30| El temor de Emilio. (1/2)
Acostados sobre un montón de mantas tendidas en el suelo y con sus cuerpos cubiertos superficialmente por una casita improvisada de sabanas multicolor sostenidas y acomodadas estratégicamente al alrededor del alto perfil de varias sillas, ambos se deleitaban con la diferente gama de luces traslucidas que penetraban en su refugio. Refugio en el que ambos solían entrar y dejar que las horas corrieran entre paginas de libros y cuadernos. Entre cuentos de terror que al final del día los tenia paranoicos y prácticamente unidos el uno al otro por temor; y entre notas musicales, junto a creaciones de bailes improvisados que solo se practicarían entre ellos dos por lo tontos que eran... Allí, en ese sitio personal que, en ocasiones, Mar visitaba para pasar algo de tiempo con ellos, decidido a seguirles el juego y riendo hasta las lagrimas por el montón de tonterías que eran capaces de crear juntos. Allí mismo, se encontraban esa tarde, copia de muchas otras por su serenidad; viendo batir las sabanas sostenidas por ganchos y nudos al ritmo del viento que entraba por las ventanas.
Había costado lo suyo conseguir que aquel cuarto, luminoso cuan espacioso, se convirtiera exclusivamente en lo que era ahora: después de todo, se encontraba al lado de aquella habitación en la que Jonathan tomaba sus clases con Mar, quien lo que menos quería era tener una sala de juegos al lado de la de estudios, ya que eso distraería a su, ya de por sí, distraído niño. Sin embargo, las suplicas de Emilio, que reclamaban de la mejor manera el uso de esa habitación, y la sutil insistencia que demostraba al dejar allí sus más preciados vienes colocando y acarreando cada pequeña cosa que representara una atracción y comodidad para John, terminaron por dar frutos: Y entonces, Mar, con un gran suspiro de rendición, terminó por dejar que esa habitación, ¡entre tantas otras mejores! fuese la de juegos.
Ya con el permiso del buen hombre, se había creado a rienda suelta, con el pasar de los días, semanas y meses compartidos, un cuarto donde la creatividad, la diversión, el ocio y la productividad, siempre iban de la mano. ¡Cuántas horas habían pasado ahí dentro! Correteando, riendo, y peleando por aquella pequeña rivalidad fraternal que aun residía en ellos. Disfrutando de esta manera, la compañía que mutuamente se ofrecían en gran agrado. Gracias a esto, incontables veces el menor salió disparado de aquella aula de clases para ir con su amigo y dejar de lado lo aprendido. Incontables veces Emilio subió el volumen de la grabadora y entonaba distintas melodías que sonaban en la radio, con falso y desentonado tono que arrebataba risas a Jonathan al otro lado y con ello, tenues enojos al bueno de Mar, que abandonaba entonces el aula y traía de las orejas a Emilio, sentándolo en una esquina de la vacía aula, donde ambos amigos ya encontrarían la ocasión de hablar; fuese por medio de notas, avioncitos o señas con las manos que ambos comenzaban a inventar y a entender como idioma propio. Aunque estas alegres tardes en clase no duraron mucho, ya que Mar, molesto por las constantes interrupciones del mayor, cambió de aula al primer piso.
Y aunque ambos lo tomaron con sabiduría, había veces en las que Emilio, en intento de aprovechar el tiempo libre al que se le sometió, subía a duras penas a aquella habitación y abría las ventanas para dejar correr el aire; disponiéndose de buena gana a pintar y con ello, a esperar.
