Una piedra
El rey de los elfos hablaba de un disparate, pensaba Thorin. Creía haber recibido un pago de su parte, lo cual era imposible. Aunque claro que no le sorprendía una mentira ridícula viniendo de un elfo, particularmente de él.
Aún así vio el contacto visual entre Thranduil y Bardo el arquero, ese harapiento barquero que no era menos traidor que el otro. Sin embargo, la presencia de tan molestos individuos a las puertas de su reino pasó a segundo plano cuando vio lo que Bardo le enseñaba.
La Piedra del Arca, decían que era, y desde su posición lucía como tal. Blanca, pura y brillante como sólo el corazón de la montaña podía ser. Era del tamaño que la recordaba y su luz lo tentaba aún a la distancia, pero no podía olvidarse de quién la sostenía y las circunstancias que rodeaban su causa.
La furia encegeció a Thorin Escudo de Roble y todos pudieron verlo.
— ¡Es un truco! —Exclamó en negación, temblando de la pura rabia.— Es una mentira. ¡Nadie de aquí les ha dado la piedra!
Pero una voz salió del rincón más cercano a él, entre los enanos que él consideraba su familia.
— No es un truco. —Dijo Bilbo, estremeciendo la locura de Thorin por un instante.— Yo les di la piedra.
— ¿Tú? —Se giró hacia el mediano, volcando sobre él la ira que se alimentaba del fuego contra elfos y hombres. Lo observó como antes no lo había hecho; lo miró con desconfianza, con la certeza de haber sido traicionado por quien había considerado su amigo no más de unas horas atrás.— ¡Ladrón!
— No, no soy un ladrón. —Replicó Bilbo, enervando también al resto de los enanos. Todos sabían, incluso los soldados más rezagados en el ejército de elfos, que algo peligroso ocurría en ese diálogo.— Aunque me llamen saqueador, me considero alguien honesto. —Aunque se atrevió a sonreír, el gesto le duró menos de un parpadeo.— Consideré ceder mi 14va parte, si con eso detengo esta guerra.
— ¿Tu parte? —Preguntó Thorin, incrédulo.
— Sí, la catorceava parte que me corresponde.
— Tu parte. —Repitió lentamente.— ¡Tú no tienes derecho sobre el tesoro que hay bajo esta montaña, sucia rata! ¡Láncenlo al río! —Pero la orden del rey fue ignorada por los miembros de la compañía, pues todos apreciaban a Bilbo y nadie compartía la locura que consumía a Thorin, al grado de proponer algo tan cruel. Viendo que nadie le obedecía, gruñó aún más enojado, tomando al hobbit sin gran dificultad.— ¡Entonces lo haré yo mismo! ¡Maldito sea el día en que escuché a ese brujo y su maldito saqueador!
Los enanos de Erebor intentaron detener a su rey; los elfos miraban impávidos la escena y Gandalf intentaba abrirse pasó para impedir que le hicieran daño a Bilbo, su querido amigo. Pero no fue uno u otro quien detuvo la ira de Thorin, sino el propio Bilbo.
O mejor dicho, los sentimientos que Bilbo despertaba en Thorin, y en él también residía el amor hacia sus sobrinos y la lealtad hacia su gente.
El ruido alrededor, la locura y la codicia, todo se había silenciado cuando fijó su mirada colérica en Bilbo, quien lo miraba a su vez con temor y desazón. El mediano que difícilmente odiaba a alguien, que había probado en más de una ocasión su valor, su lealtad y amistad, aún por encima de los desplantes de las personas grandes y de los propios enanos. Bilbo era un buen ejemplo de lo que era correcto, y si ese pequeño hombre lo miraba con tanta tristeza y espanto, debía saber que algo no iba bien consigo mismo.
Ni siquiera fue consciente de cuándo Gandalf le pidió devolverle a su hobbit. No lo hizo por él. Ni siquiera fue un decisión consciente, cuando soltó al mediano y éste intentó salir de debajo de su cuerpo.
Pero antes de que la rabia hiciera de nuevo su aparición y Bilbo pudiera correr a Gandalf, Thorin lo alcanzó por el brazo y lo sostuvo de nuevo, sobresaltando otra vez a sus hombres y provocando un pánico terrible en el mago. Incluso Thranduil y Bardo, que admiraban la determinación y cortesía del hobbit, temieron por él.
Más no era odio lo que percibió el más pequeño del rey bajo la montaña, sino una claridad que había creído extinta en los últimos días. El reflejo de Smaug había sido vencido por Thorin Escudo de Roble, quien jamás rompería una promesa ni dejaría a su suerte a amigos y familiares. El enano que fue forjado en el exilio y aprendió de la humildad y la esperanza; quien fue seguido por sus compañeros en cada nuevo peligro.
— Thorin. —Bilbo lo llamó, dudoso y aún asustado, pero sediento de fe.
— Llévenlo abajo, a una de las cámaras. —Ordenó con más calma, pero aún entonces nadie se movió. Todos temían lo que el rey quisiera hacer con el mediano. Con esto en cuenta, se giró hacia Balin y le dedicó una mirada pasiva.— Llévalo y vigílalo. Necesito hablar con él más tarde.
Bilbo tragó con dificultad, pero no opuso resistencia cuando el anciano enano lo condujo hacia el interior de la montaña. Mientras caminaba y las piernas le temblaban por el miedo, esperaba oír una vez más el rugido de la guerra, pero sólo podía escuchar el suave silencio del viento que lograba filtrarse por los corredores. Más y más lejos del caos de afuera, se preguntó qué haría Thorin entonces, y cómo respondería el rey elfo y la gente del lago.
Lo único que lograba darle seguridad, era el querido anillo que sostenía en la mano izquierda, dentro del bolsillo de su chaqueta.
°°°°°°°
— Luego de ese despliegue de locura y barbarie, no esperarás realmente que entre a tu madriguera, hijo de Thráin.
Thorin pensó que la renuencia de Thranduil era válida, pero aún no confiaba en él. Salir de la fortificación implicaría ponerse al alcance de las flechas de los elfos, y dadas las malas experiencias entre ambos bandos, dudaba que alguien quisiera dar el primer paso para negociar adecuadamente.
— Yo iré. —Se ofreció Bardo, guardándose la piedra en el abrigo. Miró al rey elfo y le dedicó una sonrisa confortable.— En el peor de los casos, me llevaré una nueva decepción.
— Ojalá eso no incluya tu cabeza. —Replicó Thranduil, pero no puso objeciones.
Minutos atrás, cuando el campo quedó en silencio ante la ausencia del hobbit, Dain había aparecido por un costado de la montaña, tan cargado de refuerzos que durante unos instantes, la mezquina esperanza de Thorin lo tentó a continuar la disputa en el campo de batalla.
Por fortuna, el susurro seductor del oro había callado lo suficiente para detener a su primo, dando pie al diálogo y no a la guerra.
Su orgullo, sin embargo, seguía intacto, y no pretendía terminar el día siendo estafado por hombres ambiciosos y elfos traicioneros.
Lo que nadie esperaba era que, antes de llegar a un acuerdo razonable, la guerra viniera a ellos de todas formas. La tierra se cubría de la negrura de los trasgos y las filas se dispersaban conforme la estrategia de dividirlos tenía éxito.
Pero había que señalar algo muy importante a favor de Thorin, Thranduil y Bardo, y es que apartados del deseo del oro, todos juntos en el campo de batalla, supieron administrar sus fuerzas y seguir cual corriente del río las compañías de trasgos y orcos.
Pero algunas cosas no podían evitarse, como la muerte de enanos, elfos y hombres, aunque el número fuera mucho más reducido que en otra historia. Los acontecimientos eran, pues la oscuridad tomaba fuerzas y la pequeña disputa por la Montaña Solitaria dejó ver su insignificancia ante el mal presagio que llegaba del norte. Nadie adivinaba aún cuan malo sería en el futuro, pero la batalla logró rescatar algo del mundo que ellos deseaban proteger.
El frío viento del norte helaba la sangre de los supervivientes.
Bilbo, que había salido junto a Balin al oír los cuernos de guerra, no tuvo oportunidad de ver a Thorin hasta que el silencio se hizo de nuevo.
Sting estaba cubierta de sangre de orco, igual que su abrigo y sus manos. Le faltaba el aire y la cabeza le dolía a causa del golpe de un orco que le dio alcance. Bilbo miraba el cielo blanco y los copos de nieve que caían en compañía de ceniza. Pensaba que podría quedarse un rato más ahí para recuperar el aliento, antes de enfrentarse al duro conteo de las víctimas.
Pero el tiempo no le dio tregua a su agotado corazón, pues herido de un costado, lo encontró Escudo de Roble.
Enano y hobbit se miraron unos instantes, y luego Bilbo encontró fuerzas de donde no las había para llegar a su lado y ser atrapado en un abrazo. Los brazos de Thorin ya lo estaban esperando y le dieron el calor que le hacía falta, pero aunque la sensación era reconfortante, no pudo quedarse quieto al notar la sangre que emanaba de su torso.
— Estás herido. —Dijo con angustia.
— Sí —Admitió el enano—, pero no impide que me alegre de verte con vida. Tengo que decir...
— No importa, Thorin. —Le interrumpió, pues no podía apartar la mirada de la sangre.— No es el momento. Necesitas atención médica.
Si acaso Thorin tenía que decir algo con urgencia, no lo hizo, y en cambio obedeció al mediano y entre ambos se dieron apoyo para dejarse ver por sus aliados y recibir ayuda. Al arrogante enano no le gustó encontrar a soldados elfos antes que a nadie más, pero no rechazó el brazo que le dieron.
Muy pronto se reagrupó el ejército de Thranduil, mostrando disciplina y agilidad. El rey elfo parecía en verdad afligido cuando Bilbo se acercó.
— Señor Bolsón. Me tranquiliza verlo de nuevo.—Lo saludó sin mucho ánimo, inclinando la cabeza y mirando fríamente a Thorin.— Hay curanderos en mis filas, hijo de Thráin. En honor a nuestra reunión pendiente, te ofrezco sus servicios y su cuidado.
Más por la insistencia de Bilbo que por verdadera diplomacia, Thorin aceptó el gesto de Thranduil, dejándolo atrás mientras algunos de sus guardias los llevaban al campamento que reorganiza an para tratar a los heridos. El hobbit se fijó, cuando volvió la vista atrás, que el sindar bajaba la mirada al suelo, y no pudo evitar preguntarse si algún ser querido había perecido en batalla.
°°°°°
Una hora después de que su herida fuera tratada con medicina elfica, Thorin recibió algunas visitas y noticias, algunas buenas y otras malas. Por un lado, no eran pocas las bajas de los enanos, pero por otro, tuvo la dicha de abrazar a Fili, quien más allá de algunos rasguños y ematomas, estaba sano y salvo.
— Tuve que venir a verte cuando me confirmaron que estabas aquí, vivo. —Le dijo muy emocionado el joven príncipe.— Casi no lo creí cuando dijeron que habías aceptado la ayuda de los elfos, pero mucho que mejor. —Añadió lo último con una sonrisa, previniendo el brote de mal humor de su tío.— Kili no está lejos de aquí. También está bien atendido.
— ¿Por elfos? —Preguntó con sorpresa Bilbo, que no se había separado del lado de Thorin.
— Por una en particular. —Le contestó Fili, guiñándole un ojo.
— ¿Está muy mal? —Quiso saber Thorin, intentando incorporarse y siendo detenido por su sobrino y Bilbo.
— Está mejorando. —Dijo Fili, más serio que antes.— Lo alcanzaron algunas flechas y recibió un golpe muy duro en la cabeza. Pero no ha perdido la conciencia y por fortuna las flechas no estaban envenenadas.
