27 - Montresa's International Mall
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Cualquiera pensaría que ya debería estar acostumbrada a moverme con el miedo fluyendo por mis venas, pero no. Algo así nunca se acostumbra. Ante mí, un edificio adormecido de ocho pisos de alto, sin contar los dos subsuelos para estacionamiento ni el del supermercado.
Salas de cine, un patio de comidas y otro de juegos, tiendas departamentales, de ropa, de maquillaje. Perfumes caros, artesanías, cristalería, y un sinfín de cosas más que no soy capaz de memorizar.
Las manos me tiemblan y quiero orinar. Estoy tan cagada que no puedo dar ni un paso en adelante. Adentro está más oscuro de lo que creía, como el edificio tiene un gigantesco techo de cristal que se ve desde la planta baja, estaba convencida que adentro estaría iluminado. Sin embargo, me siento idiota al percatarme de que no es así, pues el mall es un entresijo de escaleras, balcones, entrepisos y ascensores que siempre dejan visible el centro del lugar. Los ventanales gigantes solo están en puntos estratégicos, por lo que su luz no llega a serme de mucha utilidad, sin embargo, saber de su existencia me relaja un poco.
La oscuridad me sigue abrumando como cuando era niña. Mentí, la oficina no me ayudó a superar mi miedo, al contrario, lo empeoró.
¿Cómo no pensé en los pasillos ni en cada lugar individual? Yo acabo de caer en un pasillo que da al área de limpieza trasera de unos baños públicos del séptimo piso. No veo nada.
Lo primero que hago es probar que la puerta de servicio que da a las escaleras esté abierta, no obstante, me choco con una estructura maciza que es incapaz de moverse. ¡No se abre! La tenue, pero poderosa idea de ir por Syria en cuanto lograra abrir una de estas puertas se desvanece como arena entre mis dedos.
Paso saliva en seco.
Estoy temblando. Evalúo mis opciones y «estar encerrada» no es un pensamiento que quiero en mi cabeza en estos momentos.
Hago una parada en unos cubículos y, cuando mi vejiga está vacía, emprendo la marcha. Recorro el solitario pasillo casi al trote. Me niego ver más allá de lo que es estrictamente necesario. La linterna del teléfono no alumbra demasiado y termina por asustarme más a causa de mis pasos acelerados.
El pasillo se termina y ante mi hay unas grande puertas dobles. Tengo que disminuir mi velocidad para abrirlas y mi corazón late desbocado. Me tomo un segundo para regularizar mi respiración; pero no funciona. Las atravieso.
Salgo al pasillo del séptimo piso. Las salas de cine me rodean y puedo ver los carteles de las películas que estaban en cartelera cuando todo ocurrió.
—Dios mío, esta la quería ver —digo para mí y me sorprendo de lo alto que ha salido mi voz.
Un nudo de pánico comienza a forjarse en mi garganta y cada vez tengo más sed, pero estoy tan aterrada que no quiero frenarme a tomar agua.
Mientras avanzo, me topo con un sinfín de pantallas apagadas que deberían decirme los horarios de las películas si esto fuera un día normal. Necesito salir de este área y llegar a la boletería, sé que de ahí podré acceder a los otros pisos.
El grito desgarrador sale sin que yo pueda detenerlo.
Mi cuerpo reacciona como una presa cuando la linterna enfoca una figura humanoide gigantesca cerca de las tan anhelada puertas de salida, agazapado, a punto de atacarme.
Noto que ya estoy llorando y que no soy capaz de frenar las lágrimas a pesar de que ahora sé que es un puto yeti realista o algo por el estilo, que promociona una película de terror en el ártico. En otra vida, o hace un mes, me hubiera encantado una foto con esta criatura. Ahora... solo quiero arrojarla por el hueco de un ascensor.
El gran balcón del piso esta levemente iluminado. El techo de cristal está bastante sucio a causa de la falta de mantenimiento, y la poca luz que penetra por la cúpula del edificio solo ayuda a crear sombras aún más aterradoras.
Pronto, encuentro la tienda de comida chatarra y sodas, lo cual me ayuda a divisar la boletería. Ambos lugares están cerrados y con las rejas bajas. Me aterra ver focos de luces tintineantes de cosas con baterías autónomas que de seguro están por acabarse en cualquier momento. Me apresuro a bajar por las escaleras mecánicas —que no recuerdo si en su momento subían o bajaban—, y me alejo de los pisos más altos, los cuales están destinados exclusivamente para el cine.
En cuanto llego al sexto piso, noto que la luz natural que entra por el techo es más débil, sin embargo, cerca hay un mosaico de cristales con vistas a la enorme ciudad. El contraste me deja impactada. Busco en las paredes uno de los mapas del lugar y, luego de varios intentos fallidos, hallo uno. Con el móvil otro móvil que traje le saco una foto. La edito y con un lápiz rojo hago equis en los puntos que debo visitar sí o sí. Syria está sola afuera y yo estoy sola aquí adentro. Necesito volver con ella.
Aprovecho la pausa para beber agua y me dirijo al primer punto que, casualmente, está en este piso. Estoy demasiado nerviosa. El lugar es gigantesco y no puedo sentirme a salvo. Estoy demasiado expuesta; los techos son demasiado altos y hay demasiados lugares. Siento que el Montresa's International Mall es más grande que el hospital, aunque aquel es casi como una pequeña ciudad de múltiples edificios uno al lado del otro, incluida una bella plazoleta que no pude apreciar.
Camino sin perder el tiempo y, me dirijo a la tienda de bolsos. Para mi fortuna, la mayoría de los negocios siguen abiertos, se ve que no tuvieron tiempo de vaciarlos y bajar todas las rejas. La evacuación fue muy apresurada. Con los dos teléfonos encendidos para una mayor iluminación, me dirijo hacia las maletas de viaje.
Busco una grande, una muy grande, tamaño XL y de no sé cuántos kilos, y la encuentro.
Las ruedas de mi nueva adquisición repiquetean detrás mío y no puedo evitar sonreír de haber conseguido algo que quería. Es bastante cómoda y casi no se siente. Adentro de la valija cabemos Syria y yo juntas, pero ahora tiene las provisiones que voy encontrando por el camino y creo necesitar. Soy una acumuladora, lo cual es un problema porque guardo cosas que pueden ser consideradas inútiles.
Lo positivo es que mi nuevo juguete tiene buenas ruedas; lo descubro al bajar al quinto piso por otra serie escaleras mecánicas apagadas.
Me veo obligada a cruzar un puente de vidrio que une dos áreas del shopping. Es aterrador, el vidrio repiquetea con las ruedas de la valija y temo que se rompa a pesar de que sé que es absolutamente imposible. Ver la silueta del puente a oscuras es completamente me parece demasiado para mis nervios. Nunca me había percatado de lo hermosa que eran las cosas cuando tenía la comodidad de la electricidad, de lo delicadas y bellas que eran la luces led que adornaban los costados en Navidad, de lo colorido que era que reaccionaran cada vez que dabas un paso y se encendían por sensores al notar tu peso.
Evito que los recuerdos me tiren hacia abajo y me concentro en lo que he venido a hacer. Doblo en un pasillo y bajo unas escaleras cortas que desembocan en una especie de entrepiso que presenta una tienda departamental gigantesca. Me acerco al área que tiene artículos para campistas y comienzo a agarrar todo lo que creo pertinente. La tienda de campistas Tío Fred tiene muy buen renombre y, bajo su aparatoso logo, hay cinco estrellas que no sé qué entidad le habrá otorgado.
Cerca de la entrada, dejo la valija abierta para ir arrojando lo que necesito. No me preocupo por el orden, necesito salir de aquí lo más rápido posible. Paseo entre los pasillos a oscuras de la megatienda, y aun así no es la sucursal más grande, y tomo desde una bolsa de dormir hasta un calentador y varios repuestos de gas. Agarro un colchón inflable último modelo que no requiere de inflador, pues se infla con un botón que viene integrado en el mismo artículos, y una manta térmica. También tomo un set de cocina pequeño, que incluye una olla, una sartén, cubiertos y un vaso y un plato térmico.
También hay botas y ropa, pero no me parecen cómodas, así que las ignoro.
—En unos minutos iré de compras —me burlo e imagino las prendas que encontraré en cuanto empiece a buscar en los pisos inferiores.
En pocos minutos, la valija empieza a llenarse de manera abrumadora. Moverme a pie con tantas cosas es una locura. No creo poder hacerlo.
Paso saliva en seco al ver el sector de los cuchillos y navajas. Suspiro.
Antes de dejar uno de los puntos más importantes de mi visita al MIM, doy, no una, sino dos, revisadas extras antes de irme. La tienda de campistas Tío Fred es idéntica a cómo lo esperaba; la cancioncita perturbadora del comercial que me atormenta desde mi infancia vuelve a mi mente y recuerdo que mi madre la cantaba a todo volumen de una forma que me resultaba muy irritante.
—Si tu tienda barata se desplomó, el tío Fred tiene la solución. Linternas, antorchas y faroles en iluminación. ¡Tío Fred! —Hago una pausa para rememorar cómo seguía mientras alargo el «tío Fred» que entonan las coristas femeninas—. Si tu anzuelo se rompió, con las cañas de pescar del tío Fred conseguirás tu salmón. Mochilas, bolsas de dormir y carbón. ¡Tío Fred! —Sonrío mientras meneo al compás de la canción—. Si el senderismo es tu pasión, el tío Fred te dará lo mejor.
»Porque tío Fred... ¡tie-ne la so-lu-ción!
Me río tras haber dado mi show, sin embargo, me arrepiento al segundo. La maldita canción se ha metido en mi cerebro y no podré quitármela por horas. Siempre me resultó un jingle publicitario más pegajoso que la goma de mascar.
He guardado cosas que no creo necesitar, pero que me podrían ser de mucha ayuda, como dos pares de elásticos para aferrar cosas arriba de la maleta, o anzuelos y una brújula, aunque no tenga ni idea de cómo es que se pesca.
Abandono al tío Fred y, cerca de las ventanas del piso, chequeo el mapa. Noto que el segundo piso, el primero y parte de la planta baja tiene tiendas de ropa. Necesito hacer un recorrido por esos sitios, mis zapatillas apenas sobreviven, mi ropa interior escasea, y hay cosas que huelen asqueroso de haberse secado en la oscuridad de la oficina y, por más que las lave, siguen oliendo igual. Además, en mis pertenencias no hay nada que me ayude con el invierno; no tengo ropa de abrigo. Lo malo es que el verano aún se sentía en el ambiente cuando todo ocurrió, por lo que la temporada de frío no había arrancado para los comerciantes.
El tercero, piso es sobre tecnología. Desde electrodomésticos a computadoras, celulares de cualquier tipo de marca, auriculares, etc. En mi mente tengo una lista enorme de cosas que quisiera llevarme, pero la reduciré en cargadores solares, auriculares y una pc con puerto de carga compatible con algún cargador solar. No me puedo exceder porque, además, necesito ir al supermercado por provisiones y visitar la tienda de mascotas del primer subsuelo para poder tener algo para Syria. Una bolsa de diez kilos solía durarle poco menos de dos meses... Me gustaría conseguirle una.
Sin embargo, al llegar al quinto piso, me tengo que detener a quitarme la chaqueta. Estoy demasiado acalorada y no soy capaz de moverme con comodidad. Sé que mi cara debe estar roja; siento el sudor en mi frente, nuca y tras mis orejas. Aprovecho para beber algo mientras recuerdo que, al lado del supermercado, había una farmacia. Espero que siga ahí, no me vendría mal llevarme algunas cosas.
Agitada y todavía tarareando la canción del tío Fred, me quedo absorta mirando pro la ventana que da en dirección contraria al mar. El ruido atronador de varios motores me paraliza y la flota de helicópteros sobrevuela en dirección al interior de la isla aparece en mi campo de visión. No pasan ni dos minutos que los primeros focos de humo comienzan a verse en el horizonte.
Allá, lejos, muy lejos, están quemando Nueva Francia.
¡Levanten la mano cuántos NO se esperaban esto! 😂
¿Qué creen que ocurrirá? Leeré atentamente sus teorías. 🧐
⚡ IMPORTANTE ⚡
Por otro lado, como les dije más arriba, si estallan este capítulo con MUCHOS comentarios, ¡habrá doble actualización la semana que viene! 🔥🔥🔥
¿Que cuántos son muchos? Pues no sé... ¡sorpréndanme! En el capi del otro día hicieron más de 500. 🤯🤯🤯
(No vale poner solo puntos ni letras sueltas) (los mensajes de letras sí, me divierte ver qué intentan poner JAJAJA)
PD1: Los espero en mi grupo de lectores. 💖✨
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