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14| Noche de Jazz.

Iluminando las altas bóvedas de esa antigua edificación gótica, bellos candelabros de cobre resplandecían en lo alto. Ahí, entre penumbras de angostas cúpulas.

Con su cálida luz impactando sobre las cabezas desnudas de los comensales que sin más, disfrutaban del delicioso aroma de sus humeantes tazas de café, debatiéndose en temas de todo tipo con sus acompañantes.

Un extraño ente de paz, personificado en tiempo y lugar, se paseaba por los corazones de aquellos que se hallasen ahí dentro, protegidos de la lluvia y el frío.

Allí, solo había caras sonrientes, relajadas, felices... un bello sitio de elegancia clásica y algo bohemia, donde por más que se buscase, no existía indicio alguno de dolor o pérdida.

Y si lo había, entonces yacía escondido entre la espesura de un blanco y aromático humo de calidez, proveniente de los alimentos y las bebidas que eran servidas a las mesas de los clientes.

Después de pedir su orden, con una agradable sonrisa endulzando sus tersos labios, Jonathan se giró, dándole la espalda a la bella cajera que había ruborizado al instante, y con la mirada, buscó la silueta de Marco entre docenas de sombras desconocidas.

Estaba allá, junto a un hermoso vitral de porte alto que creaba en sus abstractos y llamativos colores, la forma de un bello narciso. Allí, Marco lo esperaba pacientemente, con las manos entrelazadas por sobre la mesa de madera, mientras miraba boquiabierto la estructura de aquel hermoso templo profanado por la insolencia de una nueva era.

   — ¿Admirando el paisaje? —habló John a sus espaldas, con un tono de voz relajado y hasta cierto punto, juguetón.

Tomó asiento frente a su acompañante poco después de despojarse de su gabardina y de remangarse las largas y blancas mangas de su camiseta.

Se le veía relajado y risueño.

El aura solitaria que siempre sostenía a Jonathan en brazos, había desaparecido por completo. Dándole la apariencia de alguien más accesible, común e incluso, humano.

Marco asintió, casi sin despegar la vista de los altos techos que protegían sus cabezas.

   —Es hermoso. Jamás había entrado aquí. Pensé que sería una especie de biblioteca o algo del gobierno. Aunque bueno, eso —Marco señaló con la mirada a espaldas de Jonathan, donde un grupo de muchachos vestidos en esmoquin terminaban de instalarse sobre una tarima con poco más de metro y medio de alto—, habla por sí solo.

   —¡Una biblioteca con música en vivo, siendo específicos, de Jazz y Blues! Suena interesante. Si existe una así, yo quiero ir —se burló John.

   —¡Qué gracioso! —exclamó Marco, evidenciando su sarcasmo—, ¿Vienes seguido? Te pregunto por qué entre tantos cafés, restaurantes y fondas a las que podíamos ir, escogiste e insististe, con este lugar en especial.

   —Bueno, vengo una o dos veces al mes. No sé qué tan recurrente pueda ser eso. Por lo general, me doy una vuelta cuando estos chicos vienen a tocar.

   —Entonces, eso significa que te gusta el Jazz —Marco lo miró, admirado, ya que, dentro de su limitado y sumamente pequeño círculo de conocidos, no había nadie a quien gustase de ese género musical.

   —Sí, y va de la mano el blues —agregó el otro sonriente—. Es buena música. Además, estos tipos son muy excelentes. Apenas se están dando a conocer, lo que lo hace aún mejor. Fascinarían a cualquiera. Aun si no le gusta el Jazz —John escrutó el rostro del portero y añadió—. Aunque, me ha entrado curiosidad ¿Qué sueles escuchar?

Marco lo pensó llegando a una conclusión inmediata. —De todo un poco, creo. Pero me inclino más por el rock alternativo. Aunque dentro de mí ''todo un poco'', no estaba este género incluido. He escuchado casi nada sobre él. Digamos, unas dos canciones con suerte. Pero hoy es el día de adentrarme más en el género. Quien quita y me gusta al final.

   —Eso tenlo por seguro.

John le sonrió y no dando oportunidad al silencio, comenzó a sacar tema de conversación, con el ánimo de un niño. Así, hasta que después de una hora donde ambos reían y charlaban sobre todo aquello que tenían o no en común, el reloj marcó las 9:00 p.m.

Para entonces, habían terminado de degustar su cena cuando el murmullo de la gente fue desvaneciéndose ante un apagón repentino, donde la voz del vocalista, dio el aviso más esperado en esa velada.

El conjunto, listo para hacer vibrar el establecimiento, se encontraba más allá de la entrada. Al final del pasillo de esa enorme sala de angostos senderos cuyas luces fueron apagadas. Siendo protegidos por una luz tenue donde los músicos, esperaban la señal.

Así, la entrada se marcó con el sonido de una trompeta, cuyo único objetivo era preparar el ambiente, para la llegada de los demás instrumentos.

Sin perder tiempo, fueron sumándosele de a poco la batería, después las trompetas, el piano, y el bajo. Este último en particular, bailaba graciosamente en las manos de un joven de cabello afro; vestido en esmoquin negro con un moño y correas color blanco, mientras marcaba el compás con el pie derecho y una sonrisa asomaba por su rostro chato.

En cuestión menos de dos minutos, no había un solo instrumento que guardase silencio sobre el escenario.

Tensión, caos, armonía, y entusiasmo desencadenado en una fiebre musical que recorría el cuerpo y lo sacudía; incitando hasta al más penoso a abandonar su asiento y surcar la pequeña pista de baile.

Sonrisas, sudor, música. Humo de cigarrillo y olor a café que se entremezclaba con el tenue aroma a tierra mojada que surcaba las calles apenas iluminadas por las farolas amarillas que parecían querer cobrar vida gracias al animado conjunto.

Marco, boquiabierto, miraba extasiado el escenario sobre el cual esos hombres parecían destellar no solo por las gotas de sudor que resbalaban por su tez.

Su carisma, confianza y por sobre todo, pasión, los hacían brillar entre las penumbras vacilantes de ese oscuro firmamento de tenues luces artificiales, las cuales se tornaban amarillas, azules, rosas, rojas y verdes...

Si bien el público disfrutaba de la música, el conjunto se divertía como nadie.

Incluso más que las personas que dejaron la vergüenza de lado y decidieron disfrutar bailando al son del ''Moanin'' de Charles Mingus que comenzaba a contagiarlos con su fiebre eufórica y pegadiza.

Dedicando sonrisas de complicidad a sus compañeros de instrumentos, esos hombres, cuyas manos estaban destinadas a hacer magia sobre las molduras de madera y metal, disfrutaban de la música que regalaban a los cuatro vientos.

¡Llevaban el jazz en las venas mientras el aire les faltaba en los pulmones y las yemas de los dedos, llenas de cayos, se desgarraban haciendo sonar cada cuerda del bajo según su potestad!

¡Mientras los brazos del baterista parecían desatornillarse con cada golpe certero que daba a la batería, y el corazón ardía entre el fuego tempestuoso de la más exquisita euforia!

Marco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, amedrentando su cuerpo.

   —Esto es... ¡Una puta locura! —exclamó sonriente.

Alzando la voz por encima de la música y sin despegar un solo segundo su vista del escenario. Con la mirada digna de un pequeño que comenzaba a conocer parte de su gran y maravilloso mundo.

Así, mientras ese niño descubría un cacho nuevo de la vida, la sonrisa que se dibujó en los labios de Jonathan se mostraba llena de satisfacción y felicidad. Brillando de manera única, especial y hermosa al contemplar el rostro de ese hombre que lo honraba con su compañía.

La canción terminó, y una oleada de aplausos, gritos de alegría y silbidos que denotaban admiración y entusiasmo, llegaron a oídos de los músicos quienes miraban al tumulto de gente que los alababa.

Sus agitadas respiraciones y sus rostros sonrientes y decididos, indicaban al público, el comienzo de un nuevo ciclo de regocijo en esa lluviosa y hermosa noche de Jazz.

