21| Diferencias.
''Su llamada será trasferida a Buzón ''
Y colgando a aquella voz que ya comenzaba a crisparle los nervios, Bob guardó el celular en el bolsillo de su pantalón poco después de enviar un segundo mensaje.
Esa era la cuarta llamada que le hacía en la mañana, pero Martín no respondía.
—Ha de estar dormido el muy flojo— fue lo que contestó Bob a la pregunta del portero.
Eran las once con treinta y siete y hasta entonces, no había señales de Martín, ni de Jonathan, y ni siquiera del señor que entró desde temprano.
Las oficinas se encontraban sumidas en un silencio ensordecedor.
No había teléfonos que sonaran, ni risas o grandes murmullos por parte de las secretarias. Tampoco el habitual sonido de palas excavando hoyos a lo lejos, ni ordenes al viento.
Los pocos pasos que provenían de la calle no fijaban su destino al cementerio y los carros parecían no desear pasar por ahí, por lo que tampoco tenía mucho que escuchar por parte de las calles.
Y curiosamente, el esporádico canto de algun ave que se ocultara entre la espesura de un árbol del campo santo, también le faltarba en ese día de total ocio.
Con un libro de apenas ciento nueve páginas, Marco intentaba matar el tiempo entre bostezos, cabeceos y estiramientos.
¿Cuántas veces había leído ese libro en la vida? y ahora, ¿Cuántas en el día?
«Esta será la tercera vez en la mañana» pensó con hastió cuando cerró la tapa del libro, al cual, como era su costumbre, escrutó con total atención por un par de minutos.
Bostezó y secó las lágrimas que este simple reflejo de cansancio y aburrimiento desprendieron de sus castaños ojos. Y finalmente, dejó el libro en su pierna izquierda y echó su cabeza para atrás, recargándola en el respaldo de la pequeña silla de metal.
Extendió sus brazos hacia arriba lo más que pudo y cuando por fin se encontró cómodo, las bajó, dejando que estas colgaran con pereza a ambos lados.
— ¡Estoy aburrido!— comenzó a decir, arrastrando las palabras y alargándolas de manera innecesaria—, ¡entumecido y muy, muy cansado!
— Cansado...pero ¿Cansado de qué?— hablaron de repente, haciendo saltar al pobre portero que se creía estar completamente solo. Abandonó su silla con aquel simple sobresalto, como acto de reflejo, al sentir perder el equilibrio sobre esta.
— ¡Jonathan!— exclamó, retomando la calma. — ¡Dios! ¡Me asustaste!
— ¿Tan mal tienes la conciencia? — se burló John viendo como Marco tomaba las llaves de su cinturón; buscando entre ellas e ignorando su comentario. — Lamento haberte asustado. ¿Dormiste bien?
— ¡Claro! ¡Como un tronco! Pero, por lo que veo...a ti no te fue de la misma manera. Llegas súper tarde.
John levantó los ojos al techo, fijándolos en uno de los múltiples mosaicos que se encontraban arriba. —No recuerdo haberme hecho de un horario.
— ¿Ah, no?
—No. Solo me gusta estar aquí, así que, si las circunstancias me favorecen, estoy aquí desde temprano.
—Que explicación tan simple — admitió el portero, haciendo una mueca de desagrado a medida que el sonido del oxidado cancel, anunciaba a todos la llegada del visitante —. Entonces debo suponer qué el que llegues tarde es debido a que las circunstancias de las que me hablas, no fueron favorables.
—Al contrario —contestó con alegría, y con ello, John se inclinó hacia el suelo, a mano derecha, y con fuerza, llevó hasta sus brazos una gran canasta atiborrada de rosas.
Marco soltó un silbido de admiración. —Eso no me lo esperaba. — declaró el portero, percibiendo entonces, la dulce esencia que aquella canasta cargaba consigo.
Era, sin duda alguna, un enorme ramo colmado de bellezas de carmín vestidura, porte elegante como el de su dueño, y suaves pétalos que parecían colmados de blando y fino terciopelo.
John, quien cargaba entre brazos el motivo que mantenía a Marco silenciado, entró dando pasos torpes, ya que su vista se veía acortada por la espesura del ramo.
—Lindas ¿no? — lo alentó John al colocar la canasta en el suelo y ver que el portero permanecía inmóvil, mirándolas atentamente.
