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capítulo 32 › Yuanfen

Yuanfen: Personas con un amor que parece predestinado.
Melissa

Desperté primero que Daniel. La noche anterior no había podido dormir bien pensando en que en tan solo unas horas iba a estar abordando un avión alejándome millas y millas España, Madrid, lugar donde tengo todo, familia, romance, y ahora amigos. No puedo decir que no he estado en el exterior, Daniel se llevo esa primera vez mía, pero ahora estaré sola habitando un país completamente desconocido para mí.

Hablé con Adam, Jin y Jack. Les hice prometer que me mantendrían al tanto de las sesiones de Daniel y de ellos mismos.

Era temprano en la mañana cuando mi alarma sonó. La apagué inmediatamente sin querer que Daniel despertase. Últimamente parecía no poder dormir bien y deseaba que pudiera descansar. Pensé en dejarle una carta pero yo no soy buena con las letras así que todo lo que tendría que decirle lo haría allá, en el aeropuerto. Eran las siete y mi vuelo salía a las diez. Tengo que estar media hora antes. Comencé a empacar mis pertenecias que habitaban en su casa para poder llevarmelas.

Lloré en la cocina como si la vida se me fuera en ello porque no quiero dejarlo, es como si algo oprimiera mi alma y me obligara a soltar esos sollozos.

Era lo mejor —sigue repitiéndome mi mente como si fuera lo único que encontrase para calmarme.

Preparé el desayuno y cuando fueron las ocho lo llamé. Desayunamos en silencio y los dos parecíamos pensativos. Demasiados. Cuando vio mi maleta en el suelo con todas mis pertenecias anuncio que no tenía hambre y lavó todo. Hice lo mismo con mis platos y para aligerar el ambiente ligeramente le salpique de agua y comenzamos una ronda que terminó con besos ardientes en el sofá.

Me importaba poco si llegaba tarde, era mi último día con el.

Sus manos se deslizaron por mi cintura desnudandome con lentitud. Nuestras respiraciones se volvieron aceleradas y su boca se apoderaba de mi cuello, mis pezones y de la piel de mi cadera. Gemiamos en voz baja y tenia mis ojos cerrados. Quiero sentirlo todo. Acaricié su cabello tratando de guardar en mi mente lo sedoso que se sentían en mis dedos.

Daniel procedió a desnudarse, para luego ubicarse entre mis piernas abiertas.

—Eres preciosa —me murmuró pero no me dio tiempo a responder ya que tenía tres dedos dentro de mí. Los movía despacio pero profundo. Se tomaba todo el tiempo del mundo en memorizar todas mis cuervas y fue cuando me dí cuenta de que quizás por primera vez estaba haciendo el amor con Daniel.

Me estaba volviendo una bola de gemidos, pero lo amaba, me sentía preciosa y querida debajo de él. Me besó en la boca antes de deslizarse dentro de mí. Mis paredes cálidas lo recibieron rodeandolo.

Él era perfecto, era increíble y estaba segura de que ambos habíamos estado echos el uno para el otro. Comencé a mover mis cadenas al ritmo en que el me embestía, sin separarse de mi boca. La habitación se había llenado de gemidos, jadeos, la temperatura de nuestros cuerpos subia cada vez más y me sentía más cerca. Grité su nombre cuando sentí como había llegado al orgasmo y arañando su espalda recibí todo lo que todavía tenía para darme. Aumentó la velocidad y unos segundos después llegó al orgasmo corriendose dentro de mí.

—Te amo —susurró Daniel mirándome a los ojos y besó mis labios y con sus pulgares limpió las lágrimas que no me había dado cuenta que había dejado caer.

Nos vestimos y me llevó a mi casa.

Mamá y Marcos estaban orgullosos de mi y yo lo estaba de ella por haber aceptado a Marcos tal y como era. Dejé a Daniel en la sala y me encaminé a hacer mis maletas en la habitación compartida que ahora sería solo de Marcos. No más despertarse en plena madrugada porque tu hermano te ha propinado una patada en las costillas que te saca el aire, no más cabeza bajo la axila. Saqué casi todo lo que tenía y lo lleve, no quería tener que estar haciendo muchas compras allá.

Me voltee cuando sentí la puerta de la habitación ser abierta.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Marcos.

—Bien y mal. No quiero dejarlo —murmuré y me senté en la cama a su lado. No quiero dejar a nadie, sinceramente.

—Pero es necesario. Ambos se aman y están dispuestos a dar la vida por el otro pero el juego del amor es así. Algunos sufren y otros son felices pero todos vamos a caer bajos sus mangas.

—Lo sé.

—Daniel todavía sigue estando roto y necesita sanar, tu también lo necesitas de cierto modo, lo mejor que pueden hacer es eso, darse un tiempo.

Asentí. Sus palabras eran como estar escuchando mis propios pensamientos.

—Quiero confesarte algo —me dijo y reí cuando vi el apenas visible rubor que se había asomado por sus mejillas.

—¿Qué pasó?

—Estoy saliendo con alguien.

—¡Eso es bueno! Mirame, Marcos —lo hizo—. ¿Eres feliz? —asintió y murmuró un "mucho"—. Entonces todo está bien, que se vaya a la mierda el mundo. Eres la persona más hermosa, bondadosa y genial que haya conocido en el mundo y mereces ser feliz después de todo lo que has pasado. No te alejes de la felicidad porque si alguien la merece eres tú.

—Gracias. Aún no le digo a mamá.

—¿Puedo saber quien es?

—Adam.

—¡Oh dios mio, sabia que era eso lo que estaba ocultando!

—Nos estamos arriesgando demasiado. Es mi profesor y hay leyes.

Mis instintos nunca me fallaban. Le dí todo mi apoyo a Marcos y me ayudó a terminar la maleta. Habló también sobre como tenían que mantener oculta su relación. Ví en una de las gavetas los collares de pareja que había comprado para mí y Daniel cuando salí con Caleb a una de las pocas salidas y los guardé en el bolsillo de mi abrigo.

Cuando fueron las nueve Daniel me llevó al aeropuerto. Ninguno dijo nada de camino allá, pero nuestro silencio lo decía todo. Fuimos como una historia que jamás se terminó de escribir. Compramos helado en el camino y sabía lo mal que estábamos los dos.

Cuando anunciaron mi vuelo me levanté de la sala de espera y Daniel lo hizo conmigo. Un gimoteo salio de su garganta cuando intentó hablar y pidió disculpas. Quise llorar pero tenia que darle fuerzas en estos momentos. Saqué los collares y le dí el que había comprado para él.

—¿Y esto?

—Los compré, pensando en tí, y en mí.

—Gracias —dijo.

—¿Conoces el significado del Yin y el Yang? —le pregunté recordando las palabras de Caleb.

—No.

—El Yin es todo lo oscuro, lo que se mantiene en secreto, lo ocaso, y en cambio el Yang es la luz, el amanecer, esa pureza que le da esperanza a esa persona. La verdad que ambos son dos partes de un todo, ambos no pueden vivir la una sin la otra, se atraen, son polos opuestos y hacen la química perfecta.

—Pero no están destinados a estar juntos —terminó.

—Quién sabe —le dije—. Solo ellos podrán averiguar eso.

Podríamos ser solo una corta etapa en nuestras vidas para aprender sobre el amor más bonito que hay, para el curarse y yo, para amarme a mi misma. El hombre ahora frente a mí había logrado en unos meses lo que nadie pudo.

Pero había llegado el momento de separarnos. Estaba bien con todo y me sentía en paz conmigo misma, aunque por dentro quisiera llorar.

—No me esperes, Daniel —le dije.

No deseo que si en algún momento de su vida llegara alguien que pudiera darle esa felicidad que yo no pude y la rechace. Quiero que sea feliz aunque no hubiera sido yo quien esté a su lado.

Me conformo con saber que tengo guardado un pedazo de su corazón. Él tiene que sanar sus heridas del pasado primero y yo tengo que construir mi futuro. Somos las piezas de un todo que encajan perfectamente pero no pueden estar juntas.

¿Por qué? Porque la vida se trata de un constante cambio y ¿quién sabe? Quizás en un futuro nos encontremos y estemos lo suficientemente bien como para intentar algo de nuevo. He aprendido muchas cosas a lo largo de esta trayectoria y Daniel es una de ellas. Es como un huracán que arrasa con todo pero siempre te deja una enseñanza.

Pasé por los rayos X y me volteé. Él está todavía allí mirándome, diciéndome adiós con la mano y correspondí el gesto.

Monté en el avión y cuando despegó, supe que una parte de mi todavía sigue allí, con él a su lado. Lo amo y no iba a dejar de hacerlo fácilmente. Porque Daniel Domínguez Hernández es muchas cosas, y entre ellas, parte de mi corazón.

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