Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8- La llegada de un nuevo miembro.

Llegó el frío, pero no el frío al que estábamos acostumbrados en la ciudad, era el frío de verdad. Una mañana de noviembre empezó a nevar. Todavía estábamos a principios de mes y sin una ecografía ni una visita al ginecólogo, hicimos los cálculos aproximados de nacimiento de nuestro hijo para finales de noviembre o principios de diciembre.
Sergio tenía ocho meses, ya comía papilla y casi quería echar a andar, aunque de momento gateaba. Tenía algunos dientes ya.
Encendíamos la estufa y, para evitar que el peque se acercara, pusimos una valla metálica.
El paisaje se tiñó de blanco, la vaca volvió al establo y había que ponerle comida cada día.
No entendíamos de ganadería pero parecía que estaba demasiado gorda. No se nos ocurrió que pudiera estar preñada.
Las gallinas comían lo que nos sobraba en casa de vegetales y empezaron a poner huevos. Con ellos empecé a hacer tortillas, magdalenas, flanes... todo lo que se me ocurrió, porque teníamos cuatro gallinas y tres de ellas ponían dos huevos diarios.
La esmirriada se había recuperado pero no ponía huevos.
Llegamos a disfrutar de la monotonía de los días gracias al gato, que ya no salía de casa, y a Sergio, que quería empezar a andar y todavía no había aprendido.
Por las noches, antes de ir a dormir encendíamos el radio-transmisor e intentábamos contactar con sobrevivientes para no sentirnos tan solos.
Pero siempre resultaba un poco deprimente. No lográbamos contactar con nadie, pero nunca perdimos la esperanza.
Esas semanas se me hicieron eternas, pues ya estaba muy gorda, me sentía muy pesada y no podía hacer casi nada en casa.
Ivám trataba de hacerlo todo, dejando que descansara la mayor parte del día, siempre estaba pendiente de mí. Repasamos el proceso del parto, desde lo que debíamos hacer cuando viniesen las contracciones hasta cómo cortar el cordón umbilical, pasando por el proceso de la salida del niño.
Estaba nerviosa, pero Iván estaba peor que yo.

-¿Y si te llevo a un hospital? -preguntó por enésima vez- seguro que encontramos alguno operativo en Santander.

-No quiero ir al hospital, podríamos contagiarnos del VT5 -supliqué a Iván-. Todo irá bien, ya lo verás -Intenté convencerle, a pesar de que yo estaba muy asustada.

Y el día del parto llegó. Bueno, mejor dicho la noche.
Era el 28 de noviembre, nos levantamos temprano como siempre, pero ya no me encontraba muy bien. No comí mucho, no me entraba la comida. Hacia las seis de la tarde empezaron las contracciones. Al principio parecían más una molestia que un dolor y creí que era otra cosa.
Poco a poco, tuve la certeza de que tenía contracciones de parto. Se lo dije a Iván y, por una vez, mantuvo la calma y preparamos todo.
Él atendió, dió la cena a Sergio y lo acostó en su cuna.
Yo acomodé unos cojines en la bañera y me senté allí, tratando de estar lo más cómoda posible.
Las contracciones se hacían cada vez más seguidas y más fuertes, pero sabía que no había posibilidades de ponerme la epidural y tendría que aguantarlas. Una vez que se quedó dormido Sergio, Iván vino a mi lado y me dio todo su apoyo. Estábamos solos, no teníamos experiencia y nos resultaba aterrador lo que teníamos que hacer. Pero estábamos resueltos a llegar a término y conseguir que todo saliera bien.

-¿Te duele mucho, Andrea? -preguntaba angustiado.

-Sí, pero es lo mormal, lo aguantaré bien, dame la mano -pedí para que me diera fuerzas.

Estuvo sujetándome la mano hasta que rompí aguas, el dolor ya era más intenso y, con cada contracción, apretaba hacia abajo para que saliera el bebé.
Iván se colocó entonces a mis pies, entró en la bañera y se sentó. Puso mis piernas encima de las suyas y se preparó para recibir al niño. Cada contracción era más fuerte que la anterior.

-¡Vamos, Andrea! Lo estás haciendo muy bien, ya veo la cabeza. Empuja fuerte -Trataba de animarme. Aunque lo único que yo quería era que me sacara al niño de una vez.

Al oirle decir que ya se veía la cabeza me animó y empujé más fuerte. Tras tres empujones más salió la criatura, Iván la cogió en sus brazos y, todavía cubierta de sangre, la colocó en mi pecho. Mis lágrimas de felicidad se mezclaron con la sangre del parto. Miles de sensaciones me conmovieron en aquel momento.
Después salió la placenta y cortó el cordón umbilical.
Limpiamos al bebé, que resultó ser una niña preciosa. Iván nos lavó a las dos con delicadeza, casi con devoción y nos llevó en brazos a la cama. Vestí a mi hija y me la puse en el pecho para que mamase.
Mientras tanto, Iván limpió todo el baño y después vino con nosotras a la cama.

-Lo has hecho muy bien, Andrea, estoy muy orgulloso de ti. Es una niña preciosa -dijo emocionado, tratando de contener sus lágrimas.

-Gracias, Iván, sin ti no lo hubiese conseguido, te quiero -confesé con lágrimas corriendo por mi cara.

En aquel momento, tumbados los tres en la cama, con Sergio a nuestro lado en la cuna, fuimos por un instante las personas más felices de la tierra.

La realidad se impuso al día siguiente, cuando Sergio despertó y vió a su hermanita. Era muy pequeño todavía para entender las cosas y tenía la vitalidad de los 9 meses. Quería acaparar la atención de sus padres, yo estaba muy cansada después de dar a luz, pero Iván tampoco había dormido en toda la noche así que decidimos turnarnos para descansar.
En primer lugar, durante la mañana él se ocupó del niño, por la tarde me levanté yo, todavía dolorida, me puse en el sofá y estuve toda la tarde con Sergio y la niña mientras Iván descansaba.
Decidimos llamarla Ana. No teníamos forma de inscribirla en ningún registro, pero apuntamos la hora y el día de nacimiento, aunque no se nos olvidaría nunca. Nos preocupaban las vacunas de los niños. Pero arriesgarnos a llevarlos a un hospital, que no teníamos ni idea de dónde estaba y enfrentarnos a posibles contagios de VT5 nos daba mucho más miedo.
Los primeros días con Ana fueron agotadores, cada tres horas había que darle de mamar, cambiarla, lavar los pañales de ella y Sergio, atender a Sergio y entretenerlo durante el día.
Por fortuna, Iván no tenía que salir de casa excepto para dar de comer a la vaca, a las gallinas y recoger los huevos.
Nos repartíamos el trabajo. Poco a poco me recuperé del parto y volví a ser más activa.

Una Noche Iván me dijo que teníamos que hablar, que se le había ocurrido una idea.

-Andrea, creo que he encontrado una manera para vacunar a los niños, a los dos -comentó con una sonrisa.

-Sabes que es peligroso salir de aquí -expuse, pues conocía las intenciones de Iván.

-He pensado en acercarme a algún centro de salud y pedir las vacunas, comprarlas y traerlas a casa, si puedo conseguir las pautas de vacunación lo podemos hacer nosotros mismos -explicó, confirmando mis sospechas.

-Pero si te vas, te expones a contagiarte, Iván -razoné mientras mis manos acariciaban su mejilla.

-Los niños tienen que vacunarse, no tenemos opción -habló de nuevo, exponiendo una realidad que, aunque me diese miedo, era la única que teníamos.

-Me da miedo que te ocurra algo, Iván, todavía recuerdo lo que nos pasó cuando veníamos hacia aquí.

-Esta vez iré con Linda. Me llevaré una mochila con comida para tres o cuatro días, iré hacia Santander, pero si encuentro las vacunas antes de llegar las cogeré y volveré a casa - espetó sin darme opción a rechistar.

-¿Dónde dormirás? -pregunté, tras darme cuenta de que ya estaba decidido a marcharse.

-Me llevo un saco y la tienda de campaña pequeña.

-Hace mucho frío, Iván, por favor, busquemos otra solución -imploré con lágrimas en los ojos.

-Lo llevo pensando desde que nació Ana, no hay otra solución. Te prometo que volveré -afirmó para tranquilizarme.

Aquella noche lloré en silencio. Tenía mucho miedo de quedarme sola con los niños. Si se marchaba Iván, y le ocurría alguna cosa, quedaría sola, los niños eran muy pequeños, nos necesitaban a los dos.

Decidió marcharse una mañana, se preparó comida para cinco días en previsión de lo que pudiera surgir. Llevaba dinero y uno de los radio-transmisores para seguir en contacto. Nos despedimos con un beso y la promesa de volvernos a ver.
Sacó a Linda del establo donde la habíamos guardado. Todavía tenía el depósito lleno.

