35 - Refugio
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Mi cabeza pita mientras mis manos se llenan de sangre. Muerdo el sobre de gasas y las quito del paquete con cuidado, parecen más que suficientes para una cortadura causada por papel. De hecho, el solo hecho de tocarlas con mis dedos las llena de sangre.
Cierro los ojos y pido por favor salir de esta.
Con una navaja del Tío Fred corto un pedazo de tela de mi playera, el cual está empapado de la sangre que mana la herida de mi abdomen. Mis manos tiemblan de manera incontrolable por los nervios y por el dolor. Destapo la botella de alcohol y embebo tanto las gasas como mi venda improvisada con el desinfectante.
Aparto la botella y la dejo al costado del sofá en el que estoy apoyada. No llegué a sentarme sobre él, solo me tiré en el suelo en cuanto entré, casi a rastras, en el restaurante por el botiquín de primeros auxilios. Fue reconfortarle encontrarme con el sitio tenuemente iluminado por dos luces de emergencia colocadas en puntos estratégicos; imagino que las debe alimentar la misma fuente de poder que alimenta a las de la escalera.
No tengo fuerzas para tomar aire, así que solo lo hago. Apoyo las gasas sobre el corte cerca del bíceps del brazo izquierdo y, con mi otra y la ayuda de mis dientes, logro atarla. Hacer el nudo resulta una tarea más complicada de lo que mi mente imaginaba. En cuanto termino de anudarla, un chillido agónico se escurre por mi garganta. Sin embargo, el alivio por la presión del ajuste se siente casi agradable.
No es la primera vez que lidio con tanta sangre, pero sí la primera en la que estoy tan nerviosa. Según el reloj de mi muñeca aún faltan un par de horas para medianoche, por lo que solo he estado inconsciente como mucho tres horas. Sin embargo, estoy asustada, creo que he perdido bastante sangre, aunque, cuando desperté, no había ningún charco debajo de mí como suelen verse en las películas.
Syria gimotea acostada frente a mí. Cada vez que chillo, ella levanta las orejas y llora más fuerte. Quiero pedirle que se calle, pero no tengo voz suficiente para hablarle. La boca está seca y me quema. Busco en mi mochila mi botella de agua, pero, cuando la encuentro la noto casi vacía. Observo las exhibidoras con bebidas, pero no puedo moverme. Opto por tomarme ese último trago de agua, caliente y con mal sabor.
Y lo agradezco, porque por un instante mi cerebro puede concentrarse en otra cosa que no sea el dolor.
El sudor baña cada centímetro de mi cuerpo y por oleadas siento un frío que me mata. Rebusco en el botiquín y encuentro una cinta y porquerías que, para mi estado, no me sirven de nada. No entiendo cómo es que en un sitio así tienen un botiquín tan precario, pero luego recuerdo que son capaces de crear hasta sus propios mutantes en los pisos de abajo.
Tomo la cinta y corto varios pedazos que pego desde las puntas en el sofá. Como es cinta adhesiva hospitalaria, esa que es de tela, debo ayudarme con la navaja del Tío Fred. Luego, abro otro paquete de gasas y las saco. Le pongo cinta por los bordes hasta cubrir los lados del cuadrado y, cuando estoy por echarle el alcohol, me doy cuenta de que si las mojo, se saldrá la cinta.
A tientas, busco mi sudadera en la mochila. A pesar de que muero de frío, no es para ponérmela, sino para morderla. Subo mi camiseta; mis ojos huyen de ver la herida abierta, pues es una zona carnosa que tiende a sangrar demasiado.
Muerdo.
Aviento un chorro de alcohol en la herida del abdomen y el rugido de dolor sale de forma automática. Syria chilla con fuerza mientras el alcohol quema por dentro y me desgarra con una velocidad que me parece imparable. Las lágrimas caen por mis mejillas y barren la mugre que tengo adheridas a ellas.
Cuando el aire empieza a circular por mi cuerpo con normalidad, abro la boca. La manga de mi sudadera cae, y pego el apósito con las gasas. Bajo mi camiseta y vuelvo a subir la cinturilla de mis leggins deportivos para que se mantenga adherida lo más posible.
