3 - Un segundo
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⚡ NaiiPhilpotts ⚡
El aromatizante de ambiente larga su agradable aroma a vainilla en cuanto entro en el baño. Su «chist» suena detrás de mí, casi que a la altura de mi nuca, y me hace pegar un chillido. Frunzo el ceño con rencor mientras meto un pie en la bañera. Sé que un día de estos ese aparato de porquería me va a matar de un infarto.
Mientras me lavo el cabello y dejo que la tina se vaya llenando poco a poco, me concentro en la música. Tarareo las letras que me acompañan desde mi niñez y que amo más que lo que se escucha en la actualidad.
Me enjuago la cara mientras me hundo en el agua y dejo que la quietud se lleve mis preocupaciones. Pronto, pierdo la noción del tiempo y no sé si me he quedado dormida.
Adormilada, abro los ojos con una pereza abrumadora. Estoy a punto de decirle a Gael que no quiero ir a la fiesta de Shai porque me siento mal. Solo me apetece quedarme en mi casa y mirar series en el sofá. Me dejo llevar por la música que retumba incluso dentro de mi cuerpo y comienzo a cantar.
Me levanto agarrándome del borde de mármol y con el pie quito el tapón de la bañera para que el agua se empiece a ir. Vuelvo a abrir la ducha para enjuagar los restos de jabón que se me pagaron en el cabello mientras canto, ahora, a viva voz. Es raro que suela cantar, se me da fatal y ni siquiera es algo que me atreva a hacer a solas.
Cierro las canillas del agua y me estiro para tomar mi toalla que dejé colgada en la barra de la cortina del baño. Se me paraliza el corazón. En el instante en que se da el cambio de canción , escucho el ruido de un cristal enorme que se añicos.
«La mesa», pienso alterada mientras me envuelvo con la toalla.
Bohemian Rhapsody suena en toda la casa a un ritmo ensordecedor. Quiero salir de la bañera, pero me paralizo. Miles de gotas tibias bañan mi cuerpo con delicadeza, mi corazón se acelera y bombea más sangre de la que puede procesar. El miedo inhumano me domina en el momento en que comienzo a hiperventilar.
Y oigo un grito. Quiero decirle a mi teléfono que apague la música y que llame a la policía; pero mi voz no sale. Estoy muda. Me miro las manos y me tiemblan presas del pánico.
Las milésimas de segundos corren demasiado rápido. Cuando reacciono y estoy por dar un paso al frente, una persona vestida de negro, con la cara completamente cubierta con algo que parece ser una máscara antigás, irrumpe en el baño.
Un grito desgarrador trepa por las paredes de mi garganta. O eso creo que hago porque no soy capaz de escuchar mi propia voz. La única señal de aquello es que, en cuanto cierro la boca, mi garganta arde del dolor.
Siento que la persona me mira. Pero solo lo «siento», no soy capaz de ver sus ojos ni su rostro. Se acerca hacia mí y me obliga a retroceder. La toalla se desliza de mi cuerpo hasta caer en el agua que aún no ha terminado de correr.
Intento cubrirme con mis brazos, mientras doy un último paso hacia atrás y mi espalda choca contra los azulejos que parecen hechos de hielo puro. Un escalofríos electrizante me deja estática. Me zumban los oídos y me palpita la frente.
«¿Qué hago?», pienso con desesperación.
Creo que la eternidad se instala en mi baño aunque solo pasaron cinco segundos desde que escuché el vidrio romperse.
«¿Qué se supone que haga en un momento así? ¿Por qué nos creemos exentos de las cosas malas?». Por más que a veces imaginé cómo debería actuar en situaciones de riesgo, ahora que estoy en una, no soy consciente de cómo reaccionar. Vuelvo a gritar, esta vez pidiendo ayuda.
Me siento realmente impotente.
El sujeto, que está vestido como si estuviera a punto de combatir en una guerra química, de dos zancadas y corta toda distancia posible entre ambos. Pienso que me va a golpear en la cabeza, por lo que me cubro con mis brazos para dilatar el golpe.
Está tan cerca de mí que escucho su respiración entrecortada al filtrarse por la máscara. De refilón, puedo ver que toma algo.
«¿Es un arma? ¿Aquí terminará todo?» pienso, vacía, sin alcanzar a ver qué toma de su cinturón lleno de compartimientos. Pensé que, dé llegado el momento, sería capaz de luchar, pero me encuentro tan asustada que no soy capaz de hacer siquiera algo. En mi mente siempre me vi como una superviviente...
«Qué idiota fui».
«Pero ya no más».
De algún rincón de mi cuerpo, sacó la fuerza suficiente para empujarlo. Él se sorprende de mi actitud y trastabilla, confundido. Trato de salir corriendo, pero me patino al saltar la bañera.
Todo mi cuerpo cae contra el piso y de milagro no me golpeé la cabeza. Miles de punzadas de dolor intentan distraerme, pero no les hago caso. Estoy muy cerca de la puerta.
Apoyo una de mis rodillas en el piso para levantarme y correr; pero él me detiene con una facilidad que me hace sentir todavía más impotente. La madera de la puerta se esfuma de la cercanía de mis dedos.
Chillo y pataleo de manera desaforada. El uniforme de tela gruesa, casi militar pero de color negro, se pega en todo mi cuerpo y la sensación me desespera. No entiendo qué demonios está pasando.
«¿Cómo es que en un segundo todo se fue a la mierda?», pienso, horrorizada mientras que el hombre me arroja en la bañera con brutalidad.
Caigo sobre mi costado y me golpeo la cabeza sin poder evitarlo. Las lágrimas de frustración comienzan a caer por mi rostro mientras espero por un disparo que nunca llega.
El hombre no me habla. Se limita a estar parado frente a mí de manera casi guardiana. El dolor en mi sien se me hace insostenible, tanto que por momentos dejo de ver. En algún punto, noto que la música sale solo desde mi celular. No sé cuándo el sistema de parlantes que está instalado en toda la casa ha dejado de sonar.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto entre hipidos.
No me responde.
Pronto, escucho que alguien corre escaleras arriba y se interna en el pasillo. Los pasos se acercan y oigo la lejana voz de mi madre. Sé que está haciendo lo imposible por llegar hasta a mí.
—¡Mamá! —respondo a su voz con fiereza.
—¡Emma! —grita en la lejanía y por su tono sé que ella también está librando su propia batalla.
Por un momento, la respuesta acude a mi mente. Imagino que son ladrones que se enteraron de su préstamo y por eso están haciendo esto:
—Aún no nos dieron el dinero —confirmo lo que creo que buscan—. Pero llévense todo —chillo entre hipidos histéricos—. No nos hagan daño. Déjennos en paz —grito con más fuerza—. ¡Se los ruego!
Me tapo la cara con ambas manos mientras el llanto me ahoga. Ya no escucho a mi madre y no sé qué le puede estar pasando.
—Mamá, mamá —comienzo a decir entre lloriqueos sinsentido.
De pronto, otra figura se asoma en el umbral de la puerta del baño. Tengo la esperanza de que sea la policía, pero no. Es otro sujeto vestido igual que el primero.
—Activación del protocolo —murmura el hombre. El que me tiene acorralada asiente con la cabeza.
No entiendo nada. La situación se torna surrealista y el pensamiento del robo se disipa en la nada. El hombre de la puerta se marcha dejándome a solas nuevamente con mi captor quien, de repente, me toma un brazo y me lo estira hacia su cuerpo. Me tenso.
No tengo posibilidad de moverme o retorcerme, los hechos se dan demasiado rápido. Lo único que hago es soltar un chillido en cuanto la aguja me penetra la piel tras un agudo pinchazo.
Confundida, me paro se un salto y trato de apartarlo. Pero es tarde. Sea lo que sea que me inyectó, está surtiendo su efecto.
La droga comienza a jugar con mi mente y pierdo el sentido del espacio. Mis ojos se cierran de manera involuntaria y trastabillo. Cierro los ojos en un parpadeo eterno. Cuando los vuelvo a abrir, estoy de boca contra el mármol de la bañera. Creo que me caí y me golpeé parte derecha de mi cara. Sin embargo, me causa sorpresa notar que no duele. Creo que tuve suerte.
Susurro algo ininteligible que se pierde en la historia y, pronto ya no siento nada.
Duermo.
Nuevo capítulo semanal de Sola. ♥️
No obstante... ¡Mañana habrá otro! Sí, como leyeron. ✨☢️
Estén atentos a los mensajes que dejo en mi perfil y, si pueden, síganme (NaiiPhilpotts). Últimamente estoy publicando estados en dónde propongo maratones, pero tienen que votar cuál de mis historias quieren leer (y el otro día perdió Sola 👀). ♥️
Los leo mañana. ♥️
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