19. Locura
Los soldados de la RG10 habían decidido salir de allí. Cada vez les ocurrían cosas más y más extrañas, y todo mientras habían estado allí. Byron, esta vez más calmado y después de haber detallado su visión justo antes de la explosión, cogió los mandos de la nave para poner fin a su estancia en aquel lugar de nebulosas de colores.
Mientras, Heinrich se había propuesto investigar a fondo las consecuencias de aquel viaje producido por la explosión en sus cuerpos, apuntando cómo principales factores la pérdida de memoria de sucesos y la ira descontrolada en indeterminadas ocasiones. Tocaba, cómo buen científico, comprobar su teoría a la práctica.
Anteriormente había preguntado a Lisa y a Jack sobre si habían experimentado estos ataques de ira o de pérdida de memoria, sin embargo, ninguno lo había padecido, ni si quiera él mismo. Lo cual, pensaba mientras le ponía unos electrodos a Miles, significaba que no era posible que hubiera sido aquella explosión y posterior irregularidad atómica lo que había producido esos síntomas. Tan sólo Miles y Byron habían presenciado esas "visiones", por lo que es muy posible que hubieran tenido algo que ver.
Heinrich encendió la máquina a la que iban conectados los electrodos, para posteriormente iniciar un programa que mostrase un esquema de impulsos eléctricos de todas las partes del cuerpo de Miles, reflejados en una de las pantallas del zepelín. La imagen claramente mostraba que las zonas afectadas del cerebro de Miles eran la de la memoria y la emotiva.
- Si vosotros sois los únicos que teneis éstos síntomas, debe ser claramente por que habeis presenciado esas visiones. - diagnosticó Heinrich - Pero realmente resulta muy complicado cómo es posible que os haya afectado.
- Por cierto, Heinrich - le cortó Byron sin hacer demasiado caso a su exposición científica - Debo darte la razón.
- ¿En qué? - le miró con curiosidad -
- Acerca de los aviones con esvástica nazi. Los ví. -
Los demás emularon al científico al oirlo.
- Cuándo estaba esquivando a esos aviones sin piloto me pareció ver a más de uno con ella en las alas y en el cuerpo. Después comprobé la localización de donde estábamos, en Leymber. Arriba de Alemania.
- Si. - asentía - Parece que el misterio sale poco a poco a la luz. Y parece estar todo relacionado con el espacio tiempo.
- ¿Quieres decir que esos aviones vienen del pasado? - saltó Lisa intrigada -
- Si quieres que te diga la verdad, no tengo ni idea. - suspiró e inmediatamente sonrió - Y por eso voy a investigarlo sin descanso.
El ambiente de la aeronave era extraño, reinaba un sentimiento de optimismo y claridad, pero a la vez una tensión notoria ante los imprevistos que últimamente saltaban en cualquier momento. Ya habían pasado varias horas tras la marcha de los soldados de aquel lumínico lugar, pero una y otra vez seguían viendo el mismo paisaje. Byron miraba de un lado a otro, preocupado, mientras la nave iba aumentando progresivamente de velocidad, hasta que Lisa le paró por compelto.
- ¡Oye, espera! - dijo acercándose al pasar por detrás suyo - Esa nube amarilla... ¿no es la que vimos cuándo empezamos a marcharnos? -
-¿Qué? - respondió Byron nervioso - Eso es imposible, hemos ido en dirección hacia el este, no...
- Pero es la misma forma medio triangular ¿no te das cuenta? -
Byron tragó saliva imaginando lo que ocurría, pero sin encontrar un motivo racional para ello.
- ¿Hemos estado dando vueltas... en círculos? ¿Todo éste tiempo? -
- Si eso es así, es posible que la inestabilidad atómica haga que la dimensión se altere, produciendo un efecto esférico...
- ¿Te crees que estamos en una de tus conferencias de científicos? - le gritaron angustiados -
Heinrich se calló, molesto, mientras les miraba mal.
- ¡Yo hablo cómo me da la gana, ¿entendeis?! En definitiva, este lugar se ha convertido en un una especie de bola gigante, y nosotros estamos dentro. -
- Pero... alguna salida debe haber... ¿no? - dijo Lisa todavía más asustada -
- En términos científicos... negativo. - respondió copiando su misma cara -
En ese momento Miles escuchaba la conversación en la lejanía, puesto que debía estar quieto para que los datos se registrasen bien en la máquina. En un ataque de ira empezó a gritar y a quitarse los electrodos del cuerpo.
- ¡¿Quedarse aquí?! ¡No me pienso quedar aquí para siempre! -
- ¡Sujetadle! - gritó Byron mientras se acercaban veloces hacia él -
Su mente podía pensar, podía razonar, pero por algún motivo algo le impedía expresarse. Sabía que debía pararse, estar tranquilo, pero no podía. Una fuerza le ganaba la batalla dentro de él, y salía más rápido y con más fuerza que su cabeza.
- ¡Me voy de aquí ahora mismo! ¡Nos vamos ahora mismo! - gritaba mientras cogía una granada de mano en un armario cercano -
Jack llegó a él y le propinó un puñetazo en la cara para que se calmara, pero Miles le respondió con otro y le empujó al suelo. Mientras, Lisa intentaba sujetarle por detrás, pero ésto no le detuvo y se zafó de ella a la fuerza. En dirección a las escaleras que llevaban a las salas de artillería y de máquinas, se topó con Byron y Heinrich que le sujetaron de los brazos.
- ¡Tranquilízate, Miles! - le gritaba Byron una y otra vez mientras Miles ofrecía resistencia - ¡Para ya!
- ¿Que demonios vas a hacer? - decía Heinrich para saber cuál eran sus intenciones para marcharse -
- ¡Voy a tirar una bomba y vamos a salir de ésta cárcel! ¡Explotará todo y volveremos! -
- ¿Estás loco? ¿Y si sale mal? ¿Has pensado que si no funciona todos vamos a morir? - dijo Byron mientras seguía forcejeando con él, mientras que Heinrich le miraba pensativo -
- ¡Y qué si vamos a morir igualmente! -
Ante ésto Byron se quedó perplejo y consiguió zafarse de él con una patada en el estómago, mientras que Henrich le seguía sosteniendo el brazo.
- ¡Escúchame, Miles! ¡Lo que dices puede ser verdad, pero es demasiado arriesgado! ¡Puede haber otras formas de salir de aquí! -
Lisa llegó para ayudarle, pero Miles, en un ataque de furia todavía más potente, les empujó al suelo y empezó a bajar las escaleras, mientras le quitaba la anilla a la granada de mano. Sin embargo, detrás suya le seguía Jack, que ya se había recuperado del golpe. Justo en el momento en el que iba a tirar la granada por el hueco de las escaleras, Jack se abalanzó sobre Miles, quedando los dos tumbados en las escaleras, mientras la granada explotaba en los pisos inferiores.
De nuevo, todo negro.
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William Kozlov se sentía un verdadero capitán viendo la luna en lo alto de su zepelín personal. Nadie, ningún general había estado más alto que él, nadie había llegado al nivel de la luna. Él sí. Y pensar aquello le hacía regocijarse de una manera excepcional, y mucho más después de haberles ladrado a los inútiles de su tripulación.
Seguir a aquellas moscas terráqueas fugitivas les había conducido a perder más de la mitad de sus naves y de sus hombres. Ahora debía llamar a todo el ejército entero si quería eliminar de una vez a esos malditos zorros celestes. ¿Cómo demonios habían podido sobrevivir a aquel campo de aviones suicidas descontrolados? La única explicación era la pésima organización de los inútiles de sus tenientes. Estaba seguro que les había visto explotar en aquella triple colisión, pero sus científicos aseguraban que había una probabilidad muy alta de que ocurriera algo que, en definitiva, les salvase. Es decir, que ellos se habían salvado con una explosión de ese calibre y sus naves habían quedado reducidas en cenizas, sólo por que no era una explosión de gran tamaño. Parecía que tenían la suerte claramente contra ellos.
Kozlov se volvió a acomodar en el sofá en el que estaba sentado, mientras respiraba el aire que llegaba al globo de la aeronave. Bien mirado, podría organizar una fiesta en el momento en el que mataran a los zorros celestes allí arriba, pero sus subordinados no se merecían ni eso. Bastante tenía con aguantar sus incompetencias.
La luna le miraba sosegada, sin ninguna preocupación, cómo si en todo momento supiera que iba a pasar. Su semblante hacía estremecerse al general de los halcones firmamento, pero ni siquiera ese sentimiento iba a cambiar un ápice de lo que deseaba con todo su alma. Ni siquiera aquella espléndida luna iba a pararle los pies, y es que, él estaba incluso por encima de ella.
Sumergido en pensamientos más y más cínicos se dió cuenta de que un soldado le estaba llamando desde hacía rato al lado suyo.
- Señor... el misil explosivo está casi al cien por cien. Sólo falta que los científicos hagan las últimas revisiones.
