Capítulo 1
June podía jurar que el fuego la perseguía. Se sentía parte de una versión macabra del juego del gato y del ratón en donde ella era un ratón muy asustado que no encontraba por dónde escapar de las afiladas garras de su cazador.
Perséfone Blanco se hallaba sentada frente a ella, con un vaso de whisky escocés en la mano que no dejaba de agitar provocando un pequeño remolino en el interior del recipiente de cristal. Su padre, Baltazar Pridde, y su madre, Alejandra Pridde, estaban sentados a su lado en un vano intento de brindarle apoyo, aunque June sentía que estaba a punto de asfixiarse.
—Nos honra tu visita, Perséfone. —Baltazar se dispuso a romper el silencio—. Sin embargo, me veré obligado a finalizarla si no nos explicas el porqué de tu sorpresiva aparición. Tengo muchos experimentos que terminar y mi esposa e hija estaban ocupadas también.
—Creí que estábamos pasando un agradable momento, Baltazar. Te pido disculpas por importunarte. —La alquimista terminó de un sorbo el contenido de su vaso y con cuidado lo posó sobre la mesa ratona del centro de la sala—. Pero me temo que he venido a hablar con June y no contigo.
—Lo que quieras decirle a nuestra hija puedes decírnoslo a nosotros, hermana.
June enterró las uñas en las palmas de sus manos, intentando disminuir el terror que recorría su cuerpo, a la vez que trataba con todas sus fuerzas de detener a sus elementos los cuales comenzaban a bullir en su interior esperando el momento de dar rienda suelta a su instinto y protegerla de las amenazas que no dejaban de llegarle. Pero el terror que experimentaba no se debía a una amenaza física sino a un recuerdo que no dejaba de perseguirla a donde fuera que se dirigiera. Más aun, las repercusiones de dicho suceso no parecían tener fin pues la acosaban continuamente en forma de llamadas o correos. Las palabras se le habían clavado como puñales, dañando su piel, su caparazón, su corazón y, sobre todo, su alma. A veces las personas parecían olvidar el poder de las palabras, el poder de destrucción que tenían.
Quería que todo terminara, que la gente olvidara el pasado y siguiera con su vida. Sabía que no sería tan sencillo para ella seguir con su vida, borrar los recuerdos de ese día y empezar desde cero. Quería poder despertarse en la mañana y sentir que había descansado, eliminar por completo las pesadillas que la acosaban. Las noches eran su peor enemigo, los recuerdos afilaban sus garras e iban por su cuello. Algunas madrugadas despertaba a los gritos y podía jurar que el techo caía sobre su cabeza como aquella noche. Otras veces, podía sentir la voz de Adrián en su oído obligándola a seguirlo. ¿Cómo entonces podía pretender que los demás lo hicieran? No era la única con daños irreversibles, aunque sí era la única que pagaba las consecuencias por actos que no había cometido.
—Bien. —Perséfone sonrió a su hermana, era una sonrisa sin gracia, destinada a complacer a Alejandra y no a mostrar el profundo cariño que sentía por ella y su familia, o que había sentido alguna vez—. June, te queremos de regreso en la Academia.
Su cuerpo se congeló al escuchar las palabras que tanto temía; incapaz de producir movimiento o emitir sonido alguno, se mantuvo en su lugar deseando haber malentendido a su tía. Su cerebro, que parecía querer atormentarla, no dejaba de reproducir como una película sin fin los sucesos de esa fatídica noche. Sintió que las paredes se le venían encima, que el aire le faltaba y podía jurar que una mano invisible apretaba su tráquea. El terror la llamaba de nuevo y esa vez no pudo escapar. Sin poder contenerse más, dejó a sus elementos fluir y apoderarse de su accionar. Agua y tierra se juntaron para convertir una tranquila velada en una tormenta que no iba a detenerse hasta que pudiera mantener a raya sus sentidos. No podía estar segura de querer controlarlos, quizás por primera vez desde que había tentado a la muerte, le vendría bien ser la causante de la destrucción y no solo la sobreviviente de una crisis.
—¡June! ¡Detente!
La voz de su padre se sentía como un susurro lejano, como el sonido del mar que podía oír desde su vivienda a pesar de que el mismo se encontraba a seiscientos kilómetros de ella. Sin embargo, pudo percibir la sensación de su mano cerrándose en torno a su muñeca y el calor que acompañó su muestra de afecto.
Sus ojos se desempañaron poco a poco y lo que parecía haber sido el fin de los tiempos, se trató tan solo de un leve temblor de la tierra bajo sus pies y el rugir del agua almacenada en la piscina que había escapado de sus límites. June acababa de perder el control de sus emociones, pero los daños habían sido mínimos en comparación a sus episodios anteriores que solían producirse por la noche cuando las pesadillas cobraban vida y era difícil salir ilesa de sus ataques.
Había progresado en esos meses lejos de Aurem Solis, aun así, no podía sentirse contenta por ello.
—No está lista para volver, Perséfone.
Su madre la abrazó por los hombros, atrayendo el cuerpo helado de June al suyo para brindarle apoyo y cariño. Alejandra no había tenido el valor de dejar a su hija por más de unas horas luego de la llamada de su hermana un año atrás para informarle que Adrián De Rosas había provocado una catástrofe y que su pequeña estaba siendo investigada como cómplice de asesinatos múltiples.
