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capítulo 11 › Kairos

Kairos: Palabra de origen griego para referirse a aquel instante fugaz en el que algo importante o especial sucede.
Daniel

—¿Está todo listo? —le pregunté a Harie. Buscaba algo desesperadamente en bolso—. ¿Todo bien?

—¿Eh? Si, si, solo he perdido las llaves de la casa —en realidad no creía lo que estaba diciendo, estaba un poco sudada, raro considerando que estamos en tiempo de invierno y estamos a bajas temperaturas por lo que el aire en estos momentos no es el más cálido—. Ahora te alcanzo.

—¿Segura que no quieres que te ayude?

—Sí.

No le dí más vueltas al asunto, me estaba preocupando por cosas que no carecían el mínimo sentido, aún así no eliminaba el comportamiento raro de Harie. Dejé las maletas en el maletero del auto. La iba a acompañar al aeropuerto, iba a salir del país, respecto al viaje de trabajo que me había comentado anteriormente.

Tardó alrededor de treinta minutos antes de salir. Se veía mejor que antes, ya no sudaba y se notaba más controlada que mientras buscaba "las llaves de la casa". Tal parecía que iba a comenzar con un ataque de pánico, pero Harie nunca habia sido de eso, siempre era yo el débil de la relación, sufria de ataques de ansiedad, unas veces me dieron ataques de pánico, crisis, depresiones, en mi vida había visto a Harie pasar por algo así, como si fuera la persona más sana.

El aeropuerto estaba abarrotado, el vuelo de Harie salía a las ocho y media de la mañana, eran solo las ocho. Compré una hamburguesa y un refresco para ella, no había querido desayunar. Me besó cuando volví y la obligué a comer algo, cada día siento que solo se pone más delgada e iba a ser peor si seguía saltándose las comidas y comer en el horario que le viniera en gana.

—No soy una niña —habló con la boca llena—. Sé lo que puedo hacer y lo que no.

Besé la esquina de sus labios que estaban embarrados de la mostaza de la hamburguesa.

—¿Te has visto? Hazme caso por una vez en tu vida, no te cuesta. Me preocupo por tí.

Aunque a veces queramos evitarnos, aunque parezcamos extraños en ocasiones, aunque ni hablemos y en otros momentos parezcamos la mejor pareja que hay, aunque siga existiendo una dependencia dentro de ella y dentro de mí, me sigo preocupando, porque no solo veo a Harie, también trato de cuidar a la adolescente llena de vida que había conocido.

Sigo aferrandome a un recuerdo, a alguien que no va a volver, pero sigo pensando que podríamos volver a ser los de antes.

Mi parte racional me regañaba y se burlaba de mí. ¿Qué más da?

No disfruté tanto mi primer día solo en casa, era fin de semana y no tenia tantas cosas que hacer, pero no pude reunirme con los chicos. Viajé a casa de mi madre que de nuevo siguió con sus peleas de que debería visitar a menudo, mi padre pidió que la ignorara y me preocupara más por mi matrimonio y por hacer mi vida. Si supieran que todo es una mierda.

Mi hermana había ido con su esposo, no pude evitar sentir la ausencia de Harie, todos como en familia, pero ella es mi esposa, mi familia también, y mientras viajaba a París yo estaba en una reunión familiar donde ella debería ir.

Sentía que era un Daniel diferente al que mi madre crió. Si supiera que engaño a Harie, sin importar lo mal que le caiga ni cuanto la deteste, me jalara por las orejas y me leera la cartilla sobre los valores que implantó en mí.

—¿Por qué no sales a donde están todos? —David se mantenía en su habitación y apenas salía para charlar cinco minutos antes de volver a encerrarse.

—He salido.

—Cinco minutos y te escondes aquí de nuevo.

—No es nada. No tengo muchas ganas de hablar y estoy algo estresado.

—¿Problemas?

—Cuando llegue su momento te diré —palmeó mi hombro. Para tener solo veinticinco años David tiene una gran responsabilidad sobre sus hombros, de los tres estaba casi las veinticuatro horas del día con mamá y papá y dirige la empresa de donde venía el sustento de mis padres y suyo. La economía de la familia se regía por esa empresa.

Regué sus cabellos, me dio un manotazo que le devolví junto a una patada que nos tumbó en el suelo, forcejamos y una patada en las costillas me quito el aire. Le dí la vuelta, le dí un golpe en la mandíbula. Un cojín voló a nosotros y Diana, mi hermana mayor, entró, nos cogió a ambos por el pelo y comenzó a hablar sobre la violencia.