Una sonrisa orgullosa se había formado entonces en su rostro y al no recibir respuesta por parte del portero, continuó. —Es lo que salió de la última recolecta del año. Siendo sincero pensé que saldrían muy pocas, pero veras que apenas y puedo ver por donde voy con tanto rojo obstruyendo mi visión. Así que ¡puedo decir que fue una excelente temporada!
«Si, todas son muy lindas...hermosas...» pensó Marco, brindándole solo una sonrisa a Jonathan y asintiendo con la cabeza.
Sin embargo, mientras pasaba su vista entre los grandes pétalos de intenso color regaliz, su vista fue entonces atraída al borde de la canastilla, donde, oculta y envuelta en timidez, aquella de igual especie, desentonaba entre los demás por su claro color; captando irremediablemente su atención.
« ¿Una Rosa blanca?»
El portero acarició los blancos pétalos de la rosa con su vista y poco a poco, como si fuese inevitable, fue guiando sus ojos con lentitud hasta llegar al rostro del gentil joven que las llevaba consigo.
— ¿Qué hay de esta? Es la única de distinto color —fue lo mejor que pudo preguntar, señalando a la pasajera extranjera que permanecía oculta entre las demás.
El amable semblante de John, sin embargo, lo enfocaba con paciencia y cierta diversión infantil.
Gravando cuidadosamente la expresión de Marco, quien, aunque intercambiaba su atención hacia él, no podía apartar su vista del ramo tan fácilmente. Algo que era normal ya que, en toda su vida, jamás había visto rosas semejantes..
Las palabras que Roberto le había dicho tiempo atrás, volvieron a su mente, reafirmándose con fuerza abrumadora.
''Son las más bellas; Las rosas que él toca, se vuelven de un rojo carmín brillante. Parece que las flores lo estiman mucho y se lo demuestran siendo agradecidas con su belleza''
Marco tragó saliva, ya que el buen hombre tenía razón.
Y entonces, con repentino escalofrió, se dio cuenta de que el velador no era hombre de los que hablaba solo por hablar e inesperadamente, sus palabras tenían peso al estar forjadas de hechos. De verdad.
« ¿Pero qué tanto de lo que dijo es de fiar?» se preguntó, encajando su vista en el joven que se ponía en cuclillas.
'' Estoy más que seguro de que, en más de una ocasión, te has encontrado con las mismísima muerte cruzando esa puerta. Saludándote, sonriéndote...Y tu ni siquiera te has enterado de eso''
« ¿Algo como eso podría ser posible?» se martirizaba el pobre portero, mirando atentamente la espalda encorvada de Jonathan, que buscaba con tranquilidad a la inquilina que había fascinado a su amigo.
« Pero, de ser así...¿cómo saber? ¿cómo confiar? ¿cómo querer, sin temer amar algo muerto, algo ya perdido...algo sin aliento ni calidez?»
—¡Aquí esta!— festejó John al encontrarla. La observó con triunfo pero pocos segundos después, se encogió de hombros—. Siendo sincero, no sé qué pasó aquí ¿me creerías si te dijera que no recuerdo haberla visto?— río, nervioso— Puede que me equivocara al plantarla. Eran las últimas semillas que me quedaban, y al ser fin de temporada, quería traerle las pocas que crecieran antes de que entrara el otoño por completo.
— Es raro que no la vieras entre todas. Eso haría de esta rosa una especie de ninja, en todo caso. Pero gracias por la explicación; Ya decía yo que aún no era fin de mes.
—¿Fin de mes?
Marco llevó sus manos al interior de los bolsillos de su chamarra y agachó la cabeza un poco debido a un torrente de frió viento que corrió junto a él.
—Por lo que me han dicho, siempre le traes rosas a final de mes —Marco se estremeció —, ¡Rayos! ¡si que hace frió hoy! La verdad es que no he visto el calendario en buen tiempo, así que me desubiqué un poco. Por otra parte, y aunque no soy muy de flores, puedo decir que son hermosas.
John sonrió y dedicó una mirada cariñosa al ramo. —Si...son hermosas. Aunque...es algo triste, ¿no te parece?
— ¿Triste por qué?— preguntó curioso.
—De todas las que le he traído, estas son, comicamente, las más bonitas que he visto. — John hizo una pausa.
Y entonces, el portero vio con pesar como aquel semblante. Antes radiante, se ensombreció ligeramente, atrayendo la tristeza a sus oscuros ojos en los que la imagen del ramo se reflejaba tenuemente.
John sujetó la rosa blanca y la acarició con cuidado.
Sus negros guantes contrastaban notablemente con la pureza de la flor y su triste semblante, contrastaba con la vida y la alegría que la rosa emanaba en su pequeña y delicada figura.
— No sé cómo explicarlo — continuó—, pero es como si se volvieran más hermosas cuando la noche está cerca de ellas.
Sintiendo un ligero sobresalto al escuchar eso, Marco río. ¿era por el viento, quizá? esperaba que así fuera.
— ¡A caray! ¿La noche? Pero yo veo que es de día— bromeó, mirando a su alrededor, incomodo por haber interpretado, o mejor dicho, haber entendido aquella simple palabra con un trasfondo más oscuro que el mismo manto que los acogía en las horas de descanso.
— Les queda poco por vivir — continuó ignorando el comentario —. Es su última temporada después de todo. No habrá más flores para él en un buen tiempo. — Jonathan levantó la vista hacia la tumba de Emilio, dejó la rosa en su lugar y se incorporó con lentitud.
—No por lo menos, flores plantadas por tu mano— agregó Marco, intentando aligerar el ambiente que rodeaba a Jonathan y que, desesperadamente, quería acogerlo a él también.
Mirando como John parecía perderse de repente en sus pensamientos, continuó hablando con torpeza.
—Además, hay muchas flores. Bueno, que florecen en estos tiempos, ¡puedes plantarlas y traerle algo de variedad a Emilio! Digo, si prefieres que sean de tu siembra...
—Sí, supongo que si—John asintió y pintó automáticamente una sonrisa mecánica en su rostro.
No había felicidad ni en ella ni en sus ojos. No existía en sus pupilas verdad más abrumadora que aquella que significaba un incomprensible vació que helaba el correr de la sangre mientras anudaba una arteria al corazón
«Nunca sonríe de verdad... ¿o sí?» pensó con gran pesar el portero, sintiendo pena. La sonrisa de John, por hermosa que fuese, pocas veces le parecía sincera.
«Vacía...si su sonrisa tuviese que ser descrita en pocas palabras, seria así; vacía.»
Marco meneó ligeramente la cabeza y juntó sus palmas de repente, causando un sonoro aplauso que amedrentó al distraído joven.
— ¡Entonces, volviendo a lo de antes! — exclamó con voz dinámica—. ¿Dormiste bien anoche?—preguntó Marco cambiando el tema al ver que su acompañante no pronunciaba palabra.
—Lamento haberte entretenido hasta tarde. Debías madrugar y aun así yo-
—No has contestado a mi pregunta. — Marco insistió, tomando el papel de un padre que pide a su hijo darle una explicación que él pequeño, claramente intenta desviar.
—Diría que bien— contestó John apenado— poco, pero bien...
—Me alegra. ¿Te lo dije? ¡Yo también dormí de maravilla! Aunque debo admitir que me costó un poco conciliar el sueño ¿puedes creerlo?
—Tomaste mucho café. — señaló John.
—Sí, no lo volveré a hacer. Mínimo intercalaré entre el café, el agua y el Té.
— ¿El Té no tiene también cafeína? Saldría lo mismo de ser así.
— ¡Vaya yo a saber!— se encogió de hombros —. Pero mira nada más. Te estoy entreteniendo y has perdido ya demasiado tiempo. Ve con Emilio, que debe estar ansioso por recibir tus flores. — Marco se agachó, alzó la canasta, la cual tenía un peso considerable y se la dio a John colocándose a un lado suyo, empujando su espalda. —Comeremos juntos más tarde. ¿Te parece?
Jonathan asintió con sorpresa e impulsado por el empuje de Marco, siguió adelante.
— ¡Marco! ¡Háblale al haragán de tu amigo!— gritó Bob, molesto desde la oficina. — ¡El malnacido no me contesta!
— Claro, pero ¿Qué le hace pensar que me contestará a mí?—preguntó el portero asomando su cabeza hacia las oficinas, sin alejarse del todo de la puerta.
— ¿Pero qué dices? ¡Si eres como la niña de sus ojos; te contestará al instante!— Roberto soltó una carcajada burlona y Marco, sonriendo, negó con la cabeza lentamente.
