Prólogo
Septiembre, 2021
Un río de sangre se derramó esa noche, almas se partieron y lágrimas fluyeron. De haber sabido lo que estaba por venir, lo que tenía planeado, no se habría alejado de su lado con tanta facilidad con la sensación de estar protegida. Nadie la atacaría por la espalda, no tenían una razón, o eso era lo que creía.
Aun así, en el medio de su confusión y la emoción que sentía, June comprendió que nada volvería a ser igual cuando la mano de Adrián se extendió en su dirección exigiendo un voto de confianza que no se había ganado.
—Podemos hacer esto juntos.
—¿Hacer qué? —Su voz no lograba expresar el desconcierto que sentía, su novio se estaba comportando más raro de lo usual y no podía estar segura de sí valía la pena seguirle el juego.
—Cambiar la historia.
Adrián dejó caer su mano, aún con la palma abierta esperando que los delgados dedos de June se entrelazaran con los suyos y lo siguiera al fin del mundo. De haberse esforzado más por conocerla habría sabido que no daría un salto de fe por él, no lo haría por nadie. Ella no era como las otras personas que asistían a la academia, no se dejaba llevar por una sonrisa y creía conocer todos los secretos porque estaba en su lugar seguro.
—Estamos llegando tarde a la bienvenida, Adrián.
Lo vio asentir y fue lo único que necesitó para emprender su camino hacia el auditorio donde la directora seguramente se estaría preparando para dar un discurso que lograría ponerle los pelos de punta. A diferencia de otros chicos de su edad, June no quería perderse las palabras alentadoras para un nuevo año ni tampoco las advertencias sobre las consecuencias del uso indebido de la alquimia. Perséfone Blanco tenía un don extraordinario para persuadir a las personas y asegurarles que cada palabra que salía de sus labios era un hecho; por ello, no resultaba extraño que hubiese obtenido un puesto tan importante en la comunidad siendo una treintañera.
Se apresuró a llegar y con la misma urgencia se dispuso a buscar asiento en las primeras filas, dejando uno reservado para su acompañante que parecía no tener apuro. Observó el amplio espacio en donde se encontraba, visualizó a sus amigos o lo que quedaba de esa amistad a lo lejos y se esforzó por no darle más vueltas al asunto. Se concentró en lo positivo y se vio a sí misma de pequeña, acababa de cumplir seis años cuando ingresó por primera vez a Aureum Solis y descubrió que ése era su lugar en el mundo, donde podía avivar su curiosidad y no ser regañada por ello. Ese año en particular también estaba ansiosa por estudiar, por empezar su último año de estudios antes de seguir los pasos de su padre y dedicarse de lleno a la investigación de los elementos.
El salón no tardó en llenarse con el pasar de los minutos y sintió la anticipación en sus terminaciones nerviosas como pequeñas cosquillas que recorrían de arriba abajo su piel. Creyó que se trataba de la emoción por emprender un nuevo año de aprendizaje, aunque debería haber previsto que su elemento le estaba advirtiendo que algo realmente malo iba a suceder. Era inexperta aún, una novata en el manejo del agua y por ello no notó que su otra parte le estaba pidiendo que corriera en dirección contraria.
—Hola —saludó un muchacho al sentarse cerca de ella.
June le sonrió porque a pesar de haberse alejado de sus amigos, seguía sintiéndose feliz de interactuar con alguien que no perteneciera al grupo de Adrián.
—Hola.
El muchacho en cuestión era uno de los compañeros de clases que había dejado atrás cuando la ascendieron de curso. Estaba a punto de graduarse con honores, ese sería su último ciclo de estudio en la academia antes de partir a la universidad siendo un año más joven que el resto de los alumnos de último curso. Se sentía feliz, plena, pues finalmente estaba logrando todo lo que se había propuesto.
No tuvo tiempo para plantearse la posibilidad de que las cosas no estuvieran saliendo como había esperado, que había cosas que se estaban cocinando bajo sus narices sin que ella lo supiera. El mundo se le vino abajo en un abrir y cerrar de ojos, y todo comenzó con una chispa.
La puerta de madera explotó y un sinfín de astillas volaron en todas las direcciones, destellando por el fuego que las consumía sin piedad. A lo alto de las escaleras se hallaba Adrián con una mano extendida hacia el frente para que no quedaran dudas de que su elemento había causado dicha destrucción. Se lo veía orgulloso, casi sonriente, como si hubiera esperado ese momento toda su vida.
Adrián era de los pocos usuarios del fuego y su conexión con su elemento le brindaba un aura de misterio y travesura que había conseguido atraer a June. Desde que había descubierto su afinidad no había parado de demostrar su poder: fogatas inocentes, chispas brillantes y algunas travesuras más arriesgadas; sin embargo, esa noche era distinta. No actuaba como un adolescente normal, parecía una persona nueva.
June lo observó con asombro, sin llegar a comprender lo que estaba sucediendo. Su novio se había cambiado de ropa, dejando el uniforme escolar de lado y eligiendo un atuendo oscuro de pies a cabezas. Llevaba, además, un gorro de lana azul sobre su cabeza a pesar de que el aire en el exterior se encontraba viciado por los vientos cálidos del verano. En su mano cargaba un reproductor de música color rojo, más pequeño que una tarjeta de crédito y del que nunca se despegaba más de unos pocos centímetros.
—¿Cuál es tu problema, Adrián? —Un muchacho gruñó en la última fila, apagando su chaqueta con la ayuda de un pañuelo.
—Cierra la boca, Malcolm.
Avanzó sin prisa por la escalera, bajando con la gracia de un felino los escalones hacia donde se encontraba su pareja. Se detuvo unos peldaños antes y giró hacia la inexistente puerta para observar al resto de los estudiantes. Sonrió y fue un gesto tan distinto a los demás, tan oscuro que la piel de June se encrespó.
—Esta es su última oportunidad de ser libres, aprovéchenla.
Creyendo que era alguna clase de broma, los alumnos se miraron entre sí con diversión; incluso June se llevó una mano hacia el cabello para intentar calmar sus nervios. Escuchó algunas risas en la habitación y se obligó a tranquilizarse al percatarse de que no era la única intentaba convencerse de que se trataba de un comentario gracioso.
—Señor De Rosas, lo invito a sentarse.
La directora lo observó desde lo alto del escenario con el ceño fruncido dándole a entender que no se saldría con la suya por dañar propiedad privada. Los comentarios graciosos, así como pintar las puertas de los dormitorios con acrílico eran juegos bien vistos entre el cuerpo docente, eran actitudes consideradas aceptables para los alumnos de último año, pero Adrián había tentado a su suerte.
No obstante, la advertencia no pareció surtir efecto en el muchacho.
—Se los advertí. —Sus labios esbozaron una sonrisa burlona y miró por última vez a todos los estudiantes del instituto, a casi todos pues evitó mirar a June.
Con un rápido movimiento que pasó desapercibido para algunos, Adrián encendió su reproductor de música y el frágil sonido de unos violines invadió la sala. Nada cambió en la estancia más que el sonido de unas carcajadas burlonas en el fondo y ciertos comentarios en voz baja sobre la poca cordura que tenía Adrián De Rosas.
June se encontraba de pie frente a su asiento, observando a su novio y obligándose a descubrir qué era lo que sucedía, quiso creer que era alguna travesura, aunque no lograba explicar por qué Adrián no había solicitado su ayuda o la de sus amigos para realizarla. Quizás la conversación que habían sostenido antes en el pasillo se trataba de ello y June había decidido ignorarlo por estar más interesada en un discurso que escuchaba cada año. Ella lo entendía o creía entenderlo, los alumnos de último año se sentían atraídos a romper las reglas y estaba segura que no se metería en muchos problemas si le cubría la espalda a pesar de no estar de acuerdo con interrumpir las clases y, mucho menos, el discurso de bienvenida. Sin embargo, June no podría haber advertido ni en un millón de años lo que su acompañante tenía en mente.
Observó cómo súbitamente las luces comenzaron a fallar, algunas se apagaron de pronto mientras que otras titilaban brindándole al auditorio un aspecto escalofriante. No era la única mirando al techo intentando comprender qué estaba sucediendo. La directora estaba quieta en el escenario, a June le parecía que se estaba debatiendo si debía intervenir o el muchacho pararía solo.
Las luces terminaron de apagarse y un brillo extraño, mitad anaranjado, mitad azul que provenía de ningún lado invadió la habitación. Por un momento no sucedió nada, el lugar se quedó en silencio y las respiraciones parecían haberse agotado. Pronto, la paz se esfumó y algunos niños empezaron a caer de sus asientos, uno por uno, impulsando al que se encontraba al lado como las piezas de un dominó utilizadas para trazar un camino. Luego oyó los gritos de dolor de algunos presentes que helaron su sangre y la hicieron girar sin rumbo buscando el origen de los lamentos. No pudo evitar alarmarse y sintió como su elemento empezaba a fluir por sus venas acompañando a la adrenalina y a su acelerado corazón.
—Adrián —intentó llamarlo con un hilo de voz.
El muchacho la ignoró por completo y con la mirada fija en la salida aumentó el volumen de la música que invadió el lugar, envolviendo al auditorio por completo con su triste melodía.
Ahogó un grito de espanto cuando una muchacha que acababa de llegar a la pubertad comenzó a golpear su cabeza contra la pared con una furia nunca antes vista provocando que sus acompañantes se alejaran asustados y chillando por la sorpresa. La sangre no tardó en deslizarse por su aniñado rostro y poco después cayó al suelo. Perséfone Blanco no perdió el tiempo y llegó a su lado en pocos segundos, pero June comprendió por la rigidez de su cuerpo que ya era demasiado tarde, la vida había abandonado la delgada figura que yacía en la alfombra.
El corazón se le aceleró aún más, amenazando con desprenderse de su cuerpo, cuando el recinto se convirtió en una escena digna de una película de terror: niños y niñas de todas las edades imitaron el ejemplo de la muchacha de cabello rubio que reposaba inmóvil en el suelo, golpeando sus cabezas contra toda superficie dura que se encontrara a su alcance. Los profesores corrían en todas las direcciones intentando detenerlos utilizando encantamientos y conjuros que no parecían surtir efecto, estaban absortos, como sumidos en una realidad distinta que la mayoría no alcanzaba a contemplar.
Sus oídos cosquillaron cuando la música fue en crescendo, aunque el agua prontamente logró estabilizar sus sentidos. No podía moverse, en parte por el terror, en parte por la confusión, pero mayormente porque sabía que lo que estaba por venir no era bueno. Buscó un rostro familiar entre la muchedumbre, no podía encontrar a la directora y mucho menos a sus viejos amigos. Sabía que algo estaba provocando el caos, alguien, y a pesar de tener una sospecha, no podía actuar. Se sentía paralizada, contrariada. Quería correr, escapar. Quería ayudar. No hizo ni una ni la otra, sin embargo.
—June, ven conmigo.
Su mirada se encontró con los ojos de Adrián, quien se hallaba a poco menos de un metro de ella. El negro de sus ojos había sido reemplazado por el fuego que lo acompañaba y su rostro había perdido todo rastro de amabilidad. Parecía poseído por un espíritu maligno.
Lo comprendió con dolor, Adrián estaba causando tal alboroto. A pesar de que tenía las pruebas frente a sus ojos no había podido admitirlo minutos atrás cuando el primer niño cayó inconsciente. No entendía el porqué, tampoco podía pensar ya que el caos aumentaba con cada respiración que tomaba.
—No. —Se oyó decir mientras retrocedía entre la fila de asientos—. Detente, Adrián.
Su voz le sonó extraña, como si alguien más hubiera hablado en su lugar. Sin embargo, estaba de acuerdo con lo que acababa de decir, no quería estar cerca de él.
—Esa no es la respuesta que busco.
Una bola de fuego, del tamaño de una pelota mediana, impactó contra su pecho tomándola desprevenida, pero no logró lastimarla, sólo desestabilizarla y arrojarla al suelo. Observó con incredulidad a quien creía un buen partido como novio y se vio reflejada en la ola de llamas que se dirigía en su dirección. Extendió las manos frente a su rostro y el agua la envolvió con naturalidad demostrando una vez más que estaban en sincronía.
Se arrastró por el suelo, con la mirada fija en la figura de su novio y ahogó un grito de horror cuando sus manos se llenaron de una sustancia oscura que pronto comprendió era sangre. El joven que la había saludado minutos antes yacía en el suelo con los ojos abiertos y una herida sangrante en la cabeza. Intentó incorporarse y alejarse, pero el cuerpo le temblaba sin cesar mientras intentaba desviar las llamaradas que se dirigían a ella.
El fuego no se detuvo y, por el color anaranjado que había adquirido poco a poco la sala, se percató de que ella no era el único objetivo de la furia de Adrián. Estaba quemando todo lo que se interponía en su camino y ella era una piedra en su zapato.
Lo último que divisó antes de perder el conocimiento fue el techo cayendo sobre su cabeza.
Buenas, buenas, alquimistas. Bienvenidos de nuevo (o por primera vez) a esta aventura. ¡Qué emoción!
Esta nueva versión será más profunda que la anterior, más oscura también. Es por ello que les daré algunas advertencias sobre lo que leerán para que, si no se sienten cómodos, no avancen.
-Secuestros
-Asesinatos
-Ataques de pánico
-Traumas
Gracias a todos por estar acá y espero que disfruten tanto como yo.
MUAK!
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