Es común que David y yo jugaramos así. Terminó jalandonos las orejas.

—¡Vamos, limpien y muevan el culo, maricas! —nos gritó. Nos habia impuesto como castigo limpiar el patio.

—¿No crees que estamos muy mayorcitos como para castigos? —David se quejó.

—¡Y eso importa un carajo! Soy su hermana mayor y me respetan como se debe.

—Si nos queremos moler a golpes lo hacemos —alegué, negando.

Recogí las hojas secas del patio, apilandolas en un mismo lugar.

—¡David, me cago en tu madre, hijo de puta!

—¡Esquizofrenica!

David tenía la manguera en la mano, abrí el grifo y el agua salió disparada. Mi hermana se empapó en cuestión de segundos cuando David le apuntó. Gritó todas las boludeces que se le vinieron a la cabeza.

—¡Los mato, cabrones! ¿Me oyen? ¡Los mato, maricones!

Terminé empapado cuando David me apuntó. Forcejamos un poco entre los tres y terminamos todos empapados de agua. Eran estos los pequeños momentos que te hacen sentir especial, bien, sin pensar en lo que estaba pasando en mi exterior ni en lo mierda que estaba siendo mi vida.

—¿Pero que es esto? —Mamá se abanicó la cara—. ¿Es que ni para limpiar el patio sirven, par de inútiles? —José, mi padre, solo sabia reírse.

La pila de hojas y ramas secas que con tanto esmero había organizado para botar estaban de nuevo esparcidas por todo el patio, que ahora parecía lodo con toda la tierra mojada. Mis pies estaban sucios y mis hermanos y yo empapados de agua como si hubieramos ido a una playa o nos hubieramos mojado bajo un aguacero.

—¡Déjalos, Marta! ¿Desde cuándo no los ves así?

—¡Estos cabrones empezaron, me mojaron! —perdí toda esperanza de que mi hermana cambiara su vocabulario, aun no entiendo como su marido era una persona tan fina. Eran como una bomba. Ella decía mil atrocidades por segundo y él siempre demasiado educado.

—¿Qué acaso no tienes treintaiseis años como para quejarte de eso? Háganse responsables y quiero ver el patio reluciente —papá impuso.

Tomamos una ducha después de terminar con el patio.

Hubo un estruendo y mi hermana y yo intentamos disimular la risa.

—¡Daniel, Diana, me las van a pagar, joderr! —David gritó desde el baño.

Mamá rodó los ojos y papá volvió a calmarla, acostumbrado a nuestros modos de ser. Paul, el marido de mi hermana, negaba y seguía revisando correos en su teléfono.

—¡Hey, que fue idea de Diana! —me defendí.

—No me expongas, imbécil —me codeó—. Tu querías hacerle una broma.

—Tu fuiste la idea de echarle colorante en la toalla.

—Con lo entretenido que es David debe haberse pasado la toalla y ni cuenta. Debe estar con el cuerpo bien colorido ya.

Preguntó por Harie, le respondí que estaba en un viaje de negocios y debería volver pronto. Hice lo mismo preguntando por mis dos sobrinos y solo dijo que estaban en casa de sus abuelos paternos.

La tarde del sábado se me fue en las dos horas que pasé en tutorías con Marcos y Adam. Seguiamos escabullendonos en el mismo salón de la universidad que Adam había logrado que nos dieran, hasta que el director nos interrumpiera y con ello la primera mancha en mi expediente laboral (no solo yo, Adam también). A bueno, estoy tratando de ayudar a un estudiante, así que me importaba un bledo.

Adam es más extrovertido y hace que las tutorias fuesen menos incómodas y tan serias. Cuando no podía venir notaba como el ambiente era más tenso entre los dos, se podía proporcionar a que en este tiempo Marcos y Adam se han vuelto más cercanos, yo no suelo acercarme mucho a los estudiantes, prefiero mantener solo una relación profesional.

Continuamos pasando por casa de Jack, conversamos un rato los cuarto y a las ocho ya estaba en casa. Hice videollamada con Harie que solo duró quince minutos, no teníamos nada que decirnos y el solo vernos por la pantalla parecía forzado. Prometí que la llamaría luego y no lo hice, así como ella tampoco lo hizo en todo el día, ni el siguiente, ni el después de ese. No me sorprendía, nuestra comunicación no era mucha tampoco, donde quiera que estuviera sabia que estaba bien, de haber pasado cualquier cosa ya lo hubiera sabido, Harie no se guarda nada para ella misma.

—¡Apareció el perdido! —Jin chilló cuando entré en su oficina, no nos habíamos visto en todo el día, tuve todos los turnos llenos y apenas me dieron tiempo para respirar.

—¡Dan! —Adam me palmeó el hombro.

—¿Sabes que día es hoy? —me preguntó Jin.

—Martes.

—No —Adam recogió sus cosas—. Es ocho de noviembre.

—Oh —caí en cuenta de lo que me querían decir. Hoy era el día donde Jack nunca estaba con nosotros y solo se iba de casa y nunca supimos a donde va.

Éramos los únicos que sabíamos lo que pasaba, y comparado con Jack todos estábamos bien. Jack siempre te iba a decir que está bien aunque esté mal, siempre te ofrecerá su hombro aunque el esté peor. Quisimos estar con él, pero se iba solo tratando de sentirse bien consigo mismo y calmandose solo.

Siempre era así. No íbamos, no nos dejaba.

—Debería aparecer alguien. No es justo que Jack esté tan solo.

—No es que no haya nadie —Adam contradijo a Jin—, es solo que Jack sigue enfrascado en el pasado. Está bien recordarlo porque forma parte de nosotros y de lo que somos y muchas de las cosas pasadas nos hacen ser como somos, pero debemos dejar de aferrarnos a las cosas que solo nos hacen mal y comenzar un nuevo camino.

No solo eran para Jack, me dí cuenta cuando la mirada de Adam recayó sobre mí. Aprender a dejar ir era algo a lo que no estaba acostumbrado y no iba a dejar ir a Harie. Yo tengo la esperanza y la fé de que volveríamos a ser como antes. No estaba en la necesidad de dejarla, estoy bien con mi matrimonio.

Mentiras y más mentiras, créanme que lo sé, os lo aseguro, pero es mi manera de enfrentar todo y no caer en las crisis. Es mi manera de seguir en este mundo, de no salir lastimado.

Nos fuimos todos en mi coche.

—Señor Jin Portelles, diganos que se siente saber que pronto será un año más viejo y los treintaidos lo alcanzan.

—¿De qué hablas? Estoy en los mejores momentos de mi juventud —solté una carcajada sin desviar mi mirada del camino.

—Impresionante —Adam respondió—. ¿Qué tiene planeado para este diez de diciembre?

—Embutirme de comida.

—Aburrido como siempre. ¡Deberíamos festejar por todo lo alto! Bebidas, bar, fiestas, comidas, amistades, multitudes, piscina.

—Hagámoslo —se encogió de hombros en su asiento. Adam sacó su teléfono y comenzó a ver varios sitios en Internet.

—¿Y Harie?

—Se fue hace unos días a París.

—Te oyes bastante bien —noté el sarcasmo en su voz.

La soledad volvió a acogerme cuando entré en casa. Anhelé sentir que alguien me esperaba de nuevo, sentir que tenía una motivación para volver y sentirme feliz de hacerlo. Cada día regresar se siente como una tortura que prefiero evitar.

Melissa

Terminé de secar mi cabello con el secador y lo dejé en su lugar. Fui a la cocina y en una bandeja y coloqué los dulces y el refresco, en un pozuelo las palomitas y los dejé en el microondas esperando que estuvieran todas echas. El sonido de las palomitas haciéndose era relajante, casi como los videos que ve mi hermano, pero seriamente esto es cien veces más satisfactorio.

El plan inicial es ver películas con mi hermano. Por eso estaba organizando todo mientras el se daba una ducha. Escogería una pelicula de ciencia ficción y ya luego dejaría que me hermano pataleara por querer ver una de terror, yo le recordaría cuanto les temo y las odio y él accedería.

Busque la caja donde tenia todos los CD, Eva me había prestado uno nuevo sobre una pelicula que recién había visto, ciencia ficción. ¡Genial! Mi hermano se cagará en los pantalones, es un miedoso como yo pero se lo aguanta y disimula más.

—¡Que mierda! —chillé cuando sentí un golpe. Abrí la ventana, Daniel estaba recostado a su Mercedes-Benz con un chupete en la mano. No nos habíamos visto quizás en lo que era ya una semana, no había dejado de pensar en que quería verlo y ahora esta aquí. Ahora cuando tengo una tarde planeada y cuando desearía propinarle cuatrocientas patadas por el culo simplemente porque sí.

—Melissa, iré un momento a la tienda de la esquina —Marcos se asomó en la puerta de mi habitación—. Necesito comprar unos cables nuevos para la computadora y Ernesto me acaba de llamar que le lleve la torre.

—Ah sí, claro, sin problemas.

Mi hermano salió y dejé subir a Daniel, en lo que Marcos arreglaba la computadora yo acabaría los dulces y Daniel venía y luego se iba. Era un dar y tomar y Marcos ni siquiera lo sabía.

—Te extrañé —susurró dejando un beso en mi cuello. Me dio el chupete y me apresuré por quitarle el envoltorio.

—¿Piensas que soy una niña a la que consientes con dulces?

—No me molesta consentirte.

—Ahora quieres el papel de Sugar Daddy.

—No, eso es para viejos.

—No confirmo tu teoría, tienes treintaidos años, edad perfecta para ser un Sugar Daddy, no busques excusas que no solo los viejos se la dan de buena con jovencitas. Soy casi diez años menor que tú.

—Tu y tus ganas de llevarme la contraria todo el maldito tiempo.

—El noventa por ciento del tiempo que nos vemos siempre estamos follando, así que un nueve por ciento debo llevarte la contraria.

—¿Y el uno por ciento que falta?

—Ese eres tú, diciéndome que me extraña y queriendo escuchar lo mismo por mi parte. Así que para darle las gracias por haberme traído un chupete le complaceré hoy, señor Daniel. Te extrañé yo también.

—No se que coño haces pero no dejes de hacerlo.

—¿A qué te refieres?

—A lo que haces conmigo.

Nos besamos, toqueteamos, lo extrañé demasiado, sentir su tacto, sus besos, sus caricias, su voz, pero como siempre desistía de llamarlo.

Las prendas fueron desapareciendo, las manos de Daniel estaban por todas partes de mi cuerpo, en mis hombros, en mi cuello, en mi cintura, en mis nalgas, en mi coño, en mis piernas, tocaba como si quisiera memorizar cada parte. Claro está que yo no me quedaba atrás, tocando los músculos de su espalda, brazos y pecho. Masturbandolo e invitándolo a que me de lo que tanto quiero.

Y es que Daniel es ese tipo de personas que su atractivo no es de este mundo, no sé si solo me pasa a mí, pero, te vas a imaginar de rodillas chupando su polla. Joder, amo su polla. La saliva me escurria de tan solo ver el miembro erecto que se molía contra mí.

Una oleada de calor me recorre el cuerpo. El pulso se me dispara, mi respiración se vuelve errática.

—Quieres que te folle tan duro ahora mismo —se aparto un poco—. Lo ansias —masajeo su polla, la vista era tan erotica, como su cabeza inchada soltaba pequeñas gotas de presemen y su mano la masajeaba. Sentí como me contraía—. Te importaría que nos vieran pero seguirías gritando porque te daría tan duro.

Casi lloriqueo de las ganas que hiciera todas esas cosas. Apartó mi mano cuando intenté tocarme a mi misma.

—Date la vuelta. En cuatro —me ordenó.

Lo obedecí. Senti como se arrodilló detrás de mí.

—¿Así? —pregunté.

—Si, así —su voz ronca hizo que un escalofríos pasara por mi cuerpo.

Sentí como se hundió en mi, mis paredes abriéndose para él. Su mano tomó mi liga en el cabello y la quito, dejándolo suelto. No esperó y comenzó a moverse, dejé caer mi cabeza en la almohada y gemí. Apreté las sábanas con mis manos. Hizo mi cabello una coleta con su mano y jalo suave mi cabello.

Seguía arremetiendo contra mí, fuerte, duro, su polla palpitaba y se hinchaba. Sus gemidos y jadeos eran música para mis oídos. Me voltee para verlo, estaba ensimismado con la imagen de su polla entrando y saliendo de mi vagina.

—Amo hacer eso —gruñó y su ritmo se volvió demasiado errático.

Dejó un camino de besos por mi espalda y sonreí.

—Me gustas tanto —susurró.

Una lluvia de emociones me atormentaron y sin poder contenerlo sentí los jugos de mi exitación llenar mis muslos.

—Mala chica —me regaño, dandome una nalgada.

Mi cuerpo tuvo espasmos mientras el seguía arremetiendo contra mi en contra de su orgasmo hasta que lo sentí. Su semen dentro de mí. Estabamos completamente sudados y sentía mi cuerpo agotado. Sonreí sin poder evitarlo.

—Bueno, creo que ninguno recordó la parte del condón —sonrió como si fuera la cosa más natural del mundo y rodé los ojos.

—Puedo tomar una pastilla —cerré los ojos sintiendo demasiadas emociones mezcladas dentro de mí. Daniel seguía encima de mí, no se ha apartado, no se ha echado para un lado, no se está vistiendo ni se está yendo, está ahí conmigo. Quizás fue eso lo que me dio el valor de preguntar—: ¿Daniel, qué somos?

