31| Corona.
Las calles eran frías.
El invierno, aunque aun distante, se acercaba poco a poco a paso constante, aumentando sus fuerzas y avisando a todos con su gélido canto que no tendría piedad ese año.
Eran las seis de la mañana. Todo estaba envuelto por una ligera neblina que subía desde él rio difuminando el paisaje de techos urbanos. Una hoja de papel correteaba por las calles vacías entre la aun oscura mañana en la que varias almas vuelven a sus cuerpos, abriendo sus ojos y retomando sus vidas mientras otras tantas, les es negada la vuelta a su hogar. Pálida y escurridiza, esa indefensa hoja anda entre piruetas, trastabilla, flota por las enormes ráfagas de viento que silba catástrofes, injusticias, muertes y cientos de vidas en un suspiro somnoliento. Una puerta rechina, abriéndose con lentitud. Y pronto se escuchan los pasos de alguien que abandona su casa con pereza. Pesadez. Dejando tras de si con ese simple movimiento, las pesadillas que le atormentaban hasta hace media hora, cuando abandonó la cama en la que permaneció sentado toda la noche, mirando una esquina y viendo en ilusiones un pasado que no le pertenecía del todo.
― ¿Cómo te sientes, querido?― le preguntaron mientras cerraba la puerta tras de sí, echando llave y posando unos segundos su frente en la liza estructura de madera que mantenía a salvo la intimidad de su casa. Sentía sus parpados caer. Su cabeza ladear. Sus ojos lagrimear.
―Solo media hora...― susurró con pesar.― solo eso. Solo eso pude dormir...
―Es cuestión de tiempo, Johnny querido. Dentro de poco olvidaras el sueño y estarás como nuevo... Comencemos con este paseo. Deja que el frío de un bofetón a tu rostro, que lo temple. Que te despierte.
Jonathan tomó una gran bocanada de aire. Golpeó sus mejillas y tocó su cara, masajeándola con ansias de apartar el cansancio. Y mentalmente listo, se dispuso a surcar las calles, dirigiendo sus pasos hacia aquel lugar. Apurándose, poco a poco, sin saberlo; aligerando su paso y despertando conforme abordaba dichas calles, tal cual deseaba, tal cual le habían advertido. ―Mira, mira ¿te suena de algo su cara?― le preguntaron después de un rato de camino, mientras Jonathan se detenía en la orilla de una banqueta para esperar a que tres camiones pasaran y así poder cruzar. Siguiendo la indicación que le dieron, volteó hacia una vitrina, donde, protegidas como reliquias, se encontraban varias fotos con rostros diferentes en cada una de ellas. Ahí, un rostro resaltaba entre todos, sonriente y contagioso por la alegría que quedó impregnada en la fotografía. ― ¿Cuánto ha pasado? Dos, casi tres semanas, ¿no?
Jonathan bajó la mirada al reconocer aquel rostro y solo se limitó a seguir con su camino. Llegando por fin, a la calle donde Marco vivía. Notando entonces la cálida luz de su casa apagarse y con ello, escuchar despojarse del cerrojo la puerta. ―Buen día, Marco.― lo saludó John, acercándose hasta él, observado en sus ojos un deje de alegría entremezclada y salvada entre la amargura de la preocupación constante. Recibiendo aquella sonrisa débil con agrado.
Mientras tanto, coincidiendo con su camino, aquella hoja de papel, que parecía estar pisándole los talones a John; iba por ahí, descarriada y especial, volcando los aires, mostrando entonces su cara impresa en un momento de descanso que obtuvo gracias a un poste que detuvo su carrera por escasos segundos, separando su camino de él del joven Jonathan varias cuadras antes de llegar a su destino: Entonces, la imagen de un hombre de mediana edad, sonriente y agradable a la vista de cualquiera, apareció impresa:
''Desaparecido oficialmente desde el 13 de Octubre: Su nombre es Martin Garza y fue visto por última vez, cerca de las 6:30 de la tarde, cuando abandonaba su lugar de trabajo en el cementerio Paraíso Terrenal''
En cada periódico. En cada calle. En cada pequeña alerta que se levantaba al público entre los comerciales; su imagen se adueñaba de ese pequeño y casi ignorado escenario unos cuantos segundos. Ahí, el jardinero formaba parte de un pelotón de sombras, recuerdos, anhelos y amores perdidos, desaparecidos entre un inmenso mar de gente que iba y venia constantemente...atascados entre la incógnita de la vida o la muerte.
Mientras tanto, el numero de cuerpos encontrados a medio destajar en baldíos, ríos, inclusive en basureros de hogares respetables, aumentaban; algunos con días de diferencia; otros, con semanas en descomposición. Todos casi irreconocibles, destajados con la misma meticulosidad. Crueldad, y modus operandi. Diferenciándose en la edad y el sexo de la víctima. No teniendo entre sí, conexión alguna más que el modo despiadado en que les fue arrebatada la vida.
«Detesto la lluvia...» reafirmó con hastió, mirando como aquello que detestaba inundaba las calles ante él.
Soltó un suspiro y citó en voz alta aquellas palabras que, por alguna razón, habían encantado a su joven yo, años atrás, cuando apenas descubría las obras shakesperianas.
― ''Estos tiempos desquiciados están'' ― Murmuró, presa de un ensimismamiento que la lluvia de esa mañana creaba para los de corazón débil y mente esparcida como la suya. Con aquellas palabras que un loco puso en boca de otro loco, haciendo eco en cada esquina de su cabeza por un extraño motivo sin sentido aparente, Marco ansiaba ver esa figura cruzar el umbral. ― '' ¡Oh, suerte artera, que para enderezarlos yo naciera! '' ― Una continuación que solo podría haber llegado de su mente vino de donde menos creía. Al girarse, Marco vio a Jonathan a sus espaldas, abriéndose paso entre sus angustias y discreciones una vez más. Amable y atento, no se había separado de él desde que aquella agonía comenzó.
No pudiendo evitarlo, el portero le sonrió con agrado, y frunciendo el ceño, le preguntó incrédulo. ―No me digas. También lo has leído más de diez veces y te lo sabes de memoria...
―No diría que me lo sé de memoria; no tengo cabeza para eso.... ¿Aun no hay señal de él? ―preguntó, colocándose junto al portero y mirando hacia donde, hasta hacia segundos, Marco tenia puesta toda su atención. Entonces, gotas de agua chocaban contra enormes charcos de lluvia y lodo. El aroma a asfalto y a tierra mojada reinaba con la tirana insistencia de un dictador, embriagando el paladar de algunos. Inundando los recuerdos de otros...
―¿Es que acaso siempre llovía de esta manera en Octubre?― preguntó Marco en cambio. John miró hacia el cielo, entre los barrotes barnizados en negro que conformaban el cancel. Ciertamente, no recordaba año más lluvioso que ese, y no dudó en exponérselo. ―Ya veo. ― dijo sin más el joven portero, agachando la cabeza.
― ¿Qué hay del señor Roberto? ¿Tampoco ha recibido noticias acerca de él?
Marco negó lentamente con la cabeza― Nada. No hay nada de él. No contesta el teléfono. Tu mismo viste que no está en su casa y sus vecinos no lo han visto desde ese día, cuando lo vieron salir por la mañana. ― El rostro de Marco se deformó, dejando a la angustia asomarse y hacer notable su miedo y suplicio mental. La voz del hombre del noticiero no dejaba de sonar dentro de su cabeza, ahogando con aquel terrible augurio, el murmullo de la lluvia que no parecía aumentar o disminuir. Desde aquella noche, cuando se revelaron los asesinatos y el sitio dónde se encontró el ultimo cuerpo - de ese entonces-, la duda lo embargó por un momento. Las ganas de salir e ir a casa del Jardinero una vez más le llenaron el cuerpo. Pero, al tener las palabras de Roberto y la conducta que éste le explicó acerca de los arrebatos del jardinero, respaldando cualquier suposición boba, aventó la idea por la borda, seguro de que Martin estaba bien y el lunes, él mismo lo corroboraría.
Pero no fue así. El Jardinero jamás apareció. Habían pasado ya dos semanas desde la última vez que lo vieron. Y así, lo que al inicio se supuso como una falta de responsabilidad por parte del jardinero los primeros días, se convirtió gradualmente en molestia, que terminó por desatarse en sospecha hasta culminar en preocupación...
El silencio que hubo en su momento, fue interrumpido por una pregunta que Marco temía vociferar por miedo a invocar el mal que albergaba en sus pensamientos, llenos de zozobra y profundo terror. Tragó saliva y con indecisión, miró a John, quien descifró al momento las dudas que lo acometían. ―Jonathan, dime; ¿Tú crees que ese sujeto, pudiera haberle hecho-?...
―Ni siquiera lo pienses. ― Lo atajó John antes de que terminara la frase.
Su semblante, aunque ligeramente perturbado al ver el estado tan abatido que demostraba Marco, parecía ser el mismo de siempre. Sereno y tranquilo, miraba el rostro compungido del portero, que parecía llevar a cabo una lucha interna con vistas a no terminar pronto. John hizo ademan de sujetar su hombro como antes lo había hecho, pero inmediatamente detuvo su impulso. Suspiró y buscando palabras con que justificarse, continuó. ―Sé que la situación no es del todo...agradable. Pero llenarte la mente con ese tipo de ideas solo atraerá a la desgracia. Con pensar así solo te martirizaras más de lo debido. Te adelantas a los hechos y eso jamás ha sido sano.
―Fuimos a su casa. Tocamos la puerta. Marqué a su celular nuevamente y ni un solo sonido brotó desde dentro...― comenzó Marco, haciendo caso omiso a lo que Jonathan le había dicho― La policía entró, pero no hay rastro de que él hubiese estado ahí en los últimos días. Lo he esperado, pero no llega. Llamé a su tía, pero tampoco sabe nada... ¿puedes creer que solo la alarmé en vano? Tuve que mentirle al día siguiente, diciéndole que me llamó para decirme que se tomó unas vacaciones...― Marco se dejó caer en la silla, llevó sus manos hacia su cara, encorvando la espalda hasta volverse un ovillo.―¡Dios! no tienes idea de la impotencia que siento, John.
―Corrígeme si me equivoco― pidió John después de un rato, acercándose al portero y poniéndose en cuclillas junto a él. ― Pero...el cuerpo que hallaron... Supe que lo examinaron a fondo. Fue un proceso difícil puesto que quedo irreconocible, pero...al final de cuentas, fue alguien ajeno a ustedes. No era el Sr. Martin...no hay prueba que indique que algo malo pudo haberle pasado...
― Tardaron una semana en encontrar el cuerpo de ese hombre. ―sentenció Marco, con una mueca lastimera y feamente obligada. ― Y el cuerpo de otra de las victimas tardó en encontrarse semana y media después de su muerte..― Y volviendo la vista al suelo y su frente a sus manos, murmuró entre dientes―Ese idiota...
«Lo golpearé en cuanto lo vea. Lo haré...No le perdonaré esto...» pensó, ladeando la cabeza y mirando el cancel de repente, llamado por los pasos salpicados que se acercaban entre lluvia.
Bajó los brazos y preparó sus piernas para saltar y abrirle a su amigo, esperando impaciente y esperanzado. Entonces, en su espera que le parecía eterna, sintió como los dedos de John, largos y gráciles, con total delicadeza y tímida ansia de consolación, se infiltraban entre los suyos, entrelazándolos como única muestra de apoyo que éste le podía brindar entonces. Notando con desasosiego, que una mujer de porte elegante era la dueña de aquellos pasos. Caminando oculta bajo un paraguas negro, desmoronó nuevamente la esperanza de que pudiese ser el jardinero quien se acercaba.
Bob tosió desde lejos. Estaba encerrado en su habitación, en el pisito de arriba. Tosiendo como nunca, presa de una repentina enfermedad que, si bien comenzaba a menguar, aun le impedía surcar los pasillos húmedos de piedra y muerte del cementerio. Las secretarias estaban calladas, no festejaban como otros días. No hacían ruido alguno. Quien sabe siquiera si se dirigían la palabra: Estaban tristes, asustadas, temiendo lo peor y rezando por lo mejor. Esas semanas habían sido un suplicio para los allegados de Martin, que lo llamaban, lo buscaban, e incluso en su tiempo libre, preguntaban a quien se encontraran si de casualidad, lo habían visto. Marco, amigo suyo desde hace años, había pedido permiso de escaparse un par de horas, todos los días, para ir a casa del Jardinero y esperarlo. Buscarlo y volver a esperar. Ante esto, John, fielmente, había decidido acompañarlo un par de días después de que esta nueva actividad suscitara; viendo que el joven portero no cesaría en sus vanos intentos por dar con el paradero de su amigo, Jonathan, preocupado, abandonaba su sitio junto a Emilio y sumaba sus pasos a los de Marco, siguiéndolo, acompañándolo a donde este fuera a realizar su búsqueda. Ambos habían estado sentados en las escaleras del apartamento de Martin, en el tercer piso, esperando bajo el sol, bajo la lluvia, el frío y el desconsuelo. Apenas hablaban entonces. Temían hacer algún ruido que ahogará cualquier señal de vida que estuviese adentro. Pasó una semana entonces, y esa actividad se vio cancelada, ya que Roberto, cayó enfermo y no podía atender más el lugar en la puerta durante la ausencia del joven.
Marco suspiró cuando la dama se alejó lo suficiente. Deslizó su vista lentamente hacia su mano, y después, la alzó hacia John, quien permanecía inmóvil; temeroso de que aquel gesto fuese rechazado de repente. El portero le sonrió entonces y estrechó cuidadosamente la mano sin tacto que se le había tendido, agradeciendo la presencia de Jonathan como nunca antes. El joven tragó saliva, nervioso pero extrañamente feliz, mientras el portero tomó aire, decidido a mantener en alto sus esperanzas, cerrando con temblorosa necesidad, la corona que sus dedos habían tejido junto a los de ese bello joven.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro