10| ¿Qué será?
― ¿Por qué me miras así? ―le preguntó Martin poco después de haber salido de aquella pequeña recámara funeraria.
Marco solo negó con la cabeza, dedicándole una sutil sonrisa que no estaba seguro de si sería comprendida en su totalidad.
«Te estoy eternamente agradecido» pensaba, mientras caminaba junto al jardinero en dirección a la puerta, sin escuchar mucho de la palabrería que Martin soltaba entonces.
No porque no le interesara el tema en cuestión, sino que, en ese momento, todo lo que deseaba era disfrutar de su compañía, su presencia y de todo aquello que le era devuelto con la mera existencia de ese tipo de aspecto descuidado.
Entonces, a Marco solo le bastaba asentir, ver el rostro de Martin y sonreír para hacerle creer que prestaba atención.
Y no fue hasta que llegaron al portón, qué, como si le hubiesen subido el volumen al televisor, que su voz, por fin dio forma a sus palabras. Acto que le costaría más de dos carcajadas y medio galón de lágrimas que no serían destinadas al amargo olvido de un dolor no deseado.
―¡Ey, Don Martin! ― gritaron entonces, interrumpiendo ese momento varios minutos después de haberse instalado junto a la puerta con su joven amigo― ¡Tenemos trabajo por acá, apúrate!
Martin hizo una mueca que denotaba su molestia, mientras abandonaba el asiento del portero, alegando directamente con el tipo que lo había llamado.
―¡Me castra que me digas ''Don''! ¡Aún no llego a los treinta! ¿Sabes? ― Y dirigiéndose hacia Marco ―Debo ir hombrecito. Estoy casi seguro de que se trata de ese jardín. ¡Detesto a la gente rica! — Escupió con desdén, llevando sus brazos hacia arriba para estirar su gran espalda.
― ¿Otra vez los nobles?
― ¿Quién más podría ser? Eso de que pateen y pisoteen mis flores no es para nada agradable. ―Marco no pudo evitar burlarse del rostro del jardinero.
Ese hombre amaba tanto sus flores, que se enojaba con quien fuera que las tratara mal. Por lo general, su ira resaltaba, como curioso aviso, con un tic en el ojo derecho, el cual resultaba, más que amenazante, gracioso e inesperado viniendo de un hombre que imponía respeto tan solo con su imagen.
Tiempo atrás, unos chicos le habían estado ''buscando las cosquillas'' y después de tanto tratar, se las encontraron.
Ese día, el tranquilo y pacífico Martin se puso furioso. El tic vino a su ojo derecho y entonces, la seriedad de los tipos se perdió por completo. Se burlaron de su rostro saltarín y su rostro contorsionado por la ira, sin saber que les esperaba la peor golpiza de su vida.
A uno de ellos lo dejo sin tres dientes. Al otro con la nariz rota. Ambos, inmovilizados por el dolor sobre el pavimento de ese callejoncillo donde se escondían cobardemente para atacar por sorpresa.
― ¿Y entonces qué harás? ― la preguntó Marco ocultaba en si misma un aire de incredulidad.
― ¡Voy a traerles un exorcista, eso es lo que haré! —el portero rio con la ocurrencia de Martin y este se calmó. Sintiendo un alivio indescriptible al ver el semblante tranquilo de su amigo. Despeinó los cabellos del joven y con una fuerte palmada en su espalda, se alejó, cargando en sus hombros el peso que Marco había estado llevando hasta entonces.
―Nos vemos al rato―le gritó este, viendo sus palabras ahogarse entre los lamentos que se extendían por el cementerio; como la tenue luz de una vela extinguiéndose en la oscuridad.
Entre las tinieblas que siempre acechaban a Marco y su fatalista individualidad.
El funeral que se llevaba a cabo le era indiferente.
Sentado con las piernas cruzadas sobre el mármol azulado, John contemplaba en total silencio la tumba de Emilio. Apretando sus labios de vez en cuando y mirando de soslayo el sitio donde una masacre emocional se llevaba a cabo.
Como un protector silencioso en la lejanía, esperando ver un rostro conocido emerger desde las profundidades del mausoleo.
Mientras tanto, con sus dedos enfundados, tamborileaba sobre la tela de su negro pantalón. Carcomido por un sentimiento de... ¿Necesidad? No, no podía ser eso... posiblemente, lo suyo, era curiosidad.
―Esto me trae recuerdos...―hablaron de repente, captando su atención dispersa.
― ¿Qué? ¿Estás recordando lo mucho que te lloré? ―preguntó, esbozando una tenue sonrisa ácida.
Esperando una respuesta que solía tardar en llegar, tomó aire y cerró los ojos, dispuesto a entregarse a los restos de silencio que lo rodeaban aún.