Syria se arrastra hacia a mí y le acaricio las orejas en el momento exacto que la luz de un rayo ilumina todo a nuestro alrededor. La vibración en el piso me altera y Syria se inquieta mientras un trueno se adueña del cielo y de nuestros sentidos, como si sintiera el rey del universo durante unos pocos segundos.
Suelto el aire acumulado en mis pulmones y tomo las vendas del maletín de primeros auxilios. La estaba reservando para lo peor.
La lluvia cae copiosa y los charcos de agua se acumulan en los escalones de la escalinata.
Esto es una mala idea.
Syria duda tanto como yo, pero lo hacemos. Salgo de ahí tan rápido como puedo. Cada paso que doy es una agonía para la pierna herida, pero no puedo quedarme ni un segundo más dentro del edificio. Escucho demasiados ruidos que no sé si pertenecen a mi imaginación o son más drones que patrullan por el lugar y fueron despertados por su hermano tras tocarlo.
Corro lento porque no soy capaz de apoyar la pierna como corresponde. Cada vez que mi planta del pie roza el suelo, duele como los mil demonios y siente que la bala se entierra más en mi carne o hueso.
Porque está ahí dentro y, por lo que vi al vendarme, no hay orificio de salida. Y eso es malo.
Mi pierna no ha corrido con la misma suerte, por decirlo de algún modo, que mis otras heridas. La cortada del brazo es muy superficial y la que menos me preocupa. La del abdomen es más profunda, pero no parece ser tan mala. Estoy segura de que necesita sutura... pero no he traído nada conmigo, siquiera pegamento. El parche que hice en mi precario primeros auxilios ya está empapado y el rojo avanza en mi venda improvisada. Sin embargo, también no deja de ser un rozamiento.
La lluvia cae torrencial y complica mi avance. Tengo un teléfono en mi mano derecha, pero está tan empapado que tengo que poner todo de mí para que no se me escurra entre los dedos. Mis pestañas están empapadas y solo salen gritos de mi mi garganta con cada paso que doy, lo cual complica un poco más las cosas.
Duele, y duele como la mierda. La herida de la pierna es tan jodidamente fuerte que opaca cualquier otro malestar que tengo o pudiese tener en mi cuerpo. La piel arde, se comprime, tira y me desgarra como si hurgara con un cuchillo filoso en mi carne solo por curiosidad. Soy incapaz de apoyar porque el peso de mi cuerpo incrementa el dolor, por eso cada paso en la corrida es una completa agonía. Sin embargo, no creo que me hayan dado en alguna arteria o vena, sé que si eso hubiera ocurrido me sentiría peor y no podría pensar por la pérdida de sangre.
Si no es que hubiera terminado muerta.
«O termino...».
A parto los pensamiento negativos de mi mente y me concentro en avanzar en busca del motel. El sudor se mezcla en mi piel con las gotas de lluvia y no sé qué es lo que ha empapado más mi ropa.
La noche está demasiado oscura y la tormenta es tan fuerte que, para no terminar perdiendo otro celular, lo meto en uno de los bolsillos de la mochila. Ahora sin la linterna, noto que es exactamente lo mismo: sigo sin saber para dónde carajos ir.
Así que solo avanzo y sigo avanzando. Después del incidente con el dron no me puedo sacar de la cabeza la sensación de que me están persiguiendo. Sé que es solo mi imaginación, pero el miedo es irracional, y yo lo soy más por confiar en él.
Syria, por su lado, parece estar preocupada por mí. Amarrada a mi mochila, ella me acompaña como mi guardaespaldas, y escucha por mí si hay algo peligroso al acecho. Definitivamente, ella lo notará antes que yo.
Nos metemos por los terrenos vacíos que hay dentro de las manazas. La sensación de estar al acecho me obliga a no ir por la calle. Cerca de Shapes no hay nada, campos vacíos, secciones con mucha tierra arada y pastizales.
El avance es mucho más difícil, pero me siento más segura.
Hasta que, por correr, me tropiezo. Patino en el lodo y caigo varios metros hacia abajo desde una especie de colina hacia una calle que está más abajo. Mis gritos no se hacen esperar mientras me deslizo. Debo utilizar mis manos como freno para no terminar de matarme por la caída.
Cuando por fin me detengo, lo primero que hago es verificar el estado de Syria. Ella parece estar bien, pero su apariencia recortada entre las sombras de la oscuridad es la de un monstruo del pantano. El lodo se adhiere en cada parte de su pelaje, por lo que se sacude para quitárselo de encima, empapándome de más inmundicia a mí. Mi cuerpo y mi ropa se sienten pesados por el lodo y mis movimientos se reducen, mientras los dolores y el sufrimiento aumentan de manera exponencial.
Estoy pegajosa y temo que mis heridas hayan empeorado entre la corrida y la caída. Sin embargo, noto que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad de la noche y que, ahora, las siluetas son más nítidas.
Observo a mi alrededor. No hay edificios ni fábricas o depósitos cerca, solo campos sin cultivos, listos para ser vendidos al mejor postor. Hacia atrás, el edificio de Shapes es solo una sombra perturbada que ya no puede hacerme daño y, hacia delante, la estructura de un gran edificio de dos pisos a medio construir, posiblemente de oficinas o un motel.
La construcción abandonada es una silueta difuminada en la noche. Creo que es un buen refugio para pasar la tormenta y evaluar, después, cómo seguir. No me rendiré tan fácil a este punto, quiero saber la verdad tras todo lo ocurrido.
Sin embargo, ahora lo único en lo que puedo pensar es en pasar la noche, acurrucada, hasta que salga el sol o pare la lluvia y pueda llegar al motel donde me hospedaría. No debe estar muy lejos, aunque es probable que, por escapar de mis pesadillas, se haya alejado de más.
Casi a rastras, llego a la construcción. Necesitamos refugio por la tormenta y porque puede haber depredadores merodeando por la zona. Hay muchos animales salvajes cerca del linde de la reserva y cercanía del bosque.
El lugar es como un depósito abandonado que huele a polvo y humedad. Mis dedos tiemblan del frío cuando tomo el teléfono humedecido para iluminar a mi alrededor.
No hay puertas ni ventanas. Parece un esqueleto abandonado a su suerte, cerca del mar. Además de mesas improvisadas armadas con maderas, pilas de ladrillos y contenedores con cal o arena, hay varios contenedores de metal que se ve que los obreros usaban para quemar papeles y basura. Cerca de ellos no hay nada.
Me acerco hacia allí y, de mi mochila, saco mi bolsa de dormir. La arrojo en el suelo, cuidando de que no haya metales o algo peligroso en donde acostarme. Syria la olfatea y se acuesta a su costado, es espera de que me acerque a dormir.
Escogí, como mi sitio para acampar, un sector cercano a la puerta, dispuesto entre la L que forman las dos paredes que se unen. De este lado solo hay una ventana, en los otros, noto que hay hasta dos o tres. Por suerte, no parece entrar agua ya que el viento corre en dirección contraria.
Sin revisar qué hay dentro, con mi encendedor, arrojo un chorro del bidón de combustible que hay a un costado de los contenedores redondos y altos. Luego, enciendo un periódico con mi encendedor. Lo que está dentro del contenedor se enciende y un sorprendente, pero agradable, aroma a papeles y madera me sorprende.
Satisfecha y cada vez más exhausta, me acuesto. Sin embargo, en ese instante, mi espalda se arquea debido a la impresión causada por un trueno ensordecedor.
El aire se siente pesado y gomoso, hay demasiada humedad en el ambiente. O es que soy yo que no sé reconocer si me siento así de abrumada por el clima o porque mi cabeza me ha comenzado a doler tanto como pierna y la profunda cortada del abdomen.
Me gustaría que las cosas se hubieran dado diferente. Me gustaría ahora estar procesando la información acerca de los drones, acerca de Shapes. ¿Acaso ellos evacuaron la ciudad? ¿Eran el gobierno? Está claro que se relacionan con los helicópteros y, por consiguiente, con los incendios. Además son los culpables de la enfermedad que desataron sobre nuestras vidas y por la cual todos tuvieron que dejar la isla...
Pero... pero... pero...
