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20| Entre Sollozos.

—Rojo; el color de la ira. —susurró.

   — ¿No era el del amor?— John, extendió su mano temblorosa.

   —La pasión, diría yo. Pero, qué es la ira sin la pasión, que es resultado de la sangre hirviendo en el interior del corazón humano. Amarillo; el color de la alegría...aunque me recuerda más a la hepatitis.

   —A mí, al color del girasol. — sonrió con nostalgia.

   — ¡Blanco!— exclamó, sin embargo.

   —El de la pureza —respondió con calma, sujetando con sumo cuidado el verde de un tallo.

   —Y el del honor...

   —Y la inocencia —agregó.

   — Tengo una duda...¿Un hombre adulto puede ser inocente? Siempre he pensado que la inocencia va de la mano con la infancia. Pero nunca con la madurez...

   — ¿Por qué no?

   —Porque sería una terrible abominación. Ahí están de ejemplo esos pobres y eternos niños, atrapados en el cuerpo de un hombretón de treinta y tantos...

   — ¿Tú crees?— preguntó, poniéndose de pie y sacudiendo sus rodillas manchadas de lodo.

Las mangas de su camiseta, aun cuando las había remangado, se encontraban sucias, carcomidas en lodo.

Sus cabellos largos resbalaban por su rostro con total libertad, acariciándolo con cariño y haciendo cosquillas en su nariz.

   —Absolutamente.

   — Yo creo que, con el equilibrio adecuado, sería la perfección misma. Después de todo, ¿no dicen que todo adulto lleva un niño en su interior?

   — Entonces, ¿crees que un balance adecuado podría crear la perfección misma si existe una conexión nata con el niño interno que mencionas? ¿No crees que atribuir tales dones a un infante es algo penoso? Un niño no es perfecto...ni lo será. Cometen errores. Muchísimos. Babean, eructan, patalean y chillan... ¡como cerdos en matadero!

John sin inmutarse, meneó la cabeza. —Son nobles. Moldeables. Si los diriges con cuidado y les muestras el camino pueden lograrlo. Son como diamantes en bruto para el futuro.

   —Eso hasta que llegue una escoria de la sociedad y les manche el cerebro con ideas basura, ¿no? Debemos aceptarlo, Johnny...el blanco jamás será para los descarriados adultos. Esto por el simple hecho de que es imposible. ¡Inaceptable por no decir  asqueroso!...es por eso que tomamos decisiones; caminos distintos que nos lleven lejos de ese absurdo ideal que quieres intentar crearte.

» Incluso la naturaleza lo dice. Algo tan bello e inmaculado como lo es el blanco, solo puede pertenecer a los de alma pura...y personas de esa calaña, solo existen entre la imperfección de los niños. Y eso es con algunos. Después de todo, hay quienes se corrompen antes de tiempo... ¿no lo crees así, Johnny?— preguntó, inquisitivo.

Su susurrante voz hizo eco en su cabeza. Como una venenosa serpiente amenazando su estabilidad:

Negro— añadió sin más.

Jonathan tragó saliva con dificultad y levantó la vista al cielo desnudo.

«Azul» pensó. «Azul marino...azul vespertino» bajó la mirada y observó que sus negros guantes se encontraban feamente manchados.

Y aletargado en una especie de trance, susurró. —Muerte.

—Abismo....

—.Tristeza.

—Y funesta soledad.

    ―Buen día, joven― saludaron a Marco al otro lado de la puerta.

Con mirada abatida, grandes ojeras y una mueca forzada que intentaba de buena gana ser sincera, un alto hombre de espalda encorvada se encontraba al pie del umbral con un pequeño ramo de heliotropos. 

   ―Buen día, señor― saludó Marco, conmocionado por aquella inesperada presencia mañanera que era la primera en llegar.

«Así que Jonathan no es el único que puede madrugar para venir al cementerio» pensó, haciendo un ademan cuando el hombre cruzó la puerta, cabizbajo, tímido, asustado y adolorido.

―Perdone usted, joven, que venga a molestar tan temprano. Pero de haber perdido un minuto más — el hombre sujetó su pecho con lentitud—...No sé qué habría pasado.

Esa mañana, una pequeña capa de niebla bordaba los paisajes con su delicada existencia.

Hacia frio, como en días pasados; y las calles, aunque no empapadas, estaban resbalosas y húmedas por el leve rocio de esa mañana.

El hombre, oculto tras varias capas de ropa abultada y tibia, tendría al menos unos sesenta años. Era delgado, y seguramente, de cabello blanco como la nieve; pero esto solo podrían ser simples suposiciones del joven portero, ya que el hombre llevaba puesto una boina gris, que era el único color que existía en su negra vestimenta.

   ―Para nada señor, estamos para servirle.

Y asintiendo con febril sonrisa, el hombre continuo, mirando a su alrededor.

― Ya que lo dices, y permitiéndome con la mayor pena abusar de tu amabilidad...no sabrás de casualidad, ¿Dónde se encuentra este domicilio?― el hombre le extendió una hoja de papel, en la cual, una serie de números y un nombre, se encontraban escritos en rojo.

Marco miró el papel, pensando que aquel señor había equivocado sus pasos y había llegado al cementerio solo para preguntar hacia dónde dirigirse.

Pero, con gran pesar, esa idea fue borrada de súbito al leer que, aquellas primeras letras, formaban un nombre recientemente conocido para él.

«Liliana Alvares Carrillo. 2-2-2009. 9-10-2016»

Los números, que antes creyó ser los de una casa, una avenida, un edificio quizás, no eran más que la fecha de nacimiento de esa pequeña damita que había muerto antes de cumplir los diez años.

Marco tragó saliva e intentando ocultar su dolor, miró al señor. Llegando a la conclusión de que este, no habia asistido el dia  del entierro.

«Es un familiar » Y forzando una sonrisa, cerró el cancel.

― ¿Quiere que le muestre el camino?― se ofreció de buena gana.

El canto de varias aves se escuchó a lo lejos, y con ello se sumó a su silencio para aniquilarlo aunque solo fuesen unos segundos de su camino, mientras ambos, se dirigian hacia la tumba de la pequeña Lily.

La hermosa cripta, hasta hace dos días, desocupada, creaba una gran sombra sobre las demás tumbas que se encontraban enfrente.

Era grande y hermosa en su arquitectura funesta. De columnas bien hechas, adornadas en anchos y bien hechos garigoleados creados por la mano de un especialista en el tema. Arriba, en lo más alto, la inscripción con el nombre y la fecha de nacimiento de la pequeña, le seguía fácilmente a tres nombres más, pertenecientes a antiquísimos miembros de la familia, grabados con letra preciosa y curvada, oculta tras enredaderas, tierra y polvo.

«Ayer se veía...menos fría.» observó el portero, deteniendo sus pasos frente a esta.

«Las velas. Los cantos...la gente. De alguna manera, hacía de este sitio un monumento a la vida misma. Pero ahora, viéndola al despertar del amanecer, me parece triste; mucho más triste que ayer. Como el vestigio de lo que fue una gran fiesta y que, al terminar y recoger todo,  lo unico que queda es un ambiente sobrio, pesado...»

Marco notó que  bajo dicho nombre, quedaba aun mucho espacio, el cual reinaría sobre los muertos, ahora vivos, que le precederían para entrar en ese mausoleo a hacerle compañíaa la damita dentro de un buen tiempo.

El hombre, al leer aquel grabado, retiró con tembloroso pulso su boina gris, sin despegar la vista de la inscripción.

Los ojos, castaños como grano de café, se atiborraron de lágrimas y sus delgados labios, mas temblorosos que su pulso, pronunciaron con un nudo en la garganta palabras que terminarían por herir en gran medida al joven portero que tan solo horas atrás, creía haber borrado de su memoria el dolor de la pérdida irreparable de un ser querido.

―Así que es cierto.― musitó el hombre― mi nena...ha cerrado sus bellos ojitos para no volver a abrirlos nunca más. Pero, cuando... ¿Cuándo fue que...?― preguntó, apuntando hacia la puerta del mausoleo y mirando al joven que permanecía de pie a su lado. Buscando una respuesta a su dolor. 

   ―Apenas ayer, por la tarde ― Marco luchaba porque su voz sonará suave pero convincente.

   ― ¿Está seguro?

Marco asintió con la cabeza. ―Yo mismo escolté a la pequeña junto a sus familiares, señor...

   ―Ya veo...

Un silencio sepulcral se hizo presente.

El hombre subió las escaleras que llevaban hacia la puerta cerrada y reforzada por grandes cadenas y candados.

Se quedó allí, plantado, fácilmente un par de minutos, cuando, molesto, dio un puntapié a la puerta.

   ―¡Malditos cuervos míos!― escupió, colérico― ¡Les di más de una vida y ellos, ¿no pueden hablarme sobre mi nieta?... ¿qué me creen? ¿¡Un blandengue!? ¡Hijos de...!

Marco escuchó aquella muestra de dolor con respeto, sin mirárlo demasiado.

Era normal, después de todo, el hombre debía de estar pasándosela mal.

¡Y con cuánta razón! Por lo que entendía Marco, los cuervos eran sus hijos, el padre o la madre de la niña. Y ellos se habían abstenido de avisarle a su padre lo ocurrido.

«Aunque creo que lo hicieron pensando en su bienestar»

El portero posó su vista en la figura encorvada del señor, quien poco a poco, se empequeñecía en sí mismo, y con un torrente de vergüenza, el joven decidió dar media vuelta.

« ¿Qué haces, idiota? ¿¡Que no te enseñaron que está mal hacer mosca!? ¡Vuelve a tu sitio!» se reprendió a sí mismo. Cuando estuvo a punto de girarse para dar un momento a solas a ese pobre señor, el hombre habló.

   ―Ella, no debería de estar aquí...muchacho ―se lamentó el hombre, con un hilillo de voz que contrastaba con el tono que había usado segundos atrás ―. Y yo tampoco debería de estar aquí. Pero al final del día, ¿quién decide quedarse y quien decide irse? Pareciera que nosotros lo decidimos, pero, la flaca es quien hace lo que se le da la regalada gana...―el hombre suspiró con gran pesar y saboreando sus siguientes palabras, continuó.

   ― Mi hijo no me contó nada sobre esto. Si no fuese porque alguien me avisó de ello, quizás no lo sabría aun. Pero, veme aquí. Llegando tarde al funeral de mi nieta, con un pequeño ramo de heliotropos que le prometí mostrarle en cuanto tuviese ocasión.

» Mi hijo es bueno. Sé que no me lo contó porque no quería que sufriera...pero, es mi nieta. Y así como ellos sufren por su hija, ¡yo tengo derecho a sufrir mi parte, por mi nieta!―el hombre se sentó en la escalera con lentos movimientos, sus huesos tronaron, y sus piernas temblaron.

Se llevó ambas manos a la cara y soltando el segundo suspiro que Marco le escuchó lanzar, se echó a llorar con un sentimiento tal, que despertó en el portero las ganas inmensas de sentarse a su lado y acompañarlo en su llanto.

Pero como era de esperarse, se contuvo, mordiendo el interior de sus mejillas con fuerza.

Levantó la vista unos segundos para que las lágrimas que comenzaban a empañarle la vista volviesen a su sitio de exilio, y después, miró el suelo.

   ― ¡Yo no debería de estar aquí! ¡Ella no debería de estar ahí!― exclamó el hombre entre sollozos, aventando las flores con fuerza y esparciendo así, sus pétalos purpuras por todo el suelo, cerca de los pies de Marco―. ¡Ni ella, ni yo...ninguno!

Cuando Marco intentó pronunciar palabra, conmovido por lo que escuchaba, veía y sentía, la voz de Bob sonó desde lejos, causando un eco inesperado para el portero.

― ¡Marco!, ¡Marco!― gritaba con insistencia―. ¡Ven para acá ahora mismo!

― ¡Y-ya voy!― gritó, turbado.

Y mirando al señor que no se detenía en su llanto, se disculpó por su indiscreción en voz baja y, costándole apartar su vista de él, corrió hacia con su jefe, quien lo esperaba al pie de la puerta del recibidor.

Parecía molesto.

   ― ¡Marco! ¿Qué pues con esa puerta?― Bob señaló el portón― , cuando me asome estaba abierta. Te he dicho miles de veces que, aunque no tengo problema con que te muevas de tu lugar, lo tengo con dejar la puerta abierta.

   ―¿La deje abierta? ―confundido, recordaba a la perfección el haberla cerrado―. ¡Lo siento en verdad! No vuelve a pasar.

Bob lo miró con severidad.― ¿Dónde andabas? ¿Ya llegó Martin? ―Bob alzó la vista por encima del hombro de Marco.

   ―No. No era él. Era un hombre. Venía a visitar a su difunto...lo guié hasta ella.

   ―¿Ella?

   ―Es el abuelo de la pequeña de ayer...al parecer, no se le avisó sobre su muerte.

   ―El... ¿abuelo?— lo miró confundido. Tomó una bocanada de aire y pronunció con queda voz—. Pobre hombre. Bien, quédate en tu sitio. Déjalo solo. Lo necesita. Mientras yo, iré a contactar a Martin. Sé que a veces se vuelve un poco flojo y deja sus quehaceres para otro día, pero debo hablar con él sobre un pendiente, además de que me resulta divertido echarle bronca.

Bob se giró y se marchó, dejando el sonido de sus lentos pasos tras de sí.

Cuando su figura regordeta desapareció de su vista, Marco se giró instintivamente hacia la dirección donde la tumba de Lily se encontraba; pero desde ahí, solo podía divisar la cúpula de la tumba vecina.

De pronto, el cementerio le pareció enorme. Y el, estaba atascado hasta el cuello en las entrañas de aquella inmensidad desconocida.

   —''Te sorprendería ver lo basto que es el mundo en un sitio como este.'' — Susurró ensimismado— ''Lo lleno y vacío, lo ruidoso y silencioso, lo normal...y, lo místico...''— su voz tembló junto a un suspiro inesperado.

Los ojos le escocían aún y las lágrimas qje no habían vuelto a su sitio, se rebelaban, luchando por salir y reclamar su derecho.

   —Lo triste, y lo solo que es...—agregó.

«Señor...Creo que, yo tampoco debería de estar aquí» pensó ante el lamento del pobre señor al que le había tocado padecer una perdida en la mayor de las soledades. «Pero tal como dijo, nosotros no tenemos la última palabra...» 

Cegado por los altos rayos de un hermoso amanecer que pronto se ocultaría tras un montón de nubes, entrecerró sus ojos, dejando escapar un par de lágrimas que se abrazarían a la tierra; y con paso flojo, retomó su lugar en la puerta, resintiendo nuevamente el terrible silencio que se respiraba allí sin el jardinero.

«Debo llamarlo más tarde...disculparme, y sobre todo...agradecerle por lo de ayer.» metió sus manos en los bolsillos de su chamarra, se sentó en la silla del recibidor

Ahí, encorvado, se dispuso a mirar el suelo, aferrándose a ese terrible ensimismamiento que de vez en cuando, le devoraba partes escenciales del corazón.


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