Lo que podría ser un anhelado tiempo a solas para cualquiera, para él, era en realidad, un momento apenas soportable. «Siempre ha sido así» se decía en silencio, mirando la enorme habitación tan inusualmente silenciosa. Mal acostumbrado a la presencia del pequeño Jonathan, los momentos consigo mismo representaban una terrible odisea por los mares del aburrimiento y el tedio; el temor y la desesperanza. Sintiendo frialdad, en un cuarto donde la marca imperecedera de los momentos que pasaba con el pequeño niño resaltaban acogedora y cálidamente. Viendo monocromía donde los colores resaltaban a la vista. Escuchando el rumor terroso que despertaba e invitaba entrar a la, antes bien enterrada, cólera, la perdida tristeza, y la muy bien conocida soledad que aun no se consumaba. Varias emociones negativas lo golpeaban con fuerza en esos instantes que deberían ser de goce, de paz, de silencio. Y Emilio, cuando caía en cuenta de la infelicidad que buscaba rondarlo entonces, con inexpresivo rostro, volvía lentamente la vista al lienzo aun en blanco, sobre el que soltaba una suave pincelada bañada en azul, diciendo suavemente en un susurró: ―Todo está bien. Solo espera. Solo...esperarlo...― El constante Tic-tac del reloj le crispaba los nervios, haciendo que el pincel fuese estrujado y depositado en el lienzo con cierta fuerza más de una vez; esto se repetía hasta que la cabecita del menor asomaba por la puerta, la cruzaba, y se sentaba a leer, a dibujar, o simplemente a observarlo en silencio. Entonces, con su entrada, Emilio sentía sus fuerzas volver junto a su inspiración ausente y con ello, su paz. La cólera, la ansiedad y la tristeza desaparecían y el dibujaba esa sonrisa que tanto encantaba al menor que, sin embargo, no pronunciaba palabra. Después de todo, entre ellos, estas no eran necesarias. Estas bien podrían ser solo una mera formalidad. Las expresiones, los gestos, la mímica, las risas... representaban su relación a la perfección. Relación que se había desarrollado a tal punto de entenderse con solo verse la cara. Aun así, el silencio roto resultaba un placentero, aunque no anhelado, suceso que a ambos agradaba...
Esa tarde, después de las clases de John, como siempre, había entrado a la sala; observó a Emilio pintar desde el interior del refugio, y cuando el mayor se hubo cansado, entró junto a él. Cerró los ojos, y se dispuso a escuchar lo que Jonathan, extrañamente, quería comunicarle entonces. Pero, por desgracia, esta atención no duró mucho. Su mente divagó, justo como solía sucederle de cuando en cuando. ―Oye... ¿me estás haciendo caso?― preguntó entonces el pequeño, asomando su rostro frente a la visión perdida de Emilio.
―Amm, creo que...no.―confesó el mayor, apretando los ojos en una expresión dolorosa. Y entonces, llegó. Recibió el tan conocido golpe de Jonathan. Ese tan recurrente que siempre encajaba en un moretón previamente hecho por su puño. Emilio, como siempre, agravó su gesto de dolor, exagerándolo sin medida. ― O tienes buena puntería o eres pésimo con ella. ¡Siempre das justo en mi moretón!― señaló ― Lo siento, me fui por un momento, pequeño niño con problemas de agresividad...― Emilio alzó ambas manos en señal de rendición cuando John alzó el puño nuevamente. Esto era bastante común entre ellos. «Por suerte sus golpes no son para nada dolorosos, de lo contrario...» Emilio tragó saliva y despeinó la cabeza de John― ¿Qué decías?
Después de ser observado por John, con una mirada de desconfianza, lo escuchó hablar: ― ¡Decía que el Señor Tomas, el de la panadería, me ofreció trabajo y que lo aceptaré― diciendo cada palabra con claridad y cierta lentitud, para evitar que se le escapase información a su, extrañamente, distraído amigo.
― Ah― contestó de buena gana, volviendo la vista a las mantas multicolor. Jonathan esbozó una sonrisa de alivio que le duró poco, ya que Emilio, como si hubiese salido de un trance, lo miró con severidad y confusión. ― ¡¿Qué?! ¡¿Trabajo?!― dijo, en un gesto de evidente desapruebo.
― ¡Llevo diciéndotelo toda la semana!
― ¡Nunca me dijiste que querías trabajar!
― ¿Cómo de que no? ¡¿No te dije que quería el teclado que venden en la tienda de música?!― lo encaró, molesto por enterarse de que había sido completamente ignorado, no solo en ese momento, sino que también la mayoría de la semana. ― ¡¿No te dije también que Mar no podría nunca siquiera pensar en comprarlo por la falta de dinero?! ¿Y qué, entonces, si lo quería, debería conseguir dinero de otra parte?― Emilio solo fue capaz de balbucear monosílabos, terriblemente avergonzado por no ser capaz de recordar nada de ello. Desviando la mirada lejos de Jonathan quien había abandonado su postura relajada, se había incorporado y ahora, sentado frente a él, lo miraba acusador. ― ¡Te lo dije Emilio! ¡Inclusive me dijiste que si era lo que quería estaba bien!
