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12 - Estoy salvada

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Me encuentran como... 

NaiiPhilpotts

Una motocicleta pasa junto a mí, a toda velocidad, cuando estoy a punto de doblar a la derecha, justo en la esquina de la casa de Gael. Apenas alcanzo a reaccionar y me lanzo cuerpo a tierra en el jardín de una casa preciosa. Sin embargo, pasa tan rápido que tengo la esperanza de que no me haya visto. Espero por unos segundos, que se transforman en minutos, y no regresa por mí.

«Estoy salvada», me digo, pero pronto me inundan los pensamientos negativos y me pregunto hasta qué punto es realmente así.

Ante mí se presentó como una mancha negra y borrosa, espero haber sido lo mismo para él.

Pronto, me descubro diciendo «él», cuando no tengo ni idea de quién es, solo sé que necesito darle forma y cuerpo. Sin embargo, algo me dice que es del grupo de la alcaldía; venía desde ahí. Además, escuché cuando hablaban de quedarse aquí, en la isla. Espero que no estén buscando personas ocultas o gente que no quiso dejar la isla ni salvarse...

Syria deja de hurgar en unos contenedores y viene a ver qué es lo que estoy haciendo recostada en el césped. Me pasa la lengua por la cara, ajena de todos mis males, y yo la aparto con una media sonrisa involuntaria.

—Vamos, niña —le digo mientras me levanto y me sacudo la ropa. Apuro el paso y avanzo los pocos metros que me separan del hogar de Gael.

Suelto un suspiro exhausto cuando veo que la verja de su casa está cerrada. ¡Era obvio! Lo suponía ya que, como es magnética, se cierra sola. Tenía en mi mente este momento desde que salí de la casa de Lisa.

«Supongo que hay una primera vez para todo...», pienso mientras ato a Syria a uno de los barrotes.

Luego, me seco el sudor de las manos en los leggins grises y me bajo la capucha del hoodie.

Comienzo a trepar y...

Me resbalo.

Los mismo ocurre las primeras seis veces que lo intento. ¡No puedo creer que sea tan complicado! Como un simio sin equilibro, esta vez logro llegar a la cima y mantenerme el tiempo suficiente como para quitarme el bolso y bajarlo con cuidado. Cuando está lo suficientemente cerca del piso, lo dejo caer.

—Ahora me toca a mí... —digo en voz alta para concentrarme y, con cuidado de no apuñalarme con las puntas filosas y triangulares, salto.

Mis huesos se recienten por la caída y, los tres metros me hicieron sufrir más de lo que parecía.

«Mierda, esto pudo haber terminado mal», pienso mientras vuelvo a recoger mis cosas.

Al igual que reja, la puerta de entrada también está cerrada. Rebusco en mi bolso y le tiro unas galletas dietéticas que encontré en lo de mi amiga. Syria agita la cola con felicidad y me lame la mano en agradecimiento. Luego se dispone a comer, obediente.

Suelto el aire contenido en mis pulmones y comienzo a subir la escalera que me lleva hasta la entrada que está en altura. Al llegar al escalón más alto, golpeo. No sé por qué lo hago, simplemente la esperanza de seguir viviendo en una normalidad florece en forma de nulos intentos.

—Ya vengo por ti. Tú, quieta... ¿Sí? —le explico. Adentro tienen un juego de llaves así que solo necesito encontrarlo.

Me acerco hasta el segundo marco inferior de las ventanas y tomo la pequeña llave de emergencia que he visto a Gael usar cientos de veces. No conocí nunca a alguien tan distraído, siempre dejaba sus llaves olvidadas.

«Dejaba». El uso del pretérito me revuelve las entrañas.

Aparto mis tormentosos pensamientos y abro la puerta. De manera instintiva, enciendo la luz.

No encienden. Al parecer, el corte ha sido masivo. Tomo la linterna que tengo en el bolsillo canguro del hoodie, mi nueva mejor amiga, e ilumino la sala.

Un orden atípico me recibe. La casa está como cuando alguien está apunto de mudarse y ya no sabe que hacer con las cajas o cómo acomodar las cosas. Creo que pretendían llevarse más de lo permitido y no los dejaron.

Camino dentro del laberinto de cosas desperdigadas y me doy cuenta que la preciosas pared de las fotografías familiares ha sido destruida. Me imagino que, en medio de la desesperación, su madre quiso guardarlas.

Me acerco hasta las ventanas y descorro la tela para que la luz del día me a ayude a ver un poco más. Sin embargo, al hacerlo, quiebro algunos de los marcos faltantes. El crujido de los vidrios me hiela la sangre.

—Solo te quedarás lo suficiente —me autoconvenzo mientras siento una mezcla de terror y desconcierto.

Pienso mentalmente en lo que tengo que hacer y me pongo en marcha. Necesito conseguir provisiones, buscar ropa que tengo guardada en la habitación de Gael, e intentar conseguir un cargador portátil para mi teléfono. Quiero estar preparara por si llegan a volver las comunicaciones.