- Excelente. - dijo adoptando la actitud de sus pensamientos anteriores - Sólo nos queda una última cosa, muchacho. Alcanzar las estrellas. - terminó señalando al cielo -
Y a mí, el infinito. - rió -
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La central estaba más agitada que nunca. Todos los científicos y soldados de los zorros celestes ya sabían del peligroso reto al que se enfrentaban sus cuatro compañeros en la RG10. Sin embargo, no había otro hombre más preocupado que Jerry Layton. Desde que llegó a aquel ejército, que ya lo consideraba una familia, había estado en contacto todos los días de su vida con aquella nave y sus, hasta hace un tiempo, dos tripulantes. Sentía una gran responsabilidad hacia ellos, cómo si realmente fuera el dueño de la nave.
Sin embargo, ahora tenía otro trabajo más del que ocuparse, y por tanto una nueva responsabilidad. Era la primera vez que llevaba una bata blanca y, aunque fuese una tontería, se sentía muy importante. Sentía que el trabajo duro y la esperanza habían logrado que alcanzase ese puesto, entrando en aquel lugar cómo un becario novato cualquiera. A base de paciencia, esperanza y trabajo muy duro.
Miraba la obra en construcción que estaba dirigiendo, orgulloso, mientras sostenía una carpeta llena de papeles. Green se acercó al lado suyo y le puso la mano en el hombro, mientras miraba con él su obra. Tras unos segundos de silencio, Green no pudo dejar escapar su más que habitual risa.
- ¡Fíjate, que cosa tan impresionante acaba de hacer el novato! - dijo con una ironía sana -
Jerry le siguió la risa con modestia.
- La mayor parte del mérito está en los que lo están construyendo. Es increíble cómo se esfuerzan en cada trabajo de fuerza. Gracias a ellos será posible una maravilla así.
Green le miró y sonrió.
- Y gracias a tí podremos por fin volver al lugar que nos fué arrebatado. A tu trabajo día tras día, a tu dedicación y fuerza de voluntad, a tus humildes ganas por trabajar aquí. Gracias, de corazón, Jerry.
El chico se quedó sin palabras, mientras observaba cómo se alejaba Green. La primera persona que se había dado cuenta de todo lo que tuvo que sufrir hasta llegar a dónde está, del espíritu inquebrantable y ambicioso que le había supuesto tanto desgaste mental. Casi cinco años de trabajo allí, y a pesar de que en numerosas ocasiones Green se había olvidado de su nombre o había tenido otras acciones que le demostraban que era menos en la empresa, sólo había jugado con eso. Únicamente para motivarle y que un día llegase a dónde está. O incluso más.
Dejando de lado esos pensamientos, decidió centrarse en algo que le preocupaba mientras era su descanso, su incomunicación con la RG10. Hacía ya cómo dos días que no podía comunicar con ellos y era muy posible que les hubiera pasado algo. Intentaba no pensar en lo peor, que simplemente la radio se hubiera estropeado.
Llegó a la sala de comunicaciones, el lugar que durante tánto tiempo había estado trabajando y ahora sólo en fugaces ocasiones pasaba. Se quitó la bata y observó cada una de las caras de sus compañeros. Atendían a sus respectivas naves, pero con cara de preocupación y tensión al no saber nada nuevo del zepelín de moda, la RG10. Sólo con ver esos gestos tenía claro de que no había novedad.
Sin mediar palabra con nadie, pues la situación parecía que no era del todo adecuada para ello, se sentó en su cómoda silla de siempre, mientras apoyaba sus codos en la mesa y posteriormente su cara en sus manos entrelazadas. No pensaba en nada. Simplemente deseaba que algo ocurriese en el monitor, que se encendiese, y que tuviera la mínima relación con las personas que todavía estaban, esperaba, en aquella nave.
Pasados unos minutos empezó a pensar, puesto que no ocurría nada. El ambiente que se había formado en aquel lugar desde el misterioso caso de los aviones fantasmas descontrolados era realmente extraño, visto de una manera egoísta. Probablemente ellos estaban más preocupados que los propios integrantes de la RG10, pero ni siquiera estaban allí pasando esos peligros que Miles, Lisa, Byron y Heinrich pasaban. Entonces ¿por qué tanta preocupación? Su compañero Ryan, por ejemplo. Era el que más preocupado se le veía. Pero no se estaba jugando la vida cómo ellos, ni siquiera tenía en su responabilidad cuidar de la RG10.
Quizás sería por la empatía, la gran empatía que tenían todos cómo don. Parecía incluso interesante que todos los que estaban en ese ejército tuvieran el mismo don al nacer: el de la empatía. Eran diferentes los unos de los otros, pero siempre serían empáticos los unos con los otros.
Entonces recordó que eran más que un ejército. Eran una familia. Y esa familia, habría surgido de ser empáticos en los buenos y en los malos momentos.
Entonces, elmonitor se encendió.
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