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3| Así era...

Aunque oculto entre un montón de grisáceas nubes, el sol estaba en su punto más alto, indicando que era hora de tomar un pequeño y acostumbrado descanso para estirar los músculos entumecidos, por tanto, estar sentado.

El portón se cerraba de tres a cuatro. La hora estipulada para comer. Por lo que el portero, cerró el cancel y dejó escapar un gran suspiro, mientras realizaba sus estiramientos.

   —¡Ey! ¿Disfrutando tan pronto del descanso? —el jardinero apareció a sus espaldas.

Estaba lleno de tierra de pies a cabeza y bañado en sudor.

La enorme chamarra que se suponía, debía utilizar para evitar congelarse por el frío despiadado de esa nueva estación, colgaba, aferrada con fuerza a sus caderas. Mientras que sus botas de jardinería, pasaron de ser de un color negro azabache, a un horrendo y pegajoso marrón.

   —Como a todos. ¿A quién has oído decir?''¡Maldita sea la hora de descanso!'' ¡Hay que ser idiota para odiarla!

   —Pues, hay muchos imbéciles en este mundo —Martin rascó su barbilla, sintiendo los escasos vellos de su creciente barba—. Oye, ¿No trajiste nada para comer? Te veo muy ligero.

   —No, hoy no. Se la encargué a doña Marta. Aunque ya está tardando...—Marco miró la hora en su reloj.

   —¡No esperes que esté aquí a las tres en punto!, Tu tranquilo, que nunca llega más allá de quince minutos tarde.

Martín se recargó en la pared con los brazos cruzados, sosteniendo en una de sus manos, una bolsa de plástico. En ella, llevaba varios recipientes repletos de comida. Al menos, la necesaria para un hombre de su tamaño.

Marco, imitando a su amigo, también se recargó en el muro, guardando silencio durante un minuto, hasta que uno de ellos rompió el silencio:

   —Marco, puede que sea repentino, pero desde que obtuviste el trabajo, me lo he estado preguntando: Eres joven e inteligente y no eres tan Federico. Entonces... ¿Por qué esto? Entre tantos trabajos donde serias aceptado sin problemas, con oportunidad de destacar, ser algo más grande, ¿debes escoger entre el puesto de barman, o el de un portero de cementerio? No es como si este empleo estuviese mal, digo, si lo comparamos con el que tenías antes; pero tienes mejores oportunidades. ¿Qué clase de mal chiste me estás contando?

La sonrisa de felicidad que Marco tenía hasta ese momento, desapareció por completo. Siendo sustituida por una de aspecto triste y taciturno.

   —En verdad crees que alguien como yo —vaciló.

Había estado esperando esa pregunta desde que aceptó trabajar allí. Pero ahora que se enfrentaba a ella, sintió como se le revolvía el estómago —, ¿Crees que yo pudiese tener algo mejor? ¿Algo como un empleo ''decente''? Tipo, ser un abogado, un doctor, ¿o un empresario?

   —Eres inteligente. De eso no tengo la menor duda. —Admitió— Más, no has contestado a mi pregunta y esto no se trata de lo que yo crea que puedes hacer.

Marco se encogió de hombros.

Podía mentirle a todo el mundo y fingir estar bien con su vida. Pero no a Martin. Engañarlo era casi imposible. Más porque él aceptaría cualquier cosa que Marco le dijese, sin embargo, que le creyera, era otra historia.

«Me conoce tanto, que me hace enojar. Supongo que este es el precio que hay que pagar por mostrarse tal cual eres ante alguien. Dejar las heridas expuestas esperando a que la otra persona no te lastime».

   —No sé... Diría que solo lo acepté para sobrevivir. Pero con sinceridad, no sé por qué estoy aquí. Y tampoco sé el porqué de muchas cosas que hago día a día. Al final, sigo sin saber nada.

«No. Más que no saber, estoy confundido. Siendo sincero, me alegré al enterarme de que había una vacante en el cementerio. Fue una buena excusa en su momento para evadirme de la realidad. Pero ahora, no parece ser tan buena como antes...»

Martín lo observó en total silencio.

Entendía ese sentimiento de duda, miedo y desolación, que acongojaba al portero.

Conocía a Marco desde años atrás. Cruzando sus pasos por primera vez en la preparatoria abierta, donde la edad no suponía un abismo a la hora de conocer nueva gente y superarse así mismo en la vida. Ahí, a pesar de ser mayor por siete años, pudo entablar una conversación con ese joven solitario que desayunaba todos los sábados bajo el mismo árbol.