—Se lo creería si me hubiese contestado cuando le marqué hace diez minutos.— Respondió.
—No me rezongues y vuelve marcarle. Si en dado caso te contesta, dile que se venga mañana sin falta; acaban de llamar preguntando por él; por fin aceptaron prestarle a los dos jardineros de la vez pasada para remodelar el patio del fondo. Llegaran mañana a eso de las diez para ver el área en cuestión. Así que debe estar temprano.
— ¿Por fin quisieron prestárselos para la semana?
—Eso parece. El canijo tiene suerte. Si se lo propusiera, y sirviera para eso, ¡podría ser hasta presidente!
—¿Tanto así?, ¡Ja!, Ya le llamo —y con eso, el portero vio como Roberto, quien apenas y se había movido de la puerta de las oficinas, volvía a su lugar nuevamente. Sacó su celular, buscó el número de su amigo y mirando su nombre con detenimiento y duda, presionó ''marcar ''
« ¿Qué le diré si me contesta?» se preguntaba nervioso mientras la línea esperaba por ser atendida.
''Su llamada será transferida a-'' colgó de inmediato mientras sentía que el acelerado palpitar en su pecho retomaba su ritmo natural.
Trató cuatro veces más, y en cada una de ellas, se sintió desfallecer por un sentimiento que lo incomodaba de la nada.
Pero para suerte de sus nervios, nadie contestó. ''Su llamada será trasfe-''
Y sin más que hacer por la causa, se dispuso a mandarle un mensaje el cual, a medida que presionaba las letras, le formó un nudo en el estómago como resultado de la culpa, la inseguridad y el temor.
Borró, escribió, añadió y quitó palabras más de una vez, preguntándose desde cuando sentía ese absurdo miedo de mandarle un mensaje a su buen amigo.
Después de vanos intentos, se recriminó a si mismo diciéndose
«Es solo un mensaje, ¿es que acaso nunca le habías mandado uno?» y con esto en mente, sin leer el resultado final del mensaje que había modificado más de una vez, por fin presionó ''Enviar'' mientras apoyaba su espalda en la ancha columna de piedra que daba hacia el primer patio y se deslizaba lentamente hasta el suelo.
'' Hey, Martín, ¡contesta el teléfono! Roberto está buscándote por cielo mar y tierra. Hay buenas noticias: ¡Te prestaron a los jardineros de la vez pasada! Podrás terminar de arreglar la última sección que tanto peleabas por concluir. ¡Felicidades! ¡Te llenaras de tierra y lodo hasta las orejas!....Llámame en cuanto puedas...o contéstame siquiera.''
Miró quedamente la pantalla de su viejo celular, releyendo, terriblemente avergonzado, aquel mensaje una y otra vez.
No había nada raro en esas palabras. Todo lo que escribió decía que todo estaba tranquilo; que nada había cambiado.
Que nada había pasado cuando en realidad, el pobre portero resentía el trato que le había dado el día pasado. «Pero si no fue para tanto. El me conoce. Sabe cómo soy...eso siempre pasa, es como nuestro pan de cada día»
Pasaron dos minutos en los que permaneció inmóvil.
La pantalla de su celular se había oscurecido ya. Su reflejo mostrado en oscuros y apagados colores se notaba arrepentido. Confundido. Molesto... se replanteó aquel pensamiento.
«Aunque sabe lo inestable que soy...aun así...» ¿Era esa la manera adecuada de comenzar una conversación con su amigo al que, clara y groseramente, había evadido sin mirarle a la cara aun después de que este, hizo todo lo humanamente posible por ayudarlo a salir de su pequeña depresión? Marco sabía que no.
Pero, lastimosamente, su naturaleza no le permitía obrar de diferente manera, aun cuando su conciencia le pedía a gritos hacer lo correcto: ''Muéstrate'' ''Habla'' ''Grita'' '' ¡Maldice y llora de una maldita vez!'' ''Descansa. Renace. Vive...quiere y déjate querer''...''intenta ser feliz en este tu presente...'' ''No te aniquiles. No te mutiles...no más. ''
Palabras suplicantes que su subconsciente le susurraba con ansiosa desesperación.
Pero ante estas suplicas, su naturaleza se elevaba, adelantándose, creando nuevas situaciones antes ya formadas; abriendo cicatrices ya curadas; reviviendo remordimientos, miedos, dudas antes enterradas, olvidadas, perdidas.
Repitiendo así un ciclo de agonía que todas las noches, al rememorar el día ya perdido, lo atormentaba junto a un ''No debía haber ocurrido eso'' ''no debí haber dicho eso...'' '' No debí''
—No debí — Susurró, maldiciendo en silencio esa forma de ser tan avara, injusta e hiriente que tenía reservada solo para aquellos que buscaban su bienestar.
Y entre injurias mentales, contó los años que llevaban de amistad Martín y él; Evocando entonces, un torrente de preguntas nunca antes planteadas con tanta seriedad:
¿Cuándo, dentro de todos esos años de amistad, había actuado correctamente con su leal amigo?
¿Cuándo se había disculpado con él por todas las faenas, los dramas y los malos tratos a los que automáticamente, sometía sin el menor remordimiento al pobre Martín?
Levantó la vista con pesadumbre, y divisó a lo lejos la figura encorvada de Jonathan. Su espalda, ancha y larga se empequeñecía de manera notable cuando llevaba a cabo sus plegarias.
Marco suspiró y cerró sus ojos.
Y perdiendo de vista aquella negra figura de pena infinita, divisó la cara sonriente de un gran hombretón.
Imagen que volvió a él desde los confines más remotos de su memoria junto a una gran mano, callosa, cálida y firme, que se extendía a él con sinceridad absoluta mientras que una propuesta burda, directa y algo idiota salía de aquellos curvados labios que sin intención, demostraban la belleza de una amabilidad sin precedentes
. «En verdad, ¿es eso posible?» pensó aquel día. « ¿Semejante expresión, existiendo en el rostro adulto?»
Pasó tanto tiempo entre sonrisas rotas, que mirar aquella escena lo deslumbró terriblemente al igual que ahora, en su presente, mientras daba vida a un viejo fantasma que día con día se rehacía ante su visión.
Más hermoso. Más puro. Más...
« ¡Demonios! ¿Cómo puede soportarme? ¿Cómo puede intentar retenerme? ¿Por qué nunca me ha echado en cara mi comportamiento absurdamente infantil hacia él?»
— ¿Por qué?...―musitó, sintiendo rabia hacia sí mismo.
¿Por qué solo con el jardinero se volvía egoísta, altivo, pretencioso, grosero? ¿Por qué solo con él se ensañaba, gritaba y soltaba injurias cuando se molestaba?
Solo a él había mostrado ese feo lado que a nadie en el mundo, ni siquiera a él mismo ante el espejo, había enseñado. Y solo él, parecía ser capaz de soportarlo tal cual.
Siempre agachando la cabeza. Siempre retirándose, dándole su espacio para recuperarse y volviendo a él en silencio, esperando pacientemente a que se dignara a decir palabra para así, continuar con sus días de tranquilidad a su lado.
«Solo con él, injustamente, me desquito»
Tomó aire, recordando la armonía que rondaba alrededor del jardinero que esa mañana, por primera vez, le faltaba; y sufriendo ante nuevas dudas donde Jonathan, hacia acto de presencia ante todo ese galimatías emocional que comenzaba a padecer el Portero.
Después de todo, ¿Qué había sido aquello que lo impulsó a cambiar la compañía de un viejo amigo que se preocupaba desde el fondo de su alma por su bienestar...por la compañía de un extraño que acababa de conocer?...
¿A cambiar los chistes malos que salían disparados de los labios del jardinero, por palabras bonitas y a veces, extrañas para él? ¿Cambiar lo conocido, lo simple, lo cómodo...por lo extraño, misterioso y ajeno? ¿Cambiar la sonrisa más hermosa en su simplicidad y autenticidad, por una sonrisa tenue, mentirosa y triste?
Divagó por varios minutos, buscando la respuesta en sus adentros.
Cierto era que se sentía profundamente atraído al extraño joven que respondía al nombre de Jonathan.
¡Todo en él era digno de contemplar! Un elegante misterio andando por las veredas retorcidas de la vida.
Un acertijo. Una pregunta constante que desde el inicio, entre silenciosas miradas, carcomía parte de su pensamiento como algo lejano, que poco a poco fue acercándose a él hasta convertirse en tratos y palabras.
Nombre y recuerdo. Inmensa duda y ansias de saber. Le parecía increíble que, aun siendo menor que él, veía en John una especie de guía, un compañero de soledades y penas. Anhelos incumplidos y lágrimas retenidas en la delgada capa que cubre una triste pupila teñida de opaca y espesa negrura.
Pero, la amabilidad de Martín y esa extraña capacidad de aguantar lo inaguantable; de hacer amigos; de hacer el ridículo por el bienestar de un ser querido, y por sobre todo, ese don que poseía para hacerse querer con un simple gesto, eran dignas de su admiración.
«Amabilidad...» pensó, retomando con seriedad esa palabra y rescatándola del mar de pensamientos que comenzaban a ahogarlo lentamente. «Ambos son amables.
Él y Jonathan...ambos me agradan.
Él y Martín...» Mientras que con uno se sentía arrastrado por una fuerza mayor a sus deseos, con el otro se sentía libre.
Con uno, la hipocresía afloraba como arroyo de montaña. Con el otro, la ira se esparcía como lava volcánica. Con ambos, era alguien diferente. Alguien que quería ser, alguien que no quería ser más.
Levantó la vista nuevamente. Jonathan estaba de pie, con los brazos a sus costados y la cabeza gacha.
« Y aunque ellos son iguales en su amabilidad, difieren bastante en todo lo demás. Uno miente, el otro es transparente. Uno calla, el otro grita...con uno me paso de bueno...pero con el otro, soy una bazofia con pies y boca profiriendo la pestilencia de mi alma»
Jonathan volteó un poco su cabeza en dirección al portón, como si sintiese la mirada de Marco sobre él. El portero se exaltó por un momento, pero al recordar que el sitio donde se encontraba no se divisaba desde la tumba de Emilio, volvió a respirar.
— ¡Marco!, ¡Marco!— gritó Roberto después de un buen rato. Rompiendo con el silencio de las tierras muertas.
―¿Qué pasa?― el joven se levantó de su sitio al ver que Bob salía de la oficina hacia él, con pasos agigantados. Cuando llegó a su lado, notó que su rostro estaba rojo de cólera contenida.
―Cuando acompañaste al señor de esta mañana, de casualidad, ¿no te fijaste si las dos coronas que dejamos recargadas en el mausoleo seguían allí?
Marco hizo memoria, y negó con la cabeza.―No, no me fije. No me diga que alguien entró por la noche...
―Eso parece. Nos faltan seis crucifijos de piedra y cinco de latón. Nos rompieron tres, los cuales sospecho, se les cayeron a los inútiles estos. Y dejaron un desastre en la bodega de Martín. ¡Dios! ¡No tienen vergüenza! y por lo que veo ¡Mucho menos miedo!... El pobre va pegar el grito en el cielo cuando vea en lo que quedaron las cruces que estaban destinadas a las tumbas del fondo, esos pobres, que no tienen ni una cruz hecha de palos secos.
― ¿Se quedó dormido esta vez?― indagó Marco.
―No me veas así. ¿Qué querías? Ya estoy viejo. Me eche una cabeceada. Ya quisiera verte a ti, velando estas tierras casi toda la noche. Además, recuerda que la bodega de Martin está al otro lado del cementerio. Lejos de mi cuarto. Y esos desgraciados, cleptómanos, ¡manos largas! ¡ni ruido hacen los malditos!
―Habla como si conociese a los ladrones.
―Estoy casi seguro de que si. No está bien suponer, pero han de haber sido esos chamacos sinvergüenzas que venden las flores acá afuera. ¡Son buenos pa'treparse en las azoteas! Y ya he visto lo que venden en sus puestos piteros; que no te sorprenda si ves más de una de nuestras cruces allá en su vendimia.
» ¡El estomago me duele del puro coraje! Hazme un favor muchacho, ve a checar en el segundo patio a ver si las coronas siguen allí. Se supone que están allí, recargadas en el mausoleo del difunto de ayer. ¡Vamos a ver si no se las volaron esos desgraciados! Yo iré a ver revisar las tumbas del tercer patio. No vaya siendo que también nos robaran a algún inquilino
Marco asintió y vio marchar a Roberto. Echó un vistazo al cielo cubierto de espesa ceniza y se dispuso a llevar a cabo su tarea lo más rápido posible.
«Cuando termine, iré a la bodega a ver qué puedo hacer para mejorar la vista»
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