26| Rojo
Fue de color rojo...
De rojo fueron teñidas las paredes, las sabanas y sus pálidos labios conforme un último aliento se fugaba de entre ellos. Con la mirada opaca, posada inerte al pie de su cama, la vida que le quedaba se expandía, cálida, sobre la alfombra al tiempo que el noticiero narraba un tercer caso de asesinato. La noticia acababa de salir al aire, alertando a todos los habitantes de la zona, estremeciéndolos, agobiándolos con una noticia que hasta entonces, aun si tenían conocimiento basto de lo que sucedía la mayor de las veces en casa del vecino en cuyas afueras, días atrás, se abarrotó de ambulancias y policías, no pudieron evitar que la piel se le erizara al verlo relatado en la pantalla cuadrada de sus casas, marcando así, un asunto oficial; un asunto innegable y peligroso. «Si tan solo, lo hubiese sabido a tiempo» quizás habría pensado la cuarta víctima, aún desconocida, aun perdida entre cientos de vidas que le eran ajenas, mientras sus oídos distorsionaban la voz del locutor que narraba con seriedad los terribles sucesos que acontecían a la tragedia y al peligro que los habitantes de la zona corrían.
Si tan solo hubiese sido lo suficiente chismoso para meter la nariz en los asuntos de los demás, quizás, se habría enterado de que él señor que alquilaba aquella habitación ubicada en el segundo piso de esa tienda en la esquina, esa que se encontraba a cuatro calles de su casa, esa que jamás, solo en casos de urgencia, visitaba...si tan solo hubiese parado oreja, habría desconfiado al abrir la puerta esa noche. Habría dudado. Inclusive, ni la hubiese abierto. No habría confiado en la bella sonrisa de esa cara conocida. Mucho menos en sus amables palabras.
Por desgracia, la alerta no había salido al aire, y muy pocos tenían conocimiento del terrible evento que se llevaba a cabo en la oscuridad de la noche hasta entonces. ¿A quién habría de echarle la culpa, de poder hacerlo? ¿A su naturaleza tímida y desapegada? ¿A los noticieros, que nunca avisaron de ello? ¿ Al padecimiento con indices de chismosos con el que sus vecinos contaban y del cúal él, carecía por completo? o simplemente ¿Al maldito y psicótico adepto a la sangre que ahora lo miraba sentado al pie de su cama como un terrorífico bulto entre la penumbra de su habitación, burlón, sádico, tenebroso? ¿De quién era la culpa? La respuesta a esa pregunta se ahogó como una hilera de palabras no natas. «Quizás...tuya...» se podía leer en sus verdes y cada vez más opacos ojos « Tuya...por llegar de la nada vuelto espectro. Por rodearme con tus brazos llenos de recuerdo. Por hablarme, con tus labios llenos de nostálgicas palabras...quizás...tuya fue la culpa.»
Para cuando la noticia terminó los anuncios comenzaron, pausando un poco la tragedia que aún faltaba por narrar de aquel mundo violento en el que vivían, invitando así al televidente a realizar lo que tuviese o pudiese hacer en esos minutos de libertad. En ese momento ¿cuantos no estarían abandonando su cómodo sillón, preparándose para hacer algo, lo que fuera?; abrazar, besar, golpear, comer, mirar, escribir, llamar... ¡que daría por hacer algo de eso!
Sin embargo más allá de esas cuatro paredes todos continuarían con sus vidas, fuesen desdichadas la mayoría del tiempo, fuesen simplonas el resto sobrante; sí, muchos vivirían un día más, mientras él, yacía en el frío piso divirtiendo con su dolor a los fríos ojos de su asesino.
''El número que usted marco no se-''
— ¡Bah! ¡Ya cállate, vieja bruja!— refunfuñó Roberto, colgando la llamada y dirigiéndose en seguida a la más joven de las secretarias — este infeliz no me contestará. Sabrá dios, y su celular, cuantas llamadas le he hecho.
— ¿No responde ni en su casa?— preguntó la muchacha de buena gana.
— ¡Mucho menos! Le da flojera abandonar su sillón, dar un par de pasos y levantar el auricular. ¡Ya lo he visto en acción, y créeme, es más entretenido ver a un perezoso en su habitad natural que verlo a él! ¡Mínimo el perezoso te pone buena cara!
La muchacha no pudo evitar soltar la risa. — No sé... No me imagino al Sr. Martin de esa manera. Siempre se le ve lleno de energía. Tan feliz y dedicado...
—Ah, eso sí. En el trabajo es él más eficiente. — aseguró Bob. — Aunque al inicio ni le daba paga, se metió en la cabeza que a este cementerio le faltaban flores, arboles...y ya vez, que viene a cuidarlo todos los días. Y aunque ahora ya le pago, hubo buen tiempo en que no recibía nada a cambio. Eso sin contar que accedía a ayudarme con lo que pudiera. Por eso no le armo tanto lio cuando se le deschaveta un tornillo y falta uno o dos días. Aunque a estas alturas, ya debió haber llamado. O en este caso, haber contestado.
—Y usted debería estar dormido a estas alturas. ¿Cómo le hace para no caer dormido después de cuidar el cementerio día y noche?— preguntó esta vez la mayor, mujer casada que no le interesaba en nada el Jardinero.
—Ha de ser por la edad, que me pide aprovechar más mi vida antes de estirar la pata, supongo. Dormir no es de viejos.
—Usted no está viejo...— dijo la menor, con seguridad.
—Solo pasado de edad. — agregó Bob sonriente. —Muy bien señoritas. Ahorita vengo, iré a ver qué tal esta Marco. Hace una hora que llegó y ha de estar vuelto un manojo de nervios el pobre. ¿Piensan que yo les abrí por gusto? ¡Con decirles que ni siquiera se acordó de ir a abrirle al visitante estrella!
— ¡A caray! ¿Y porque esta tan nervioso?— preguntó la mayor.
—Porque si no llega el interesado, él tendrá que exponer los planos y las ideas qué Martin tiene para los jardines del fondo. Y bueno, no se le da muy bien hablar al chiquitín.
Ambas sintieron pena por el joven portero mientras veían marchar al tambaleante hombre, que en el fondo, sentía, más que pena, curiosidad por cómo se las apañaría Marco. Buscó en la puerta, donde se suponía debía estar; La noche anterior le había pedido llegar un poco más temprano, omitiendo sus verdaderos motivos para citarlo temprano. — ¿Ves estos planos?— le preguntó al joven una vez llegó a la hora acordada. Ambos estaban en la oficina y la luz de la mañana parecía lejana. —Bien, míralos, léelos, apréndetelos...porque si no llega Martin, tú los explicarás. — el rostro de Marco palideció al escuchar la orden de Roberto.
— ¿Qué dice?— Marco tragó saliva— pero yo no sé absolutamente nada de flores...además...
— ¡''Además'' nada! Por eso te pedí llegar temprano. Para que los estudies y sepas de qué vas. No quiero ser pesimista, pero siendo sincero, dudo que Martin venga hoy. Sí se tomó las vacaciones que creo se apropió, no lo veremos por aquí hasta el lunes.
—Pero ¿porque yo? Perdóneme, pero usted está más enterado de esto que yo...
—Por tres motivos: primero, tengo sueño, quiero descansar hasta las dos, de ser posible. Segundo: soy tu jefe, yo dicto los movimientos aquí y manejo tú paga. Y tercero; Martin es tú amigo. Ayúdale con esto. Aunque debo reconocer que, por haberse ido a una semana de hacer el requerimiento de personal, no se lo merece. Pero bueno, ha hecho más cosas buenas que malas.
Mientras decía esto, Marco sentía una tenaza en el estómago. «Ni siquiera en la escuela» pensaba nervioso «Me dejaban exponer por las sandeces que decía de lo nervioso que estaba. Ahora aquí, que es un asunto laboral que ni siquiera me pertenece a mí...»
—Marco... ¡Hey Marco!— dijo Bob alzando la voz mientras paseaba su mano frente a la mirada perdida del portero, que reaccionó a la cuarta vez que dijeron su nombre.
— ¿Sí?
— ¿Escuchaste mis razones?
—Si.
— ¿Crees poder hacerlo?
—No.
— ¿Por qué?
—S-soy muy torpe.
—Pues desentorperisate.
—Eso no es una palabra, según creo...
—Lo es ahora ya que yo tengo el cargo aquí. Ponte a estudiar. —Roberto recogió los planos y apuntes que hasta entonces se encontraban en el escritorio de las secretarias y se las dio con una sonrisa solemne. —cuento contigo, Marco. Sé que tienes la capacidad. Busca un sitio, si quieres que sea aquí o haya, donde sea, con tal de que te relajes y concentres. Tienes una hora libre. Y una hora y media más durante el trabajo. Piensa que sí Martin llega, todo esto será simplemente información sobre tu campo de trabajo. Eres muy listo, el sujeto que te metió en esto me lo dijo: sacabas puro diez en la preparatoria. Lo aprenderás en un dos por tres.
—Pero... ¡eso fue hace seis años! Mi mente no se ha visto obligada a recoger más de una cierta cantidad de datos en menos de dos horas como en aquellos tiempos.