Entro en la cocina y busco las llaves. No las encuentro. No están en el mismo lugar de siempre. Busco por los cajones de los cubiertos y no las veo, tampoco está arriba de los estantes ni arriba de la nevera. Me quedo estática cuando mis ojos se posan en esta último; veo algo que me destruye. En la puerta del freezer hay una hoja de papel donde se lee un atolondrado «regresaremos». Sé que lo escribió mi suegra.

Mi garganta se cierra. Todos tenemos nuestras esperanzas.

Me paso la mano para limpiar la humedad de mis ojos y, luego de darle una rápida mirada al lugar, me doy cuenta que la comida escasea. Es esta casa siempre fueron unos acumuladores compulsivos de latas y de productos no perecederos y, ahora, no hay casi nada.

Luego me dirijo sin dudarlo hasta la habitación de Gael. Aquí la oscuridad es muy pronunciada ya que el no conoce lo que es dejar las persianas levantadas.

Abro sus ventanas y los rayos de luz solar iluminan la estancia. El empapelado de aviones grises que tiene desde pequeño se ve tétrico sin su chispeante personalidad. Me percato de que se está despegando en algunos bordes cada vez más y sonrío con tristeza; siempre me decía que lo cambiaría en el verano, pero nunca especificaba en cual.

El nudo en la garganta vuelve a aflorar cuando noto que su meticuloso desorden aún se mantiene. Su cama tendida y sus cómics apilados a un costado, su escritorio siempre organizado, sus consolas de videojuegos y su puf.

Me siento ante su escritorio y ahogo un grito cuando noto que su portátil se ha partido en dos por haberse encontrado con el suelo de cerámica —o rodado por la escalera de entrada, o haber sido aplastada por un camión—. Me imagino que en el ajetreo de la mudanza debe habérsele caído; no quiero ni pensar en lo mal que se debe haber sentido. De seguro, pretendía llevársela.

Me agarro la cabeza y me dejo caer sobre la mesa del escritorio. Estoy agotada, quisiera quedarme así hasta que todo se solucione y, en algún momento, alguien venga por mí. Me siento frustrada y...

Sin quererlo, mis ojos dan con una pequeña cajita lila adornada con un moño gigantesco hecho en tela.

—Shay... —susurro mientras la tomo entre las manos. Esta prolijidad y nivel de detalle es su esencia.

Desato el lazo con cuidado y abro la cajita. Pronto recuerdo que Gael había mencionado algo de un regalo. Lo primero que veo al abrir la cajita es una tarjetita escrita a mano. La tomo entre los dedos; la caligrafía de niño de primaria de mi novio me hace reír:

Siempre digo que no hay fechas exactas para hacer regalos. Debemos hacerlos cuando uno quiere, sin estar atados a nada en específico (excepto la Navidad, la Navidad es sagrada, junto a los cumpleaños).

Hazme un favor: ya no estés mal. Trata de no agobiarte; elige lo que creas que será tu camino, aunque te equivoques. Estudia lo que te haga feliz. Siempre persigue tu bienestar, Emma.

PD: Sé que siempre quisiste uno así que pensé en ser cursi y regalarte uno así...

A continuación, hay una flecha dibujada y me percato, por primera vez, del relicario plateado que descansa dentro del estuche. A simple vista, parece una pelotita, pero en realidad es más que eso. Delicados arabescos, similares a engranajes como los que tengo tatuados, se unen entre sí para formar un intricado planeta anillado. Se me estruja el corazón ante tanta belleza. Si lo llevo cerca de mis ojos, puedo notar pequeñitas estrellas talladas sobre el metal.

«Es precioso...».

Con cuidado, lo abro. Pienso que estará vacío, pero no. Una sorpresa aún más maravillosa me llevo al ver su interior. El relicario se expande para mostrar en caída cuatro fotos. En la primera está mi madre con una sonrisa; en la segunda sale Syria, de panza en el parque, con la lengua afuera; en la siguiente aparece el rostro de mi mejor amiga y, en la última, estamos Gael y yo, abrazados.

La única que no recuerdo es la última foto.

—Perfecto —murmuro, emocionada y absorta, mientras imagino cómo hubiese gritado si me lo daba esa noche, durante la fiesta.

Otra vez, mi rostro se cubre por mis lágrimas, pero esta vez decido no perder el tiempo en lamentarme. Por más que llore, nada cambiará. Seguiré atrapada en la isla, en peligro. Y ellos también. Sean donde sean que estuviese el peligro los sigue. La chica que mataron era la prueba. A pesar de los cuidados, estaba contagiada y nada evitó que se salvara. Su padre la mató.

Antes de salir del cuarto y con la mano aferrada en mi colgante, me acerco al cenicero decorativo que tiene en su mesita de noche para guardar chucherías, monedas y también sus llaves.

¡En unas horas nos vemos en el 13! :D

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