16- Noticias de Iván
Los días siguientes fueron la felicidad completa para mí, sólo empañada por la preocupación por Iván.
Cuando despertaban todos, desayunábamos y hacíamos las labores básicas de recogida de huevos y la atención de las vacas, a las que poníamos de comer, junto a las gallinas.
Después, aparte de la comida no teníamos que hacer nada más. Los niños no nos dejaban ser todo lo cariñosos que nos hubiese gustado, pero a pesar de ello encontrábamos momentos para darnos un beso a escondidas, una carícia debajo de la mesa. Parecíamos dos adolescentes, pero yo no quería que los niños se dieran cuenta de lo que pasaba entre nosotros. Así que, por las noches, dormía a los niños en mi cama y nos acostábamos en la suya para, de madrugada, volver a la cama con ellos.
Las noches con José eran tiernas y dulces, me besaba hasta que perdía la cordura, hasta que perdía toda noción del tiempo y del espacio.
Cuando me acariciaba la pierna por debajo de la mesa o me robaba un beso en algún rincón, mi corazón se aceleraba y me quedaba sin respiración unos segundos, hasta que recuperaba la compostura.
Duró el secreto un par de semanas, pues nos volvimos más osados, más descuidados y una de aquellas veces los niños nos vieron besarnos.
Por fortuna eran todavía muy pequeños y no tenían una idea muy clara del tema. Al no haber convivido con otros niños de su edad no tenían prejuicios, lo aceptaron con normalidad, aunque me preguntaron claro está por su padre, me hicieron la pregunta que yo ya me había hecho tantas veces sobre Iván, ¿Iba a volver?
Y para la que no tenía respuesta.
Iván, siempre Iván, se cernía sobre la relación con José.
Los quería a los dos. El hecho de que Iván se hubiese marchado, declinaba la balanza hacia José, pero, como no sabía si era una ausencia voluntaria o involuntaria, Iván estaba todavía en mi balanza y en mi corazón.
José lo sabía y parecía aceptarlo.
Pasamos a dormir juntos cuando los niños se acostumbraron a vernos abrazados en el sofá y empezaron a asimilar la novedad.
—¿Va a ser nuestro nuevo papá? —Me preguntó Sergio, que ya tenia 4 años.
—No, cariño, tu papá siempre será Iván, él es tu papá, José está con la mamá y, aunque él os quiere también, no es vuestro papá.
José me escuchó desde la cocina y el resto del día lo vi muy pensativo.
Pasaba el tiempo y seguíamos en contacto con la comunidad a la que José ayudaba como podía cuando tenían problemas médicos.
Un día de diciembre, recibimos una noticia inquietante.
—Aquí grupo aislado de sobrevivientes, ¿está Andrea por aquí? —preguntó una voz al otro lado del walkie.
—Si, aquí Andrea. ¿Qué ocurre? —respondí de forma inmediata.
—Creemos que te gustaría saber la noticia que nos ha llegado de un viajero solitario —añadió, haciendo que mi corazón dejara de latir durante un instante.
—Decirme algo, ¿qué ocurre? ¿Se sabe algo de Iván? —reclamé con la angustia reflejada en mi rostro y en mi voz.
Mi corazón se detuvo mientras esperaba la respuesta.
—Este hombre dice que una persona, en concreto un hombre de unos treinta años en una moto, fué hecho prisionero por un grupo armado cuando intentaba conseguir comida.
Dice que lo tienen retenido y que lo están utilizando para trabajos pesados junto a otras personas —explicó pausado, con tono cauteloso.
—¿Está seguro de eso? —inquirí, con una subida de adrenalina en las venas.
—Al parecer él ha logrado escapar de esa gente.
—¿Puedo hablar un momento con él? —solicité enseguida, pues necesitaba hablar con esa persona, saber si había hablado con Iván, si estaba bien de salud, quería saber de primera mano su situación.
—Un momento, enseguida lo llamamos, está descansando.
Al cabo de unos momentos oí una voz desconocida a través de la radio.
—Hola, soy Sebastián, me han dicho que querías hablar conmigo.
—Hola, Sebastián, me llamo Andrea, me dicen que conoces a Iván. ¿Puedes decirme cómo está? —pregunté directamente.
—Un gusto conocerte, Iván me habló de ti, está prisionero junto a otras personas allí, está bien de salud, delgado porque apenas nos dan de comer —explicó.
—¿Son muchos los que los tienen prisioneros? —indagué, para hacerme una idea clara de lo que estaba sucediendo.
—Están todos armados, yo escapé de milagro . Es un grupo de unas veinte personas, creo que todos son hombres, si hay mujeres con ellos no las vi —relató, poniéndome los pelos de punta.
