25 - Sonido distorsionado
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⚡ NaiiPhilpotts ⚡
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Me despierto. El tiempo se mueve con una lentitud abrumadora y yo no sé dónde es que estoy. Me cuesta encontrarme hasta que, poco a poco, cada idea va ocupando su lugar.
Muevo las tiernas sábanas y las cobijas con cuidado de no despertar a Syria. Ella también se merece un buen descanso. Salgo de a poco de la cama sin hacer ruido y mis pies tocan las cerámicas. De repente, un escalofríos me recorre de pies a cabeza, erizando cada pelo de mi cuerpo.
Tomo uno de mis teléfonos y camino hasta los grandes ventanales y observo. La bruma aún no se disipa y es bastante temprano. Anoche no pude dormir muy bien, mi cabeza fue un torbellino de pensamientos a los cuales no quiero retornar, no ahora.
«Por favor».
Me concentro en el océano, el cual observo como un elixir revitalizante. Me permito relajar por un instante y siento que mis facciones poco a poco se distienden, pues estaban congeladas en una mueca de horror continuo. Está amaneciendo y mis ojos no pueden con tanta belleza. El naranja se funde con el negro y el rosado para formar uno de los colores más bellos que puede regalarte la naturaleza. Me siento abrumada ante tanta belleza, pues, el amanecer comienza a reflejarse en el océano y me deja sin habla.
Pongo una canción aleatoria de una de mis listas de música y me concentro en la letra mientras tengo los ojos fijos en el mar. Es una canción que habla de la sensación de estar solo y no sé qué más. No está en mi idioma materno por lo que me cuesta seguirle el hilo. Adormilada, le subo el volumen. La voz del cantante entra en mi cuerpo como un mantra, pues por alguna razón ya la conozco. La debo haber escuchado con anterioridad, pero no recuerdo cuando.
Me quito la ropa, quedándome solo en ropa interior, y salgo al balcón para bajar por las escalerillas que tienen y dan a la playa privada del spa.
Mis pies se entierran en la arena y comienzo a caminar en dirección al mar. Los primeros rayos del sol comienzan a bañar mi piel pero apenas entibian. La brisa que corre es helada. La soledad se huele en el ambiente y es desesperante. El vacío está presente en todas las células de mi cuerpo.
Trato de oír, pero el silencio resulta ser el ruido más ensordecedor. Por un momento, me siento aparte de todo, aparte del mundo, de la sociedad, de todos, del universo. Lo único que está es el susurro delicado del mar que ahora toca mis pies y me estremece como ese roce anhelado de la persona que amas.
De pronto, el viento trae consigo los últimos versos de la canción. La letra parece hecha para mí, pues habla de una persona que se desvanece con lentitud, de alguien que está perdido y asustado en un mundo que se ha congelado.
Sonrío con amargura a las nubes que amenazan con tapar mi bellísimo amanecer. Está más fresco de lo que pensaba, pero el clima no deja de estar agradable. Siempre quise darme un chapuzón sin dudarlo a estas horas y, por una razón u otra, jamás me había atrevido.
Ahora no hay nada que me detenga. La ciudad se ha congelado —pues es mi mundo del que hablaba la canción— y el paso del tiempo sin humanos que la habiten a comenzado a sentirse. La naturaleza contrasta con lo sombrío de las construcciones abandonadas que, aun así, no dejan de ser bellas a su manera. Los edificios, vigilantes de mis movimientos desde su posiciones inamovibles, parecen acompañarme a cada paso que doy, mientras más me adentro al océano.
El agua me llega poco más arriba de los tobillos. El salitre se huele intenso y me agacho a tocarla con los dedos de mi mano ya sin esmalte de colores; no puedo recordar cuál fue el último color que usé.
La espuma del oleaje cubre mis dedos y me eriza hasta el alma. Los pensamientos de la noche regresan a mí como una ola repentina que te sacude hasta el último hueso de tu cuerpo. Anoche, cada vez que cerraba los ojos para intentar dormir, en mi mente había un calendario marcado con fechas. Saqué cuentas de mil formas posibles, googleé mentalmente qué es lo que pasaría si dejas de tomar tus anticonceptivos de un día para el otro, repasé el prospecto del medicamento guardado en mi memoria y mil y un teorías más.
Oprimo mis parpados con fuerza y me obligo a cortar con cualquier tipo de pensamientos. Es un error estar así. Las probabilidades son bajísimas y casi nulas de que ocurra algo así.
«Pero están», dice la insidiosa voz que a veces toman mis pensamientos. «Y mi periodo no llega».
Sé que es improbable, pero el miedo está. También cabe la posibilidad de que haya tenido mi periodo los días que estuve mal y no lo recuerdo porque sencillamente no sé qué demonios viví esos días. Lo más lógico es que el estrés me esté haciendo pasar el peor atraso del mundo.
La palabra «atraso» trae aparejado unos cosquilleos en mi nuca se hacen insoportables.
Un nudo se asienta en mi garganta y colapsa mis cuerdas vocales. Soy incapaz de hablar y de pronunciar palabra alguna. Las náuseas psicológicas se hacen presentes junto con las ganas de vomitar: los nervios acabarán conmigo.
«Lo más fácil sería morir», dice otra voz en mi mente, una que habla con mi mismo tono, con mi misma angustia, con mi misma apatía por la vida. Sé que fácilmente podría caminar hacia delante y nadie se enteraría de qué es lo que ha ocurrido con mi cuerpo.
Yo dejaría de sentir, de sufrir. Podría, incluso, despertar en otra vida o volver a mi realidad y enterarme que esto solo es una macabra pesadilla.
Sin embargo, no soy capaz. Una fibra masoquista de mi ser me insta a seguir, a averiguar lo que está sucediendo. Además, mi sentido de la autoconservación me hace querer ser una superviviente, salir de aquí, demostrar que pude con esto y con cualquier cosa que se me presente.
Cierro los ojos, arrodillada en la arena.
Pienso en mi madre y la fragancia de su perfume se hace tan presente que creo que está aquí, conmigo. Si me concentro, puedo sentir sus manos acariciando mi espalda. Temo volver a abrir los ojos para darme cuenta mi mamá no está aquí, que es solo una ilusión de mi cerebro, y que ella no me dará uno de esos abrazos fuertísimos que siempre me fastidiaron o que no me dará ningún sonoro beso en la mejilla seguido de un mordisco en la mejilla que me hacía pegar un grito en el cielo. Siento una nostalgia tan lejana que me hace creer que jamás la volveré a ver y temo porque eso sea cierto. Palidezco de solo pensarlo y me aturdo por el avasallamiento que implica hacerme consciente de esa posible realidad.
«Mamá está bien, tiene que estarlo», una vorágine de sentimientos comienza a consumirme y temo volver a perderme otra vez.
El pitido en mis oídos ha comenzado. Un zumbido penetra a lo lejos y rompe con el silencio del mundo que parece ser imperturbable y abrumador. El océano ruje con furia contenida y me ensordece. Me hace saber que él sigue aquí y que ahora es el amo y señor de esta isla.
Una ola inesperada me empapa el pecho y me quedo sin aire ante su contacto. Mas no, me despierta.
El sonido del dron de combate se hace presente.
Opresor.
Aniquilador.
Destructivo.
Atino a levantarme y correr hacia el mar. Me tiro en posición de clavado en la profundidad y me sumerjo. Mientras el agua me envuelve con sus manos heladas, obligo a mi cerebro a entender qué es lo que está ocurriendo y procesar una explicación lógica que le sirva a mi cuerpo para poder reaccionar con decencia. Me parece malditamente escalofriante que vuele tan bajo y tan cercano a mí.
El conteo del aire de mis pulmones comienza a agotarse; nunca he sido buena para aguantar la respiración. Me atrevo a sacar el rostro lo suficiente como para poder tomar más oxígeno sin siquiera llegar a ver algo. En cuanto respiro, vuelvo a sumergirme y me atrevo a abrir los ojos bajo el agua. Al principio, la sal quema y parece ser el peor error de mi vida, sin embargo, la visión pronto se acostumbra y puedo ver con claridad qué es lo que está ocurriendo. Observo que la sombra del dron pasea alrededor de mi cuerpo y creo que está sobrevolando por encima de mi cabeza.
Todo el contendido de mi mente se vacía y solo me quedo con un pensamiento; en lo único que puedo pensar es en que no quiero morir.
La ironía de la idea me aturde junto con la falta de oxígeno que oprime mis pulmones por más aire que no puedo darle.
Giro mientras intento flotar y noto que estoy en una parte más profunda. El mar ha comenzado a arrastrarme con sigilo y yo ni cuenta me he dado. Intento hacer pie, pero la arena no está debajo de mí por ningún lado. No soy una nadadora experta y me aterra que el mar me esté arrastrando hacia las profundidades. Los nervios comienzan a dominarme y el frío del agua hace que me orine encima.
Cada vez aguanto menos la respiración, estoy tan acelerada que mis pulmones queman más oxígeno del que necesitan. La sed empieza a arder en mi garganta.
Vuelvo a sumergirme e intento nadar hacia la orilla por debajo del agua. El mar ya no está tan calmo como hace unos minutos. Avanzar un centímetro cuesta una eternidad. El agua me empuja hacia las profundidades mientras tengo un dron que es capaz de dejarme como un colador encima de mi cabeza.
El aparato sobrevuela el área por varias decenas de minutos que para mí parecen una eternidad. Cada vez que salgo por aire, siento que mis células se congelan y se derriten a causa por el frío. No doy más, no sé cuánto es lo que podré seguir aguantando. Quise autoconvencerme de que quizá es la ayuda que tanto espero, pero la línea de la suerte es tan delgada que arriesgarme es demasiado peligroso.
Cuando la sombra se aleja unos cuantos metros y la desesperación termina por consumirme, me atrevo a respirar. La ventaja de haber tenido los ojos abiertos bajo el agua es que creo que podré ver dónde está el aparato —ya que no me tengo que secar los párpados para así poder abrirlos—, sin embargo, no es así. No lo encuentro por ningún lado.
A mis espaldas, escucho el zumbido de sus hélices y me percato de que el aparato sobrevuela ahora la construcción del spa. Parece que está haciendo una ronda de vigilancia y pienso que debe estar buscando supervivientes.
El dron gira en el aire y vuelve a acercarse a la costa. Mi cabeza es tapada por una ola naciente, esas que aún no han empezado a romperse y llenar todo de espuma, y no tengo necesidad de ocultarme.
Abajo del agua me concentro en el sonido distorsionado que se ocasiona por mis movimientos y espero hasta que no doy más. Cuando vuelvo a salir por aire, me encuentro con el dron no está. A lo lejos, alcanzo a ver un punto negro diminuto que se va alejando, poco a poco, en dirección a Munitze.
La aparición del dron claramente implica que Emma no puede relajarse.
¿Cuál creen que será su próximo movimiento? ¿Qué esperarían que pase?
Oficialmente este capítulo tiene el último vestigio de la versión 2013-2015, ahora sí nadie sabrá qué es lo que viene. 😋
Excepto yo... 🤗
Si hacen explotar este capítulo de comentarios, haré actualización doble el siguiente fin de semana. 🤯
¿Trato? 🤝🏻🤝🏻🤝🏻
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