En realidad, no era capaz de recordar mucho de lo que había ocurrido luego de que el techo se desplomara sobre su cabeza. Había despertado en una habitación blanca de un hospital privado en la capital de La Toscana y su cuerpo se sentía adolorido, la cabeza le daba mil vueltas y, cuando finalmente pudo dejar de temblar, había llamado a su madre entre llantos. A partir de ese momento su habitación se había convertido en un torbellino de actividad. Sus padres llegaron y poco después los médicos y enfermeros. A ellos les siguieron guardias de seguridad, su propia tía que lo observó como a una criminal y miembros del Concejo que la habían acribillado con preguntas que no sabía responder. Todos querían lo mismo: un culpable.
—Podría destruir la Academia entera si se encuentra en una situación de estrés, no podemos permitirnos que la acosen aún más —habló Baltazar.
June sintió un leve cosquilleo en los labios, deseaba hablar, pero no podía reunir el valor necesario para hacerlo. Su tía, a quien había admirado tanto unos pocos meses atrás, había sido la primera en dudar de su inocencia y una de las razones por las que había abandonado la academia tras recuperarse de las heridas físicas.
—Prometo cuidarla como a mi propia hija. —A pesar de la firmeza en su voz, Perséfone Blanco no había observado a su sobrina desde su llegada a la residencia Pridde—. Nada malo le sucederá bajo mi cuidado.
—Es gracioso que lo menciones dado que mi hija no ha vuelto a ser la misma desde que decidimos dejarla a tu cuidado.
Baltazar Pridde aumentó la temperatura de la habitación sin siquiera intentarlo y June, que se encontraba a su lado, empezó a sudar en consecuencia. Su padre había estudiado los elementos desde su adolescencia y, a pesar de que intentaba mantener el fuego a raya, su afinidad salía a flote cuando se enfadaba. No era de extrañar que continuara teniendo pesadillas con el fuego cuando su propio padre no había podido ocultarlo de ella.
Las llamas la perseguían y quemaban como el primer día. Quebraban su corazón y derribaban los muros que había construido en su mente para alejar los malos recuerdos.
—Necesito que regreses, June.
Los ojos marrones de la directora de la academia Aureum Solis por fin se posaron sobre sus ojos verdes y pudo sentir la necesidad en la mirada de su tía. El agua le confería una intuición casi perfecta cuando lograba dominarla, permitiéndole observar más allá de lo que alguien deseaba proyectar y la tierra, su nuevo elemento, proporcionaba la sabiduría que necesitaba para no dejarse llevar por la inestabilidad del primero. Juntos eran lo único que requería para conocer las intenciones ocultas de Perséfone Blanco. Juntos eran lo que iban a mantenerla a salvo cuando volviera.
Se obligó a reunir el valor necesario para hablar y, antes de poder arrepentirse, soltó las palabras que la directora tanto temía pronunciar:
—Cerrarán la academia si no consigues más estudiantes.
Tres pares de ojos recayeron sobre ella quien había hablado por primera vez en el día, a pesar de que la noche estaba próxima a llegar. Las palabras le habían salido con dificultad y sus cuerdas vocales dolían por ello, aunque no le dio mayor importancia, había soltado la bomba y estaba a punto de estallar.
—En efecto.
Perséfone no lucía contenta y un brillo de sorpresa se asomó en sus ojos. Desconocía por completo a su sobrina ya que estaba claro que no era la misma chica alegre y demasiado optimista que había conocido. Su tía no había hecho esfuerzo alguno por aproximarse a ella luego del ataque a Aureum Solis y el asombro que se esforzaba por ocultar era prueba de ello.
June no la culpaba después de todo. La gente era capaz de desconfiar de su propia sombra cuando su seguridad estaba bajo amenaza.
—¿Quieres volver, hija?
Observó a su padre, quien la estudiaba en busca de grietas. Luego de que su novio atacara a los estudiantes de la academia y la comunidad alquimista la señalara con el dedo como cómplice haciéndole la vida imposible, se había desmoronado. No era la única, su familia también lo había hecho a pesar de intentar ocultarlo. Baltazar se había alejado de la comunidad que tanto adoraba y por la cual tanto había trabajado, y Alejandra se había distanciado de su hermana, de su única familia. Sin embargo, un año había transcurrido y aunque le costara admitirlo, estaba lista para enfrentar la realidad sin ayuda de sus padres ni de su psicólogo que esperaba en la habitación continua fingiendo no escuchar la conversación.
—Vine a pedírselos con amabilidad porque son mi familia —intervino Perséfone quien claramente estaba perdiendo la paciencia, era sencillo notar que no se encontraba cómoda y June sabía que la causa era ella—. Pero no importa si quiere o no volver a la academia, saben que la ley exige que los alquimistas deben estudiar hasta los diecinueve años en ella o hasta graduarse con honores. June debe concluir sus estudios, ya no se encuentra avanzada como antes y no tiene otra opción. Vendrán a buscarla si no se presenta dentro de una semana en Aureum Solis.
Fue obvio que Alejandra y Baltazar estaban listos para contradecirla, para argumentar que la situación de su hija era distinta por lo que necesitaba tantas prórrogas como fuera posible, pero June los detuvo tomándoles las manos.
—Ya escucharon a la directora, debo cumplir con la ley.
Buenas, buenas, alquimistas. He vuelto, tardé más de lo esperado, no porque no hubiese editado este capítulo, sino porque nunca agarré la compu.
Si leyeron la versión anterior, seguro notan los cambios. Si son nuevos, bienvenidos.
¿Están listos para viajar a Italia? ¿Les está gustando?
Gracias por leer.
MUAK!
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