Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La pesadilla de Cyn.

Parte 2. Capitulo I

La tormenta rugía sobre la oscura catedral, los truenos sacudían las instalaciones del laboratorio. La intermitente y giratoria luz roja sacudía los alrededores, las vallas metálicas brillaban con su reflejo. Mientras se disfrutaba de este tranquilo lugar, un rugido resonó desde las profundidades de las instalaciones.

Una silueta, sentada sobre un gran peñasco, que daba contra un profundo barranco, miraba imperiosamente hacia el lúgubre cielo, o mejor dicho el rocoso techo de la caverna, del cual se puede ver un gran pero a la vez tan pequeño hueco.

Dejando ver parte de las centelleantes lunas de Copper-9, las nubes oscuras y fuertes, y las profundas gotas de lluvia. Las relámpagos quebraban el cielo, iluminando brevemente el paisaje con destellos atronadores, dejando todo es sombras poco después.

Aquella sombra tenía un pelo largo cubierto por un gorro oscuro, de aquellos que usan los workers. A cada segundo que este individuo miraba la tormenta, los rugidos crecían y se hacían más guturales, mezclados con el azote del viento que aullaba con furia, y las ramas de los árboles crujiendo por la zona.

Suspirando vehemente, aquella sombra se levantó de su cómoda roca y se giró, quedando frente a una gran catedral, de estilo gótico. Y unas fuertes luces rojas de farolas giratorias, como si fueran señales de precaución o peligro.

Los ruidos venían dado por criaturas, cubiertas por una escarcha de oscuridad, y cada vez se escuchaba el movimiento de cadenas y la sacudida de grandes masas corporales. Estas criaturas estaban alejadas de la señorita, detrás de unas vallas metálicas que tenían un cartel.

Caution.

Electric fences.

Do not touch.

La chica caminó, a paso relajado y pérdida en sus pensamientos, tarareando una pequeña canción. Cada vez estaba más cerca del edificio, y dejaba que su cuerpo quedara mejor cubierto por la claridad de la luna, la luz de los focos rojos y las antorchas de la instalación.

Esta dama evoca una presencia misteriosa y algo inquietante, una figura solitaria y enigmática. Su rostro es sombrío, con ojos vacíos de un profundo tono violeta, que parece flotar en la neblina oscura. Por su naturaleza de Drone, sus ojos carecen de pupilas, dando aquella apariencia inhumana, casi fantasmal.

Sus luceros proyectan una sensación de vacío emocional. El cabello, también de un malva oscuro, cae en mechones largos y lisos, enmarcando su cara y acentuando la oscuridad en su expresión. Su flequillo está dividido en dos partes, un mechón más grande en el lado izquierdo, que crece hasta estar recogido por una especie de coletero lavanda, y dejando caer una larga coleta. En contraste, otro mechón, esta vez más cerrado y corto, cae por su lado derecho e igualmente se ramifica en otra coleta, igualmente más corta que su contraparte.

Su vestimenta es sencilla, una túnica de tono gris apagado, similar a una bata de enfermo, con el color drenado. El diseño de su prenda, con broches y costuras visibles, como si fueran harapos reconstruidos, o de laboratorio. Uno de sus brazos está cubierto por vendajes, desde la muñeca y se pierde por la manga derecha. Sus piernas están igualmente vendadas, subiendo por sus muslos y escondiéndose en la parte baja de su túnica.

Sus movimientos son lentos y perezosos, reflejando su tristeza melancólica y su profunda soledad, como si fuera consciente de su inevitable fin. Su presencia emite un aire de tragedia, entre su dilema y su camino. Siguió andando, hasta que cruzó una espesa sombra, generada por los peñascos del techo, que detuvieron la lluvia en las profundidades de la caverna.

Los rugidos formaban un molesto eco, altamente grave y el chapoteo del agua se hacía molesto. Las ramas de los árboles se movían por el viento, y esto siempre hizo que la doncella se cuestionara. ¿Por qué trajeron árboles debajo de una caverna?

Quizás la respuesta era algo sencillo, para producir oxígeno para los humanos de abajo, pero, ¿habrá algo más de fondo? No lomsabe, y tampoco es que le sea totalmente relevante, a ella tampoco es que le importe.

"¡Eh tu!" Gritó una voz seria, y desde las sombras, a la izquierda de la dama, salió un hombre, algo mayor, quizás de 50 o 60 años. Su pelo era blanco canoso y su mandíbula estaba cubierta por una profunda barba grisácea. "¿¡qué haces por aquí!?" Grito a la chica, como si no le importara asustarla.

A pesar de esto, la mujer mantuvo su estúpida mirada, y le analizó de arriba a abajo. En su espalda cargaba un rifle, y su ropa era militar, o por lo menos algo parecida, y en su pecho llevaba una placa. Gerardo. Era el nombre que estaba ahí escrito. "¡respóndeme maldita tostadora!"

Utilizó una de sus manos para sujetar el brazo de la pelo morado, y apretando fuertemente la zona baja de su muñeca, causando una leve incomodidad en la señorita, quien aún estaba taciturna. "¡eres poco habladora eh, vas a ver ahora porque sois solo tostadoras con patas!"

Pero, antes de que pudiera hacer algo, una silueta se acercó detrás de él, debido a la fuerte lluvia y los ruidos de la caverna, el individuo no escuchó a nadie, y antes de percatarse, recibió un fuerte impacto en su cráneo.

Sacudiendo al hombre y echandole hacia atrás. "¡qué carajos!" Respondió tras levantar sus manos para sujetarse el cráneo, pero al levantar la mirada se encontró con una figura extraña. Vestido con una especie de traje de cardenal y una máscara de gas cubriendo su rostro. El agente no trató de identificar al individuo. "Señor director... ¿qué...? ¿Qué le trae por aquí?"

Detrás de aquella máscara nada se podía leer, ya sea una mirada seria o una enojada. "Soldado... usted debería estar patrullando, no atacando a una de nuestras worker drones."

"Pe... pero señor, esta zorr... Esta worker estaba caminando por aquí ella sola, eso era muy sospechoso." pero le quedó claro que al cardenal le daba igual lo que este dijera, ignorandole y dándose la vuelta para hablar con la drone.

"002. ¿Qué te habíamos dicho de andar por estas zonas, y más si no llevas tu tarjeta de identificación?" La mujer no pareció tomarle importancia, quedando inerte, muerta, solamente observandole.

Unos segundos, algo pesados, sucedieron y la mujer, ahora identificada como 002, siguió mirando al director en jefe, solo para luego asentir con su cabeza, con una lentitud atronadora, casi pareciendo drogada. Luego de esa exhibición, ella volvió a caminar hacia el interior de los laboratorios, con la mirada perdida.

Los dos humanos volvieron a mirarse y con señas de enfado por parte del cardenal, el soldado entendió que debía volver a su posición, con lo cual se levantó torpemente del suelo, casi resbalando, y volviendo hacia su ubicación.

La fachada de la catedral se alzaba en la penumbra rocosa, sus paredes, oscuras y desgastadas, están escombreras, con pilares rotos. Su piedra ennegrecida, se mezcla con moho y musgo, dándole un aspecto de vejez.

Las torres parecen dedos alargados, que tocan, o lo parecen, el techo oscuro, y terminan en puntas afiladas. En el centro de la torre central, un enorme rosetón domina la vista, sus vitrales teñidos de purpura profundo y un sombrio amarillo.

002 siguió caminando, disfrutando de la vista de su hogar, de la siniestra casa y de su desagradable humor. La entrada principal, a sus lados, altos y delgados pilares se alzan, con enredaderas que se enroscan. Dos gárgolas a los lados de la puerta, decorando sus esquinas con sus figuras grotescas y expresiones distorsionadas de horror y burla. Mirando con sus huecos ojos al alma de 002.

Las manos de la doncella se posan sutilmente en la puerta, sintiendo la humedad de la madera rancia. Este portón es de roble oscuro, decorado con clavos plateados y tallada en contornos caóticos.

Con mucho esfuerzo, la sujeto se vio obligada a empujar las puertas, chirriando por la madera dilatada y el óxido de las bisagras. Un ligero olor rancio salió por la apertura de la puerta, y una vez hecho esto, 002 comenzó a avanzar, pasando por varios pasillos, hasta subir unas escaleras en caracol.

Sus pasos eran cautelosos y continuos,avanzando por el oscuro castillo, de paredes rocosas y antorchas ardientes, colocadas en intervalos irregulares, apenas proyectando la suficiente luz para disipar las sombras, las cuales se movían con la futilidad del fuego, dotandolas de vida.

Cada flama se alzaba con temblorosos destellos, y dejando el aire inquietantemente agitado, y con frialdad. Era molesto, demasiado molesto, a pesar de todas las llamas interiores, el frío interior era el suficiente para helar los engranajes de 002, y hacer que su aceite pasará a mantequilla.

El silencio era profundo, roto únicamente por el eco de sus propios pasos que resonaban contra las paredes. Como si no hubiera otra alma aquí, aquel sonido, en cualquier otro lugar sería minúsculo, pero aquí, en el corazón del castillo, parecía ser su latido. Llenaba los espacios vacíos, desde cada rincón oscuro hasta la más minúscula grieta.

Por donde ella caminaba, cruzaba puertas profundas de madera oscura, de vez en cuando, podía escuchar el crujir de la antigua madera, como si el castillo respirara. Como si algo la vigilará desde la penumbra, apoyándose en cada puerta, y haciendo chirriar la madera.

Retratos antiguos colgaban en las paredes, observandola con miradas vacías, ojos que parecían seguir su movimiento desde la profundidad del lienzo cubierto de polvo y descolorido por la humedad y los años. Eran humanos, unos con aspectos más antiguos, victorianos o barrocos, otros algo más modernos, y otros más contemporáneos. Rostros de hombres y mujeres, quizás los fundadores o familiares de JcJenson, cuya vida ha quedado pegada a estas paredes.

002 evitaba sus miradas, ya sea por desinterés, o mera inquietud natural de una presa al observar la inquietud. Hasta que llegó al final del pasillo donde, valga la redundancia, otro cuadro antiguo estaba colgado, pero era diferente al resto, un poco más desgastado y oscuro.

Presenta una figura femenina, con un atuendo oscuro y de estilo aristocrático, destacando un sombrero de tres picos. Su cabello largo y pálido contrasta con la oscuridad del fondo y las sombras de su escena, y se encuentra recogido en una coleta anterior a su rostro. El aire es etéreo y melancólico, su expresión es solemne y misteriosa, con una mirada distante pero fija en el observador, reforzando su siniestra aura. Sus ojos están llorando, lágrimas bermellón, descendiendo por su rostro y manchando sus mejillas de sangre. Su esclerótica está roja e irrigada por raíces verdosas, sus ojos pálidos y turquesa miran desprovistos de vida.

Su rostro es delgado y pálido, con facciones finas y elegantes, su piel es muy clara, pálida, casi moribunda. Ojos grandes e inexpresivos, un tono claro, enigmático e hipnótico. Pareciendo vacíos, debajo de ellos hay líneas y sombras que sugieren su cansancio, o quizás tristeza. Tiene sus labios finos y ligeramente abiertos, brillando con un rojo sanguinario, como si estuviera suspirando con fragilidad, resaltando su belleza fría y distante.

Aquella dama lleva una camiseta de volantes, manchada ligeramente de sangre, sobre el pecho se observa una piedra preciosa verde, bastante oscura por el desgaste de la tinta, incrustada en un broche o colgante, aportando la elegancia decadentista. Los guantes largos y los detalles en el atuendo, como bordados y adornados de apariencia envejecida. Una de sus manos descansa sobre su pecho, en el cuadrante medial, debajo de su cuello, como si ansiara agarrar y estrangular su propio cuello.

En aquel lienzo, la doncella adopta una postura erguida y ligeramente inclinada hacia adelante. La inclinación de la cabeza hacia un lado, junto a su mirada fija y vacía, la rigidez de sus hombros y su brazo derecho amenazando con ahorcarse, todo refleja un melancolismo sombrio.

Escrito sobre el lienzo estaba una pequeña cita: "Dios creó al hombre, y este, en su máxima arrogancia, se proclamó, a sí mismo benevolente. Y aquella creación proclamó, pues, a su padre, maleficencia."

Y al lado derecho de aquel cuadro, una puerta de madera, igual que todas, pero con una placa que situaba. 002 Don't entry. Siendo esta, la última habitación de aquel pasillo, y tan rápido como 002 se detuvo, la vida dentro de Otranto se murió, y desfallece ante ninguna vida.

Siempre le inquietó aquella situación, ¿por qué, es ella la última habitación? Si es la sujeto 002, dónde está el sujeto 001. ¿Por qué su habitación es la última? ¿Y, por qué es este el único cuadro con alguna escritura?

Con lentitud, apoyó su mano en el pomo de su puerta, de un metal bastante corroído y sucio, quizás el destino que les espere a cada uno de los workers de este lugar. Y abrió la puerta de lo que es su dormitorio, dejando que el frío del lugar la atormentara, entró con la misma lentitud que llevaba todo este tiempo y cerró la puerta tras de sí. Dejando que esta se moviera por sí sola, con lentitud y el chirrido de las bisagras y la madera, sin dejar ver nada más.

El interior de su habitación era igual, sino más oscuro que los pasillos. Con un espacio lúgubre y sombrío, palpando la penumbra. Las paredes, al igual que todo el castillo, formado por roca oscura y vieja, donde hay algunas pequeñas protuberancias donde se apoyan unas velas, dejando chorrear la cera fundida. Bajo la tenue luz de sus llamas apenas se logra ver todo aquello que se atesora en la habitación de esta dama.

Los muros, gruesos y fríos, parecían aislar la habitación del resto del castillo, dándole una ambiente frigorífico y misterioso. En el centro, pegada contra una pared, se encontraba una cama con dosel de roble macizo, simulando más un altar que un lugar de descanso. Las cortinas de terciopelo malva colgaban pesadamente a cada lado, añadiendole una sensación de opresión. Estas cortinas estaban desgastadas y raídas en algunas zonas, revelando hilos deshilachados y sus bordes descoloridos en un negruzco profundo. Encima de la cama, el dosel, coronado por tallas... de personajes anime, como Hero of Hell, johan, black reaper y the honored one. Proyectando sombras en las paredes cuando la luz de las velas temblaban, creando figuras que se movían por cuenta propia.

A los lados de la cama, dos mesillas de noche sostienen candelabros de hierro, enroscados en formas de espirales, como si sus brazos se retorcieran bajo algún antiguo y oscuro encantamiento. Las velas que ardían sobre ellos lanzaban destellos tumultuosos que iluminaban parcialmente la estancia, dejando zonas sumidas en la oscuridad en la penumbra y creando la impresión de que algo la acechaba, oculto en la penumbra. Sobre una de las mesillas descansaba un pesado libro de cuero negro con una hebilla metalica desgastada y con el titulo de 'Seisho. Creí que Dios creó al hombre, pero no hay benevolencia en él.'

El suelo estaba cubierto por una alfombra en tonos oscuros se lavanda y negro, con patrones hexagonales y florales, formando alguna especie de pentagrama.

Contra una de las paredes, un gran armario de madera se erguía con una presencia ominosa. Sus puertas, con tallados desde cruces, hasta oraciones bastante ambiguas. El reflejo de las velas en la madera hacía que lucieran de algún modo como si estos cantos se estuvieran recitando.

Frente a la cama, un ventanal alto, pero relativamente estrecho, estaba cubierto por pesadas cortinas, de un intenso morado, tan oscuro que se confundía con las sombras. La inexistente luz de la caverna era incapaz de penetrar por aquellas, y por muy gruesas que eran, el frío penetraba por ellas, filtrando el helado viento de la noche, llenando la habitación de un húmedo y gélido aliento, propio de las morgues.

En una de las, la más alejada de dicha ventana, y cercana a la calidez de las llamaa, un tocador de espejo manchado de plata reflejaba de forma grotesca el tenue resplandor de las llamas y lempermitia a 002 ver su aspecto, con cierta dejadez y algo de apatía. El cristal estaba cubierto por finas grietas, y devolvieron su imagen borrosa. Encima del tocador descansaban frascos de perfume de vidrio grueso, cubiertos por telaraña, con sus esencias aún rezumando en el aire, mezclados con el aroma de cera derretida y humedad rancia.

Camino, delicadamente, por lo que eran sus aposentos. Con su mano tocaba sutilmente las cortinas de la cama y luego su tocador, mirando, vaciamente, su alrededor. Encima de la mesa del tocador, un colgante con una tarjeta sujeta donde se reflejaba a la propia sujeto 002, con un corte un poco más corto que el actual, con sus ojos más brillantes y una sonrisa amistosa.

El silencio reinaba en su dormitorio, con su mirada opaca miraba el colgante y luego el fragmentado espejo sobre ella. Su imagen distorsionada y deprimente no significaba nada para ella. La ausencia de vida era tan profunda que en Otranto solo se escuchaba el crujir de las viejas vigas y el golpe de las gotas contra el techo y el cristal de su camarote.

Una noche oscura más, sin alguna luz natural y solo el poco, muy poco, la futilidad de padecer en delirios con esta oscuridad. De repente, un golpe seco resonó de algún lugar, desde una de las melancólicas esquinas, aquella en la que ninguna de las propias velas estaban alumbrando. Hizo que el núcleo de la joven ni se inmutará, y antes de que 002 reaccionara, un ruido de mecanismo en cadena sonó desde aquella brumosa oscuridad, y desde la profundidad de aquel manto emergió una forma, y unas diminutas puertas se abrieron de golpe, con un chirrido ensordecedor. Y entonces, el cuco salió.

Esta figura de madera tachada tenía algo extraño, algo aterrador en sus movimientos rígidos y su mirada fija, vacía pero penetrante. Se movía de un lado a otro, como si estuviera buscando a 002, y cuando finalmente se detuvo, con locura sus ojos aberrantes se fijaron. Y en tanto que 002 se sumergía en el caos de su mente, el pico de aquella cosa se abrió lentamente, y el grito que emergió fue grave y áspero.

Incluso tras esa situación desdichada, la mujer no retrocedió. Aquel ruido y aquel cuco solo significaba una cosa. Eran las 12 en punto de la noche. Siempre sonaba cada 12h, excepto en un momento, un único momento infructuoso, las 3:33 am. Era extraño, pues todos los relojes de esta catacumba estaban únicamente programados para las 12 am y pm, pero el suyo, únicamente, que sonaba a esta hora dispareja, y solo era ella a quien despertaba. Claro, también hay que tener en cuenta que las gruesas paredes aislaban los sonidos, pero aun así, ni los guardas que debían vigilar periódicamente las habitaciones de los pacientes eran capaces de escuchar este engendro.

Aun a toda esta maligna incertidumbre, la propia 002 se mantuvo taciturna y relajada. Su habitación siguió envuelta en penumbra, y esta se intensificó cuando la bella mujer se acercó a cada vela y sopló en el pabilo, en cada una de las velas, unicamente dejando una, una que estaba sobre un porta velas clásico, de un reluciente plateado, con forma similar de cáliz y con una asa de la agarrarla, esta vela se mantuvo sobre el tocador, alejada de su belleza.

La oscuridad únicamente se rompía por el titilar de la llama, derramando su fulgor dorado sobre las desnudas piedras de las paredes. La joven doncella, entre el juego de luces y sombras, avanzó hacia su lecho. Su figura está delineada por la tenue luz, dejándola como una figura etérea que se fundía con cada atisbo de bruma.

La noche estaba cargada por un silencio sobrenatural, como ya se mencionó, únicamente se escuchaba el crujir de la madera y hace ya un rato que el pájaro se escondió nuevamente en su nido. El cristal de la ventana y el espejo del tocador se empañaron por la humedad de la noche.

Sus manos, delicadas como las de una muñeca de porcelana, se alzaron hacia el lazo que cerraba su vestido en su espalda. Una prenda ligera, y por la humedad previa ligeramente transparente, soltandolo con dedos temblorosos, no solo por el frío, sino por una mezcla de temor y deseo. El vestido se aflojo, dejando su espalda expuesta, y la pálida curva que formaba su trasero con la lumbar y nuevamente su tórax, donde la luz de la vela jugaba, subrayando la finura de su piel.

Cada uno de sus movimientos fue lento, deliberado, casi como si su belleza se estuviera apreciando, y claramente no deseaba apurarse. Deslizó las mangas de su vestido por sus hombros, dejando su piel nívea que reflejaba la luz como mármol. Las sombras de las paredes danzaban, agitándose con mayor intensidad, como si observaran entusiasmadas la revelación de su cuerpo.

El vestido cayó lentamente, acumulándose en torno a sus pies en una masa de tela oscura. Ahora, solo su corsé y ropa interior la cubrían, prendas de seda terciopelada y encaje que acariciaban su cuerpo con delicadeza. El frío de la noche besaba su piel, y aun así, un calor sofocante se extendía por su vientre, y envolvió sus entrañas.

El corsé estaba siendo vestido con elegancia gótica. El corsé se ciñe perfectamente a sus curvas, destacando una figura de reloj de arena que enfatiza su cintura estrecha y realza su busto. La textura de la prenda, con patrones florales y de murciélagos , añaden un toque oscuro y lujurioso.

El ribete con volantes en la parte superior enmarca su escote con delicadeza, creando un contraste entre su tersa piel pálida y la rigidez del corsé. La cinta de satén negro en el centro le añade una carga coqueta y romantica. Sus pezones lavanda se esconden tras el ribete, apretando su suave y delicada piel con pulsante fuerza, y dejando sus senos en alto y hundidos por el cambio de presión. Mientras, los botones delanteros, con un brillo metálico, refuerzan su estética seductora. Su postura erguida refleja su sensualidad y la curva de su cuerpo.

Se llevó las manos al corsé, desatando con cuidado los cordones delanteros, y aflojando la presión. Con cada lazo que se soltaba, su senos se sacudían por el peso, y su cuerpo sentía más frío cutáneo. El corsé cayó al suelo con susurro casi inaudible, y finalmente, la luz del fuego pudo abrazar casi todo su cuerpo. Solo quedaba una única prenda, sus bragas, pero aún así, la llama delineó su curvilíneo cuerpo, destacando la con trazo dorado, cada línea joven y vibrante.

Se quedó quieta por un momento, breve, pero eterno. Dejó que el aire fresco junto a la humedad acariciará su piel, cerrando sus ojos mientras un escalofrío subía desde su trasero hasta su cuello. Posó suavemente una de sus manos en su seno derecho, y una vez que se calmó, suspiró con suavidad. Era como si algo en la oscuridad la inquietara, la observará con ojos depredadores.

Abrió los ojos de golpe, sintiendo una presencia. Sus labios, entreabiertos, dejaron escapar unos pequeños suspiros, con los que sacudía su pecho y su delicado abdomen se hundía. Manchaba el aire con vaho caliente. La llama de la vela temblaba con intensidad, como si algo alterará el aire de la habitación.

Con sus pies descalzos avanzó hacia el camarón, con su manos corrió ambas cortinas que cubrían su paso. El colchón estaba cubierto por una manta negra y oscura, de terciopelo.

Se llevó las manos al último velo de encaje que quedaba en su cuerpo. La retiró lentamente, dejando que la tela resbalará por su delicada piel, y bajando su cuerpo para retirarla de su piernas. Dejándola completamente expuesta bajo el fulgor y la penumbra. Una sensación de vulnerabilidad la consumió desde dentro.

Se tumbó sobre la cama, dejando que el peso de sus temores bajará por su aceite, cerró la cortina y se relajo, exhalando con vehemencia. Levantó una pesada sábana, gruesa y fornida, formada por una especie de pelaje malva, y cubrió su ser con su abrazó. En silencio, el único ruido que quedaba era el chispoteo de la llama, el rugir de su núcleo y la suavidad de su respiración. Y sintió algo, un soplo de aire helado rozó su cuello, pero ella no se movió. La luz de vale no atravesaba las cortinas, la llama menos intensa, y una innegable oscuridad la sumergió. Mientras su cuerpo, rendido por el experimentos, caía en el sueño y su procesador dejó de funcionar, entrando así en la onírica pesadilla.

...

...

...

No desvanecerse en un lento letargo, en la lentitud del vacío, en la sombra de su cuerpo. Podrá Dios traer tranquilidad a mi cuerpo, y dejarme abrazarte una vez más.

He ahí, con lentitud me desperté, sobre pasto verde, en una pradera soleada. El cantar de los pájaros, el aleteo de las mariposas y la suave corriente de un río, con la frescura del aire puro.

Al abrir mis ojos vi un profundo bosque oscuro primigenio, donde veo una silueta mirándome, encorvada y con un bastón en su mano para poder mantenerse de pie. Únicamente sus ojos se hacían de ver, mirándome con una intensidad dorada.

Escuché una risita suave detrás de mí. Girándome, pude ver el mismo amigable joven que en mis sueños está. Pero se mantenía en una prolifera sombra, su sonrisa era radiante como de costumbre, su mano estaba sujeta con la mía. Entrelazado sus dedos con los míos y sus ojos igualmente amarillos, aunque menos inquietantes que los de la bruja, y más cálidos y cariñosos.

"¿Entonces vamos al bosque Nori, damos un paseo o algo así?" Dijo, suspirando.

"No seas necio." Respondí, con un amargor en la boca.

Respondió con una risita honesta. "Solo bromeaba, dulzura."

Rápidamente se levantó, pero al tener mi mano sujeta a la suya me alzó con él, dejando ver su gran altura y dejándome a mí más bajita y erguida en el pasto. En si, le llegaba un poco más abajo del pecho.

Extendió sus brazos y me alzó en lo alto, abrazándome y sacudiendome de lado a lado, con unas risitas rápidas y alegres, contagiosas, pues antes de darme siquiera cuenta, yo misma empecé a reírme con él.

"Hoy sí que estás cariñoso, pequeño cachorro." murmuré para él y acerqué mi rostro hacia él suyo, su tonta sonrisa iluminaba su rostro. "Bajame ya, tonto." Le exigí, avergonzada por la situación. Y así lo hizo, me bajo a la altura del suelo y mi rostro quedó rápidamente atrapado por sus dos grandes, cálidas y ásperas manos, y su tonto rostro me miraba energicamente, como si esperara que dijera algo.

Pero antes de que él o yo hiciéramos algo, un croar de cuervos resonó, cercano a la oscura espesura del bosque y ahora estábamos aún más cerca de aquel bosque, a unos pasos, justo en el límite entre el pasto claro y el pasto oscuro, del cual emergen raíces gruesas y viejas hasta formar un gran árbol, y filas de ellos.

Todo en mi se aterro, y solo pude aferrarme a la mano de N, ahora sujeta a la mía. La apreté con fuerza y comencé a sentir como mi boca se reseca. El brumoso follaje se había transformado, no se cuando y como, pero ahora se sentía en mi ferrodermis, un escalofrío que recorrió mi columna vertebral como si la textura del aire fuera más grumosa y densa.

Hasta hacía un momento, los sonidos vividos del bosque: los cánticos de lechuzas y ulular de búhos; los grillos insistentes; o el soplido del viento. Ahora, un silencio sepultar se había tragado todo, un silencio pesado que oprimía el aire y asfixiaba mi pecho, como si el aire saliera de mis pulmones sintéticos.

Intenté controlar mi respiración, pero el diafragma no parecía obedecer. El simple acto de inhalar y exhalar resonaba en mis oídos como un ensordecedor estruendo, y mi respiración se hacía frenética y frenética. Cada latido de mi corazón martillaba con un ritmo agitado mi pecho, casi sintiéndose como si mi núcleo tuviera vida propia y exigiera salir, violentamente, de mi tórax.

Entonces, lo sentí, una presión indescriptible, como si algo, desde el centro del bosque, hubiera girado sus ojos hacia mí. Aunque, nada visible nos miraba, la bruja había desaparecido, nada cerca de los árboles. Pero la sensación se siguió aferrando a mi metal y a mi endoesqueleto, como si una presencia invisible se mezclara conmigo.

Mi estómago se retorció, pero no era por miedo, sino... como si algo en mi interior se estuviera mezclando, como si un caldo estuviera siendo revuelto en mi interior. Una náusea profunda y antinatural, como si algo casi más grueso que mi garganta tratara de forzar su salida, incluso raro, como una mano o unos dedos que rascaban mi laringofaringe y rompían la mucosa y la arañaba, causandome un dolor profundo.

La sombra de los árboles se hacía más prolongada, más extensa, más oscura, ondulantes de forma poco natural. Traté de mirarlo, pero ví que su cuerpo estaba rígido, inmovil, quizás paralizado. "Nekros..." trate de llamarlo, pero mis palabras ni yo misma las escuche, eran más un murmuro breve y suave. "Nekro...!" Traté de gritar, pero fuera lo que fuese aquello que trataba de salir de mi faringe baja me impidiera hablar.

Cerré los ojos con fuerza, pero aun así, aquello que nos acechaba seguía ahí, dentro mia. Como si algo se estuviera deslizando dentro de mi cráneo, frío y viscoso, alguna especie de platelminto o similar, con tentáculos se estuviera arraigando o innervando en mis meninges.

Mis manos comenzaron a temblar. Las uñas se hundían en las palmas, tratando de afrontar el miedo que me envolvía, pero no fue suficiente, toda la sensación seguía envolviendome, ciñéndose como oscura bruma.

Y algo me toco, ya estaba al borde del llanto todo mi cuerpo se sacudía, pero esas dos manos apoyadas en mis hombros me agitó de alante a atrás, y una voz suave y cálida.

"Noris." Siguió sacudiendome. "¡despierta!" Gritó, no en amenaza,no enojado, solamente preocupado. "¡Nori!" Volvió a repetir, y al abrir mis ojos, ahora con lágrimas en la comisuras, vi como Nekros me miraba y sujetaba, preocupado por mi.

"¿Don-dónde estamos?" Pregunte con la voz quebradiza.

"¿Cómo así? Ehh... en la... entrada del bosque..."

"¿Por qué carajos estamos aquí?" Chille con el dolor aun en mi garganta.

Su rostro lucía confundido, sus hombros estaban relajados y algo caídos, sus ojos están suavizados y tristes. "Pues... fuistes tú... la que nos trajo aquí..." me respondió con voz tranquila y me dejó aún más confundida.

"Me... me siento muy mareada... mejor... vámonos a descansar..." trate de decir, mientras mi mano derecha acicalaba mi cuello con sutileza, mirando a la profunda bruma.

"Entonces... ¿qué quieres comer Nori?" Me pregunto Nekros, y extrañada gire mi cabeza, viendo como ya no nos encontrábamos cerca del bosque. Mis ojos observaron una gran calle, con una calzada en el centro para la carrocería, y en uno de los bordes, él y yo sentados.

Nekros al frente de mí, con una carta en su mano y yo misma tenía otra también, al bajar la mirada vi que era de un restaurante, con distintos platillos y bebidas. "eh..." me costaba pensar en mi situación, o si quiera en donde estamos.

Me resultó muy desconcertante como Nekros se mantenía tranquilo en su sitio, perdido en las deliciosas comidillas que nos ofrecían, pero esta pequeña ciudad era más oscura en contraste con la apacible y colorida presencia de mi acompañante.

También, un sutil y pequeño ruido placentero de un río que parecía surcar por aquí. Pero aquí había una plaga, por el suelo, las mesas vecinas, los platos de comida de otros transeúntes, el blanco pelo de Nekros. Todo estaba lleno de perfidas y asquerosas ratas, todas ellas, negras y sucias, con un hedor a humedad y putrefacción.

"¿Qué desea comer señorita?" me preguntó una tercera voz con una pronunciación arrastrada y rusa, y al mirar a mi izquierda vi a una joven mujer de pelo morado oscuro o azul profundo y con un corte de pelo bajo, estilo bob clásico con flequillo completo, con mechones a la altura de la mandíbula. Con su cabello liso y grueso, con un flequillo recto y pesado que cubre su frente.

"Uhhh... ehhh... ah, si, si. Pues... quiero... ¿Unos intestinos humanos rebozados acompañados con falanges fritas? ..." murmure el nombre del... extravagante platillo. "Y de beber... ehh... sangre, gracias... Yeva."

"Yo quiero corazón a la brasa bañado en plasma sanguíneo, y unas pleuras gratinadas, con linfa como bebida. Gracias." Sonrió como un radiante sol.

Mientras mi amiga se alejaba, Nekros comenzó a mirarme con unos ojos insistentes y una sonrisa inquietante y rara, pero antes de que pudiera cuestionar algo, rápidamente los platillos de comida llegaron a nuestra mesa, y en esta ocasión, como si hubiera pasada un largo tiempo, el pelo de Yeva había duplicado su longitud, incluso llegando al suelo.

Y tan rápido como llegó la comida, la soviética abandonó la escena entreactos, e inquietantemente, Nekros comenzó a devorar la comida, como si fuera un lobo feroz y hambriento.

Como si el día se oscureciera en la más grotesca pesadilla, apenas una pálida luz de una lámpara de aceite, cercana a nuestra mesa, colgando de una pared. Una niebla espesa flotando en el aire, cargada del hedor metálico de la sangre y la podredumbre.

El rostro de Nekros se hundía profundamente en su plato de comida, desgarrando la carne cardiaca con un sonido nauseabundo, el crujido húmedo de la piel que rompía la quietud adyacente.

De sus manos crecieron garras, largas y retorcidas, clavadas en los extremos. Con movimientos frenéticos, casi desesperados, arranca pedazos de carne supurante que cuelga de su hocico antes de engullir las de un bocado, la sangre salpica alrededor y mancha mi rostro y vestido con un espeso carmesí. Cada mordisco que da está siendo acompañado por un gruñido grave, gutural, como si Nekros disfrutara cada instante del festín.

Yo, por mi parte, únicamente pude agarrar el tenedor y el cuchillo, y con lentitud comencé a cortar la carne, de la cual empezó a segregar una sustancia negra e intensa, con un brillo magenta. Mirando a mi amado, solamente pude dudar en meterme el trozo en la boca, pero con vacilación, deje que la suave carne tocara mi lengua, y cerrando la boca, el manjar tocó mi paladar, y antes de darme cuenta, ya me encontraba disfrutando de la deliciosa carne, incluso lamí el plato.

Ahora solo se escuchaba una cacofonía de órganos siendo desgarrados y mutilados insoportablemente; húmedo, viscoso, delicioso. En un momento, la bestia se detuvo, levantando su cabeza. Con un fragmento de vaso sanguíneo colgando de sus fauces, mientras lanza una mirada penetrante hacia mi. Sus ojos, amarillos y brillantes reflejan una mezlca de hambre insanciable y locura desenfrenada.

Y ahora, mi cuerpo se paralizó, aterrada por el miedo que me infundía el monstruo, el olor rancio dejó de proliferar, y fue sustituido por un hedor que se me hacía conocido. "¿Conozcó este olor? ¿Quién eres tú?"

La figura de Nekros pasó a mirarme, luciendo grotesca y aberrante. La criatura se yergue entre las sombras, un horror de pesadilla casi demencial. Su cuerpo se había vuelto desproporcionado y retorcido, pasando a ser una amalgama de carne, huesos y metal corroído, desafiando la lógica anatómica. La piel más externa luce similar a la humana, pero desgarrada, cubierta por llagas abiertas y tejido negruzco que supura un liquido negro y pestilente, goteando contra las piedras del pavimiento con un sonido nauseabundo.

Su torso es una abominación, con las costillas expuestas y que se retuercen cuando éste respira, estirando la carne. Los músculos palpitan bajo la superficie, tensos como si estuvieran al borde de romperse, partes del cuerpo sustituidas por brazos metálicos, similares a los de los workers en forma de eslabones metálicos.

Pero sus extremidades son absurdamente alargadas y deformes, terminan en garras metálicas con un filo parecido al de un garfio, siendo cuchillos oxidados. Cada dedo está hinchado y cubierto por estas uñas metálicas, rotas. Mientras las venas negras como raíces se extienden por toda la longitud de sus brazos y piernas. Las extremidades traseras, arqueadas y asimétricas, lucen débiles y anoréxicas.

Su rostro es un verdadero horror sacado de la verdadera locura. Una cabeza desfigurada y elongada, con mandíbulas que se abren en un ángulo doloroso, mostrando numerosas filas de dientes, brillantes como la plata, pero agrietados y ennegrecidos. De su boca brota un hálito fétido, visible como un vapor espeso. Los ojos, o eso parecen ser, son orbes hundidos en cuencas que forman unas cruces, de un intenso amarillo enfermizo, mucho más repugante que la bruja.

De su espalda sobresalen unas protuberancias óseas, que se curvan en ángulos erráticos y forman alguna especie de alas, aunque ahora mismo lucen más como unas cornamentas degradadas. Los parches de pelo que cubren su cuerpo están ensuciados con sangre y son pegajosos.

Mirándome, quizás pensando en cómo devorarme, o usarme como un juguete para su uso y disfrute. Mantiene cierta distancia, pero sus intenciones son claras. "Eres tú..." murmuré, sintiendo como el bolo gástrico forzaba su subida por mi garganta. "Tu... eres la bestia..." tartamudeó sintiendo como el frío cubría mi piel, sintiéndome sola, abandonada, una huérfana...

"¿Me acabas de llamar monstruo?" preguntó la voz distorsionada de Nekros.

Y solo pude responderle. "Tu eres una bestia..." con una tartamudez sutil y débil, pero la estupefacción me golpeó cuando afirmó: "Si lo soy." Con total sinceridad, con voz grotesca y firme, casi sintiendo como si estuviera deseando matarme.

La oscuridad que nos rodeaba era grotesca, soporífera, casi se sentía un calor bochornoso que consumía mi cuerpo.

El cadavérico Nekros comenzó a avanzar, a pasos deliberados y cansados, casi como si su cuerpo se rindiera por el doloroso estado en el que se encontraba. Cada paso que daba, su cabeza se ladea y agita contra los lados, como si estuviera muerta, y por su peso se cayera.

Mi cuerpo se negaba a retroceder, el miedo producido me hacía quedar helada, las lágrimas quemaban mis ojos. Un paso más pesado, sonando como un chapoteo húmedo y áspero, pegajoso.

Me veo forzada a dar un paso atrás, atemorizada, terminó resbalando y cayendo en el frío y tibio suelo, manchado por una sangre acre y apestosa. Incapaz de moverme, solo me queda esperar la grotesca decisión del clérigo.

La abrasante respiración del monstruo golpeaba mi rostro, su hediondo y pérfido olor a sangre podrida, el soplido de sus fosas nasales sacudiendo mi pelo, y pulverizando mi rostro con una humedad mucosa.

La impotente presencia del maldito se extendía por la zona, y aun me negaba a abrir mis ojos. Su pelaje llameante acariciaba mi piel sintética, incluso sin aún no tocarme, se siente como sus músculos se tensan. Sólo queda esperar, la horrible situación me sacudió, y cuando sentía que las lágrimas descendían por mi pantalla digital, la lengua áspera limpio mi parabrisas y dejó parte de mi pelo pegado y pringoso.

La grotesca zarpa de mi agresor se apoyó sutilmente en mi pecho. Las delgadas y firmes garras presionaban mi pecho con una sutileza, pero mi estómago se retorcía al sentir el espesor de mi sangre y la tela rasgada abandonando mi delantera. Con un chasquido de su lengua, y la frialdad de la oscuridad, mis prendas abandonaron mi cuerpo, y una marca de arañazo, no muy profunda pero dolorosa, consagra mi tórax.

Era repugnante, asqueroso, y aun así la emoción bailaba en mi cabeza, casi dejándome sin pensamiento. Su olor crudo, la peste de la sangre, la bestia sedienta y su calor corporal, todo hacía que las lágrimas siguieran bajando por mi rostro. Jadeaba, temerosa, ni siquiera quería verlo, no podía mirarlo, pero lo sentía, sus garras, su boca babeante.

El hedor a hierro y a propano inundó mi nariz y me atragante, si hubiera comido un poco más, probablemente hubiera vomitado todo sobre mi pecho.

Su otra zarpa, aquella que no tenía mis prendas enredadas en sus uñas, se colocó sobre mi espalda. Mis manos, inconsciente yo de ellos, se abrazaron mutuamente, adoptando una pose de rezo, y se presionaron sobre mis senos, sintiendo el ardor de la herida y la calidez de mi aceite, aún quemando, aún picando.

Levantando mi rostro, casi queriendo que Nekros lo pareciera. Con suavidad separé mis labios, y murmuré en un rezo avergonzado, sometiendome a él, ya no hay salvación para mí. Fui tentada y cedí, lo quise. "Ven... a mi... Ven a mi."

Con rapidez pero cuidadoso, mi amante me tumbo, la garra de la espalda me presionaba contra el suelo, con firmeza, pero caí sobre mis prendas rotas y manchadas, y he de agradecer al conde, que con mucho cuidado se aseguro que mi rostro no recibiera daño.

Cuando ya se acercó a mi retaguardia, abrí mis piernas para él, como una prostituta ansiosa.

Mis jadeos fueron ahogados por los profundos ruidos emitidos por la garganta de la bestia. El licántropo se situó sobre mí, plantando sus prominentes patas a los lados de mi cabeza, dejándome sin aliento cuando su peso se cernió sobre mi. Su aliento cálido y pérfido se extendió por mi cuello, un olor crudo, primitivo, adictivo.

Entonces sentí el fuerte calor abrasador que se apoyaba en la hendidura de mis nalgas. El caliente suspiro que jadeaba quemó mis sistemas auditivos, transmitiendo la calida lujuria que se estaba apoderando de nosotros.

La polla del sabueso, abultada por la necesidad y reluciente por la sangre, se deslizó sobre mis glúteos. Su mandíbula se extendió, en toda su envergadura, de la profundidad de su faringe una pesada y espesa bruma maloliente. Y sus dientes amarillentos, cerosos y manchados de un rojizo negruzco, de un fuerte mordisco, sus colmillos se clavaron en mi delicada piel pálida como el mármol.

Mis ojos se abrieron de golpe, profundos y oscurecidos por el dolor. Mi sangre salpicó, manchando mi rostro con gotas negras, rojizas como el pecado.

La punta de su eje ardía contra mi dorso, goteando su líquido preseminal. El vapor que emana de su falo era más que suficiente para prender mi organismo. El tamaño de su miembro es aterrador, mucho más pesado de lo que habría imaginado.

Mis muslos estaban separados mientras sus caderas golpeaban secamente contra mi trasero, restregando su miembro por la raja.

Casi todo se había ido, mi mente, la suya, sólo quedaba el desespero pervertido por... ¿Apartarnos? Un profundo gruñido agitó mi escápula, donde clavó sus dientes. El hedor de su almizcle lleno mis cosas olfativas, mezclándose con la sangre y el sudor.

El licántropo se reorganizó, presionando la punta de su miembro contra mi fina hendidura virgen. Solo me quedaba hiperventilar con los ojos llorosos y ardiendo por el olor. La enorme presión golpeaba mi entrada, demasiado grande como para entrar. Un breve momento de tensión en el que la bestia empujaba su miembro con tal fuerza que casi parecía doblar su propio miembro. Sin embargo, facilitado por los fluidos de mis labios se abrió paso dentro mía con una fuerte embestida. Aulló, sin separar sus fauces de mi, feliz porque su grueso eje me estiraba más allá de mis límites.

El órgano reproductivo de Nekros estaba resbaladizo por la sangre y mis fluidos reproductivos, y a pesar de estar hinchada, esto no dificulta que terminará de incidir en mi interior. Mi cuerpo temblaba por el creciente dolor, y me forcé a apretar mis dientes para soportar la monstruosa cosa que perforaba mis entrañas.

No se calmó aunque logró profanar mis campos santos. No esperaba mi comodidad, y no le importaba mi reacción al dolor, por muy delicado que fuera mi cuerpo, todo lo que le importaba era saciar nuestra lujuria, deformar mi estómago y quizás... engendrar sus fracasos en mi.

Dolía, dolía mucho. Dejé de oler, de sentir, solo podía percibir cómo su miembro empujaba mis órganos intraperitoneales y los subía dolorosamente. Y él ignoraba todo eso, y aquellas fauces presionaron más fuerte hasta que con un crujido fuerte, arranco mi miembro superior derecho. Solo me quedo gritar, un grito desgarrador y cruel, haciendo que me doliera la laringofaringe.

Dejándome escuchar cómo masticaba mi carne, y devoraba mi ser. Pero incluso, tras ese umbral del dolor, su penetración me mantenía extasiada, incluso... me hizo dudar si sentía placer por el dolor, o dolor por el placer, pero era tan adictivo como la inyección más sabrosa de todas.

"Tú... tú boca... sobre... mi pecho... chupa... ahora, chupa." Tartamudeo con suavidad y áspera. "Hazme llorar..."

"Baja tu lengua por mi mejilla... lámeme... hazme tuya. ¡Más fuerte!"

La suavidad con la que me trataba antes desapareció, una de sus zarpas se levantó y rápidamente se apoyó sobre mi cabeza, empujándola contra el pantanoso suelo manchado de sangre, con una presión absurda y dolorosa, y solamente podía gemir, no sé si de dolor o placer, pero mi cuerpo me forzaba a gemir.

Con cada embestida, su enorme polla profundizaba más. Mi frágil cuerpo temblaba, indefensa ante la fuerza y la gruesa longitud de su hombría estirando mis paredes, forzándolas incluso a casi sentirlas romperse.

Mi mundo se estaba reduciendo a la reluciente sensación de fricción cruda, al chapoteo obsceno de mi vulva. Mis gritos se redujeron a gorgoteos impotentes, mientras las embestidas se hacían más feroces. Cuando, la otra zarpa agarró uno de mis muslos, apretándolo con fuerza y rápidamente me la arrancó, pero eso no fue así, fue deliberado, lento, calculador, asegurándose que fuera doloroso. Dejando escuchar el crujido de mis huesos y el despellejamiento de mi piel.

Aún así, yo solo gemía como una perra necesitada, sintiendo un espesor cálido hinchándose y presionando mis labios cada vez que la base de su eje me martillaba, y se presionaba con urgencia contra mi vagina. Haciendo que las embestidas se convirtieron en fuertes bofetadas contra mis nalgas. La presión aumentaba con cada embestida profunda y despiadada, el nudo me estiraba erráticamente, exigiendo entrar, exigiendo unirnos y llenarme de su semen.

Mi cabeza comenzó a comprimirse, aplastando parte de mi rostro en el sangriento suelo. Y podía escuchar a mi amante disfrutar y regocijarse con el sabor de mi pierna. Con un último y fuerte empujón, brutalmente, el nudo se abrió paso, rompiendo mis labios e hiriendo mi vulva. Mi cuerpo trató de luchar, adaptarse al tamaño, pero no fue así.

Mi cuerpo no lo soportó, y las paredes vaginales se desgarraron, mi cérvix se rompió y mi útero se desgarró, destrozando mis vísceras. Lejos del dolor, gemi por puro placer, y un rugido gutural producido por la bestia sacudió e hizo vibrar mi cuerpo.

Se corrió, bombea chorros continuos, cálidos de su semilla en mi interior. Podía sentir la caliente espesura propagándose por mi abdomen, fuera de la cavidad uterina. Y el nudo nos mantenía conectados, unidos y sellados.

Ya no había salida, la pesadilla perdurará, se había vuelto en su perra, completamente sembrada, con mi vientre abultado. Y el dolor se extendió aún más, hasta que al fin, fuera del sueño, la garra de mi clérigo aplastó por completo mi cabeza, y el sonido del cuco me despertó.

Así fue, un sonido ensordecedor, mucho más molesto que cualquier otro cántico formulado por otra ave. Similar al graznido más violento de un cuervo, casi avisando de algún lamentable suceso, los llantos fúnebres de un depósito mugriento.

Un olor profundo y húmedo invadía la habitación de la bella mujer, haciendo que el malestar general, por el sueño tan lúcido de su brutal mancillación, y el grito chillón del viejo cantor, todo se volvía tan real. Tan soporífero, incluso se podía escuchar el goteo lento y pegajoso de la sangre pálida.

La cabeza le pitaba, como cuando uno se despertaba con una profunda migraña, con un dolor punzante, incluso con explosiones consecutivas en la corteza cerebral, reventando los nervios y dejando la cabeza en un estado de entumecimiento.

Todo se volvía tan brillante, incluso tras la oscura manta de la noche. Sus ojos estaban siendo cegados por una intensa luz amarilla, casi anaranjada, y dolorosa, oh si, tan dolorosa como mirar al sol y sentir como tu piel se quema.

Una oleada de náuseas profundas la golpearon mientras instintivamente forzaba a su cuerpo a alejarse de aquel grotesco horror, y así, cuando se reposiciono sobre su cama, apoyando su espalda contra el cabecero y acurrucando se, contrayendo sus piernas hacia su abdomen.

La antes oscura habitación estaba siendo bañada por la claridad de Selene y la tela que cubría el dosel de la cama relucía bajo el rocío de la luna.

Salvó por una discordante sombra que manchaba la vista de Nori, observándola, maldiciendo la.

Su espalda ardía de dolor, como si unas profundas heridas la fustigaran. Las luces de las velas hace tiempo que se habían marchitado, el cantar del cuco aún marcaba su condena, más suave, más muerto. Pero el temor seguía mancillando la impureza de Nori.

Mirando al acechador, se sintió forzada, juzgada casi... como una meretriz de cualquier burdel. Incluso si fuera por su propia perversión o poseída por una de las muchas viudas. Sus piernas se abrieron, dejando ver su marfil apertura, limpia y granadina.

Algo en aquella sombra se sentía real, casi como si el mal sueño fuera recordado, y el hambre recorría el cuerpo jovial, exponiendo sus labios pálidos al parpadeo del cuco.

Sus filosos dedos fríos se acercaron a la cálida flor y aunque el escalofrío recorrió su dolorida espalda, no retiró la suavidad de sus yemas.

Claro, todo era suave, los labios externos, las puntas de sus dedos, pero, su clítoris estaba lejos de eso, ardía dolorosamente y su dureza era comparable al diamante.

Cómo una chispa de fuego escondida en la oscuridad blanca de su piel, encendiendo toda la piel alrededor de sus muslos, calentando la aún más de lo que ya estaba.

Cómo los pétalos de una flor de luna amazónica, exótica y reluciente por el asperjar del cauce desbordante del éxtasis absoluto. Y finalmente la oscuridad consumió la noche, todo el brillo de Lua desapareció y el cuerpo caliente de Nori quedó expuesto al propio frío de una roca marchita de la se sobre explotó por las manos de los dioses.

...

Pasadas las horas del luto, los relojes de otras habitaciones retumbaron y sacudieron la estancia. Despertando a cada uno de los sujetos de pruebas y asegurándose que nadie, ni una sola alma en pena ni estuviera fuera de rutina.

He aquí, donde en una de los tantos aposentos del castillo, tras tantos arcos, tras profundas y húmedas rocas. Una de las tantísimas puertas estaba una drone de las tantas de estos lares. Una joven de corte estilo bob, de un color malva oscuro rozando casi la negruzca bruma tóxica, con ojos rojos brillantes y una mirada de indiferencia.

Hace ya unos breves instantes su reloj de cuco dejó de resonar y solamente dejó el quitó silencio y el mecer de las manecillas, nada más.

Hoy era otro día más de esos, donde cada una de las pruebas era más invasiva, más intrusiva... más dolorosa, y a pesar de todo, era su vida diaria, nacieron aquí, crecieron aquí, no hay nada más, solo la cueva.

Ya lo dijeron una vez "La ignorancia es la fuerza" y ella es fuerte, es la mayor de sus dos hermanas y como tal, ha de ser fuerte, si se ignora aquello que duele, entonces será más fuerte.

Bueno, tras tanto tiempo, aquí tienen el siguiente capitulo, la universidad se complica cada vez más así que dios sabe cuando volveré a publicar, igual sigo teniendo borradores los cuales tendré que corregir y mejorar, espero lo hayan disfrutado y díganme que les pareció.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro