31 - Semillas
¡Hola!💞 Aquí vamos de nuevo. 💪🏻
Recuerden votar, sus interacciones me ayudan mucho a crecer.
¡Si es posible, dejen opiniones y comentarios! ⭐¡De verdad, son muy importantes para mí!
No se olviden seguirme en mis redes. 🤳🏻 (Estoy mucho por Twitter e Instagram - Soy @NaiiPhipotts en TODOS lados)
----
💣 Etiqueta a un amigo al que le recomendarías esta historia.
----
Seis meses después
Está muerta.
—Está muerta —repito, seria, con lentitud mientras cubro los restos con una lona de plástico.
No lloro. Soy incapaz de hacerlo. No tendría sentido perder el tiempo en algo así. No otra vez.
Suelto un suspiro cargado de impotencia e ingreso en la cabaña. Con actitud mecánica, me dirijo al calentador y reavivo las brasas. El humo causado por la madera húmeda inunda la cabaña. Ya se me ha impregnado en la ropa, el cabello y la piel, siento que será difícil dejar de oler así.
Camino hacia la cocina y me sirvo un desayuno estilo americano pero sin huevos, salchichas, ni tocino. Tengo el café, pero es amargo —la azúcar solo la guardo para ocasiones especiales— y pancakes revueltos.
Evito pensar en lo que acaba de ocurrir. Era esperable, todas las señales me decían que moriría. Supongo que, en el fondo, esperaba la llegada de un milagro. Creo que mi naturaleza me lleva a confiar y confiar, y es irónico porque, con todo lo que me ha pasado, debería siempre esperar lo peor.
Sin energía, a punto de dejarme llevar por la frustración, doy un sorbo a mi taza caliente y me acurruco en un sofá cercano al brasero. Se supone que la primavera ha llegado, pero lo días fríos no abandonan la zona. No sé si es que Vomtinèr es una zona más fresca a causa de los bosques o qué.
Pellizco un pedazo de masa de la sartén y la como. Áspera, seca, sin gusto. Daría lo que fuera por tener comer un pancake esponjoso de verdad.
Vuelvo a repetir la acción, pero antes de comerla, escruto la masa con ojo crítico. Si tuviera que definir con un adjetivo las tortitas calientes que puedo cocinar con mis escasos ingredientes, solo se me ocurriría la palabra casidecente. Porque sí, saben decentes, pero como los míos solo tienen agua, azúcar —es ocasión especial, sí—, algo de polvo de hornear y esencia de vainilla, saben extraños. No tienen huevo ni mantequilla o aceite, por lo que se pegan en la sartén y debo raspar el recipiente cuando comienzan a cocerse para comerlos. Es una masa amorfa, sin vida, y tostada y cruda a la vez por sectores.
Al final, de desayuno americano no tiene nada, pero me gusta pensar que sí.
Con cuidado, raspo el contenido y lo vuelvo en un cuenco de cerámica. Abro un frasco y tomo el anteúltimo puñado de frutas secas que me quedan para arrojárselo a mi intento de pancakes. Utilizo una cuchara para mezclar las partes y vierto un poco de miel encima para unir el contenido. Me obligo a comer a pesar de tener una bola de frustración e impotencia en boca del estómago.
Tras dar mi primer bocado, Syria se despierta y sale de su cama para perros. Suelta un enorme bostezo que se me contagia y estira su cuerpo con pesadez.
—Bueno días, Bella Durmiente —la saludo mientras ella camina hacia mí y mueve su cola—. Tengo malas noticia, —le digo mientras acaricio su cabeza y le doy un pedacito tostado de masa—: nuestra huerta murió.
Todo. No queda nada. El invierno arrasó con casi todo y, lo poco que quedaba, anoche desapareció. Los brotes no están: los pájaros debieron haberse comido lo que quedaba mientras dormíamos. Además, la planta de tomates grande y fuerte que estaba aquí cuando llegamos, se terminó de secar. Sus hojas se deshacen entre mis dedos y las ramas amarillas ya no aguantan su propio peso. No soy una experta, pero sé que no dará más frutos. De verde no le queda nada.
Syria mueve su cola y en mi mente sé que está dándome ánimos. Como otro poco y lo trago con un poco de café.
—No están terribles —digo, más para mí misma que para ella. Nada superará a los primeros que me preparé. Creo que a ella les gustaron, pues se comió todo.
Observo la hora y veo que aún no son las siete de la mañana. Me termino mi café y me apuro a terminar mi invento de masa con nueces y avellanas.
Usualmente, suelo leer mientras como desayuno o almuerzo —aprendí a aprovechar la luz natural y dejar de maltratar mis ojos en las noches—. Sin embargo, ayer leí el último capítulo de un libro que no ha sido la gran cosa y hoy no tengo ganas de empezar nada nuevo. Me ha decepcionado porque, guiada por la portada y por la sinopsis, yo me esperaba otra cosa. Con sus colores aguamarina, verde y negro, y una especie de hada sosteniendo una daga manchada con sangre blanca, creí que tendría una historia épica. Sin embargo, terminó siendo un romance más del montón. Es de esos libros en donde dio igual que la protagonista fuera hada, humana, trol o vaca: su especie no fue condición para nada de la trama.
Luego de instalarme aquí, asalté la librería más cercana. Fue hace unos meses y luego de mi mudanza, mi primer salida fue ir hasta la ciudad exclusivamente por libros: regresé con la valija llena, alergia y dolor de espalda. No me importo y creo que valió la pena.
De todos modos, desde que mis anteojos se rompieron, leer se ha tornado un poco incómodo. Quisiera leer más, pero un día, al ver una rata tamaño balón de fútbol americano, se me cayeron al suelo y una de sus patillas se quebró. Sin temor a exagerar, creí que el animal me atacaría, pero al verme, huyó más asustado que yo. Ahora tengo una patilla siempre extendida porque ya no las puedo flexionar y los anteojos se me mueven a cada rato.
Syria me lame la mano y yo me dejo mimar. Sabe que estoy triste por la muerte de mi huerta. Puse muchísimas horas intentando hacer algo útil, invertí mi tiempo y di todo mi esfuerzo para que las plantas crecieran, pero por algún motivo, no hubo caso. No sé si fue el frío del invierno, si las ahogué, o qué. O incluso todo a la vez.
El brasero chisporrotea y sé que necesita más madera. El humo se extiende por toda la cabaña cada vez más suave, pareciera que me avisa que está a punto de apagarse. Tomo eso como el fin de mi desayuno y me levanto. Me encamino hasta la cocina para lavar los trastos de ahora y los de la noche. Cuando regrese de mi recorrida, tendré que traer más agua porque se me está acabando.
Primero enjabono los trastos y luego abro la llave del agua para enjuagarlos. Puedo ver que ya ha empezado a salir apenas un hilillo. Al terminar, los dejo en el secaplatos, como una promesa de guardarlos al volver.
Saco el contenedor de las cenizas y las arrojo afuera de la casa, asegurándome de que no tenga restos de comida que atraiga a algún posible animal indeseado. Doy una nueva recorrida por la huerta y arrojo las últimas semillas surtidas que me quedan en la tierra que dejé preparada ayer.
«Semillas», pienso. Es mi principal objetivo en esta nueva recorrida por provisiones, pues el invierno se ha acabado y la comida también.
Para cerca de las nueve de la mañana, estoy fuera. Una ligera mochila de montañista descansa en mis hombros con espacio suficiente para traer nuevas cosas. En ella llevo alimento para un máximo de cuatro días —calculé que estaré fuera tres, pero me gusta ser precavida—, ropa y varias herramientas de campista del Tío Fred que me salvaron la vida en más de una ocasión.
Miro atrás y me despido de Engranaje con una sonrisa, la hermosa finca que se ha convertido en mi hogar y me aloja desde hace cinco meses. Vi su nombre en mi peor momento; lo tomé como una señal porque encontrarla hizo que hoy yo esté aquí.
Hace poco más de cinco meses, me rendí. Me encontraba abrumada, sobrepasada. Al final, llegar a la intendencia de Munitze no fue lo que esperé. Me encontré con un panorama peor al que vi en Nueva Francia, mi hogar. Estaba cansada, adolorida, ya no podía más. Llevaba días caminando.
Pero...
Pero...
Un folleto turístico de la pequeña intendencia de Vomtinèr terminó en mi manos. En la parte de atrás, en una sección de clasificados, se mencionaba que la hermosa finca, Engranaje, estaba en venta. La describieron como es: un lugar precioso, alejado de todo ruido de la ciudad, de un tamaño considerable, perfectamente delimitada por vallas, perdida dentro de un bosque natural, con piscina, una huerta y parte de un río de agua pura atravesando su terreno.
Suelto un suspiro y, cerca de unos maceteros que en su momento debieron tener flores preciosas, dejo un poco de alimento para una gata negro que, a veces, viene a pedirme comida. Intenté adoptarla, pero no hubo aceptación por parte de Syria y la pequeña huyo disparada al segundo gruñido. Sin embargo, sigue visitándome seguido por comida.
—No es para ti. —Aparto a Syria porque se la quiere comer—. Ya comiste —la regaño—. Vayamos primero a arrojar la basura al Pozo, y ya luego nos vamos, nena.
El Pozo está a menos de dos kilómetros de Engranaje. Lo bauticé así por ser un gran «pozo» en el suelo, hueco hecho para una futura alberca privada de una residencia que también estaban construyendo: ahora, mi cesto de basura personal. Tardé poco en darme cuenta de que dejar la basura cerca de donde me estaba quedando es peligroso, pues atrae a criaturas indeseadas: no lo aprendí de la mejor manera.
Syria no me responde ni tampoco mueve su cola; está ofendida porque no la dejé comer. Ruedo los ojos mientras me abrocho las cintas de la mochila a mi cintura para distribuir mejor el peso en mi espalda y así cansarme menos.
Mientras nos encaminamos a nuestra primera parada, en el horizonte noto que hoy los incendios en Nueva Francia han comenzado más temprano que de costumbre.
¡Hola, lectores! 💥💕
Primero que nada, disculpen la demora para publicar este capítulo, como les estuve contando por estados de Wattpad, el grupo de Telegram y mis redes, pasé por unas situaciones complicadas; pero aquí estoy de nuevo. 💪🏻
¿Qué sintieron al leer el "seis meses después"? 🤡
¿Se lo esperaban? 😏
Tenía MUCHAS ganas de que lo leyeran.
¿Qué creen que encontrará Emma en esta nueva recorrida por provisiones? 🤔
El invierno se ha acabado, y la comida también. 🔥
Oficialmente, la parte final de ⚡SOLA⚡ queda inaugurada.
¡Gracias también a ustedes por siempre estar!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro