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19| Los Nobles.


Silenciados sus pasos por los trozos de lodo adheridos a las suelas de sus zapatos, recorría los jardines que rodeaban con su bello color las grandes y múltiples lapidas de piedra que no se semejaban en forma y letra a ninguna otra.

Cabizbajo y meditabundo, leía los nombres que yacían grabados en aquellas rocas que atestiguaban la existencia de una vida más, ya carcomida por la tragedia.

Tantos nombres dejados atrás. Restos de sueños enterrados bajo varios metros de tierra húmeda ahora embellecida por la buena voluntad de quien aún se lamentaba por los muertos.

Tan ajeno a todo lo que estuviese fuera de aquellas figuras talladas en piedra, recorría esos senderos sin percatarse siquiera de los ángeles que lloraban ante sus motivos de creación, con eterna expresión lastimosa y suplicante, posaban sus ojos tristes en su figura ligeramente encorvada y nerviosa.

Lagrimas que eran el vestigio de la lluvia que había caído esa mañana, resbalaban aun por sus mejillas, haciéndolos padecer las amarguras que esperaban al dueño de aquella tenue sombra grisácea que descansaba bajo sus pies.

Aún así, aunque su imagen recibía la piedad amorosa de frías estatuas talladas con sentimiento, las flores, hermosas y olorosas, lo recibían con recelo. Menguando sus aromas y empequeñeciéndose ante su persona mientras que sus suaves pétalos parecían haber perdido color.

Luciendo marchitos, aun cuando apenas comenzaban a extenderse ante la vida; y todo esto, porque alguien ajeno a su amoroso dueño surcaba sus tierras en su lugar.

Ahí, bajo la luz de un sol aun oculto tras grumosas nubes grises, así como pasaba por alto el mirar de las estatuas y el recelo de las flores, Marco no notó cuando por fin, su caminata sin rumbo lo llevó hasta los aposentos de aquellos quienes eran llamados ''Los Nobles'', cuya historia le era desconocida.

Mas, no de acuerdo a lo que aquel nombre dibujaba en la mente de cualquiera que lo escuchase, sus jardines carecian de color.

Tristes sequías parecían habitar allí, en ese pedazo de tierra agujerada donde se supone, bellos narcisos fueron plantados horas atrás.

Solo el abrazo de un bello ángel de agrietadas alas apuntando al suelo y aferrado al crucifijo de piedra, custodiaba e intentaba enaltecer con su dolor el nombre de aquella familia enterrada en trágico pasado.

   —¿Dando una vuelta, mi estimado?— escuchó a sus espaldas de repente. El rostro de un buen hombre bonachón lo miraba cuando se giró hacia él—. Si buscas a Martin, pierdes el tiempo. Aun no llega el muy flojo.

   —Si, lo noté. Todo está muy callado cuando no está él— admitió Marco, volviendo su vista al jardín—. Y a todo esto ¿Cuándo planea terminarlo?

Bob soltó una gran carcajada, tan genuina como los años que cargaba consigo, mientras una de sus manos, instintivamente se colocaba sobre su abultada panza.

Claramente aquella pregunta le resultó lo más gracioso de la mañana.

— ¡Lo ha terminado un sinfín de veces!— exclamó divertido.

Le tomó unos minutos reponerse del inexplicable ataque de risa que le sobrevino y entonces, con lágrimas en los ojos, continuó:

— ¿Sabes, muchacho? Antes de que fuera el jardín de los Nobles, este sitio era solo eso, un simple jardín. Aquí solíamos venir a comer en los ratos libres. Todos juntos. Martin siempre trataba de mantenerlo a raya, y se molestaba cuando una simple hebra de pasto fuera de los límites que él ponía se aplastaba por nuestros descuidos. ¡Ya lo conoces! Ama a sus plantas más que a su vida. Y en aquellos tiempos, siendo aun un muchacho, ¡hacia unas rabietas! ¡Huy, qué para que te cuento!