Marco tenía dieciséis en aquel entonces. Y según averiguaría más adelante, el muchacho había decidido saltarse la prepa convencional, con la excusa de que no quería perder tres años de su vida.

Por su parte, él tenía veintitrés en aquellos lejanos días, y aprovechó la oportunidad de retomar sus estudios a sabiendas de que, de no hacerlo así, el tiempo pasaría, se haría más viejo; y con la edad a cuestas, no tendría la confianza suficiente para siquiera pensar en inscribirse.

Alguien tocó con fuerza la puerta de repente, sacando a Martín de sus pensamientos.

   — ¡Ya llegué! —gritaban tras el portón. Era la voz de una mujer.

El jardinero observó a Marco. Su perfil miraba en dirección al suelo, con una expresión de angustia dibujada en su pálido rostro.

Podía notar ese efímero brillo de desconcierto en sus ojos. Y su pregunta, era la causante de ese doloroso gesto. Por un momento, se odió a sí mismo por haberlo traído de vuelta a su realidad.

Pero si quería ayudar a Marco, de vez en cuando, debía bajarlo de su nube de conformidad y retarlo.

Impulsarlo a pensar y debatirse en sí, ese era el tipo de vida que deseaba.

Pero, a pesar de que era por su bien, detestaba ver a su joven amigo de esa manera. Martin se mordió el labio inferior y se obligó a actuar de inmediato, con tal de alejar la idea que él mismo había sembrado en la cabeza de Marco.

   — Ah, ¡Ya, ya! ¡Ya la escuché señora Marta! ¡Voy corriendo! — tomó de la mano de Marco las llaves, chasqueó los dedos frente a sus ojos marrones y solo entonces, volvió en sí—. Ey, más vivillo mi amigo, que te quito el puesto

El joven sonrió, como era su costumbre. Con dificultad y una mentira tambaleándose entre la curvatura de sus labios, pero lo hizo.

   —¡Oh, mira nada más quién llegó! —exclamaron de repente, cuándo la mujer cruzó la puerta; era Bob, quien apareció con su acostumbrada energía al otro lado del umbral —. ¡Hasta que llegas! ¡Ya tenemos hambre!

   —¡No seas quejumbroso! — lo reprendió la mujer, con tono de falsa autoridad. Como el que utilizaría una madre fastidiada, mientras le enjaretaba a Martin las tres bolsas de tela que había estado cargando en sus hombros.

   —Suerte con eso, Marta. El viejito vino al mundo quejándose — bromeó el jardinero, haciendo un gesto gracioso al sopesar las bolsas que la mujer se le encargó —. Pero qué bueno que llegaste, Marco estaba a nada de desmayarse por inanición.

   —¡No me digas eso! ¿Dónde está mi pequeño niño hermoso? —buscó con la mirada al portero, preocupada.

   —¿Tu niño hermoso? —cuestionó el jardinero confundido, mirando a Bob; quien le hizo una seña para que se hiciera a un lado.

Este acató la orden, y Marta soltó un grito de felicidad, al ver al joven portero que, hasta ese momento, había estado justo atrás del jardinero.

Marco le sonrió nervioso y la saludó.

La buena de Marta, siguiendo la tradición de toda mujer mayor, repleta de un inmenso cariño hacia el mundo entero, se abalanzó sobre él y lo atrapó entre sus brazos.

   —¿Cambió de pigmeo favorito? ¿cuándo fue eso que no me enteré? —comentó Martín viendo como Marco era zangoloteado de un lado a otro con aquel amoroso abrazo.

Ese momento del día, era el único tiempo del que disponían para poder reír y festejar la vida, como si la muerte no estuviera rodeándolos.

En cuestión de nada, el personal se hallaba sentado fuera de la oficina, donde varias bancas fueron dispuestas desde la construcción del cementerio. Martin sacó una de las mesitas de recepción y la colocó frente a ellos, en esa escuadra formada por una banca y una barda que daba hacia un jardín.

Las dos secretarias, Marta, Bob y Martin se sentaron en la banca, mientras que un jardinero y Marco; se sentaron en la barda de al lado, dispuestos a devorar sus alimentos que, con tanto amor, fueron cocinados y entregados por Marta,

Una mujer bajita, de caderas prominentes, pómulos redondos y colorados, los cuales resaltan aún más con cada sonrisa que regalaba.

   —¡Dios! ¡Sí que tardaste Martita! ¡Moría de hambre! — comentó Bob, sacando de una enorme bolsa rosada, varios contenedores en busca de aquel que tenía su pedido.

   —¡Ni me digas! Hubo mucho trabajo en la fonda. No sé qué les dio por comer a todos en mi humilde negocio, pero no me quejo. Por mí, ¡que lleguen!, A ver, trae para acá eso. Tú no sabes buscar bien —Marta le arrebató la bolsa a Bob, quien solo pudo hacer un gesto de inconformidad.

Pronto la comida fue repartida entre los presentes. Algunos pedían platillos elaborados, dignos de degustar en la comodidad y familiaridad de una fonda.

Otros, solo se conformaban con llenar la panza con un ''algo'' práctico y fácil de ingerir. Uno de ellos era Marco, el último en recibir su comida.

   —Y aquí tienes el tuyo, Marquito. Tu encomienda —le entregó una bolsa de papel marrón —; Lo que me pediste. Te traje doble porción porque escuché que vives solo y estoy segura de que apenas tienes tiempo para prepararte una comida decente.

   —Gracias señora Marta — Tomó la bolsa y una caja blanca que ella le extendió.

   —No me llames así. Con Marta está bien. Estamos en confianza. Somos una familia; una que habita el cementerio, ¿no? Mira. Este es el pedacito de pastel. Y aquí está lo demás: ¿No te sientes solo?, es decir ¿Cuándo estás en casa? —soltó la pregunta de repente tomando por sorpresa al portero.

Así era Marta. Sacaba al aire un tema desechado así, de repente. Era su gran defecto: el chisme podía más con ella.

   —Para nada. Tengo un perro. Aunque no es mío, es del vecino, pero me hace compañía a veces.

   —Hablo de una persona, querido. Una mascota es un buen compañero, no lo niego. Pero hay cosas que solo una el calor de un ser humano puede ofrecerte. ¿No has pensado en casarte?

   —¡No, no! ¡Para nada! ¡Aún soy muy joven! Sin contar que no tengo con que sostener una familia.

   —Pocos tienen con qué. Con el tiempo, van consiguiendo lo necesario para eso. La necesidad lo logra— aseguró la buena mujer, ignorando que su perspectiva del sacrificio desmedido era bastante absurda al entendimiento de Marco.

¿Por qué obligarse a trabajar como un perro solo por mantener una familia que él aún no quería, para satisfacer los mandatos de la sociedad?

   —Sí, eso creo. Pero, por ahora, no quiero pensar en eso— confesó, incómodo—. Tengo una vida por delante. Ya tendré tiempo de preocuparme por eso.

Era su respuesta estrella, con la que se zafaba de todo problema. ''Ya habrá tiempo'' Marco, disfrutaba autoengañarse con esa promesa.

«¿En verdad será así», se preguntaba cada vez que la situación se lo permitía y evocaba el recuerdo del día?

Tiempo era lo que le faltaba a la vida: para reír, soñar, pelear, seguir un objetivo. Conseguir un motivo. Algo que amar, alguien a quien esperar. Tiempo, era justo lo que el ser humano perdía, mientras creía vivir.

«¿En verdad podré cumplir con todo lo que se supone debo hacer?»

Miró a su alrededor después de un rato de estar cabizbajo y en total silencio. Todos reían y bromeaban entre sí. Llevaban años conociéndose y a esas alturas, eran justo como dijo Marta, una familia feliz. Si alguien los miraba desde el exterior, pensarían en eso al verlos disfrutar el momento.

Pero él... ¿Qué hacía ahí?

Nada más que cuestionarse y alejarse.

Pronto, gracias a su hermetismo, se volvió un extraño entre las risas; aun cuando todos intentaban integrarlo en la conversación. En algún momento dado, sus ojos chocaron con los de Martín por un instante, pero este más que mirarlo, lo escrutaba con una atención abrumadora.

Estaba preocupado y cómo siempre, quería desentrañar los pensamientos de su mente basándose en sus gestos y en sus frecuentes silencios. Ambos se observaron por unos segundos, hasta que Martin dejó escapar un suspiro, agachó la cabeza y tomó aire.

   —Bien, me gustaría quedarme más tiempo con ustedes, pero iré a revisar el jardín de los nobles —se levantó con su comida en mano.

   —¡Ay, Martincito! ¡Te tomas el trabajo muy en serio! —comentó Karina, una de las secretarías, mirándolo de pies a cabeza con un gesto coqueto adornando sus ojos oscuros.

   —Señorita, un hombre debe hacer su labor. Es cuestión de palabra. ¿Qué digo? ¡Es cosa de honor! — bromeó, golpeando su pecho con el puño.

Ella rio divertida, meneando la cabeza y mirándolo con una chispa de alegría en sus ojos.

   —No, ya, hablando en serio — continuó el jardinero —, ese jardín es el único que me falta por terminar, y aprovechando que están aquí los chicos, los explotaré para que me den ideas y hagan el trabajo por mí.

Diciendo esto, le hizo una señal al joven jardinero que los acompañaba esa tarde y ambos se dispusieron a retirarse.

   —Yo, yo también voy — dijo Marco apresurado.

Tomó su comida, dispuesto a seguir a ese par antes de que los demás pudieran decir algo.

Caminaron un poco, perdiéndose entre los árboles que tapaban la vista hacia las oficinas, cuando el jardinero se detuvo. Le dio un par de indicaciones a su compañero y esperó a que se alejara lo suficiente para por fin, hablar con el portero.

   —¿Qué tienes? ¿Tanto querías deshacerte de ellos? — Martin se cruzó de brazos, mirándolo con severidad.

   —No, no es eso. Solo que empecé a sentirme mal. Necesitaba tomar un poco de aire. —No estaba en sus planes decirle la verdad. Esa donde se sentía como un extraño y un arrimado dentro de esa linda convivencia.

Y que no podía encontrarse cómodo entre su algarabía; cuyas alegrías y confianzas no compartía.

   — ¿Y utilizarme a mí era tu única opción? — lo cuestionó el jardinero—. Tuve que dejar mi comida a medias solo por ayudarte, hombrecito.

   —Bueno, siendo objetivos, yo no te pedí nada.

  —¡Lo pedías a gritos, hombre!, Te conozco bastante bien como para saber cuándo pides ayuda con solo verte la cara...

Marco tragó saliva y asintió, ruborizándose ante su propia transparencia.

   —Perdón. No fue mi intención interrumpir tu comida.

Martin suspiró, relajando su expresión. —No. Perdóname tú a mí. Sabes que me pongo gruñón cuando se meten con mi comida. Pero mirando el lado bueno, aprovecharé esto. Debo checar ese mentado jardín. No entiendo por qué, pero alguien se divierte pateando y destrozando las flores que colocó para los Nobles. Es molesto. Es como lidiar con niños pequeños.

   — ¿Qué quieres decir? —preguntó el portero, intrigado.

Martin miró a su alrededor con cautela. —No debería hablar contigo de esto, pero, a los Nobles les gusta jugar.

Marco arrugó el entrecejo, confundido. Esbozando una sonrisa incrédula: —¿Otra broma?

Su grandullón amigo lo miraba con seriedad, cosa extraña en él, que aseguraba que lo que decía, era cierto. Sin embargo, Martin no era bueno aguantando la risa y soltó una gran carcajada a los pocos segundos.

   — ¡Eres malísimo con estas historias de fantasmas! ¡Hubieras visto tu cara! ¡Mírate, hasta pálido te pusiste!

   —Ah, ¡¿qué nunca cambias anciano!?— exclamó Marco molesto, poniéndose rojo de la vergüenza.

   — ¡Oye! ¡Llamarme anciano es una cosa grave! ¡No estoy tan viejo!... ¿Marco? Oye, ¿estás enojado? — le preguntó al portero, viendo como este tomaba su camino, dando enormes zancadas.

   — ¡No!

   — ¿Entonces por qué te vas y me dejas sólito? Triste y abandonado, aquí... ¡Como un perro sucio! — Martin agudizó la voz mientras decía aquello.

   — ¡Porque quiero estar solo!

   —Ah. Bueno... Así pues, sí. —lo vio alejarse, dirigiendo sus pasos en dirección a puerta.

Una leve sonrisa se dibujó en el bien parecido rostro del jardinero.

Su amigo, a pesar de todo, seguía siendo el mismo de siempre. Esas inmensas ganas de estar solo a ratos. Esos mini ataques de ira que bien podrían pertenecer a un infante de ocho años. Y su absurda necesidad de independencia con la cual, pretendía no preocupar a nadie.

Sí, así era el Marco que conocía.

Así era el Marco que se alejaba fingiéndose molesto.

Así era Marco.

Así era su amigo...

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