-Por favor ten cuidado con la nieve -supliqué con un nudo en la garganta.

-Lleva varios días sin nevar, las carreteras deben estar despejadas de momento. Pero tendré mucho cuidado. Cuida a los niños, cariño. Intentaré volver lo antes posible.

Lo vi alejarse en la moto, con su casco y la chaqueta negra, la mochila y el peso de la responsabilidad en sus hombros. Me quedé mirando largo rato por donde se había marchado, hasta que unos llantos desesperados me obligaron a entrar en casa a ocuparme de nuestros dos hijos.
Ana no se daba cuenta porque tenía tres meses, pero Sergio con un año ya decía algunas palabras y me miraba con ese gesto interrogante que tantas veces le vi a Olga y preguntaba...

-¿Papa?

Yo le intentaba explicar que papá había ido a buscar medicinas y que volvería pronto, pero aún así su cara reflejaba confusión y miedo.
El primer día que estuvimos sin Iván, los tres estábamos un poco perdidos, pero por la noche dormimos juntos en la cama y ellos pudieron relajarse.
Yo me escapé de la cama y utilicé el radio-transmisor para comunicarme con él.

-Aquí sola 1 conectando con Iván. ¿Estás ahí? -pregunté.

-Aquí Iván, sí, estoy bien, Andrea, no he podido llegar a Santander, mañana espero llegar a destino -explicó.

-¿Has tenido algún problema por el camino? -indagué preocupada- Aquí todo sigue bien.

-No ha habido problemas graves, sólo me he encontrado con un grupo de personas, pero no había médicos con ellos.

-¿Estás con ellos ahora? -continué preguntando.

-No, no me inspiraban confianza, he seguido camino -explicó, dejándome preocupada.

-Buenas noches, Iván, hablamos mañana -Me despedí aunque no quería.

-Buenas noches, Andrea, hasta mañana.

Gracias a los transmisores supe que estaba bien y pude dormir la primera noche.
Me levanté temprano y me dediqué a las tareas del exterior. Le di comida a la vaca y a las gallinas, cogí los huevos y volví. Antes de que se despertaran los niños ya había hecho casi todas las tareas diarias. Durante el resto del día, entre los dos niños me mantuvieron ocupada todo el tiempo.
No tuve descanso hasta que se durmieron por la noche.

-Aquí sola 1 conectando con Iván, ¿Cómo estás? Aquí todo bien -pregunté como el día anterior.

Silencio...

-Aquí sola 1 conectando con Iván,¿Va todo bien? -insistí con un nudo en la garganta.

Lo intenté de nuevo varias veces más pero siempre me contestaba el silencio del aparato.
Miles de desgracias se me pasaron por la mente en aquellos quince minutos que tardó en contestar. A la enésima vez que pregunté, oí algo.

-Aquí Iván, todo bien -dijo con la respiración entrecortada.

-¿Qué te ha pasado? -inquirí preocupada.

-No estaba solo, tenía el radio-transmisor apagado dentro de la mochila, lo siento si te he preocupado. Ya estoy en el hospital -explicó dejándome más tranquila.

-¿Tienes las vacunas? -pregunté, pues era lo único que me preocupaba.

-Sí, estoy buscando las pautas y una nevera para transportarlas. Supongo que mañana por la tarde ya podré volver a casa -Me prometió.

-Aquí todo va bien, te estamos esperando -confesé .

-Supongo que llegaré pasado mañana, mañana volveremos a hablar, os echo de menos -escuché su voz rota, a punto de llorar.

-Nosotros también, te quiero -continué.

Mientras hablábamos el nudo en la garganta fue aflojando y cuando cerré la radio las lágrimas de alivio mojaban mis mejillas.
Al día siguiente otra vez la rutina y por la noche hablamos de nuevo.
Me dijo que estaba de camino y que traía las vacunas y otras cosas que podían sernos de utilidad. Pensaba llegar a mediodía, pero no podía estar seguro porque el tiempo parecía empeorar por momentos. Aún así, llegó por la tarde, casi a las seis, había empezado a nevar y ya estaba oscureciendo. Cuando vi la luz de un faro acercarse por el camino, salí a su encuentro y, casi sin dejarle bajar de la moto, le abracé.
Por fin volvíamos a estar juntos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro