1. Nubes que centellean
Nunca había visto unas estrellas tan grandes y hermosas cómo aquellas. Parecían nutridas de la propia noche, engordadas y satisfechas de un gran festín allí, dónde todavía ningún ser humano había llegado.
Le reconfortaba pensar en el por qué de las cosas contemplando su belleza, aunque al final nunca encontrase una respuesta clara. Las nubes se arremolinaban alrededor de la luna, que aquella noche se había puesto de verdadera gala. Llena y reluciendo su plateado vestido, estaba tan cerca que casi la podía tocar, parecía cómo si fuese a caerse de un momento a otro de la pared nocturna. A pesar de la tremenda luz que desprendía, no entorpecía la actuación de las demás estrellas, que aún con la interrupción intermitente de las nubes, seguían centelleando. Incluso si la nube con la peor intención se colocara delante de la luna, no cesaba de brillar, y lo hacía con aún más fuerza.
Que bonito era el cielo. Podías presenciar una auténtica obra de teatro de la naturaleza sólo con estar tumbado boca arriba cómo él estaba. Lleno de actividad, lleno de acción, de aventura y de vida, entre cosas que eran completamente inertes. No podía comprender cómo a alguien le pudiera parecer aburrido observar un cielo nocturno cómo aquel.
Su compañero de la izquierda ya estaba dormido, pero el de la derecha seguía observando el cielo.
- Eh, Miles - le susurró su compañero -
- ¿Que, Ronald? -
- Sabes lo del cielo ¿no? -
Miles se hizo el desentendido
- No -
- ¿Cómo no puedes saberlo? - dijo Ronald en un tono mas fuerte - Lo de que el cielo se cae -
- ¿El cielo...se cae? - dijo Miles intentando aparentar extrañado -
- Eso no es así del todo - saltó el compañero de la izquierda de Miles, que se había despertado y les miraba malhumorado -
- ¿Dave? - dijeron los dos al unísono -
- El cielo no se cae, es una ilusión óptica, lo que verdaderamente ocurre es que se está expandiendo más. La atmósfera de la tierra cada vez ocupa más kilómetros -
Tanto Miles cómo Ronald se quedaron extrañados al oír las palabras de Dave
- Tenemos diez años Dave... ¿cómo puedes saber tanto de eso? -
- Siempre saca matrículas de honor en la escuela, es normal... - replicó Ronald -
Dave, sin decir ni una sola palabra más, se dio la vuelta y volvió a conciliar el sueño.
- Bueno, yo creo que también me voy a dormir, hasta mañana.
Sumido en sus pensamientos, Miles decidió quedarse un poco más despierto. Él ya sabía aquello, que al cielo le pasaba algo. Podía intuir algo fuera de lo normal, no sólo por la ilusión óptica, si no una mezcla de sentimientos de angustia y belleza al observarlo. Poco a poco, vencido por el sueño, se durmió de cara a la luna, cómo si quisiera enfrentarse a ella, y a la vez, demostrar su valentía para protegerla.
Se despertó sobresaltado de la cama, debido a los incesantes toques de trompeta de fuera de la caseta dónde estaba. A su alrededor veía muchas camas individuales cómo la suya y literas, rodeadas de personas vistiéndose con prisa, gritando y corriendo de un lado para otro. Miles no sabía cómo reaccionar, hacía apenas unas horas que tenía diez años en un sueño, y se había levantado con casi veintiuno. Dejó de pensar en ello y se levantó rápidamente, hoy era la ceremonia de graduación cómo soldado. Por fin, tras casi cinco años recluido en aquel infierno, saldría al mundo exterior para, al menos en teoría, morir por la patria. Pero Miles no quería morir por la patria. Quería morir por una propia creencia. La que le habían estampado en la cabeza.
Mientras se miraba al espejo secándose la cara, pensaba en lo estúpido que le parecía que no le hubieran rapado el pelo cómo a los demás, aún conservaba sus melenas rizadas de un tono grisáceo. No eran exageradamente largas, pero le llegaban por el cuello. Se podía imaginar por qué era. Desde el primer día había sobresalido entre todos los demás, su fuerza mental era el doble, su física también, y su madurez era quizás el triple. Siempre les dejaba atrás.
Sus ojos azules miraron a los de su reflejo en el espejo, su rostro desprendía valentía, pero también una gran angustia interna. Tras estar unos segundos así, decidió salir con paso firme.
El patio del exterior de la academia estaba completamente llena de soldados a punto de dar un paso de gigante en sus sueños de proteger su amada tierra. En un incontable número de filas, cada uno esperaba a que le llamaran por su apellido para recibir la insignia oficial de soldado. Gritaron Fleischer, y Miles, serio, cómo naturalmente solía ser, fue a recibir la medalla de manos del sargento que durante cinco años le había estado enseñando la vida del ejército. No hubo ninguna complicidad. Ni una sonrisa que expresase emoción alguna. Tras duros e intensos cinco años compartiendo vivencias con la gente de allí, en el día en el que se iba a ser uno más, ni una reacción humana. Tan sólo un saludo militar y unas pocas palabras cercanas, "Enhorabuena por tu gran disciplina en todo momento, has sido el mejor de todos tus compañeros." No había elegido él que fuera así. Casi nada en su vida había podido elegir.
"Disciplina". Molesto al escuchar la palabra, Miles cerró los dientes con fuerza, respondió el saludo militar y volvió a su fila. Se preguntaba el por qué de las cosas, cómo cuándo era pequeño, pero en aquel momento era distinta la pregunta. ¿Por qué le daban recompensas por algo que en el fondo de su alma no quería ser o hacer? La respuesta, al contrario que con diez años, era clara. Aunque no quisiera que fuese así, su padre había tenido la culpa.
Fue a la caseta a recoger sus cosas lo más rápido que pudo mientras se quitaba con rabia los guantes de militar y los tiraba encima de la cama. Un grupo de tres personas que andaban por ahí se acercaron a él.
- ¿Miles? ¿Ya te vas? - se quedó uno extrañado -
- Vamos a ir a un restaurante a tomar algo, vente... - dijo otro -
Miles relajó los hombros y las manos, que las apretaba fuertemente.
- No, gracias. En realidad tengo prisa. - dijo volteando la cabeza con una sonrisa forzada -
- Bueno, tu mismo. Nos vemos. -
Miles bajó la mirada decaído durante unos segundos y siguió recogiendo la ropa y sus pertenencias. Mientras lo hacía, recordaba el sueño que había tenido esa mañana. Recordaba perfectamente aquel momento de su vida, justo tras mudarse a Inglaterra desde su lugar de nacimiento, Groenlandia. Una acampada al aire libre en un campamento de verano con sus compañeros de clase, y una de las pocas veces que había podido reflexionar sobre algo sin tener que asentir a las convicciones de alguien más.
Salió a toda prisa de la caseta y al cerrar la puerta se quedó parado, mirándola con pena, recordando todo lo que había pasado en ella. Ya se había despedido de todo el mundo, sólo le faltaba marcharse y empezar su vida cómo militar, lo que desde pequeño le habían enseñado a ser. Con la cabeza agachada y zancadas largas fue distanciándose del cuartel, hasta que el ruido de un camión le hizo levantar la mirada.
Miles se paró en seco a la vez que lo hacía el camión. Era un último modelo, de los que se podían encontrar en las grandes ciudades, muy caro y de color azul, con un gran emblema que parecía ser de alguna organización. Miles enseguida reconoció de qué se trataba al acercarse un poco más. En aquel logotipo aparecía un zorro alado blanco a dos patas, rodeado de una circunferencia azul claro, y abajo el lema "jungens terrae caelique" que en latín significaba "unión tierra y cielo". Eran los zorros celestes.
Salió de la parte del conductor un hombre con traje azul y gafas negras, con un misterioso audífono en la oreja similar al de los guardaespaldas. En la parte del copiloto bajó, con algún que otro problema por su baja estatura y la altura del camión, un hombre con traje verde y el pelo peinado hacia atrás, con cara simpática y agradable a la vista, sonriendo de una manera especial, casi altruista. Enseguida empezó a soltar una carcajada en cuánto vio al sargento mayor del cuartel, que iba a saludarles.
- ¡Cuánto tiempo señor Green! - dijo el sargento mayor mientras hacía el saludo militar - Veo que hoy hace honor a su apellido con su vestimenta ¿no es así?
- ¡Claro, eso mismo! - rió sanamente - Mucho tiempo, si. Siento no haber podido venir antes para ver la ceremonia.
- No hay problema, sé que los exploradores estáis muy ocupados ahí arriba y hay mucho que hacer. -
- Sí, la verdad es que además de eso me toca ir por todo el mundo a gestionar cosas de la organización, ¡pero aunque sea para saludar a un viejo amigo tendré tiempo! -
En ese momento su atención se fijó en Miles, que aún miraba pensativo el camión. Podía ver en él algo distinto a los que pasaban de largo por aquel patio. Hanen Green tenía un sexto sentido para ver soldados con gran potencial.
- ¿Quién es él? - preguntó señalando a Miles
- Miles Fleischer. El mejor de su promoción. Una auténtica joya, es impresionante cómo ha rendido durante cada día sin bajar un ápice.
- Hey, chico. - dijo Green acercándose a él amablemente seguido de sus otros dos acompañantes - Enhorabuena por tu graduación. -
- ¡Ah! Gracias. - dijo Miles sorprendido haciendo el saludo militar -
- ¿Sabes quiénes somos, no? Se nota por cómo miras el camión. -
- Si, los zorros celestes. El ejército del aire que defiende la tierra más allá del cielo que vemos.
- ¡Nunca lo hubiera podido definir mejor! - carcajeó alegremente - Permíteme que me presente, soy Hanen Green, director táctico y ejecutivo de los zorros celestes. Somos una especie de rama de la organización que... -
- Defiende e investiga el cielo que está más allá de los reinos del cielo. -
Esta vez Green pudo verse sorprendido.
- Vaya, eres de las pocas personas que sabe reconocer nuestro trabajo, impresionante... En realidad somos pocos y no solemos hacer mucho escándalo, al contrario que los que actúan más cerca de la Tierra. Es realmente impresionante que sepas de ello. -
- Me he intentado informar bien. - dijo Miles con media sonrisa - Soy Miles Fleischer, encantado. -
- Miles, voy a proponerte algo que muy pocas veces he hecho. Veo en ti una capacidad abrumadora para hacer lo que te propongas. Siento si te suena a discurso barato, pero es así cómo lo siento, no me preguntes. - apoyó sus manos sobre sus hombros - ¿Aceptarías unirte a los zorros celestes? Buscamos soldados, pero gente que no sea la normal.
Miles abrió los ojos cómo platos. No sabía que decir ni que hacer. La mirada intensa de Green le sometía presión, pero a la vez, le inundaba de confianza. Toda una vida acatando órdenes y sacrificandolo todo por una palabra. Disciplina. No había podido elegir nunca. Y tenía que elegir en ése momento y lugar. Cuándo una escena cómo aquella se le venía encima, su mente le jugaba una mala pasada y se bloqueaba.
Pero de repente, recordó de nuevo su infancia, el sueño que había tenido aquella mañana y los momentos clave de los diez años que había pasado en Inglaterra. La liberación de su mente y la progresiva libertad de pensamiento que iba adquiriendo. La capacidad de forjarse una opinión y luchar por ella, no por las de otros. Pero sobre todo el cielo, su pasión por observarlo cada día y cada noche, el descubrimiento que hizo acerca de los soldados que luchaban por defenderles de lo que ocurre más allá.
Y entonces, surgió una voz de lo más profundo de su ser, que con seguridad dijo: sí.
A Green se le iluminó la cara en ese instante.
- ¡Buena respuesta, si señor! - dijo soltando otra de sus carcajadas - Pues entonces, decidido. Nos vamos ahora mismo. ¡Gary!
El hombre con el traje azul y pinta de guardaespaldas se acercó a Miles, el cual se echó hacia atrás sorprendido por su enorme estatura, que de cerca parecía el doble.
- Soy Gary Ford, agente de seguridad de los zorros celestes. Sube al camión. -
Miles, extrañado por las palabras tan frías de Gary, se le quedó mirando unos segundos.
- Es normal en Gary, tranquilo, sólo hace su trabajo. Te aseguro que es el alma de la fiesta cuándo coge confianza, ¿verdad? - dijo Green mirándole sin creerse mucho sus propias palabras -
- Si...supongo. - dijo Gary medio suspirando y arqueando una ceja en señal de incomodidad -
Green se despidió del sargento y Miles subió a la parte trasera del camión, que tenía dos asientos más. Tardaron aproximadamente una hora en llegar al aeropuerto más cercano, pero no un aeropuerto cualquiera. Aquel se situaba en medio del monte, en un claro de una pequeña montaña. Era bastante grande, un recinto con el suelo rocoso alquitranado y rodeado de vallas en la que sólo había una caseta alargada a la izquierda y un gran círculo pintado de blanco a la derecha, que recubría casi todo el suelo.
Al bajar, Miles fijó primeramente su mirada a la caseta, pensando que el avión dónde iban a ir se encontraba allí. Sin embargo, se quedó expectante cuándo vio sacar a Green de su chaqueta una especie de mando a distancia pequeño.
- Bienvenido al verdadero ejército de hoy en día, Miles. - dijo mientras accionaba el único botón que tenía el mando - Bienvenido a los zorros celestes.
Ante la mirada atónita de Miles, el rostro impasible de Gary y la cara de felicidad de Green, del interior de la circunferencia blanca pintada en el suelo se alzaba, mientras se retiraba la compuerta del suelo, un zepelín de un tamaño colosal, nunca visto antes. Con tonos azules y blancos, el zorro alado característico también se podía ver en el fondo crema del zeppelin, ésta vez de un tamaño gigante.
Green avanzó unos pasos cuándo el zepelín surgió del suelo por completo. Girándose, miró a Miles con media sonrisa, esta vez burlesca ante la cara de expectación de él.
- ¿Que? ¿Subes? -
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