—Momento, ¿Eso quiere decir que estudiabas a último momento?— preguntó Bob sumamente interesado.
—Debo admitir que aprendía bastante rápido. — fanfarroneó Marco, no pudiendo evitar sacar a luz sus dotes intelectuales— Y más bajo presión ¡me hubiese visto aprendiéndome toda la teoría endosimbiotica, completamente desconocida para mí, a la primera lectura que le di en menos de...!—Por desgracia para el portero, era demasiado tarde. Había dado una información que le perjudicaría más tarde si el jardinero no llegaba. ''No me lo aprendí'' sería una excusa inútil ahora gracias a su boca.
—Te pusiste la soga al cuello tu sólito— comentó Roberto burlón al ver en el rostro de Marco reproche hacia sí mismo— ¡Buena suerte parlanchín! Espero todo de un genio como tú. — y Bob abandonó la oficina para dirigirse a su habitación, internándose más allá de la misma oficina, donde unas escaleras llevaban a lo que era la ''casa de Bob'' y a la cual, claro está, nadie salvo él tenía acceso.
Marco se quedó de pie, inmóvil, viendo la habitación por la que Bob se había ido aun cuando este ya no estaba ahí. Lentamente volvió la vista a los papeles que fueron enjaretados entre sus brazos y tragó saliva. «Debo contactar a Martín.» pensó, depositando sus esperanzas en la presencia del jardinero. Se dirigió hacia la bodega, donde el robo se había llevado a cabo, encendió la luz y en una mesa llena de herramienta (tijeras, pinzas etc.) que hizo a un lado, dejó los planos encomendados por su jefe y sin perder tiempo, sacó su celular y llamó a Martín.
''Su llamada será transferida a buzón''
Volvió a decir la contestadora, notificándole por quinceava vez en casi dos días, quizá, que su llamada había sido ignorada por completo. Intentó dos veces más. Envió un mensaje breve que decía: ''Contesta o llámame, es urgente.'' Y caminó alrededor de la habitación con evidente incomodidad, llevándose la mano hacía la boca y mordiendo la uña de su pulgar derecho como vieja y conocida manifestación de nerviosismo en él. Esperando vanamente que su celular sonará con la respuesta de su amigo. Pero no hubo ni habría respuesta.
―Muy bien. Muy bien... ¡todo está bien, Marco!― comenzó a hablar consigo mismo después de que notó que el tiempo corría y él lo perdía en absurdas vueltas sobre su propio eje. Jaló un banquito manchado en pintura de distintos colores ya seca y se sentó en él ante la mesa. Alisó sus cabellos hacía atrás como otra muestra particular en la que se indicaba el inicio de lo que sería un intento de tomar las riendas sobre su condición nata de nervios. Abrió el primer plano y lo estudió detalladamente, haciéndose un esquema mental más detallado y realista de lo que permitía ver el plano donde, anexo al mismo, una lista de nombres que Marco supuso serian de plantas y flores, estaba adherida por un clip.
«Solo conozco tres de estas» admitió «Rosas, Margaritas y el Ave de paraíso; y esa última porque Martín me la mostró hace unos días. Dios... ¿Qué es esto? ¿Fertilizantes? ¿Abono? ¿No son lo mismo? ¿Qué, que son estas? ¿Marcas? » Sacudió la cabeza, frunciendo el ceño ante lo distintos tipos de materia fotosintética. Marco bufó, dejando encima de la mesa los papeles que resultaron ser una lista de cosas que el desconocía por completo: desde semillas, flores, temporadas, ubicaciones, combinaciones... hasta abonos, fertilizantes, repelentes...«Si Martín me viera, seguramente se burlaría de lo lindo de mí. '' ¡El nerdo no sabe de Jardinería! ¿¡Quién lo diría!?'' seguro algo como eso gritaría a los cuatro vientos.» Una sonrisa se dibujó en su rostro, producto del cariño y la gratitud que sentía hacia su amigo. « Lo patearé en cuanto lo vea.» pensó, volviendo su atención a la información que debía aprender o por lo menos, entender para transformarla en sus propias palabras.
Fue a las nueve con doce que Bob cruzó el umbral y vislumbró la espalda encorvada de lo que creyó, era un joven en proceso de aprendizaje. Sin embargo, al acercarse, notó la frente de Marco apoyada en la mesa. «Los nervios pudieron más» concluyó Bob, haciendo una mueca. Sacudió al portero que aún no se había percatado de su presencia y este lo miró temeroso. —Debes estar muy confiado para roncar de esa manera. — señaló Bob, socarrón.
— ¡No roncaba! ¡Ni siquiera dormía!— se defendió.
—Sí, lo que digas muchacho. ¿Cómo vamos?
Marco apoyó su codo en la mesa y llevó su mano hacia su frente, sonrientemente frustrado. —Bien. Excelente. La información, tengo lo más importante; las palabras que diré, estan seleccionadas y con ello, quiero creer que memorizadas. Por si las dudas las escribí en esta hojita— tomó una hoja de cuaderno garabateada doblada a la mitad y se la entregó a Bob sin abandonar su postura. — Mis ganas y mi valentía...bueno, no tan bien como la colitis nerviosa que me aprieta el estómago. —Bob lo examinó con la mirada después de echarle un vistazo a lo que estaba escrito. El pobre estaba hecho un ovillo gracias a las bases para pie de la silla, con la espalda encorvada y su mano libre posada con fuerza sobre su vientre. Parecía haber perdido color en la cara y lucia, además de aterrado, demacrado. ¿El dolor? ¿El miedo? ¿Los nervios? ¿Todo junto?
« ¡Es un genio Rob! ¡Sus notas son las mejores! Estoy seguro de que al exponer, sería un éxito ¡tendría tanto de que hablar!... Lástima que las piernas le tiemblan como gelatina cada vez escucha la palabra ''exponer'', tiembla como un chihuahua en pleno invierno y empalidece cual hoja de papel. Tanta inteligencia silenciada por los nervios y el pánico escénico.» Bob, al mirar la imagen demacrada del portero nuevamente, asintió, dando crédito absoluto a lo que Martin, años atrás, le contó sobre su amigo de preparatoria. «No lo puedo negar. Es un muchacho inteligente. ¿Qué hace desperdiciando su tiempo acá?» las notas que había tomado Marco eran precisas, ordenadas. Limpias y perfectas. Un esquema absolutamente bien planteado. Un discurso brillante que se ocultaba al girar la hoja, casi demasiado brillante para ser utilizado en una simple junta de jardineros que solo se presentarian para ver el campo de trabajo. Es más, resultaba ridículo pensar que aquellas palabras hubiesen sido creadas en base a tan simple proyecto. Bob contempló lo escrito allí, y lo comparó con su creador. Grandes palabras provenientes de tan temblorosa confianza.
— ¿Y si te empastillamos la panza?—sugirió Roberto luego de un par de minutos. — ¿no se te pasará el dolor?
—Quizás, solo quedará el nerviosismo. Lo cual es aún peor...con el dolor mínimo me preocupo por detenerlo. Sin él, solo pienso en lo que debo hacer...―Bob suspiró. Comenzaba a sentirse mal por el muchacho. «Yo puedo hacerlo. Pero pensaba aprovechar esta oportunidad para sacarlo de su zona de confort. Pero...así, como lo veo...»
—Iré a dar una vuelta. — anunció finalmente Bob, dejando lo hoja en la mesa y dándosela de vuelta. —Tú deberías hacer lo mismo. Toma iré fresco. — Reflexionó sobre eso ultimo y rio— ¡Ja! Toma aire fresco en un sitio plagado de muerte...eso sí que es nuevo. —y abandonó el cuarto.
No tardó mucho para que Marco siguiera su consejo y pronto se encontrara merodeando por ahí. El cementerio parecía un poco más vivo que el día anterior. Esto podria deberse a que el sol brillaba, primoroso, contento de salir después de un largo tiempo de amarguras. Las secretarias se hallaban de humor y luchaban por el dominio de la radio, que, al estar en el poder de Bob, solo sintonizaba viejas canciones de Louis Armstrong, Edith Piaf, Dean Martin y Frank Sinatra...Y aunque el sonido de la pala chocando contra la tierra faltaba, junto a los gritos y risotadas que su portador dejaba salir de cuando en cuando, ya fuese porque regañaba a una flor por no quererse ''agarrar'' a la tierra; o porque algunas invadían el lugar de otras, faltaba para hacer de ese día uno común y querido, buscaba recrearlo más tarde, quizás, con la repentina e inesperada llegada de Martín, que miraría su teléfono, y asustado, correría al cementerio al ver todos los mensajes que tenía en el buzón por leer. Después de todo «Él siempre ha sido así. Llegaba a exponer a último minuto, salvándome de pasar al frente al no tener a mi compañero encargado...nunca llega antes, ni después...llega al momento justo.» esa idea lo tranquilizó un poco, y recordando más allá de la patada que le tenía prometida al jardinero, recordó, además, las disculpas que tenía que dar: Estiró el cuello, semejándose a una suricato, y buscó la imagen de Jonathan una vez estuvo por los alrededores.
Como esperaba, él estaba allí, donde siempre.
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