― ¿Cómo voy a decirte eso, Jonathan? Eres un niño. Los niños deben estudiar, estar en casa, jugar, comer y reír...no trabajar.
―Los niños normales. Yo no soy normal.
― ¿Qué eres entonces? ¿Un alienígena o qué?― Emilio se incorporó y salió de la casita improvisada en la que, hasta hace segundos atrás, estaban tan cómodamente tumbados.
― ¡Los niños normales van a la escuela!― repuso John, asomando su cabeza fuera del refugio― ¡Tienen amigos! Una Mamá y un papá. O alguno de ellos en todo caso...
― Entonces ¿Te estás quejando de lo que tienes?
― ¡Para nada!
Emilio se pasó la mano por su cabello, alisándolo con cierta alteración. Después caminó hacia él niño y con voz consoladora, comenzó, contando con sus dedos. ―Johnny...Tienes casa. Se te dan clases. Estudios. Conocimientos. Tienes tele. Luz. Comida. Agua. Una vista envidiable. Tienes a Mar. ¡Me tienes a mí!... ¡¿Qué más quieres hombrecito?!
― No quiero nada fuera de lo normal ¡No se seré el primer niño que trabaje en una panadería! Ademas, el Sr. Tomas es de confianza. Solo le ayudaré con la limpieza. No haré nada que no haga aquí...sé lo que soy, Emilio. Sé que no viviré de manera convencional hasta un futuro lejano, y estoy de acuerdo con eso. Es por eso que quiero hacerme cargo con algunas cosas desde ahora. Ejemplo: necesito el dinero para obtener los lujos que quiero. ¡Y quiero ganarme mi propio teclado! ¿Es mucho pedir?
― ¿Qué edad tienes?― preguntó de repente Emilio.
― ...casi doce.
―¡Rayos! Estas muy lejos de la edad de la punzada y la rebeldía. ¿Será el calor?... ¡Sí! ¡Eso debe ser! Te está hirviendo el cerebro con rapidez.― y con expresión dramática y movimientos exagerados, Emilio caminó por alrededor del refugió, imitando, quizás, a un científico en plena búsqueda de la verdad anhelada. Hasta que logró que Jonathan se riera: «Objetivo cumplido» pensó Emilio una vez lo escuchó al otro lado del refugio.
―No. No es eso. Es solo que...― John guardó silencio un momento. Pensando y dudando de lo que diría― quiero tener algo mío. Al menos, algo importante. Como lo es el teclado.
― ¿Por qué quieres un teclado? Si quieres aprender a tocar, puedo conseguir que un amigo mío nos preste su salón de música. Será difícil porque cree que le quite a la novia, cosa que ni al caso porque no era para nada mi tipo...aunque era muy bonita en sus modos. ― Emilio sacudió la cabeza, alejando el tema― como sea, si es eso, puedo conseguirlo para ti...
―No es solo eso...no puedes entenderlo, supongo.― el semblante de Jonathan se entristeció entonces, estrujando el corazón de Emilio que hasta ese momento, solo lo había visto reír y llorar pero de rabia unas cuantas veces. «Nunca tristeza.» pensó. Y pensó. Y siguió pensando mientras el silencio estaba entre ambos.―Supongo...―dijo después de varios minutos― que si es lo que quieres, está bien.
Ambos esperaban en las afueras de la panadería. era Lunes, por la mañana, y el sol aun no salia. Rodeados de niebla y frío, envueltos en chamarras. Soltando vaho al aire, ambos estaban muy entretenidos en ver quien soltaba la bola de humo más grande o interesante. En este juego, Emilio llevaba las de ganar; — ¡No se vale! ¡Tienes una boca muy grande!— le reprochó el menor.
— ¿En serio? ¿¡Así de grande!?— y con ello, Emilio colocó sus dedos índices en cada lado de su boca y haló sus mejillas, dejando entrever dos hileras de dientes que sonreían a Jonathan; éste hizo el mismo gesto y le contestó: — ¡No! ¡Así! ¡Así de grande!