―No podría olvidarlo ―respondieron al minuto―. Llorabas como un pequeño niño asustado.
John frunció el ceño, haciendo una expresión extraña entre tristeza y enojo, provocado por el recuerdo que había quedado tatuado en su corazón.
―Lloraba porque eso era. Un niño asustado.
El joven suspiró, abriendo sus ojos y enfocando de nuevo la placa de Emilio, como si pudiese verlo más allá de los metros bajo tierra que los separaban, para después, lanzar su vista hacia un lado, esperando captar algo en el funeral que se llevaba a cabo.
El corazón de John saltó entonces, topándose así con la silueta del portero. Este, abandonando el recinto, luchaba por deshacerse de la corbata mientras con su mano libre trataba de alborotar su cabello.
―Qué extraño... ¿Por qué sonríes? No intentaba ser gracioso ni nada por el estilo.
En su pregunta, la curiosidad resaltaba, mezclándose con las ansias de obtener una respuesta inmediata.
―Por nada en especial. Solo recordaba. ―mintió.
― ¿En serio?... ¿Desde cuándo recordar dejó de ser algo ''especial'' para ti? Algo me ocultas... ¿Qué pasa?
Jonathan se encogió de hombros. ―Ya te dije que nada. Una interferencia en esta mente dispersa ¿Tan extraño es que sonría sin motivo?
Un fuerte grito desgarró el cielo.
Conocía ese sonido. Lo había escuchado antes. Algunos más agudos, otros más graves; incluso uno que otro gutural y extraviado.
La hora había llegado y él solo se limitó a imaginarla desde su asiento. El ataúd que guarda el cadáver al que lloraban, adentrándose en la oscuridad de agujero negro del cual jamás podría volver a salir.
―Sí... es muy, muy extraño. Me pregunto por qué será ―la voz portaba un aire antipático dentro de su aparente diversión.
John, ansioso, se incorporó de un salto, buscando a Marco con la mirada. De repente, se había perdido entre la densidad de los mausoleos, saliendo de su campo de visión.
En aquel momento, al verlo tan impaciente, deseó llamarlo. Agitar su brazo e invitarlo a su encuentro. Ofrecerle su compañía y dejar que descargara sus miedos sobre él. Pero el jardinero, ese hombre de cabellos rubios y piel bronceada quien siempre parecía acecharlo con cautela entre los jardines aledaños, acaparó su atención, raptándolo por un momento.
Después de todo, estuvo esperando a Marco justo a unos cuantos metros de la entrada a esa lujosa tumba.
Jonathan dejó pasar quince minutos antes de volver a buscarlo con la mirada. Con suerte, encontraría a Marco cabizbajo, sentado en alguna banca de por ahí, sangrando una pena ajena en silencio.
Sin embargo, el portero y el jardinero charlaban sin el menor reparo al pie de la puerta, como si ese fuese un día común. Un día en el que la muerte no les amargaba la existencia.
El rubio parecía narrar una historia sumamente emocionante, con una gran sonrisa que solo dedicaba al chico frente a él.
Marco luchaba por contener la risa, sin embargo, los leves espasmos en su espalda, una mano sosteniendo su estómago y la otra su boca, las lágrimas que se acunaban en sus ojos y las pequeñas risas que se escapaban y ahogaba al instante, eran tan notables como su dicha.
Martin, dueño de una sonora carcajada, se burlaba del ahora rojo rostro de su amigo.
El grandote dio una palmada en la espalda de su joven compañero y con una gran sonrisa que parecía no querer desaparecer, le dijo algo mientras se alejaba.
John lo observó hasta perderlo de vista. Y luego se centró en Marco, quien se reacomodaba en su silla, dispuesto a retomar su lugar de trabajo.
― ¿Qué tanto miras? ―le susurraron al oído.
―Solo... observo el panorama. ―divagó, no dándole mucha importancia a sus palabras, mientras el portero hurgaba algo en los bolsillos de su pantalón―. No creí que estuviese mal observar a la gente.
John se sentó de nuevo frente a la tumba, con un aire de molestia adornando la dulzura nata de su voz.
― ¡Para nada! Es bastante normal. Aunque, viendo tu rostro, parece que algo malo pasa. Quizás... te has dado cuenta de que no eres el único.
― ¿Qué quieres decir? ―su pregunta fue tan inocente que provocó una risita burlona por parte de aquella voz.
―Johnny, mi dulce y lindo niño. ¿Crees que me engañas? ―comenzó a decir con tono cariñoso―. No, más bien, no te has dado cuenta de lo que tratas de hacer. Siempre has sido muy ingenuo y es por eso que te mantienes alejado de la gente. Es por eso que vas por el mundo como un alma solitaria. Aunque intentes aparentarlo, en este momento, tu pecho duele. La garganta se te cierra y la desesperación te abruma... ¿Qué pasa contigo?
Jonathan no comprendía esa actitud. Frunció el ceño, mientras trataba de hilar el objeto de aquella conversación y regular sus emociones.
» ¡Vamos! ¡No te hagas el tonto, que eso no va contigo! ¡Hasta hace dos días no lo conocías! ¡Ni siquiera notabas su penosa existencia! ―escupió colérico―, ¿Qué te ha hecho reaccionar de esa manera? Puedo sentirlo en tu corazón. Un flujo distinto, un ritmo errático que supura decepción e ira... ¿Son celos, acaso?
» No me digas que ese dulce niño, que juró entre lágrimas de dolor nunca jamás enlazar su vida con la de nadie, frente a mi tumba, ¡Esta tumba! ¡La misma que vienes a visitar día tras día!... Me dirás que ese niño... ahora ¿desea romper su juramento?
― ¿Pero qué cosas dices? Yo no he insinuado tal aberración.
―Tus acciones me gritan lo contrario. Me lo prometiste, Jonathan. ¡Que nunca me cambiarías! ¡Que no me abandonarías! No de nuevo...
―Soy consciente de cada promesa que hago. No necesitas recordármelo. Además, en ningún momento he tratado de romper mi palabra― le reprochó con un hilo de voz, contrariado―, nunca dije que te abandonaría...
―Pero lo pensaste. ¡Muy en tu interior lo sentiste! ¡Me detestaste tanto que tus entrañas se revolvieron provocándote náuseas y un vómito que reprimiste al instante! ''¿Por qué no puedo estar en su lugar?'', ''¿por qué no pude ser yo quien lo recibiera al salir del mausoleo?'', ''¿por qué soy yo quien debe quedarse aquí. ¿Sentado, hablándole a una mugrienta y fría placa?''
―Lo sé...Johnny. Pero debes saber que solo porque alguien te sonría y te diga cosas bonitas englobando un término tan vano y estúpido como lo es la ''amistad'' no quiere decir que lo merezcas, que puedas llegar a obtener dicha gracia. Y mucho menos, ¡que te la lleguen a conceder a ti! ¡Ya eres un hombre! ¡Ya deberías comprenderlo! Él tiene mejores personas con las que pasar sus días. ¿¡Por qué te elegiría a ti, un loco amante secreto de un muerto! ¡De un despojo añejado como lo soy yo!
John enrojeció. Sus labios temblaron, y las lágrimas se anidaron en sus negros ojos tristes.
―Silencio, tú no eres eso. Tú eres...
― ¿Qué soy yo? Dime. ¡Dímelo! ¡Admite que junto a él yo no soy nada más que pasado! ¡Un intangible y absurdo ayer! La novedad te llama, querido. La calidez de un abrazo. La humedad de un beso, el cosquilleo que provoca una sonrisa y una caricia. ¡Admite que me desprecias! ¡Acepta que solo soy polvo, un despojo, un estorbo a tu felicidad!
―No. No. ¡No! ¡Tú no eres eso! ¡Tú eres Emilio! ¡Mi Emilio! ―Jonathan sucumbió y extendió su mano, acariciando una y otra vez la placa con aquel amado nombre tallado en ella―. Eres mi Emilio... ¿Entiendes? Y nada logrará cambiar la importancia que reside en ese hecho.
Su voz entrecortada lastimaba el aire. Sus manos, desesperadas, deseaban arrancar la placa con sus dedos; sangrar sobre la tierra que cubría el cuerpo de Emilio, surcar sus entrañas y yacer junto a sus huesos.
Sus lágrimas corrían por sus mejillas, escapando lejos de esos negros ojos que vagaban perdidos en las palabras escritas en la plateada placa.
Su cabeza dolía, y la idea de una posible traición mutilaba sus sentidos.
― ¿Lo dices en serio? ―musitó, a lo que Jonathan asintió sin pensarlo―. Te creeré... Porque para mí, eres mi todo, Johnny querido. No podría soportar tu abandono. No de nuevo.
Jonathan asintió, una y otra vez, esbozando una sonrisa de satisfacción que se transformó en una mueca casi desquiciada.
Sus cabellos negros, recogidos en una coleta floja, cayeron con suavidad sobre su rostro, cubriéndolo de la mirada pasmada de Martin, que lo observaba inmóvil detrás del jardín que rodeaba el ángel.
Sus piernas temblaron por un segundo, pero hubieran flaqueado de haber visto aquella expresión de locura deformando las bellas facciones de ese elegante joven que reía en la imperante soledad de su vida.
El jardinero dio un paso hacia atrás, sintiendo un escalofrío y un terror creciente, helándole la sangre.
—¿Qué demonios?...
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