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Capítulo 6

Los días transcurrieron de una forma más placentera que antes y su relación tuvo un avance aunque eso no quita las pequeñas rabietas que de vez en cuando aparecían, pero que terminaban con bromas de mal gusto.

Por la mañana, la cocina fue asaltada por todos los habitantes del monumento, dando así, el comienzo al almuerzo, y como es tradición, los príncipes y princesas comen separados de la muchedumbre mientras que ahora, los dos magis también tienen su propio espacio para deleitar sus paladares.

—¿Te han dicho que tragas como cerdo, gordo? —fingiendo elegancia en la mesa, la castaña tomó con delicadeza los cubiertos y así comenzó a comer.

Por su parte, Judal comía sin hacer uso de los anteriores. Su única excusa es que así se disfruta más el sabor y este era uno de tantos chistes a la hora de comer, pese a que eran repetitivos este par lo disfrutaba como si fuese la primera vez.

—¿Y a ti no te han dicho que una mujer no habla como un minero? —espetó Judal mordiendo el resto de su filete para después devorar una cucharada completa de arroz.

—Claro, busca excusas además, soy un minero lindo —el tono burlón floreció. Respectivo de ella, al ser una mujer le era incomprensible el hecho de que Judal por más que comiese no engordaba.

Uno de tantos comentarios pintó una media sonrisa en el azabache y la imagen de aquellos ojos de la castaña no se iba de su mente, quién diría que él mismo condenaría su desdicha al encontrar su primer amor.

Sin responder, continuó comiendo y tanto fue su desorden que las comisuras de sus labios quedaron llenas de salsa y cuanta cosa comió.

— Por eso te digo lo cerdo que eres —la fémina suspiró para con su propia servilleta limpiar al azabache, mostrando así su amabilidad oculta detrás de esas travesuras.

Abrumado y avergonzado, Judal con los ojos en blanco y ese tono rojizo en sus mejillas negó con la cabeza incluso antes de que ella terminase de limpiarle. Si lo hacía por molestarlo o no, él lo ignoraba pero lo que era un hecho es que la castaña disfrutaba ver esa expresión en él aunque eso desencadenara en un dolor punzante en su pecho.

—¡S...Suficiente! —tartamudeó Judal para llamar a los sirvientes con una pequeña campanilla—. Tenemos cosas qué hacer.

y así la mujer conseguía la victoria de todas las mañanas, sin embargo estas no habían mejorado en nada desde que se reconciliaron, seguían igual de grises y frías con amenazas de lluvia.

(...)

No había un trabajo por hacer en específico, esa atmósfera creada gracias a los días nublosos que le venía como anillo al dedo al azabache y más ahora, que tiene con quien pasar el rato, poco a poco comenzó a adaptarse y contar su día a una sola persona.

Su patrulla por los pasillos comenzó al igual que los tontos bailes y bromas de la segunda magi.

—Judal ¿Qué haces para comer y no engordar? —tomó el extremo de su larga trenza para ponerlo en su labio superior y así fingir tener un bigote mientras que el azabache ya ni se inmutaba en molestarse.

—Pues... —espetó pensando en mentirle y hacer que coma cosas asquerosas para ver esa expresión como si lamiese un limón, lo iba a hacer, solo que apareció esa curiosa expresión de su contraria, semejante a la de un pequeño gato, atravesándole el corazón. Esto tendría que terminar rápido o lo lamentaría—. No hago nada, supongo que es por herencia.

—Herencia... vaya —prontamente esa expresión se vio reemplazada por una burlona y así tomó a Judal de sus caderas, tenía mucho que agradecerle a ese top negro que el azabache no dejaba de usar ni de chiste. Comenzó a recorrer sus pocos marcados abdominales con las yemas de sus dedos—. Quiero ser así~ debería de agradecerle a tus padres.

Las cosquillas no tardaron en aparecer así como la terrorífica escena que cierto chico peli azul le mostró en aquella confrontación, el juego había terminado para Judal y con un " Detente" serio y suplicante el cual ella entendió, se apartó de él.

Incómodo por las palabras ciegas de su compañera, pidió estar a solas un rato, le era impresionante como es que gracias a las palabras de cierta mujer su humor cambiaba drásticamente.

Mientras más caminaba sólo, más lo pensaba ¿Qué eran esas ganas de seguirla admirando? incluso al tenerla de frente.

¿Por qué de todas las personas, es la única en la que se esfuerza por soportar? ¿Por qué el olor que ella desprende es tan dulce como el mismo melocotón? ¿Su piel sabría igual de dulce? Eran tantas sus dudas que terminó chocando con un caucásico sirviente.

—¡Señor oráculo! El emperador y la emperatriz dictan verle a usted y su compañera —rogó el pobre hombre dejándose caer a sus pies recibiendo la indiferente expresión del azabache y ahí va una vez más, su amargura que se ha ganado todo el mundo a excepción de una y solo una persona.

—Iré yo sólo.

(...)

—¡¿ Es un chiste?! —abrió la puerta de la habitación para entrar y dejarse caer, el aroma de aquella figura nada trabajada de Judal de nuevo tomó mando de sus narices.

Su vieja maña de hablar sola había aparecido, hacía ya años que lo superó pero esta ocasión lo ameritaba ya que nadie sabía de su atracción al azabache y seguramente él ni lo recordaba.

Sus ojos comenzaron a pesar como el plomo y su sentido se perdió en el cansancio y fatiga, cayendo así en un plácido sueño, el cual deseaba ser velado por los ojos carmines llorones que alguna vez la atraparon.

La noche reinaba por todo Kou y los sonidos respectivos de zapatos altos de madera hacían eco en las calles, eran poco los atrevidos a estar a esas horas fuera, sin contar a los borrachos y personas nocturnas de bajas pasiones.

Un vestido japonés tradicional rojo presumía la castaña, y ese maquillaje haciéndola ver incluso más joven, eran unos de tantos factores que hacían a los hombres caer rendidos a sus pies, las puertas del infierno habían sido abiertas y de estas apareció el pecado en persona.

Su paseo por una presa lujuriosa había apenas comenzado, siendo obligada por esa hambre incontrolable de deseos sexuales, caminó y caminó sin tener éxito alguno.

Lo único que consiguió esa noche fue tirar a un niño chaparro y distraído, ese era su buen acto del año para ella por lo que le ayudó a levantar e incluso sacudió sus finas ropas que al instante notó.

—¿Estas bien? —se le ocurrió inspeccionar más atenta al chico y lo que más la atrapó fueron esos ojos rojizos como la lava, vacíos de vida. Sin duda un delicioso aperitivo para un demonio, de no ser por la edad, pues los menores eran mal vistos por estos seres en cuanto de comida se trata.

Mudo permaneció por un rato pero reaccionó y su semblante se arrugó, igual a cuando su yo mayor se enteró que compartiría habitación, y de un golpe la apartó.

—Aléjate vieja bruja.

Las pupilas de la bella mujer parecían un par de botones negro, incrédula ante las palabras de un niño aparente de ocho años, le tomó con fuerza del hombro.

—¿Vieja bruja?

—Si, quita tu sucia y podrida mano de mi —de nuevo ese aplastante lenguaje impregnado en el niño le hizo ser libre del agarre y posarse en un lugar más seguro, dando dos pasos atrás—. Si llegas a hablar te cortaré la garganta.

El sentido de esa falta de ilusión en su mirada por fin fue descubierto curveando así, los finos y rojizos labios de la castaña en una sonrisa respectiva de maldad.

—No te preocupes pequeño niño —formuló para comenzar a cortejarlo y así hacerlo caer en sus garras—. Guardaré cualquier secreto, soy tu aliada.

