32| El Ángel de Piedra.
— ¿Vas a estar libre este domingo?— preguntó Marco fingiéndose distraído, mirando a la nada y dando un bocado a su triste sándwich de jamón y crema a medio agriar. Ambos estaban sentados en el suelo de la entrada; justo en el sitio donde Marco siempre custodiaba la puerta, disfrutando como podían de sus pobres almuerzos obtenidos en una tienda de abarrotes cuando iban de camino al cementerio. Era la tercera vez que le hacia esa pregunta, siendo la primera en la fonda de Marta, y la segunda, de camino a casa, en medio de una de esas noches en las que decidían caminar entre la oscuridad nocturna y la luz artificial de cálidas farolas. Jonathan sonrió ligeramente, mirando el suelo mientras tragaba su bocado.
—Sí. ¿Por qué?— preguntó, sabiendo que no obtendría respuesta más allá de un simple ''genial'' que luego, daría pasó a otra pregunta que cambiaria el tema por completo.
— Llevo varios días notándolo— comentó Marco después de dar la respuesta que Jonathan había previsto— pero tus ojeras me dicen a gritos que te has desmandado... ¿sigues sin poder conciliar el sueño?— preguntó mirando el perfil bajo de su amigo.
— ¿Puedes creerlo? Me siento tentado a probar la última opción: ¿quieres noquearme para ver si funciona y puedo dormir más de media hora?
― ¿Estás bromeando? ¡Solo media hora...! ¿Por noche?― preguntó incrédulo, tragando el bocado que tenía en la boca con dificultad.
―Cuando tengo suerte.
―¡¿Entonces, cómo es que estas como si nada?! ¡Es decir, a estas alturas, de ser yo quien no ha dormido, estaría babeando el suelo y roncando como si mi vida dependiera de ello!...
—Bueno, no siempre ha sido así; los primeros días me sentía fatigado. Incluso hoy en la mañana lo estuve, pero de alguna manera me las arreglo para recobrar la postura...
―Deberías ir con un doctor...quizás pueda recetarte algo.
―Tienes razón, pero, ¿qué hay de ti? Tampoco estas durmiendo muy bien que digamos...
―Pero duermo como mínimo cuatro horas.― se defendió― Y solo es temporal, una o dos noches, porque a la tercera caigo rendido y duermo perfectamente... ¿Qué haces durante tantas horas?
Jonathan alzó los ojos y apretó los labios, como recapitulando sus acciones nocturnas y acomodándolas de las más comunes a las menos recurrentes. Después se encogió de hombros y meneó la cabeza. ―Matar el tiempo, supongo. ¿Qué más puedo hacer? A veces... muy, muy a veces, salgo a caminar. El lugar al que fuimos aquella noche, lo descubrí como tal gracias a una de esas salidas nocturnas. A veces, cuando lo creo propicio, paso por ahí a beber un poco de café y escuchar algo. Es tranquilo y cómodo. Se está mucho mejor ahí...
― Entonces debo suponer que te encuentras mejor en un sitio alejado que en tu propia casa...
―Creo que, lamentablemente, así es. Vivo solo desde hace tiempo. El sitio donde vivo es, a mi ver, un techo bajo el cual me oculto del sol, la lluvia y el peligro de las noches cuando no tengo ánimo para salir. Pero, unque la mayoría del tiempo es así... hay ocasiones en las que siento enorme ese espacio, y me doy cuenta de lo vacio que es. Entonces siento miedo y salgo buscando algo menos, frívolo. Así mismo, a veces la siento tan pequeña que creo volverme loco si pierdo un segundo más encerrado entre sus paredes...es...simplemente, absurdo.
Marco lo miró, sintiéndose identificado. Dio otra mordida a su sándwich, masticó y tragó.―Te entiendo.― dijo entonces― La primera vez que me sentí de esa manera, fue cuando tenía trece años. Creo que inclusive me deprimí por ello. Para ese entonces, mi casa había dejado de pertenecerme. Me sentía un arrimado. Un extraño vagando en los pasillos de su propio ADN. Mirando rostros familiares de toda la vida...encontrándome a mi mismo desdeñándolos repentinamente por un truco barato del destino...cuando eso pasa, existen pocos sitios donde se pueda estar en paz.