Por la expresión que Bob hizo al decir eso y el gesto de su mano, Marco se imaginó a Martin en aquellas circunstancias y de alguna manera, lo acogieron las ganas de reír.

Con lo expresivo y extrañamente amable que era su amigo, verlo en una de esas situaciones donde la cólera le ganaba, resultaba ser algo hilarante para quien lo conociera.

Marco soltó una risita apenas audible. —Lo sé. Lo hubiera visto. En la prepa se le aventaba a cualquiera que entrara a las jardineras y pisoteara las flores que crecían dentro...

   —A pesar de su edad, a veces, sigue pareciendo un niño —suspiró Bob, con el cariño adornando su semblante—. Tanto en su comportamiento como en su bondad. Eso de la jardinera, te lo creo. Si no hace eso, definitivamente no es nuestro Martin— aseguró Bob con orgullo y felicidad.

   —Si...por eso me sorprende ver que este jardín aun no este listo. Pero usted dice que ya lo terminó más de una vez. Entonces, ¿Por qué lo veo tan feo?

   —Ah, eso. Bueno, es simple: los nobles son quisquillosos. No están a gusto con nada.

   —Perdón ¿Como dijo?— preguntó, confundido.

Bob suspiró. —Bueno, antes que nada, ¿Si sabes lo que le pasó a esta familia ¿no?

Marco asintió lentamente con la cabeza.— Algo sé. La noticia estuvo en los periódicos y en las noticias. Un incidente si no mal recuerdo. Su hacienda se incendio por la noche y ellos.... no pudieron escapar a tiempo.

   —Eso es algo. Pero la verdad que los periódicos no dicen, es que en realidad fue un asesinato.

   —¿Qué? —Marco estaba asombrado, desconocía por completo aquella informacion.

   —Alguien se infiltró durante la noche. Trabó las ventanas y cerró las puertas de sus habitaciones desde afuera. Derramó gasolina por todos los rincones de la casa...En vista de las circunstancias, tuvo que haber sido alguien cercano. Que conociera la hacienda como la palma de su mano y que tuviera acceso a las llaves de cada habitación existente.

   —¿Los sirvientes, quizás?

   —Si. Podría ser; si no hubiesen muerto durante el incendio, encerrados en sus cuartos. Fue una noticia desgarradora. Una verdadera pena, ya que eran buenas personas. Por ello, Martin, conmocionado, quiso crearles un hermoso jardín en honor a su tragedia.

»Estamos hablando de ya diez años. Diez años intentando acomodarles el jardín. Pero, como veras, simplemente es imposible que dure una vez terminado. Al día siguiente aparece así. Cuando no les gusta algo, lo destruyen y exigen otra cosa mejor. Eran buenas personas pero... ¡Sí que son unos señoritos!

   —Espere. Se refiere a ellos- Marco señaló la tumba y Bob asintió con diligencia.

   —Exacto.

   —No les gusta lo que Martin les diseña y ellos lo destruyen.

   —Lo estas entendiendo.

Marco no pudo evitar soltar una risita nerviosa. —O sea que intentas decir que ellos —tragó saliva con dificultad, dejando su suposición al aire.

   —¡Ya te lo dije! los Nobles son quisquillosos. Demasiado, diría yo. Simplemente no aceptan lo que Martin crea para ellos. Le hace un modo, de otro, pero no les gusta nada.

Bob decía aquello con total calma.

Hablaba de los muertos como si de sus labios aun brotara el mas mínimo aliento de vida.

Más, aun incrédulo, Marco meneó la cabeza. —Él te habló de esto. ¿No? De mi pavor a todo lo que no esté vivo.

   —Sí, algo me dijo— asintió Bob —. Pero no te confundas. Que lo que te estoy diciendo es la pura verdad, no son mentiras para asustarte, solo verdades para alertarte.

   —¿Alertarme?

Bob suspiró.

Miró el suelo, analizando la situación, y posó su regordeta mano en el hombro de Marco, dando suaves palmadas.

—He trabajado aquí toda una vida, Marco. He aprendido muchas cosas interesantes, y con ello, he visto cosas que ningún ser humano debería haber visto.

   —¿Cosas? ¿que tipo de cosas?

   —Es un asunto curioso. Fuera de aquí, no tiene relevancia alguna. Es un hecho que se nos escapa con total facilidad. Ya sea por lo ajetreado que es el mundo allá afuera o porque simplemente, es un tema que se evita por miedo o desinterés.

» Pero en un cementerio las cosas son diferentes; la vida y la muerte van de la mano como fieles enamorados. Y con ello, lo normal y lo...no tan normal. ¡Te sorprendería ver lo basto que es el mundo en un sitio como este! Lo lleno y vacío, lo ruidoso y silencioso, lo normal y lo místico...

  »Dos mundos totalmente diferentes, conectados inevitablemente, viviendo uno del otro sin percatarse siquiera de ello... Es más, estoy más que seguro de que, en más de una ocasión, te has encontrado con la mismísima muerte cruzando esa puerta, saludándote, sonriéndote... Y tú, ni siquiera te has enterado de eso. Ellos están entre nosotros. Más de un muerto, más de un vivo...

»Mezclados entre altaneros y cabizbajos, buenos y malos, neutrales e izquierdistas, bajos y altos. No estamos solos. Más eso, nadie lo ha notado. Día con día nos topamos con ellos, pero ¿Cómo saberlo? Si desaparecen con los rayos del sol entre la multitud que una vez conformaron. Si abandonan su puesto para desaparecer con el viento, al primer susurro. Al primer vuelco.

Marco guardó silencio, escuchando aquello mientras la piel se le erizaba e inevitablemente, con esa acción, lo avergonzaba.

—Señor Roberto —se aventuró a decir, sin importarle mucho que sus palabras sonaran a grosería —...Usted y Martin, ambos, parecen disfrutar esto.

   —¿Disfrutar qué?

   —Asustar a los cobardes como yo. Eso que dice, simplemente, quitando lo tétrico que me parece, es absurdo...tonto e imposible.

Esperando, por no sabía que motivos, una reprimenda por parte de su jefe inmediato, Marco miraba el suelo con insistencia mientras que con su mano, frotaba su brazo izquierdo.

Sin embargo, Bob permaneció con su apacible expresión. —Me sorprende que pienses de esa manera— admitió—, ya que, viendo que estos temas te erizan la piel, deduzco que no eres un escéptico. Aun si tus palabras dicen lo contrario. Y eso me preocupa.

   —¿Por qué habría de preocuparle?

   —Porque a ustedes, los que no están ni aquí ni allá, no con ellos ni con aquellos. Los que simplemente permanecen neutrales ante las artimañas de la vida, escuchando advertencias y agachando la cabeza decidiendo evadir el problema ''por si las dudas''. Son los que generalmente terminan creyendo por las malas...

   —¿Es eso una advertencia? Porque a eso me sonó.

   —Yo lo llamaría un ''Estate alerta'' ¿Con que? Con todo, y todos. No vaya ser que te encariñes de un muerto vivo o de un vivo muerto...

Ante aquellas palabras, Marco intentó decir algo, más la entrada de un sonido lejano se lo impidió. Bob suspiró con una sonrisa, colocando sus manos en su cintura y exclamando, con admiración:

'' ¡Que rápido pasa el tiempo!'' y con ello, emprendió camino hasta la entrada.

— ¿Qué haces allí plantado? Ya es la hora de abrir. ¡Ve, que si esto fuera restaurante, la clientela se nos iba!- dijo por ultimo el buen hombre de andar tambaleante.

—¡Ya voy! —gritó Marco, saliendo del trance y emprendiendo carrera hasta la puerta.

Manteniendo en mente la charla que había tenido con Bob y proponiéndose a aclarar sus dudas más tarde.




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