—¿Amantes? ¿Amigos con derechos? —respondió con preguntas—. Me gustas, no estoy enamorado de tí, pero físicamente me encantas e incluso podría considerarte una amiga sino fuera porque follamos —reí—, pero me gustas como para poder llegar a engañar a mi esposa y no sentir remordimientos por ello. Lo hice contigo una vez, y seguí. Dije "fue una debilidad, no volverá a pesar, estaba ebrio" pero aquí estoy, sobrio, y con mi polla enterrada en tu coño. Pero yo no quiero amarrarte a un hombre casi diez años mayor que tú.

—No me estas amarrando si yo quiero.

—No se que siento por mi esposa —aclaró, dejándome un poco confundida con la confesión—. No debería estarte contando esto pero necesito hablarlo con alguien y las palabras de Jin, Adam y Jack siempre serán las mismas.

—Puedes hablar conmigo.

—Ella ha cambiado mucho, solíamos ser la envidia de las parejas, y no me gustaba por eso, me gustaba por como era ella, pero la versión suya que me está dando hace años no me gusta, y solo espero y deseo que vuelva a ser la de antes. Mi matrimonio se ha ido a la mierda y no se como salvarlo —frotó las manos en su cara, limpiando el rastro de lágrimas que estaba por salir.

Significa mucho para él, para llegar al punto de llorar por ella y por querer salvar todo todavía a pesar de que ya con lo que está haciendo conmigo solo lo rompe más, pero no se da cuenta, y aunque suene egoísta yo no quiero que se vaya.

—Las personas cambiamos, existen hechos, pensamientos, acciones, que traen consecuencias y nos hacen ver el mundo de una forma distinta. Debemos comprender a esas personas o al menos intentarlo. No siempre seremos así, y si de verdad la amas como dices deberías quererla en todas sus versiones y no solo en la primera que te enseñó. Por eso nunca espero nada de nadie, porque cuando te enseñan lo mejor siempre sacan lo peor, y tenemos que aprender a vivir con los defectos de las personas porque como nosotros son seres humanos y así es la vida y ni tu, ni yo, ni nadie puede cambiar eso.

—Ya no se que hacer.

Estaba sintiéndome como la mierda, estoy aconsejando al chico que me gustaba sobre como arreglar su matrimonio, hablándole de ello, es horrible sentir que puedes tenerlo todo y de repente no tener nada.

—Lo que estás haciendo conmigo solo lo rompe más —admití, tragando el nudo que se estaba formando en mi garganta—. Y no solo tú debes querer salvar el matrimonio, ella también debe querer y si ella no quiere, entonces todo acabara en un divorcio.

Empezó a caminar por la habitación, como si la palabra le hubiera activado el sentido nervioso, como si le diera asco, arcadas.

—Un matrimonio enfermo no es lo más aconsejable —le dije.

—¿A qué te refieres con enfermo? No sabes nada de mi matrimonio para decir eso.

—Si, tienes razón, eres tú quien me ha pedido una opinión y te digo lo que pienso. Si no te gusta esa faceta de ella, si no has puesto un solo empeño en querer saber porque es así, si solo intentas salvarlo pero no haces suficiente y ella no demuestra el mismo interés no va a funcionar y seguirás así, con ese puto vacío dentro de tí y seguirás quejándote porque sabes cual es la solución a eso, pero parece que te da miedo.

—No volvamos a hablar de mi matrimonio con Harie —comenzó a ponerse los pantalones—. Ni siquiera tenia que haberte hablado de eso.

—Porque sabes que tengo razón y eres un pendejo e inmaduro huyendo de las cosas cuando sabes que es lo que tienes que hacer.

—Cuando quieras hablar me llamas —me dió un beso en los labios y salió. Marcos estaba subiendo las escaleras en el momento en que Daniel salía de mi habitación. Ambos se observaron, pero el enfado que tenia Daniel era claro cuando pasó por su lado y le dio un tirón a la puerta de salida.

Estoy hartandome de Daniel y su inmadurez. Quiere una opinión pero no puede escucharla porque se acojona. ¿Qué quiere que le diga? "Lucha por ella, nunca pienses en el divorcio, vive en la sombra esperando que sea la chica que te gustaba y no esa nueva que dice el que es, estas haciendo bien, sigue dañandote si eso te gusta". ¡No!

—¿Qué hacía mi profesor de...?

—Ahora no, Marcos. ¿Vemos la puta película o no?

—Pero-

—¡Que ahora no! Prometo que más tarde te responderé las preguntas, pero ahora no. Y por favor no le digas a mamá.

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