—¿Podrías indicarnos dónde están? —preguntó José, que había estado a mi lado escuchando toda la conversación.
—Sí, os podría indicar el modo de llegar —afirmó con seguridad.
—Muchas gracias, Sebastián —contestó José, tras lo cual siguió hablando con otras personas.
Cuando cerramos esa noche la radio, un nudo apretaba mi estómago y un ligero temblor se apoderó de mis manos:
Iván estaba retenido, no podía volver pero estaba bien.
José me llevó a la habitación y me abrazó, no hablamos esa noche, teníamos que asimilar la noticia y, sobretodo yo, debía aclarar mis sentimientos. Además había que tomar una decisión importante: ¿Qué hacíamos con la información? ¿Podíamos ignorar lo que sabíamos?
Yo no.
Casi no dormí en toda la noche, imaginando las calamidades que debía de estar pasando Iván, mientras yo me estaba acostando con José. La culpabilidad y la preocupación ocupaban mi mente y mi corazón. Era diciembre, estaba todo nevado y la carretera era impracticable para cualquier vehículo que no fuera todoterreno.
La noche no fue lo bastante larga para tomar una decisión. Por la mañana, los niños no nos dejaban tiempo ni espacio para pensar; tan sólo al atardecer, cuando los niños estaban ya cansados y a punto de dormirse, hablamos del tema José y yo.
—¿Qué vamos a hacer? —Lancé la pregunta al aire.
—No lo sé, Andrea, esa gente parece peligrosa —musitó pensativo.
—No podemos dejar a Iván allí —supliqué con un nudo en la garganta.
—Eso lo sé, pero ahora todo está cubierto de nieve. Cuando llegue la primavera me iré a buscarlo, Andrea, te juro que lo traeré de vuelta —afirmó con seguridad, mirándome a los ojos, y añadió—. Después tú decidirás quén quieres que se quede, si lo eliges a él, lo comprenderé, me iré y no os molestaré, sin rencores.
—¡No sé lo que tengo que hacer! Os quiero a los dos —confesé entre lágrimas.
—Tienes hasta la primavera. Cuando vuelva con él, tendrás que decidirte —susurró en mi oído abrazándome.
Me aferré a él y lloré moentras él me acariciaba la espalda y noté que también él estaba llorando.
Me enfrentaba a la decisión más importante y más difícil de mi vida.
El mes de enero y febrero hizo un frío mucho más intenso que otros años. Apenas podíamos salir de casa para entrar en el establo y luego volver corriendo. Los niños presentían nuestro nerviosismo pese a que no les habíamos dicho nada de su padre.
Mi relación con José cambió: Seguía sintiéndome atraída por él, seguía sintiendo cómo se me paraba el corazón cuando lo miraba a los ojos, azules, que eran mi perdición, su sonrisa cuando jugaba con los niños, sus manos acariciando mi piel, todo ello provocaba en mí un efecto devastador. Pero por otro lado pensaba en Iván, sus carícias, sus besos, que había echado tanto de menos. Y, sobre todo, pensaba en su situación, pasando frío y hambre, me producía un tremendo sentimiento de culpabilidad.
Por su parte, José también parecía estar sopesando la situación y decidiendo qué hacer en primavera.
Para él tenía que ser duro, decidir ir a buscar al hombre que quizás le obligaría a dejarme y volver a su soledad.
Esperar mi decisión debia ser duro para él, pero no tenía ni idea de qué hacer.
Pasaron los días monótonos del invierno. Llegó marzo y el frío remitió, se fundió la nieve y llegó la hora de tomar la decisión.
—Quiero ir a rescatar a Iván contigo, José —expuse una tarde.
—No puedes dejar solos a los niños, tienes que quedarte con ellos, Andrea.
—¡No puedo quedarme aquí esperando sin saber nada, sin poder hacer nada! —exclamé mostrando mis manos en un ademán de impotencia.
—Andrea, escucha, tú haces algo muy importante, estás cuidando de tus hijos, déjame a mí traerte a Iván —afirmó.
—Pero, ¿y si me necesitáis alguno de los dos? —inquirí expresando la preocupación que sentía por ambos.
—Seré prudente, no temas, tú sólo ocúpate de los niños, yo te mantendré informada por radio de lo que vaya pasando.
Cuando consiga sacarlo de allí, tú serás la primera persona que lo sepa y hablarás con él, te lo prometo —aseveró para tratar de calmar los nervios, que ya se estaban apoderando de los dos.
—Es peligroso, José, si os pasa algo a los dos ¡¿cómo podré arreglármelas sola?! —exclamé.
—¿Recuerdas cuando me trajistes a casa desde el hospital? —preguntó entonces.
—Si.
—Pues igual que te las arreglabas antes de llegar yo, podrás arreglártelas ahora. Eres fuerte, Andrea, y te organizas muy bien. Los niños son un poquito más grandes, te ayudarán un poco, Sergio ya casi tiene cinco años y Ana hará cuatro —Trató de animarme, sin conseguirlo.
—Tengo miedo —confesé, con una extraña opresión en el pecho que me decía que algo saldría mal.
—Lo sé, yo también tengo miedo, miedo de perderos y miedo de no saber vivir sin vosotros, pero lo que hay que hacer es afrontarlo y seguir, hacer lo correcto —Se sinceró.
—Tengo el corazón dividido, José, os quiero a los dos, ¿ Cómo voy a decidirme? —Me derrumbé.
—Cuando volvamos tendrás que tomar una determinación, tal vez cuando nos veas a los dos juntos seas capaz de decidirte. De todas formas, si no rescatara a Iván, él planearía en nuestra relación como ha estado haciendo todo este tiempo —sentenció mirándome a los ojos, con un brillo de ternura y tristeza al mismo tiempo.
Acabamos la conversacion con un beso profundo, los niños dormían y José tenía todo preparado para irse por la mañana.
Era nuestra última noche juntos hasta quién sabía cuándo.
Incluso podía ser la última de todas. Me dió la mano y me pidió que esa última noche dejara a Iván fuera de la habitación.
Entendí lo que quería decir y, por difícil que fuera, se merecía eso y mucho más. Lo miré a los ojos, de un azul profundo, oscurecidos por el deseo y la pasión. Le prometí que esa noche iba a ser sólo para él.
Cerramos la puerta de la habitación y me apoyé en ella respirando entrecortadamente. Sus palabras y sus ojos me habían conmovido. Nos miramos largamente sin tocarnos apenas, sólo tomados por una mano.
Destellos de lágrimas asomaban en sus ojos, estaba llorando y era por mi. Me acerqué hasta tocar su cuerpo con el mío y le besé en los labios, suavemente.
—Te quiero, José, has sido y siempre serás mi primer amor, desde los catorce años. Nada puede cambiar eso —susurré en su oído.
—Andrea, no sé cómo te has metido en mi corazón, pero te amo con toda mi alma. Déjame que te lo demuestre esta noche —declaró emocionado.
—Toma de mí lo que quieras, soy tuya esta noche.
Y así, con esa declaración de amor entre los dos, me llevó de la mano a la cama. Me quitó la ropa despacio, besando cada centímetro de piel que dejaba al descubierto. Mis brazos apoyados en sus hombros, le acariciaba la nuca y enredaba mis dedos en su pelo castaño, largo después de todo el invierno sin cortar.
Ya desnuda ante él, por un momento tuve vergüenza por mis marcas del embarazo, pero él las besó y me contempló con ojos de deseo.
—Quiero guardarte en mi memoria —declaró entre suspiros.
No salían palabras de mi boca, mi mente estaba concentrada en él, deseaba verlo desnudo, quería tocarlo y besarlo hasta que perdiera el control, pero no me dejó.
Me hizo tumbarme en la cama, se inclinó sobre mí y me besó intensamente hasta excitarme, únicamente sus besos conseguían conmoverme tanto.
Me besó la garganta y bajó hasta cada uno de mis pezones. Luego más abajo, al vientre , después en el centro de mi deseo.
Mis gemidos se mezclaban con los suyos, su lengua y sus labios jugaban con mi sexo y yo me retorcía. Intentaba tocarle pero no me dejaba. Me llevó a la cima y dejó que me inundase el placer.
Él aún llevaba le ropa puesta, y su deseo abultaba en el pantalón tratando de escapar.
—Ahora me toca a mi —dije, tomando la iniciativa.
Me incorporé y le quité poco a poco la ropa acariciando su cuerpo, se estremecía de placer ante mis carícias y me excitaba de nuevo al verlo.
Me puse a horcajadas sobre él en la cama. Besé todo su cuerpo y le acaricié con mi lengua. Suspiraba y se retorcía con mis caricias, en un momento dado, él ya estaba a punto de derramarse, y yo lo introduje en mi interior. Me moví siguiendo mi propio ritmo, sintiendo en mi interior cómo me llenaba y volvi a correrme al mismo tiempo que él.
Todavía unidos me acosté sobre su cuerpo, y acaricié la pequeña cicatriz en su pecho.
Nos dormimos entrelazados, pero cuando desperté ya no estaba en la cama... y en la casa tampoco.
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