
5。
Mats。
Termino con mi cliente. Mientras él contempla su nuevo tatuaje en el pecho frente a un gran espejo que tengo pegado en la pared, yo tiro a la basura las tintas que sobraron, las agujas y le quito el film a la superficie y a la máquina de tatuar para tirarlos también. Le dicto las indicaciones correspondientes para cuidarse su nuevo tatuaje. Él menciona unas cuantas palabras de gratitud y elogios hacia mi trabajo antes de marcharse. Siempre atiendo a un cliente distinto cada día, la calidad de mi trabajo nos obliga a ellos y a mí estar muchas horas juntos en el día, para así terminar el tatuaje en una única sesión. Pero este tipo que acaba de irse no soportó el dolor en nuestra primera sesión y, luego de oírlo llorar (literalmente), por tres horas seguidas, decidí terminarle el tatuaje en una segunda sesión que le agendé para cuarenta días después, hoy, fue el único momento que tenía libre para atenderlo. Luego de que se va, sanitiso mi área de trabajo y cubro todas las superficies con papel film transparente mientras espero a mi cliente de ese día. Él quiere un retrato de su perro en blanco y negro en un tamaño de 15 por 15 centímetros. Me especializo en retratos en blanco y negro. Sé, puedo y me gusta hacer tatuajes a color, pero se me hace muy difícil explicarles a ciertos clientes que el color no quedará bien por su color de piel. Un día, hace muchos años, decidí dejar de estresarme por eso y me hice famoso por retratos en blanco y negro. Actualmente rara vez aparece un tarado que me pregunta si le puedo dibujar una mariposa azul o rosas rojas, la mierda más común que se tatúan. No hago mierdas trilladas ni tatuajes a color y punto.
Alrededor de las tres de la tarde llega Ana, una tatuadora que arrienda un estudio en mi local desde hace seis meses. Todos los días se va por espacio de treinta minutos para ir a buscar a su sobrina a la escuela y llevársela a su hermana Luisa. Se encuentra en la puerta principal con Emmet, que va saliendo. Emmet y su mala costumbre de inmiscuirse en la vida de otros para generar conversaciones interesantes (para él) e incómodas para el resto consiguió que un mes atrás, Ana y yo descubriéramos que estábamos vinculados de otra forma a excepción del trabajo. Resulta que yo llevaba un mes saliendo con Clío cuando me enteré que es la hermana de Ana. Ella que tampoco tenía idea si quiera que su hermana estaba saliendo con alguien, también se llevó una sorpresa. No es una anécdota interesante como para contarla en una cena familiar.
Mi sorpresa esta tarde me lleva a detener la mirada en una niña que acompaña Ana. Cuando hago tatuajes en lugares del cuerpo que no requiere ocultar del ojo público, trabajo junto a la pared de vidrio que separa mi estudio del vestíbulo. A través de esa pared estoy viendo lo que estoy viendo. Es una niña como de la edad de Rafaela, de piel color canela y ojos redondos y oscuros que lucen asustados, como si Ana se la hubiera traído engañada. No necesito acercarme consultando por más detalles para enterarme de lo que pasa aquí, porque Ana deja a la niña sentada en el sillón y viene a mí saludando.
—¿Almorzaste? —me pregunta después.
—Aún no —contesto sin dejar de tatuar el antebrazo de mi cliente—, cuando termine aquí.
—Soy niñera —bromea Ana.
—Eso estaba esperando que dijeras.
—Este sería un muy mal lugar para traer niños secuestrados —bromea mi cliente.
—Tan mal como secuestrarlos —contesto.
—Hablé con su mamá, me ofrecí a cuidarla a diario mientras llega por ella. Ayer la dejó sola en la escuela, me partió el corazón como miraba asustada a todos lados esperando ver llegar a su mamá.
—Alguna razón debió tener para llegar tarde —comento.
—No sé, me parece que iba a llegar tarde todos los días, me dijo que se lo notificaría a la profesora. ¡Cuánto me indigna que tengan hijos si no van a cuidarlos como ellos se merecen!
—Sí, concuerdo contigo. Un hijo no es fácil, no es para cualquiera. Por eso yo prefiero no ser padre. Sé que seré un rotundo fracaso, así que, para qué darle esa vida a un niño.
—La mamá de esta niña es joven, muy joven. No sé qué edad tendrá pero se nota que fue mamá antes de la mayoría de edad. Mocosos irresponsables, qué rabia.
—Ofrécele algo, hay dulces en la nevera.
—No me extrañaría si la pobre niña tiene hambre.
Ana sale de mi estudio cerrando la puerta. Estiro la espalda mientras la veo ir donde la niña y ofrecerle una dulce sonrisa mientras le habla. La niña niega con la cabeza, debe no querer comer nada. Ana le pide que se quite el bolso de los hombros. La niña vuelve a negar con la cabeza. Algo más le pregunta Ana y todo lo que vuelve a recibir es una negación silenciosa.
No me gustan los niños. Es una verdad que digo abiertamente. Puedo oírlos y verlos unos cuantos minutos, pero siempre termino yéndome a donde ellos no estén. No estoy obligado a querer a los niños, no me gustan y punto. No los trato mal, no los miro mal, no soy agresivo con ellos, pero tampoco me pidan que quiera permanecer donde ellos están gritando y corriendo. Pero, lo que menos soporto, es a los padres de los niños que no saben criar. No tengo idea de cómo se cría a un niño, pero ¿por qué hay niños más educados que otros? Por la crianza que le dieron, por ende, sé puede criar a un niño educado. Así que ese argumento de <<es un niño, déjalo>> cuando gritan, rompen cosas, interrumpen una conversación, llorar para conseguir algo, es el reflejo única y exclusivamente de una mala educación por parte de los padres.
Unos minutos después hablo con mi cliente para que nos tomemos un descanso. Quiero tomar algo fresco y fumar y él puede mientras tanto dejar descansar las heridas antes de que las siga taladrando con las agujas. La niña, la hija de alguien, no se ha movido del sillón, no se ha quitado el bolso de los hombros y tiene los dedos cruzados sobre sus piernas que se ocultan bajo una falta de colegio que le llega hasta las rodillas. No me gustan los niños, pero tampoco soy un insensible desgraciado. Siento un dejo de tristeza por verla tan asustada. Ana está en su estudio, ella no tiene una pared de vidrio que la separa del vestíbulo, sino una de ladrillos, pero está sentada en una silla frente a la puerta abierta para no perder de vista a la niña.
—Hola —saludo en voz baja, tal vez le asusten los hombres grandes que además están cubiertos de tatuajes.
La niña levanta sus negros ojos hacia los míos y responde a mi saludo con la misma palabra. No luce más asustada, pero tampoco más relajada.
—Me llamo Mats —digo—, ¿y tú?
—Isaori Isbellt, pero mamá me llama Isis.
Is... aori Is... bellt, Isis. Qué ingenioso.
—¿Y yo puedo llamarte Isis?
—Sí. Me gusta. Cuando alguien me llama así, me acuerdo de mamá.
Tierno.
—Tengo sed, Isis, ¿me acompañas a tomar jugo ahí afuera?
Isis niega con la cabeza con bastante decisión.
—¿Por qué no? —pregunto con curiosidad, aunque sé que contestará <<porque no>> o se reirá sin saber que decir.
—Mamá dijo que debía permanecer junto a la tía de Rafaela. No puedo seguir a desconocidos si mamá no me ha autorizado.
Me da escalofríos. Voy afuera y enciendo un cigarrillo. <<Si mamá no me ha autorizado>>. Se me despliega una involuntaria sonrisa, es de admiración, lo reconozco. No todos los días se conocen niños tan bien portados. Pero también es sabido que los niños son tranquilos hasta que agarran confianza. Y luego empiezan a preguntarlo todo y a tomar todo y a correr por todos lados y sacan a luz lo odiosos que son por naturaleza.
Entonces veo acercarse a aquella que provocó mi mal humor ayer. Viene luciendo apurada, distraída, con una coleta suelta y las mejillas naturalmente blancas, sonrojadas por el calor. Me ve cuando sube a la cuneta en donde estoy fumando y se detiene secamente, como si hubiera chocado con una pared. Pasa de la impresión a una mueca de desprecio.
—Tú otra vez —murmura, dejándome boquiabierto. ¡Yo debería estar furioso e indignado, no ella!
Me da la espalda y entra a mi local como si fuera su casa. Me recorre otro escalofrío. Me acerco a la puerta de vidrio para mirar adentro. Isis resplandece de felicidad al ver a la chica (una reacción opuesta a la que tuve yo hace un momento al verla) La chica abraza a Isis y la llena de besitos en las mejillas mientras Ana se acerca mostrando una falsa sonrisa de felicidad por ver a madre e hija por fin reunidas. El desprecio que siente por la chica es notorio para mí, que la estoy empezando a conocer. Entonces recuerdo <<Hablé con su mamá, me ofrecí a cuidarla a diario>>
—No es cierto... —gimo. ¿Esa contestona agresiva se va a aparecer todos los días por mi local?
La chica le avisa a Isis que deben irse. Antes, se cuelga su bolso en un solo hombro y le da la mano.
—Muchas gracias, Ana, fuiste de gran ayuda. ¿Tienes algo que decir, Isis?
—Adiós, tía de Rafaela.
—Adiós, preciosa. Y dime Ana.
La joven y la niña salen juntas por la puerta principal. Por un momento pensé que la mayor me lanzaría alguna mirada de desprecio o me haría un gesto obsceno con el dedo, pero no, solo me ignora, como si yo no existiera. Eso es mejor.
—Hicimos un dibujo, mami —cuenta una Isis alegre, completamente diferente a como estaba momentos antes—, teníamos que dibujar a la persona que más amábamos.
—Me dibujaste a mí, ¿no? —pregunta la mamá, alejándose de la mano de su hija.
—No. Dibujé a la bailarina que aparece en las caricaturas que vemos a la hora de la leche.
—¿Qué? —exclama escandalizada.
—Obvio que te dibujé a ti, mamá. Yo creo que la pregunta no era necesaria.
—Vamos por ese helado, para que mantengas la boca ocupada. A veces eres cruel.
El cigarrillo se deshace entre mis dedos. Estoy impresionado por dos cosas, una es por la madurez y la habilidad del sarcasmo de Isis y dos por la gran diferencia que hay entre una y la otra. Una es educada, la otra es un desastre.
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