— ¿Así? Rayos...soy un adefesio. — Emilio metió sus manos dentro de sus bolsillos y tembló. — ¿Cuánto piensa tardarse? —John se encogió de hombros. Emilio llevó su dedo índice entonces hasta la nariz, enrojecida por el frío, del menor, presionándola con ternura— ¡Como que no sabes Rodolfo!
—Me dijo que estuviera aquí a esta ahora...
— ¿Seguro que no te dijo a las Seis de la tarde?
—No tenías que venir...yo no te lo pedí. — dijo Jonathan, que no quería escuchar nada que tuviera que ver con una equivocación. Tenia sueño, frío, y nervios. Y sabia que lo mismo ocurría con Emilio, así que pensar en haber ido allí en vano lo molestaba.
—Es cierto. No me invitaste. Aunque debo admitir que esperaba que me lo pidieras. Pero ya que no sucedió así, me invite solo.... Además, ni loco pienso dejar que andes por acá, a estas horas, sin compañía.
—Gracias. — Dijo John después de un rato. — aunque no lo creas, estoy nervioso. Temo meter la pata. —y con esto, Jonathan sujetó su pancita, cabizbajo y aún más rojo— gracias por esta aquí.
Hubo un momento de silencio, en el que Emilio reprimió las ganas de saltar de alegría, hacer fiesta y achuchar al pequeño mocoso que nunca en la vida, se había sincerado de buenas a primeras sin agregar una grosería o una palabra sarcástica a la conversación. Lo miró de reojo, notando como temblaba ligeramente enredado entre sus muchas prendas; mirando sus negras pestañas caer como tejavanes por sobre sus ojitos distraídos en el suelo. «Es solo un niño» pensaba «Un niño que tiene incluso más determinación que yo, un adulto arrimado. Miedoso. Llorón y temeroso.»
— Es normal que te sientas así. — Habló entonces el mayor— Por lo tanto, disfrútalo. Atesora este momento en tu memoria, porque, dentro de unos días, ese feo sentir será pasado; solo un muro que saltaste y dejaste atrás. Un obstáculo que intentó intimidarte, lo hizo, y aun así, lo superaste. — Emilio colocó su mano en el hombro del menor, que escuchaba con atención aquello.
— ¿Pero si hago las cosas mal?— preguntó.
—Aprenderás de ello...
—Pero...
—Nada de peros, fuiste tú quien estuvo alegando que podías hacer esto: no es momento de querer dar la vuelta. Estamos aquí. Aquí y ahora se lleva a cabo la prueba. Pasarla dependerá de permanecer aquí, o irte y abandonar.
— ¿Primero decías que no querías que trabajara y ahora me obligas?
—Ambos nos contradecimos por miedo. Tú tienes miedo a enfrentar una nueva etapa que es y será inevitable en tu vida: en este caso, el trabajo. Y yo le tengo miedo a...—Emilio se detuvo de pronto, tragó saliva y miró al menor, que lo observaba con la cabeza izada en lo alto.
— ¿A que le temes? ―preguntó Jonathan, esperando que terminara la oración.
La tos del Sr. Tomas se escuchó entonces, mientras sus pesados pies bajan las escaleras con lentitud, captando la atención de ambos. Las luces del negocio se encendieron y entonces, la silueta del panadero se asomó por la puerta, la cual abrió a sus anchas. — ¡Buenos días! ¡Jonathan! ¡Qué madrugador eres! ¡Eso me gusta!... ¡Emilio! ¡Muchacho! ¿Qué haces aquí?
—Don Tomas. Buen día. — Emilio estrechó la mano del hombre quien le dio un fuerte apretón que más tarde resentiría el joven. — Solo vine para acompañar a Jonathan en su primer día. Las calles están solas. Y venir el solo por los senderos del bosquecillo es un poco...bueno, peligroso.
— ¡Eso que ni que! mal harías en no traerlo. Y descuiden, que solo por esta vez saldrán a tamañas horas de la madrugada. Lo que pasa es que mi hijo se quedó en casa de su madre y no llegará hasta pasadas las doce. Así que en verdad necesito la ayuda de alguien.
—Eso quiere decir que la entrada de Jonathan será más tarde...
— ¡Eso que ni que!— repitió el hombre — solo será esta vez. La entrada de este pequeño será de nueve a dos. Y nada más.
