — susurró sin ánimos, viendo de reojo cómo el sol comenzaba a salir y con ello, a iluminar su habitación a través de las persianas que dividían su luz sobre su delgado torso desnudo. — Quiero dormir...

—No puedes hacerlo.― le contestaron con falsa condescendencia― Cuando el sol sale, tú despiertas. Así de simple. Es antinatural para un humano dormir durante el día para así cobrarse las horas de sueño que debes a la noche. Vamos. Levántate de ahí.

—No puedo... — sollozó, sintiendo sus piernas débiles e inútiles.

—Claro que puedes. — le contestaron. —Debes hacerlo. Si no, ¿Cómo terminaras con lo que empezaste?

— ¿Con lo que empecé?― preguntó confundido.

—Exacto. ¿No quieres ver los frutos de tú arduo trabajo? ¿De tú larga espera que comienza a culminar?

— ¿De mi trabajo? ¿Mi espera? No sé de qué me hablas...yo solo, quiero dormir....

—Mi querido Johnny. ¿Cuándo entenderás? no funciona hacerse el inocente conmigo... ¡Anda! ¡Levántate! ¡El sol brillará de nuevo! Tu sol espera por ti. No querrás perderlo detrás de las nubes de lluvia que se avecinan, ¿verdad? ¡Un gran día espera por ti allá afuera!

—Entonces, ¿Puedo dormir un poco?― preguntó, por alguna razón esperanzado.

—No.― sentenció.

—Por favor... Diez minutos...solo eso... —Suplicó con voz entrecortada.

Rieron con complacencia al otro lado de su habitación —Ayer descansaste media hora junto con aquel muchacho. Eso debería ser suficiente para ti. Aguanta. Ya tendrás tiempo para descansar todo lo que quieras Johnny querido... Anda. Ve a darte una buena ducha con agua fría. Eso bastará para que despiertes. Y lávate bien las manos. No las querrás llevar todas sucias, ¿o sí? Aunque con los guantes ni se note...

John, sin contestar, se puso de pie con dificultad. Sus manos, débiles y temblorosas, no pudieron sostener más la lata y ésta cayó al suelo, mojando la azul alfombra bajo sus pies. Sin darle la debida atención, camino encorvado y cabizbajo hasta el baño de su habitación. El agua comenzó a caer y así, a llenar el apartamento con su indiscutible sonido. 





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