Por su parte el oji carmín por más que intentase alejar a todo mundo con su asquerosa y repulsiva actitud aun contaba con inocencia, escuchó atentamente a la bella mujer frente a él y revisó su perímetro, sin ningún soldado del imperio que pueda hacerlo volver.

Sin mencionar nada, tomó la mano de mujer y caminaron al pozo más cercano donde sin ayuda, pudo sentarse en la orilla.

—Esto es cansado, bruja — el niño rascó de su nuca para chasquear los dientes—. Los adultos son un puto asco.

Los ojos de la bella mujer engrandecieron sorprendidos por las palabras usadas de su contrario y con completa serenidad tapó la parte inferior de su rostro denotando sensualidad en cada una de sus acciones.

—No veo la razón para llevarte la contra —su dulce voz se incrustó en sus tímpanos, pero poca importancia le tomó el azabache —. Pero niño, no hay nada que la determinación pueda soportar, te contaré una historia que sucedió fuera de estas tierras.

Como cualquier niño, el menor quedó callado en la espera del comienzo de la historia, si acaso acomodó sus ropas que bien le parecían estorbosas pero era obligatorio hacer uso de ellas o de lo contrario su peso volvería a bajar.

—Bien —acomodó sus cabellos rebeldes color chocolate detrás de su oído—. Esto pasó hace tiempo, el Rey del reino de la Luna junto con su mujer dieron vida a un niño, dicho niño era el resplandor de aquel lugar pues más de una persona quedaba complacida al ver aquel bebé regordete.

Tomó una buena bocanada de aire para continuar con su relato mientras que su menor había bajado la guardia encontrándose recostado en su regazo.

—El bebé con el pasar de las estaciones se convirtió en niño, digamos de ocho años o un poco menor a ti, sin embargo al ser hijo de alguien tan importante como un Rey, lo tenía todo en manos y la rebeldía no tardó en llegar. Justo en mal momento pues los pueblerinos se habían levantado en armas y así reclamaron la cabeza de la realeza la cual consiguieron, pero los fieles seguidores dieron sus vidas para salvar a dicho jovencito y por primera vez en su vida tuvo que afrontar lo que era el sudor para comer día a día. La tierra impregnada en su blanquecina piel no era de su agrado, pero era mejor que soportar los dolores de su estómago clamando comida, se dio cuenta que su esfuerzo daba buenos frutos en su vida y por el resto, consiguió una esposa e hijos , siguiendo el flujo del llamado "Rukh".

—Fin —formuló con una sonrisa entrecerrando los ojos, en todo momento los ojos rojizos del niño permanecieron abiertos, atento a la historia.

Muerte al personaje nunca sucedió, y con decepción se levantó de su lugar sacudiendo sus pantaloncillos cortos.

—Perdí mi tiempo —formuló pero interiormente tenía un sin fin de preguntas y de entre todas esas la más importante es "¿Yo podré ser así?" aunque la única respuesta la tenía él.

Sin mirar a la bruja, tomó camino de vuelta al imperio y dar cara a sus obligaciones para conseguir esas dichas que el niño del cuento descubrió.

—Bruja, ¿Estarás aquí mañana? —desvío sus ojerosos ojos pues la mujer ya se encontraba riendo por la bipolaridad del joven.

—Por supuesto, pero ¿Cómo debería llamarte? —zquella cálida voz ahogó al pequeño en un calidez indescriptible y una media sonrisa se formó en sus labios, su pequeña figura por fin se había perdido entre la penumbra de la noche dejando como eco un "Judal".

Incluso los demonios tienen derecho a formas amistades desinteresadas.

(...)

La magia y los recuerdo se habían consumido hasta quedar en simples cenizas y lo ojos de la fémina fueron abriéndose acoplándose a la habitación que era testigo de aquella pareja. Nuevamente había tenido ese sueño. 

—Ruego al rukh por que nuestras luces se unan aun si eso implica extinguirme, iluminare tu futuro. Pequeño Judal.

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