Deslizando su mano derecha por la negra solapa de su blanco saco desabotonado, el hombre que aparentaba ser el mayor del grupo, dedicó unas cuantas palabras al público, animando aún más el ambiente y con ello, dar comienzo a la siguiente canción.

Su ronca voz resonaba en cada pared de la sala.

Las luces que los iluminaban, se apagaron junto a sus palabras y entonces, todo quedó sumido en la oscuridad por un corto periodo de tiempo hasta que la batería dio la entrada y el llanto de una triste guitarra rasgó fieramente los sentidos del portero quien sintió como se erizaba su piel.

Entonces, del conjunto, una chica envuelta en prendas de varón, con cabellos castaños sujetados en un moño algo despeinado y un maquillaje atrevido y rebelde, salió de entre la oscuridad hacia aquella nueva fuente de luz.

Rasgando y llorando, magnificente, la canción que ese hombre presentó por el nombre de ''Nana Jarnell'' .

Los largos y sagaces dedos de la chica flotaban sobre las delgadas cuerdas de su guitarra eléctrica de rojo brillante.

Depositando en cada nota, todo sentimiento silenciado que llevaba enterrado en sus entrañas hasta ese momento.

Provista de una belleza misteriosa, se posaba majestuosa a mitad del escenario, mientras que su pálido rostro se compungía por aquella íntima emoción que ella conocía a la perfección.

   — ¿Qué canción dijo que era? — preguntó Marco poco después de que esta terminara.

   —''Nana Jarnell'' —contestó divertido John, ante la impaciencia de Marco—. Si quieres, luego te anoto los nombres las canciones que te gusten. Que mejor será que vaya pidiéndoles el repertorio, porque estoy seguro de que todas te enamoraran.

   —No sé, pero comienzo a sospechar que así será.

Y solo entonces, volvió la vista hacia John, quien, sin embargo, no había apartado sus negros ojos del rostro del joven portero.

No.

En ese momento, no era más el portero de un cementerio. Era, simple e innegablemente, Marco, su dulce e inesperado compañero.

   — ¿Qué pasa? — cuestionó incómodo ante la atención del joven.

Este solo negó con la cabeza. —Nada.

   —Y... ¿Por qué me observas? — rio nervioso, sosteniendo la mirada a ese par de luceros que destellaban entre la ligera penumbra que yacía a sus espaldas.

John se encogió de hombros.—Me gusta verte, eso es todo.

Sus palabras, directas y sencillas cuan sinceras, surcaron el aire llegando a sus oídos: suaves y claras, se deslizaban muy por encima de los aplausos y gritos que el público les brindaba a los músicos.

Marco sintió que el palpitar de su corazón se detuvo por un momento, tomando un fuerte impulso que golpeaba con fuerza su pecho.

John le volvió a sonreír, esta vez, con aire divertido y cariñoso.

   —Qué idiota —musitó Marco, sintiendo como el rostro se le encendía de repente. Tomó un sorbo a su taza de café, tratando de disipar el torbellino de emociones que lo aquejaban en ese momento.

   —Qué alivio —suspiró Jonathan, sin notar el nerviosismo que acaba de provocarle a su acompañante.

Recargó sus codos sobre la mesa y colocó su rostro entre las palmas de sus manos enguantadas.

   —Cuando salimos del cementerio, a pesar de que reías y parecías conforme con todo, había algo diferente en tu forma de actuar. Se notaba a leguas. Eres muy transparente.

Marco tragó saliva. No sabía qué decir, así que se limitó a guardar silencio y desviar su mirada.

   —Gracias por aceptar la invitación —continuó John, poco después, dio un sorbo a su taza de café y levantándose de la mesa, extendió su mano hacia Marco. —Y dime. ¿Quieres bailar algo de Jazz?


Después de negarse rotundamente a ser pareja de baile de una linda chica que John le presentó, Marco observó desde la comodidad de su asiento la fiesta que se llevaba a cabo frente al escenario.

Era alucinante.

Jamás había creído posible algo como eso. Hombres de porte reacio y mirada feroz, disfrutando del ritmo que la música les ofrecía mientras su pareja les sonreía felizmente con cada paso de baile que ambos complementaban.

Por un momento, se sintió dentro de una vieja película en blanco y negro que una vez vio por televisión abierta.

No recordaba su nombre y de hecho, ni siquiera había reparado en ver la cinta completa.

Fue solo esa escena, donde todos bailaban sin complejo alguno, lo que captó su atención en el momento. Pero, de comparar ambas escenas, esta era por mucho más interesante.

Después de todo, era su presente quien poseía la magia que no logró saborear por completo a través de la TV. Sin embargo, había algo diferente; algo aún más absorbente y mágico que la fantasía y su misma realidad.

Entre la multitud de cuerpos danzantes, la silueta de John sobresalía como ninguna otra mientras bailaba con una linda chica que se desenvolvía espléndidamente.

Saltando entre sus brazos en un eufórico giro del cual, regresaba al apuesto joven que se movía con gracia y elegancia muy a pesar del desorden de movimientos que conformaban ese sutil género musical.

Así, continuaron bailando durante cinco piezas sin descanso alguno.

Y entonces, el nombre de la quinta canción, por fin, fue el de una que Marco conocía gracias a la película que le obligaron a ver una tarde, en casa de la tía de Martin. Ya que la mujer quería verla con su sobrino,

Marco, que iba de visita, estaba dispuesto a marcharse sin dudar. Sin embargo, el bueno de su amigo, lo sujetó por la muñeca y lo obligó a ver la película con ellos.

«— Hazme este favor. Te lo compensaré. En serio» Le había dicho en la cocina, mientras preparaban las palomitas que la tía tanto amaba.

Al final, la mujer se durmió a mitad de la película y ellos terminaron llorando por quien sabe qué razón.

«Fui muy grosero con Martin. No se lo merecía. Él siempre se preocupa y vela por mí y yo...» pensó entonces. «Me disculparé con él cuando lo vea. Lo invitaré a tomar algo. Puede que incluso lo traiga aquí. Es muy impresionable. Le gustará tanto como a mí.»

Por otra parte, a voz de tres mujeres que se elevaron una tras otra en el escenario, comenzaron a entonar aquellas palabras llenas de desprecio y rechazo que, durante la película, habían conseguido erizar su piel.

El sonido de la tuba se entremezclaba con el piano y la batería, sacando a Marco de aquel recuerdo junto a Martin que lo hizo sonreír.

Hit the road Jack and don't you come back

No more, no more, no more, no more.

Hit the road Jack and don't you come back no more.

Y entre las voces que jugueteaban forjando duelos que aparentaban a la perfección el despecho, su atención volvió a esa pareja que destellaba como ninguna otra con cada movimiento que hacían.

«—No creíste que bailaríamos los dos juntos ¿o sí? » Dijo entre risas John, nervioso ante la negativa que Marco le demostró, notando en su rostro como subía el color del regaliz.

«—¡Claro que no! —mintió entre risas —. Lo que pasa es que yo no bailo.»

Cuando Jonathan llevó a las dos chicas y los presentó, Marco solo pudo disculparse mientras se negaba a ser partícipe de la fiesta.

«—Yo no sé bailar. Y no quiero ser una molestia. Prefiero ser un espectador nada más.»

La chica que sería su pareja de baile, una bella muchacha de caderas anchas y cinturas pequeñas pareció desanimarse, asintiendo con la cabeza mientras una sonrisa de total resignación asomaba por sus rojos labios.

Marco se sintió un poco mal por ella y por su grosería de rechazarle una pieza, pero, después de todo, era verdad.

No figuraba en su lista de deseos el acto de bailar. Ni en ese momento ni en ningún otro.

Ordenó el tercer café de la noche, y solo se limitó a mirar como su joven amigo se divertía de lo lindo con aquella atractiva muchacha de piernas largas, rubios cabellos y carnosos labios carmín.

«Porque me gusta verte» esas palabras llegaron a él junto a un torrente de confusiones inesperadas.

Sacudió su cabeza de un lado a otro, alejando de su memoria la mirada que le fue dedicada en aquel momento.

John era extraño. Inocente, coqueto y terriblemente apuesto. Lo sabía desde el inicio y, por lo tanto, también eso lo convertía en alguien espeluznante.

«Después de todo, las personas atractivas son aterradoras» pensó, convencido.

El aplauso del público resonó entonces. Todos detuvieron sus pasos y se giraron hacia el escenario.

El vocalista anunciaba que tomarían un pequeño receso mientras sus compañeros se despojaban de los instrumentos y con ello, Jonathan volvió a la mesa.

La chica se despidió de él en el camino, susurrándole algo al oído y acariciando su hombro mientras tanto. Ambos rieron y la hermosa mujer cruzó el umbral, pasando de largo al hombre que acompañaba a su pareja de baile.

   — ¿Ya se va? — preguntó Marco, siguiéndola con la mirada, ya que fue ignorado cuando se despidió.

   —Si. Mañana trabaja. Además, su novio ya llegó por ella —John tomó asiento—. ¿Por qué? ¿Quieres su número? Porque si es así, lo siento por ti. Ya está apartada desde hace años.

Marco negó con la cabeza, con una mueca de desagrado—. Descuida. Es linda, pero no es mi tipo. Solo preguntaba por qué creí que bailarían la segunda ronda.

   —Ya no habrá nada de eso. No al menos, para los ''solitarios'' de aquí. En el segundo round solo tocarán canciones lentas. Ya sabes, para las parejas de enamorados que deseen bailar y con ello, los despechados e infelices que quieren beber al pie del bar hasta que den las cuatro de la madrugada y los saquen a patadas de aquí —John llamó a una de las meseras y le pidió otro café—. Qué malo. No me esperaste —señaló hacia la taza de Marco, fingiendo indignación.

   —La amistad queda de lado cuando se trata del café y de mí —bromeó, dando un sorbo al humeante y oloroso líquido que le devolvía la vida que cada suspiro se había llevado a lo largo del día—. Por otra parte, dime: ¿Dónde aprendiste a bailar? ¡Maldición! ¡Yo soy un palo andante cuando se trata de bailar!

   — ¿Bailas? Por la forma en que rechazaste a esa chica pensé que en la vida lo habías intentado.

John recibió la taza con café que la mesera le llevó y dando unos leves soplidos al líquido que permanecía adentro, dio un sorbo. —No me mires así —pidió John al ver la indignación fingida de Marco—. Sabes que bromeo. Y respecto a tu pregunta, no es gran ciencia. Solo te mueves, imitas algunos pasos de los que te rodean y los aplicas. Simple. Ya te enseñaré como...

Jonathan estaba rebosante de energía. Y la alegría se leía en su rostro.

De pronto era como si el joven amable, galante y serio se hubiera desvanecido en el aire y solo la esencia de un niño enérgico y juguetón se quedará para cuidar su lugar.

   —Lo dudo — advirtió Marco, meneando la cabeza y desviando su atención de aquel par de infantiles ojos que lo miraban como si fuese el dueño y John, un cachorrito amoroso.

   — ¿Dudas que sea fácil o que consiga hacerte bailar? —cuestionó John.

   —Ambas.

   —Ya veremos —sus palabras sonaban a amenaza, pero su tono de voz carecía de malicia.

Después de eso, con la emoción del niño a cargo, Jonathan comenzó a sacar a flote una nueva conversación.

En sus planeas, estaba el de prolongar esa noche de ensueño en compañía del joven portero de los muertos, que, sin saberlo, le había otorgado una chispa de luz a sus solitarios días después de años que parecían sumidos en la eterna espera.

«Es como si la vida, te hubiera guardado para mí. Para vivir este momento...»  pensaba John, viendo a Marco reír ante algo que dijo. «Quiero aprovechar cada segundo a su lado, antes de que sea tarde»


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Canciones:

1-Charles Mingus - Moanin.

2-Nana Jarnell -Lucky Peterson

3-Ray Charles- Hit the Road Jack...









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