Las ideas se borran, recrean y entretejen las unas a las otras, una y otra vez. La confusión borbotea por mi sangre y, cada vez más, me cuesta tener sentido. Tengo mucho frío, pero me siento tan entumecida que no soy capaz de moverse.
Los gruñidos de Syria son insistentes, pero dentro de mi cabeza suenan como el ronroneo de un gatito. Es como si supiera que ella está enojada, en alerta, pero algo en eso me hace sonreír.
Una risita estúpida —¿o es una tos convulsa?— se escapa de mis labios. Extiendo mis brazos y, con una apatía impropia de mí, trato de estirarme para acariciarla. Quiero que se calle y me abrace.
Un enorme quejido sale de mi boca al hacerlo y, poco a poco, pretendo ir retomando la conciencia. Antes de esto, recuerdo que era un lucha despertarme. Siempre me costaba hacerlo e intentaba quedarme lo más que podía en la cama; pero ahora... ahora solo abro los ojos y mi mismo cuerpo es el que me pide levantarme —para salir huyendo o hacer tareas en Engranaje—, esté donde esté.
Pero hoy no puedo. Recuerdo el pasado.
¿Todo volvió a la normalidad?
No, no huelo el café ni las tostadas de mamá. No hay nada más lindo que despertarme los domingos con ese aroma.
¿De veras? ¿Todo volvió a la normalidad?
Mi cabeza está embotada. Sigue embotada.
Parpadeo unas cuántas veces más, pero soy incapaz de enfocar mi vista. No lo intento más porque solo me causa jaqueca. Mi cuerpo está helado por haberme quedado dormida con la ropa mojada por la lluvia. Debería haberme puesto algo seco y dejado esto cerca del fuego, pero no pude.
Un escalofríos vuelve a circular por mis huesos y me cala en lo más profundo. Sin embargo, el frío es efímero. Mi piel arde.
Continuo mi tarea de querer tantear dónde es que está mi perra, la cual no se calla y sigue emitiendo sonidos molestos, y la encuentro. Mis dedos se enrollan en su collar y creo que sonrío. Ella compartió su calor conmigo gran parte de la noche, de hecho es gracias a ella que pude siquiera dormir.
Los rayos del amanecer comienzan a aparecer a través de mis párpados y veo manchas rojizas a causa de ellos. Estoy entumecida por la posición y, por una pequeña fracción de tiempo, no comprendo porque no estoy en mi cama.
Pero lo recuerdo. Llevo mi mano herida hacia mis labios y los siento agrietados y secos. Sin embargo, el solo hecho de pensar en querer beber agua me da náuseas.
El frío me abraza y, al mismo tiempo, el calor me asfixia.
Dios, me siento pésimo.
Cambio de posición sin siquiera abrir los ojos, quiero girarme de costado, pero eso me genera un espantoso dolor que no tarda en llegar a todas las terminales de mi cuerpo. Tantas horas en la misma posición me joderá en cuanto tenga que volver a caminar, si no lo ha hecho ya el balazo y el esfuerzo que hice durante la corrida.
O la caída.
Miro hacia el frente y parpadeo para apartar las lágrimas. Pensar en la pierna me da ganas de llorar. No quiero mirarla porque temo ver con lo que me voy a encontrar. Siento dolor por las múltiples heridas en todo mi cuerpo, sin embargo, esa zona se siente peor y creo que pueden haberse empezado a infectar. La piel allí hierve y se siente tirante.
Vuelvo a parpadear y enfoco mis ojos hacia adelante.
Otra vez.
Syria continúa gruñendo con fiereza para cuando la realidad golpea mi cerebro, sin darme tiempo para seguir confundida, y cae encima de mí sin que se lo pida.
Hay alguien frente a mí.
Ejem... cofcof.
¿Alguien por aquí?
¿Teorías?🧐
¿Quién será? 👀
¿De los malos o los buenos? 😜
¿Expectativas? 💣
Si este capítulo explota de comentarios, intentaré traer dos en la próxima actualización. ¿Hecho?
🤝🏻🤝🏻🤝🏻
La última vez que hicimos esto, me dejaron 500 comentarios. 🤭
Eso sí, no se vale hacer spam con puntitos, símbolos y cosas sinsentido. 😜
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