Jonathan escuchó, mirando como Marco, inconscientemente, o quizás, consciente, llevaba su mano hacia el interior de su camisa, sujetando de su pecho aquel crucifijo de plata que una vez perdió y le fue devuelto por él. Con una bella hechura; brillante y armonioso en su fina estructura, el crucifijo era tiernamente envuelto por la mano del portero, quien parecía hallar un consuelo especial en aquel vago movimiento.―Es el crucifijo que perdiste el día que nos conocimos, ¿verdad?― señaló John.
―Sí, el mismo... ― Marco sonrió y guardó silencio un momento. Acariciando con su pulgar la hechura del crucifijo y sintiendo en la punta de su lengua las palabras que podrían seguir a aquella afirmación. Con cautela, miró a John de entre ojo, notando en su semblante un ligero aire de decepción. «Ahora que lo pienso, el me habló de Emilio... Me tuvo esa confianza...y yo, sin embargo, no le he dicho mucho de mí...creo que apenas y le he dicho algo.» pensó, llegando a la misma conclusión de siempre: No sabían nada de sus vidas. No al menos, nada más allá de las pequeñas obviedades de las que hablaban en sus tiempos juntos y una que otra referencia del pasado. Cierto era que el pasado poco podría llegar a importarle, sin embargo, existían excepciones, posibles solo por la existencia de personas que como John, lograban atraer su atención, despertar su curiosidad y con ello, sus ansias de saber. «Ojo por ojo...supongo» se dijo, tomando aire y alejando, si es que aun existía algún celo en él, todo despojo de duda en su cabeza; desvaneciéndolas con más facilidad al ver la expresión del joven. ―Es un regalo muy preciado para mí― comenzó, riendo más por lo que comentaría que por el recuerdo en sí― mi hermana me lo regaló hace tiempo, cuando nuestros padres se divorciaron y nos separaron.― el semblante de Jonathan cambió repentinamente, volviéndose a él con total atención y un deje de felicidad ― Ella...bueno, ella es la mayor, así que en su momento sintió la necesidad de consolarme por aquella terrible separación que acongojó nuestros días infantiles. ''Si te sientes perdido'' me dijo, mientras la ponía en mi cuello '' tómalo entre tus manos y recuerda que no estás solo. Siempre habrá quien rece por ti en las noches. Siempre hay alguien que vela por ti, día y noche, allá arriba, en el cielo. Y aquí abajo, en la distancia que la tierra impone. '' O algo así...ciertamente no las recuerdo tal cual, pero aun así, son importantes para mí. Llevamos años sin vernos...pero este crucifijo nos mantiene unidos. Me dio fuerza en su momento, así que, supongo que es instintivo tomarlo entre manos cuando no estoy del todo bien.
Jonathan lo miraba detenidamente, complacido por escuchar aquella pequeña historia que, sin embargo, revelaba mucho sobre Marco—Yo... no sabía que tuvieses hermanos...— dijo, sonriendo por lo bajo.
—Naturalmente. Yo también desconozco mucho sobre ti...por ejemplo, cosas como, cuáles son tus aromas preferidos. Tu mejor recuerdo. Tu película y color favorito. Ni siquiera sé cuándo es tu cumpleaños. ¡O de que vives!... Y por cierto ¡Siempre te veo aquí! ¿De qué vives?
—Soy compositor. — Contestó, divertido por la expresión que Marco empleó mientras decía todas sus inconformidades vueltas dudas.
— ¡¿En serio?!— Exclamó asombrado— ¡Y yo que creía que quizás vendías Avon o algo así!...no es que sea malo, claro está, pero jamás creería que tú...aunque, es creíble, puesto que se nota que te gusta la música, pero no tienes el perfil de... ¡rayos! Yo...
Una carcajada se antepuso a la confusión de Marco, que no hacía más que mezclar sus ideas y sus admiraciones en un sinfín de palabras mal revueltas. Él portero guardó silencio casi inmediatamente después de escuchar nuevamente la claridad de aquella alegría que se abría paso entre días grises envueltos en murmullos y seriedad sin medida.
Sintiendo un torrente de energía amedrentando su cuerpo, miraba detenidamente el gesto del joven frente a él, reafirmando el cómo, de alguna manera, conseguía fácilmente que las risas de Jonathan salieran a flote aun cuando no se lo proponía: «Creo que yo soy el chiste en esta situación» pensó. Admirando cómo, en cuestión de nada, se erguía ante él aquella naturaleza burlona, aunque liviana y casi inocente, que comúnmente pasaba inadvertida por los cordiales modos y gestos elegantes con los que John se mostraba mayormente. Hasta ahora, lo poco que Marco conocía sobre ese joven, se había revelado por sí solo con pequeñas fugas de su naturaleza, bien oculta por cierto, que se drenaban entre acontecimientos llenos de infantil azar que iba de paso junto a ambos; juguetón e inesperado, y bien recibido por ellos. Ese mismo azar que encantaba y llenaba la situación con un halo especial que no podría haber existido con largas charlas interminables, que consistieran en describir su persona completa.
El misterio que rodeaba la personalidad de Jonathan al inicio, terminó por ser más simple de lo que en verdad aparentaba ser: John era como un niño temeroso, oculto bajo una fachada de respeto eterno y rodeado por un muro posiblemente impenetrable al que solo hacía falta rodear para así, toparse con una puerta oxidada, perdida entre follaje de espesa espera, abierta de par en par que mostraba más allá de su burda seguridad, un bello y turbio mundo por explorar. «Así de simple. Así de agradable y maravilloso» Sintiéndose orgulloso de haber sido él quien descubriera esa puerta apenas oculta por el follaje, Marco no podía hacer más que sentirse privilegiado, orgulloso de sí mismo. Por fin, en ese momento, creyó haber revelado todo aquello que representaba la persona misma de aquel joven que sin más, dejaba brotar ese oleaje de alegría que fue bien recibido por el portero, quien se sentía acosado, hasta entonces, por oscuras sombras de pesar y tristeza que merodeaban a su alrededor.
«No cae mal a nadie despejar, aunque solo sean unos segundos, la mente de la tempestad de problemas que nubla el sentido» — pensó, soltando un ligero golpe al brazo de John. — ¿De qué te ríes, grosero?— comentó fingiéndose indignado.
― No tengo pinta de compositor ¿pero si de vendedor de Avon?― preguntó incrédulo, secándose una lagrima y sosteniendo su estómago con fuerza. Encorvado y casi imparable en su risa. ― ¡En serio, tu cabeza es todo menos un enigma!
― ¡Sutil forma de llamarme aburrido!― exclamó el portero.
―No, no, al contrario...― Tomó aire, intentando frenar su jolgorio. ― me resultas interesante. ¡Eres, en todo caso, tan simple, que eso te hace alguien raro! Al menos para mí.
―Explícate por favor, antes de que me sienta ofendido de verdad.
―Quiero decir que, no te haces enredos en la cabeza para decir lo que los otros quieren oír. Y si lo haces, sabes ocultarlo muy bien. Eres honesto, o en todo caso, tus emociones siempre pueden más que tú. ¿Cómo decirlo...? ¡Eres tan...tan transparente!― exclamó, con una sonrisa tal que Marco quedó sin palabras, confundido y apabullado. Fuese por lo que dijo, o por como lo dijo; fuese por su expresión o por haber sido él quien lo decía, sintió sus mejillas arder. Pasaron un par minutos sin decir palabra, con Marco desviando la mirada y John mirando el cielo raso por lo lejos. Sentados uno junto al otro, comiendo lo que quedaba de sus sándwich y escuchando el murmullo de la lluvia caer.Hasta que un rayo partió el cielo a lo lejos, cayendo detrás de las montañas que los rodeaban y trayendo consigo la vista de John que cayó en picado hacia la estructura del ángel; Tan solitario y gris. Enorme. Majestuoso y cabizbajo...«Eres tan transparente...» repitió John en sus adentros, dando a esas palabras una especial atención y posando una melancolica mirada en la placa de Emilio, en la cual, a lo lejos, salpicaban las gotas de lluvia, creando un pequeño campo de líquido saltarín entre sus letras de exquisita fuente. «No te pareces en nada...absolutamente en nada, a lo que quedo de él: Tan hermético. Alejado. Martirizado y desjuiciadamente temeroso... confiado en que sus sentimientos jamás serán entendidos ni conocidos por el común de ningún ser humano...desconfiado en la solidaridad de sus semejantes...solitario, y aun así, tan cruelmente amado...»
―Es un ángel hermoso.― señaló Marco de repente, siguiendo la vista de John con timidez. ― Lo noté una noche, y perdona que pregunte pero... ¿Por qué no tiene rostro? ¿Fue cosa del presupuesto?― Jonathan negó con la cabeza lentamente sin volverse al portero.
―El presupuesto jamás fue problema.― contestó con gélida voz― El problema fue del diseñador... Emilio dibujó ese ángel hace mucho tiempo. Antes de siquiera conocerlo, creo.
― ¿Él lo hizo?
―Le gustaba la pintura y el arte en general..., y ese ángel, entre todas sus obras, parecía ser su favorito. Por desgracia, no hay nada detrás del porque la falta de expresión facial en el ángel, ''puesto que él no sabía dibujar rostros''. O al menos, eso dijo en aquella ocasión. Aunque era claro que se trataba de una mentira, ya que vi varios de sus dibujos y tenían rostros, gestos, vida...― Apretó ligeramente los labios en un intento de sonrisa que parecía, ante toda su falsedad, melancólica. Con esto, el portero se achicó en su propio lugar, sintiéndose de repente culpable y absurdo. Avergonzado de sí mismo e irremediablemente fuera de lugar al haber hecho esa pregunta.
―Te he quitado tiempo con él, ¿verdad?― se apresuró Marco, presa del sentimiento de culpa. Incapaz de alzar la vista y ver aquella expresión teñida en nostalgia. ―Pero, ahora está lloviendo.― dudó― no vale del todo mi intervención en este momento... ¿verdad?
«Él era...tan confiado de mi amor.» pensaba mientras tanto Jonathan, escuchando la voz de Marco mientras, inevitablemente, revocaba el recuerdo de Emilio, comparándolo por alguna razón con aquel sujeto que se mostraba tan sincero en su sentir «Mi admiración. Mi fidelidad...como un niño caprichoso al que no puedes dejar de querer por más que lo intentas...»
―Agradezco tu compañía.― continuaba Marco, sin embargo― me ha ayudado demasiado en estos momentos. Más no puedo dejar de sentirme mal por distraerte de él. Sé que es muy importante para ti. Que nunca te alejaste de él por tanto tiempo. Por lo tanto, siento molestar...no ha sido mi intención-
―Tú...― habló John, distraído― No te pareces en nada a lo que quedó de él.
Hubo un deje de tristeza que temblaba en su voz, mientras una parte de él aun vagaba dispersa entre sus pensamientos, ahora audibles. Agachó la mirada serena y segundos después la alzó nuevamente, viendo esta vez a Marco, quien estaba evidentemente confundido. Jonathan bostezó entonces, esbozando una sonrisa cansada, reacomodando ligeramente su espalda en la pared. ―Quisiera, descansar un poco.― dijo, cerrando los ojos.
―Puedes dormir si quieres. — lo alentó el portero, no sabiendo si debería sentirse mal por haber sido, probablemente, ignorado, o alegrarse por ello.
―¿Qué clase de compañía será la mía si me quedo dormido?― repuso John con suave voz.
―A mi ver, una grata y amena. Vamos... duerme un poco. Qué bien te hace falta.
―No me gustaría que alguien llégue y me vea roncando en la entrada...
―Nadie vendrá. Está lloviendo. En todo caso, te despierto con un codazo y listo.
―Esto será raro― admitió John, tomando su mochila y poniéndola sobre sus piernas para guardar un poco más el calor.
―No tan raro como dormir en el camión.― Dio un ligero codazo al brazo de Jonathan para animarlo.― ¡Vamos, aprovecha que es tiempo muerto y no hay trabajo, ni gente, ni nada que te moleste!
― ¿Qué harás mientras tanto? Dudo que tengas con que distraerte.
―Ya buscaré una mosca para acosar con la mirada mientras tanto.
Jonathan rio entre dientes―Hablo en serio.
―Escucharé música mientras tanto. — Sacó de su mochila sus auriculares y su celular, mostrándoselos a John — Tú dedícate a dormir. Te haré guardia.
―Si no te molesta, quisiera escuchar...― pidió John, mucho más adormilado que antes. El portero no lo pensó mucho, buscó su lista de reproducción y le extendió un auricular. Pronto una canción suave y armoniosa entre sus tenues notas de piano dejó lugar a una voz de idioma desconocido. Voz clara y llena de añoranza, unida a un eco que repetía las mismas palabras una y otra vez mientras sobre ellas, se anteponían más palabras, conformadas de sentimiento que transportaba, aun sin saber su significado, y cumplía su propósito; pintando así un panorama frío. Desolado. Blanco por la nieve que caía desde un cielo azul grisáceo, despejado sin embargo, helado y distante en su entera complexión. Los violines sonaban también, tenues, bajos, amplificando la aflicción y la vaga esperanza que se ocultaba entre los pliegues de sus parpados cerrados y sus ojos cobijados por la espesura de sus negras pestañas. Sintiendo a su alcance el rozar delicado de la nieve cayendo; sopesando sus copos atrapados en las hebras que protegen el par de luceros negros adormilados, que solo en ese momento, se atreven a soñar mientras la pista suena y mantiene alzado ese mundo de vientos helados y pureza inmaculada.
Sentados uno junto al otro, ambos divisaban el mismo paisaje, suspirando a lo bajo mientras la canción de siete minutos sonaba y continuaba, acercándose cada vez a su penoso final, desvaneciéndose junto al sonar de los violines aquella imagen ya marchando; perdiéndose en una tormenta de nieve que se arremolina en lo alto de sus cabezas. Piadosa, pero efímera.
Cuando sonó la última nota, John ya se hallaba con la cabeza apoyada en la pared, durmiendo plácidamente. Se sentía capaz de sobrellevar sus días sin sueño de manera casi perfecta, pero siempre, en el cementerio rodeado de benigno silencio, las ganas de dormir se hacían presentes junto a aquella voz que le hablaba solo para mantenerlo despierto. Una canción de Radiohead fue la que siguió a aquella bella melodía. Marco bajó el volumen, temiendo que la canción, aunque de ritmo lento, pudiese despertar a Jonathan. R.E.M, The Police, Peal Jam, Red Hot chilli peppers...bandas cuyas voces y ritmos sonaban para ambos mientras el tiempo volaba. La lluvia iba y venía. A veces más fuerte. Otras, más suave. Pero la respiración de Jonathan era siempre la misma. Ligera. Suave. Apenas perceptible. Habían pasado decenas de minutos. De movimientos ligeros. De tarareos bajos al ritmo de la canción del momento y de miradas furtivas que Marco dedicaba al tranquilo semblante del joven a su lado, al que, poco a poco, conforme lo miraba, lo notaba más inclinado. Estaba comenzando a resbalar hacía él, estando cada vez más cerca de sucumbir a la gravedad y caer. Sin embargo, el portero no dejó pasar tiempo y atrajo su cabeza hacia su hombro en un suave movimiento. «Después de todo, los tipos en el bus caen de la misma manera y van babeándote en la mayoría del camino de tan dormidos que están; esto no es nada del otro mundo.» se excusó, apoyando su cabeza delicadamente sobre la de John, cerrando los ojos y sintiendo el aroma del asfalto mojado picarle la nariz junto al del jabón que desprendían los cabellos de John. ―Sería bueno que yo también tome una siesta.― murmuró por último, sonriendo ligeramente mientras intentaba acompasar su respiración con la de John.
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