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15|Conversación.

El saxofón rasgaba el sonido de la lluvia, fundiéndose a ella en un intangible abrazo de melancolía.

El sitio comenzaba a vaciarse de a poco al igual que sus tazas de café que cada tanto de tiempo eran abastecidas, hasta que, de alguna forma, el licor se presentó, acompañándolos en su velada y entrando así, en su torrente sanguíneo.

Los músicos abandonaron el escenario justo a las 12:00 a.m., y las bocinas volvieron a ser accionadas, entonando canciones de suave Jazz y Blues.

Los murmullos perecían. La lluvia iba y venía, pero sus voces y risas perduraban entre los susurros de algunos enamorados que, como ellos, se negaban a finalizar esa noche tan especial.

Jonathan y Marco compartían una conversación amena, inmersos en su propio mundo del cual, solo salían para escuchar una que otra canción que llamaba su atención antes de volver a zambullirse en la suave mezcla de sus voces alegres.

   —Y bueno, en eso terminaron mis días de estudio —concluyó Marco, dando un sorbo de a su taza, en la cual se mezclaba la cafeína con el Bailey's en lo que era una versión cremosa del café irlandés—. Como verás, les faltan brillo y color, tanto que resultan ser bastante aburridos y monótonos.

   —Sí, lo noté. Aunque por lo que me cuentas, te fue mejor en la preparatoria. —señaló Jonathan imitando a su compañero.

Sintiendo como el dulzor de su bebida disipaba el frío que imperaba a su alrededor, mientras dejaba que la presencia de Marco se encargara de cobijarle el alma.

   —Sí, creo que sí. Después de todo, fue gracias a que Martin estaba ahí, que la preparatoria fue mucho más memorable. — Marco sonrió ligeramente, con aire de gratitud y añoranza—. ¡Ese anciano! Si no fuera por él, no sé qué hubiera pasado en aquel entonces.

   —¿Aquel entonces? — cuestionó con curiosidad John.

Marco dudó. —Sí, estoy seguro de que hubiesen sido los peores días de mi vida estudiantil. Él tuvo una gran influencia en mí desde el momento en que nos conocimos. Mejoré mi comunicación con las personas, o al menos, puedo desenvolverme en sociedad sin parecer un idiota. Como es tan jodidamente extrovertido, me sacó de mi zona de confort más de una vez. Incluso ahora, a estas alturas, me ha ayudado demasiado. Pues mira, él me consiguió el trabajo en el cementerio.

   —¿En serio? ¿Te habló de ello?

   —Me habló, me convenció e incluso charló con el dueño. O séase, Bob, para que me permitiera laborar ahí, aun si era solo por un tiempo.

Hubo un silencio ameno y respetuoso entre ambos. —Bueno, entonces supongo que debo agradecerle a él...— confesó John, con semblante apacible, mientras miraba el fondo de su taza.

El rostro de Marco habló por sí solo, gesticulando aquella pregunta que, con rapidez, fue respondida antes de siquiera ser articulada en voz alta.

   —Lo digo porque es gracias a él, que podemos estar el uno frente a él otro en este momento. Sin su intervención, nunca nos habríamos conocido.

El corazón de Marco latió con premura. —Si lo vemos así, entonces, ahí hay otra cosa que he de agradecerle.

El portero, sintiéndose hasta cierto punto vulnerable ante el encanto que despilfarraba John, desvió un poco la mirada hacia el techo. Prestando atención a la música a medida que analizaba la estructura una vez más. Estaba maravillado con aquel suave género musical que danzaba con pleitesía al pie de su oreja.

   — Estos tipos... los que vinieron a tocar. Me impresionaron de verdad. Creo que comenzaré a frecuentar este sitio. ¡Hacen magia en el escenario! Se expresan a través de los instrumentos como un orador que, con cada palabra entre sus pausas, hipnotiza al público con la modulación y la claridad de voz. O como el escritor ante el papel, donde vierte sus secretos más ínfimos a través de las palabras que envuelven un mundo ficticio y desolador.

Marco suspiró, ahondando entre los vapores del alcohol que lo impulsaban a relajar la lengua y exponer sus pensamientos sin tapujo alguno. Logrando expresar su alegría con libertad.

John, admirando la soltura de Marco, asintió. — ¡Concuerdo contigo! Los sentimientos del músico se elevan entre la melodía y narran su dolor sin decir una sola palabra. Se transportan con cada nota y se instalan en el corazón del espectador; comunicándose a través de nuestros propios sentimientos adormecidos. Tocando las hebras sensibles del alma. Uniéndonos en nuestra fútil humanidad.

   —¡Lo sé! — exclamó Marco, emocionado ante la respuesta de su acompañante—. ¡Ya quisiera yo poder expresarme así! ¿Tú tocas algún instrumento?

   —Algunos, sí. — comentó, algo incómodo.

   — ¿¡En verdad!?— exclamó Marco sorprendido. — ¡Mierda!, no me lo esperaba. ¿Qué tocas? Debe ser algo superelegante. No te imagino con un banjo, por ejemplo.

John rio ante la sinceridad del portero. —Bien, cancelaré mis clases de banjo solo porque el señor no me ve con dicho instrumento —bromeó —. Mi fuerte es el Piano. Le sigue el chelo y tengo nociones básicas de guitarra. Aunque se me da fatal.

   —O sea que además de ser buen bailarín, tocas varios instrumentos. ¡Rayos! ¿Qué no haces tú? ¿Ahora me dirás que eres actor o algo por el estilo?

   —Lamento decepcionarte, pero tengo pánico escénico.

   —Menos mal. ¿A qué edad aprendiste a manipular un instrumento? — Marco se mostró muy interesado en la respuesta, ya que esta traería consigo un tema del cual moría por hablar desde hace tiempo.

   —Cuando tenía siete años comencé con el teclado — comenzó—. Pero si te soy sincero, al inicio no me gustaba. Es más, la música, me repugnaba en cierto sentido. Cualquier cosa que interrumpiera mi silencio me era detestable. Sin embargo, me enamoré de ella gracias a Emilio.

   — ¿Emilio...Ramírez?

   — ¿Hay otro posible candidato? — río Jonathan divertido— sí, ese mismo.

   —Ya veo. Así que fue tu maestro.

Pronto, la cabeza de Marco trató de armar el rompecabezas con las pocas piezas que tenía. De alguna manera, si esa era la respuesta, la situación cobraba cierto sentido.

Después de todo, el camino de la música resultaba ser algo preciado para Jonathan, quien, gracias a la intervención de Emilio, lograba disfrutar de esa bella creación que removía el alma de cualquiera dispuesto a escuchar.

Era un elemento de la vida que podía amar. Impulsarlo. Motivarlo. Sí, ese podría ser lo que inspirara su devoción.

Sin embargo, aún le parecía poco convincente.

A él, por ejemplo, le encantaba leer. Y no por eso visitaba al hombre que lo enseñó a descifrar aquellos jeroglíficos que ahora formaban parte de su idioma, vida diaria y amores secretos impregnados en amarillentas páginas.

Empeñarse en acompañar hasta la muerte a un maestro querido, por muy agradecido que estuvieses con él, era algo inimaginable para Marco.

John suspiró entonces con nostalgia, sacándolo de sus cavilaciones.

   —Sí, en parte fue mi maestro—confesó, lacónico.

Marco, al ser una persona curiosa, no pudo permitirse abandonar el tema que no se había atrevido a sacar a flote, así como así.

Era el momento adecuado. Estaba medio ebrio, y no podía esperar a que la oportunidad volviese de nuevo. Y mucho menos cuando el tema había surgido tan fácil e inesperadamente.

Se armó de valor mientras se aferraba al asiento de su silla. Abrió la boca, listo para amplificar sus dudas al exterior, pero...

   —¡Mira nada más, que hermosa se ve la calle! — comentó Jonathan, con un deje de gozo y cariño en su voz.

Sus ojos observaban a través del vitral cuya estructura, se habían atrevido a recorrer un poco hacia arriba para así, tener una mejor vista a la calle.

» Es una lástima que no te gusten los días lluviosos. Supongo que, con ello, las noches tempestuosas no son de tu agrado — Jonathan suspiró—. Confieso que a mí tampoco me gustaba mucho este clima. Me deprimía dentro de su fatalidad. Cuando era pequeño, era un niño huraño y celoso con todo aquello que formara parte de mi mundo. Salir a jugar bajo el sol, conformaba un pedazo de él. Y si llovía, se me impedía hacerlo. Por lo tanto, detestaba la lluvia...

» ...Tampoco me interesaba en conocer o aceptar algo nuevo en mi vida. ''Todo debe permanecer intacto'' me decía una y otra vez cuando alguna amenaza a mi cotidianidad se presentaba. — guardó silencio entonces. Y, después de lo que fue un minuto, recordando algo gracioso, rió y meneó un poco la cabeza—. Era de los que atacaba de tajo. No sé. Me creía una especie de guardián cuyo deber era proteger al mundo.

   —Una acción muy noble de tu parte —comentó Marco, con cuidado, para que su interrupción no llegase a cambiar el tema.

   — ¿Noble? Supongo que en ese tiempo lo era. Pero, a estas alturas, yo lo llamaría ''una meta egoísta''. Después de todo, el mundo que yo quería proteger era el mío.

Jonathan miró a Marco, quien por más que trataba de aparentar tranquilidad, era carcomido por las ansias de saber, aunque sea un poco más, de la vida de Emilio y Jonathan.

Este último lo notó al instante y sin cambiar su afable semblante, pregunto:

   — ¿Tantas ganas tienes de saber? —el rostro de Marco se enrojeció por completo.

   —No, no es eso. Es que...

   —No te pongas tan nervioso. La curiosidad es algo natural. No hay porque avergonzarse. Vamos, expón tus dudas, que yo las responderé gustoso.

   —Eso sería una grosería por mi parte —se apresuró a decir.

   —No, porque yo estoy suplicando por tus preguntas. Por favor...

John acomodó su brazo sobre la mesa y en la palma de su enguantada mano, posó su rostro.

Con una sonrisa tan cálida y sincera que solo era capaz de mostrarle a Marco quien valoraba la situación. Asintió y después de organizar sus ideas, se dispuso a saciar sus dudas.

   —Bien, ya que lo planteas así... Con todo y la pena que conlleva ser un chismoso de mierda, me atrevo a preguntar: ¿Quién fue, Emilio Ramírez?

Jonathan rió, negó con la cabeza, y se dispuso a explicar.


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