Aunque a Thorin no le diera gracia que su sobrino menor pareciera tan a gusto con su cuidadora elfa, se permitió descansar sabiendo que su familia estaba fuera de peligro.
Esa misma noche, cuando Bilbo salió de la tienda a atender sus propios asuntos, el enano recibió la visita inesperada del arquero que mató a Smaug.
— Buenas noches. —Le saludó al entrar, echando un vistazo al rededor para cerciorarse que estuvieran solos. Notablemente cansado, Bardo daba la impresión de no haberse tomado un momento para sí mismo desde que la lucha hubiera concluido, pero tomando en cuenta su posición y las circunstancias, no era de extrañar.— Lamenté haber oído de su herida, pero supongo que es mejor reposar en una cama que en un feretro.
— Usted por otro lado parece estar en una sola pieza, mata dragones.
Bardo se tensó por el tono áspero, pero no se sintió ofendido por el título.
— Físicamente, sí. Y me agrada más cómo suena "mata dragones" que "ladrón".
— No intentaba insultarlo. —Puntualizó Thorin, quien tampoco pensaba disculparse por su comportamiento en la Puerta de Erebor.— ¿Qué necesita?
— El cuidado de los heridos, de los niños y enfermos; la reconstrucción de Bale y la limpieza de los caminos, todo eso llevará tiempo. Algunas semanas o meses. —Bardo hizo una pausa en la que estudió la expresión del enano. Tal vez le preocupaba ver la misma indiferencia y crueldad que en su anterior negociación, pero esta vez obtuvo silencio y atención.— Según oí decir a su gente, también les tomará tiempo. Serán días extremadamente difíciles donde la comida y la bebida serán indispensables.
— Mi primo Dain trajo suficiente para los enanos. —Replicó Thorin, pero le dejó continuar.
— De todos modos, no creo que hombres y enanos deban esperar a nuestra próxima reunión para sentirse seguros en el tiempo de reconstrucción. —El arquero metió una mano en su abrigo y, como la última vez, le mostró la brillante y pura piedra del arca. Thorin se estremeció con violencia, pero se mantuvo aferrado a su camastro.— Nunca pensé traicionarte, Thorin. Ni el día que te introduje a la Ciudad del Lago ni cuando quise hacerte cumplir tu palabra para con mi pueblo. Sólo quería mantenerlos a salvo.
— Lo sé. —Le respondió de mala gana.
— Probablemente el rey del Bosque se enfade si se entera de esto, pero sólo prolongaría de manera innecesaria algo que igualmente haremos. —Bardo sorprendió a Thorin entregándole la piedra, dejándola cuidadosamente en su pecho.— Quiero su promesa de que desde este día, no hay guerra entre enanos, hombres y elfos. No debido a las rencillas cometidas en los últimos meses, al menos. La promesa de que el pueblo de Erebor no hará oídos sordos al sufrimiento de mi pueblo.
Thorin observó la piedra un largo rato, tomándola entre sus manos y acariciando la fría y suave superficie. Luego levantó la vista a Bardo y asintió.
— Tienes mi palabra. Aquí en Bale, en el campo o bajo la montaña, ningún enano se levantará en armas contra hombres o enanos. Hasta nuestra próxima reunión, habrá paz.
Las duras palabras del enano no dejaron plenamente satisfecho al arquero, pues ya había conocido la tendencia de Thorin se eludir algunas de sus responsabilidades en base a tecnicismos o excusas crueles. Sin embargo, antes de salir de la tienda, su voz grave lo detuvo.
— Tú pueblo puede disponer de Bale como mejor le convenga, pero si necesitan algo más, tendrán que hablarlo con Balin, mi consejero. Yo no quiero más visitas por el momento.
Bardo retomó su salida con una sonrisa más conforme. Sin duda Thranduil tenía razón con respecto a la terquedad de los enanos.
Y ahora quedaba hablar con el orgulloso elfo sindar.
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