Emilio soltó un silbido de alivio. — ¡Menos mal! — exclamó. Finalmente, después de intercambiar unas cuantas palabras, el hombre se agachó un poco, mirando a Jonathan: — ¿Estás listo?— le preguntó, formando una sonrisa bajo su espeso y canoso bigote. — Será agotado, no te mentiré, pero divertido, ya verás. — y con esa promesa, Jonathan asintió tímidamente, entrando a la panadería.
Emilio lo vio. Y lo vio. Y lo vio...aun cuando montaba su bicicleta de camino a casa; aun cuando evadía rocas, aun cuando cerró la puerta tras de sí y la aurora apenas comenzaba a salir; Lo vio...iniciar por un camino donde, dispuesto a obtener sus objetivos, se alejaba de él.
Con la puerta a sus espaldas, alzó la vista, viendo lo acogedor que parecía todo. El, antes desconocido, silencio que había en casa a esas horas le pareció bello, algo digno de conocer, pero a la vez solitario. Caminó hasta su habitación, ubicada en el segundo piso, alejada por default de la de Mar y Jonathan. Limpia, espaciosa...no parecía pertenecerle. Nunca lo había hecho. Se dejó caer en la cama boca abajo, dejando uno de sus brazos colgando en el filo de esta. Cerró los ojos y escuchó: A lo lejos, los ronquidos de Mar podían apreciarse con claridad. Pronto sonaría su despertador, siempre programado para sonar faltando diez a las siete. Y entonces, dejándolo sonar, se levantaría de la cama, se vestiría, y entonces, mandaría a callar al molesto despertador, empezando así, su trabajo del día. El cual consistía como primer mandato, despertar a Emilio, quien era el más apto para el trabajo matutino. Mientras eso sucedía, Emilio aprovechó su momento a solas. Ese único momento solo, que no le molestaba del todo.
« ¿A que le temes? » recordó viendo la imagen de Jonathan perdiéndose en la tienda, rebobinada por décima vez.
Mar lo llamó cerca de la una y para entonces, Emilio estaba en el patiecillo principal, sacudiendo una sábana lista para colgar al sol. Sus tareas habían comenzado desde temprano, multiplicadas en mayor medida puesto que ahora estaba el solo para hacer todo aquello que Mar no podía hacer debido a su edad, y por ende, todo lo que le tocaba al pequeño habitante de la casa ahora ausente. Secando el sudor de su frente usando su antebrazo, hechó un vistazo a sus deberes ya cumplidos: El pasto había quedado perfectamente cortado. Había reparado la puerta de madera del cuartito donde guardaban baldes, escobas, esponjas y demás; Además, las nuevas tejas lucían preciosas. Portadoras de un bello color ladrillo, resaltaban espléndidamente entre todas las más viejas, cuyos colores variaban entre azules, verdes y colores sin identificar como propios, ya desteñidos. « ¡Le encantarán a Jonathan en cuanto las vea!» pensó, completamente animado « ¡Tanto que me pedirá y de ser necesario, obligará a cambiar y colocarlas todas del mismo color!» después de todo, esa hora el sol comenzaba a subir y a volverse poco soportable, y solo alcanzó a colocar una parte ya que Mar le prohibió continuar. Orgulloso al ver que sus tareas habían quedado elaboradas a la perfección, decidió entrar al encuentro con Mar.
Para su gran sorpresa, una jarra de cristal sudando frío esperaba por él en medio de la mesa, llena con agua de limón. ―Siéntate Emilio, descansa un poco― le dijo Mar desde la cocina, colocando el último traste a escurrir y sujetando una toalla con la que secó sus grandes y arrugadas manos, acto que Emilio vio gracias a la gran ventana que conectaba el comedor con la cocina. El joven, sediento y cansado por la ardua mañana que llevaba a cuestas, ya que sentía tener doble trabajo por la ausencia del menor, no dudó en tomarle la palabra a Mar y servirse un buen vaso. Bebió de el con rapidez, obteniendo con ello un gran malestar en la cabeza del que hizo anuncio por su gesto de dolor entremezclado con alegría. ― ¡Cerebro congelado!― exclamó, dejando el vaso a medio camino en la mesa y sujetándose la cabeza como acto seguido. «Si estuviera aquí...» pensó luego de darse cuenta de que no había risas burlonas hacia él y su tonto acto. Solo una reprimenda que no vino de quien acostumbraba escuchar.
― ¡Muchacho tarugo! Bébelo despacio― Lo regañó Mar, quien se sentó frente a Emilio e igualmente se hizo con un vaso igual.― ¿Estás cansado ya?― preguntó. A lo que el joven negó con énfasis, meneando su cabeza como solía hacer. ―Mal harías en estarlo. Ya que hay mucho trabajo por hacer hoy...pero descuida, descansa un poco. Hoy haré estofado.
— ¿Estofado? ¿Con este calor? Sr. Mar, ¿no quiere que yo cocine mejor?
—Hace bien a la salud y al rendimiento. — se excusó el viejo. — Además, te toca hacer la comida mañana...— Dio un sorbo al vaso y después de colocarlo en la mesa, sopesó sus siguientes palabras, mirando hacia un lado. — No hemos tenido ocasión de hablar como tal, ¿verdad Emilio?— comenzó— Perdona que lo traiga a tema...Sé lo principal acerca de tu caso...pero a estas alturas, creo que no me es suficiente con lo básico. Te hemos tomado afecto, Emilio. Jonathan, sobre todo. Y creo que, bueno...es momento de que te sinceres conmigo. Te considero como parte de la familia. Tú sabes sobre nosotros. Te conté sobre mí. Y sobre el origen de Jonathan. Historias personales que solo la familia debería saber: así que creo, que me vendría bien una explicación más detallada sobre ti...—Hubo silencio en la sala. Emilio sostenía su vaso con ambas manos y mantenía la mirada perdida en el fondo de este, viendo su reflejo en el agua enturbiada por la presencia del cítrico.
― ¿Es necesario?― preguntó después de un lapso indeterminado de silenciosa atmósfera. Mar apoyó los codos en la mesa y con lentitud cruzó sus manos, colocándolas frente a su boca.
―No...no es necesario. Se puede amar a alguien aun desconociendo su pasado. Se puede convivir con él y disfrutar en misma medida. Sin embargo...― Mar agachó la cabeza un momento― aunque no es necesario, es lo correcto. Que alguien te demuestre ese pedazo de vida que solo le pertenece a unos cuantos, es la demostración de que no se necesita del pasado para vivir el futuro, pero se necesita para crear cimentos más fuertes que te sostengan en el mañana.
― ¿Jonathan sabe algo sobre lo que le dije a usted esa noche?― alzó la vista, temeroso. Apretó los labios y esbozó una tenue sonrisa al ver a Mar negar con la cabeza.
―No siento que haya gran gravedad en saberlo o no, Emilio. Te veo avergonzado. Temes que Jonathan sepa sobre tu familia, sobre la posibilidad de que te lleven con ellos. Pero mi muchacho... Lo crié para que fuera un hombre fuerte. Tu mismo lo has visto. Es un pequeño de Once años pero tiene la tenacidad de un hombre adulto, tiene sus metas, escasas por el momento pero, bien claras en su cabecita. Si no me crees, la prueba está ahí, en que ahora mismo, esta allá afuera, trabajando para conseguir lo que quiere. No debes preocuparte tanto por si sabe o no. Ese chamaco, si algo quiere, lo consigue. Y si él quiere estar contigo, ya verá cómo lograrlo. ― Emilio sonrió, feliz por haber escuchado aquello. Y entonces, Mar continuó. ―Esa noche, cuando llegaste, huías de algo. Pude verlo en tu cara. Y aunque me lo explicaste más o menos, hay detalles importantes que estas omitiendo. Uno no va por ahí, huyendo de su familia, tan asustado como tú lo hiciste aquella noche...si no quieres hablar ahora, lo entenderé...estás en tu derecho, al final de cuentas. ― Con esto, Mar hizo seña de levantarse, pero Emilio lo detuvo de repente, tomando su mano con decisión y en su rostro, con temor.
―Se lo diré. Ya usted sabrá si es correcto juzgarme de bueno o malo― Mar lo miró con evidente inquietud, pasando su vista entre la mano que le impedía marchar y la mirada suplicante del extraño que hace meses dejó entrar en sus vidas.― ¡Pero por favor, le suplico! ― Pidió Emilio, lacrimoso―sea cual sea su veredicto... No me aparte de su lado, y mucho menos del de John.
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