15- La razón y el deseo.
Decidí confesarle quién era y que nos habíamos conocido en el instituto con catorce años.
—José, tengo que confesarte una cos —murmuré en voz baja, ruborizándome.
—Dime, Andrea, sea lo que sea no puede ser tan grave.
—Es que me da vergüenza decírtelo. Desde que te vi he esperado que te dieras cuenta, pero parece que no lo recuerdas —musité mirando mis manos.
Me costaba tanto cofesarle mis sentimientos... y el parecía no darse cuenta.
—¿Qué es lo que tengo que recordar? —indagó sorprendido, mientras tomaba mis manos en las suyas.
—Me da miedo decírtelo —confesé.
—No puede ser tan grave —comentó, levantando mi rostro para ver mis ojos.
—Es que yo... ya te conocía de antes, cuando tenías quince años y yo catorce—. Lo solté deprisa y sin dejar de mirar el suelo.
—Andrea, no entiendo, mírame. Yo ya sé que nos conocíamos del instituto, pero tú no decías nada y yo pensé que lo habías olvidado —expresó con voz dulce, sin dejar que bajara la cabeza.
Me quedé de piedra, ¿cómo que él también me reconocía? No me había dicho nada, como yo a él. ¿Era cierto que me recordaba?
—Entonces ¿te acuerdas de mi? —pregunté mirándole por fin a los ojos.
—Pues claro que me acuerdo, Andrea, éramos unos adolescentes, tú me mirabas y yo te miraba a ti extrañado, no entendía nada de lo que ocurría aquel año, luego acabé el instituto y no nos volvimos a ver. Me preguntaba a veces por ti y, cuando te vi por primera vez después de tantos años, tan decidida a ayudarme con la pierna, pensé que no me habías reconocido —habló sincero, conmoviendo mi corazón.
—Yo creí lo mismo —murmuré sin dejar de mirarle.
—Vaya, somos un poco inseguros los dos —añadió con una sonrisa.
—Sí. Tal para cual.
Nos mirábamos a los ojos, soltó mi barbilla y me cogió de las manos, despacio se acercó a mí y unió sus labios a los míos en un beso tierno.
Despertó en mi interior un torbellino de emociones, era nuestro primer beso, era el beso de mi primer amor, el que dicen que nunca se olvida.
Pero no pasó de ahí, enseguida se levantó y se disculpó para irse a dormir.
Yo quedé en el sofá, impactada, con la sensación más bonita que jamás tuve.
Me levanté unos minutos después, con una sonrisa en mis labios, me tumbé en la cama con mis hijos y, como para comprobar que lo que había sucedido era cierto, me acaricié los labios con los dedos, recordando el contacto con los de José.
Uno de los niños se movió y, al salir de mi ensoñación, vi a Ana y pensé en Iván.
Una chispa de culpabilidad se encendió en mi interior: Iván era el padre de mis hijos, no podía traicionarlo de esa forma sin saber lo que había pasado con él. Podría haber caído en manos de alguna banda de indeseables, podría estar atrapado en algún lugar o incluso estar herido y no poder regresar. No podía reemplazarlo de ese modo antes de saber lo que había pasado.
Me dormí pensando en ello.
En los días siguientes no se repitió el beso, pero yo no lo había olvidado y, a pesar de no querer tener ningún vínculo con él, mi cuerpo lo deseaba.
Era una contradicción. Mi mente negaba lo que mi corazón me pedía a gritos.
Una tarde, los niños estaban jugando solos y José y yo estábamos en el sofá, la estufa estaba encendida y reinaba la tranquilidad.
—Andrea, ¿puedo preguntarte algo? —indagó de pronto.
—Dime, José.
—¿Iván y tú, teníais una relación estable verdad? —preguntó mirándome a los ojos.
—Todo lo estable que permite la situación. No nos hemos casado ni nada, de hecho, antes de la pandemia éramos amigos con derecho a roce, quedábamos los fines de semana después del trabajo y salíamos juntos, a veces él se quedaba a dormir en mi casa y a veces iba yo a la suya —expliqué sincera.
—¿Pero le querías? —insistió.
—Sí, le quería, hemos vivido muchas cosas juntos y le quería, en realidad, le quiero mientras no sepa lo que le ha ocurrido. Si se fue por voluntad propia o se ha visto obligado por las circunstancias —expresé.
—Lo entiendo, perdona por el beso de la otra noche, me dejé llevar —confesó compungido.
—No tengo que perdonarte nada, yo también lo disfruté, podía haberlo evitado y no lo hice —me sinceré perdiéndome en sus ojos una vez más
—Es cierto, pero ahora iré con más cuidado y no me dejaré llevar —añadió convencido.
—José, voy a volver a conectarme con los radio- transmisores para intentar localizar a Iván —decidí de pronto.
—De acuerdo, empezaremos esta noche.
Aquella noche y las diez siguientes no contactamos con nadie, sin embargo, el undécimo día nos pareció escuchar algo.
Ya estábamos en el mes de noviembre cuando contactamos con el grupo de sobrevivientes. Les preguntamos por Iván y no supieron decirnos nada. Pero, a partir de aquel día, cada noche nos poníamos en contacto con ellos y José, como médico, se ofreció a ayudarles si tenían algún problema, dándoles indicaciones para solucionarlo.
Nos hablaron de otro grupo que se había establecido y que mantenían un cierto contacto habitual, para intercambio de productos. Debían verse pronto y les preguntarían si ellos habían tenido noticias de Iván. Con la moto era inconfundible. Alguien tenía que haberlo visto.
En casa, las cosas seguían igual, la relación entre José y yo se mantenía en un plano únicamente amistoso. Pese a mis sentimientos que cada vez lo hacían más difícil.
Porque el contacto directo, las risas compartidas y la convivencia, habían despertado dentro de mi los sentimientos de la adolescencia multiplicados por diez.
Ahora lo veía por casa y me fijaba en su cuerpo, era una mujer y hacía mucho tiempo que no me acostaba con nadie. Empecé a desearlo físicamente y se convirtió en una lucha constante entre mi cabeza, mi corazón y mi deseo.
Después de hablar por radio, solíamos irnos a dormir con un simple buenas noches. Pero una noche tropecé con un juguete de Sergio y, para evitar que me hiciese daño, José me cogió por la cintura para evitar la caída.
Ese contacto dió al traste con mi autocontrol, con mis pensamientos y mis dudas, me agarré a su cintura y nos quedamos ambos parados.
Leí en sus ojos que también me deseaba. Mandé al diablo todas las razones por las que no debía hacerlo y le besé.
Ya afrontaría las consecuencias después.
Le besé intensamente, entreabrí los labios y él me correspondió.
Durante un rato nos estuvimos besando de pie en el comedor. Yo le abrazaba por la cintura y él me acariciaba la espalda. Perdí la noción del tiempo y del espacio, sólo podía sentir sus labios y su lengua acariciándome. Pero el deseo me incendió por dentro y me quemaba.
—¿Seguro que quieres seguir, Andrea? —susurró en mi oído.
—Sí, por favor, vamos a tu habitación —confesé con la respiración agitada, sintiendo que mis piernas no iban a aguantarme mucho más.
Sin soltarme de la mano me llevó a su habitación y cerró la puerta.
—Vamos a ir despacio,Andrea, si quieres que pare sólo tienes que decírmelo —dijo, mirándome a los ojos, consciente de que esta sería mi primera vez después de la violación.
Dije que si con la cabeza pues no conseguía pronunciar las palabras. Volvió a besarme suavemente, le acariciaba la espalda y él me devolvía la caricia, me molestaba su ropa así que le quité el jersei. Al contacto con el ambiente un poco frío de la habitación el pelo de sus brazos se encrespó y se le puso la piel de gallina. Le besé los hombros, el cuello, los labios y me dejé llevar por el momento.
Él mantuvo el control, me quitó el jersei y el sujetador, acarició suavemente mis pechos. Me ayudó a sentarme en la cama y continuamos con las caricias.
Era una sensación física y emocional intensa. La espera había sido larga, ambos habíamos contenido nuestras ganas y ahora el placer de tocar la piel del otro se multiplicaba.
Pronto no nos bastó esos besos y carícias y, en busca de más contacto, nos desnudamos por completo. Todavía sentados en la cama nos besamos una y otra vez hambrientos.
Nos tumbamos y en el momento en el que se inclinó sobre mí, tuve que decirle que parara y él rápidamente se levantó.
—No, José, no quiero parar, pero ponte debajo tú. No puedo parar ahora —supliqué envuelta en un intenso deseo.
—Está bien, soy tuyo, hazme lo que quieras. Lo haremos como tú decidas.
Se tumbó cara al techo y yo me incliné sobre él. Así era mejor, por un instante el tenerlo sobre mí me recordó la violación y me dio miedo, pero estando encima, era yo quien controlaba la situación y el deseo volvió impetuoso.
Le besé los ojos la boca y fui bajando, saboreando el resto de su cuerpo, mordiendo suavemente, sus gemidos y movimientos espasmódicos me excitaban cada vez más. Cuando llegué al límite, le puse un preservativo, lo introduje en mi interior y me moví acompasadamente, sintiéndolo estremecerse, llenándome de él. Hasta que ambos llegamos al orgasmo al mismo tiempo.
Nos quedamos dormidos, con mi cabeza en su hombro, entrelazadas nuestras piernas.
De madrugada desperté y todas las dudas y la culpabilidad se abalanzaron sobre mi conciencia. Me levanté, recogí mi ropa sin hacer ruido y me fui a mi habitación con los niños.
¿Qué había hecho? Me había dejado llevar por el deseo y ahora estaba más enamorada que nunca de él, pero sin duda llegaría el dia en que se marchase al hospital, que era su vida, y me quedaría nuevamente sola, con este sentimiento tan intenso que dolía.
¿Cómo seguir adelante?, tenía dos opciones, o atajar la relación ahora que acababa de empezar e intentar seguir como compañeros. O bien disfrutar de la relación mientras durase y después vivir de los recuerdos cuando él se fuera.
Llegada la mañana no sabía qué camino escoger, estaba confundida, arrepentida, contenta, satisfecha...
En fin, hecha un lío.
Me levanté la primera, llovía y hacía frío, eché leña a la estufa y preparé el desayuno. Miré por la ventana y, mientras esperaba que se levantaran los demás, pensé en la noche anterior.
Una pequeña nimiedad había desencadenado una tempestad de emociones y, hasta en esos momentos, me ruborizaba al pensar en ello.
Me había dejado llevar y había estado muy bien.
Iván no estaba, llevaba desde la primavera fuera, no tenía noticias suyas ni garantías de que regresase en un futuro cercano.
Conociendo a Iván y sus ideas, la libertad era muy importante para él, por tanto él también valoraba mi libertad.
Así, pensando en Iván, fue como me decidí. Iría a por todas, disfrutaría de mi primer amor el tiempo que tuviéramos y después ya se vería.
Tenía un invierno entero para disfrutarlo. Después no tenía ninguna garantía.
Para asegurarme de que seguía allí me asomé por la puerta de la habitación y, al verlo tumbado en la cama, tapado y boca arriba, entré y le di un beso en los labios suave, sin despertarlo.
Me iba a incorporar para marcharme y entonces me atrapó con sus brazos y me besó con fuerza. Por un instante tuve un relámpago de miedo, que quedó apagado por su beso intenso. Una immensa felicidad me llenaba el corazón.
No sabía lo que duraría, pero pensaba disfrutarlo al máximo.
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