Softly
“Las constelaciones llevan el nombre de aquellos que se prometen el cielo aun siendo insignificantemente humanos.”
Releí aquellas líneas en voz alta, como si de esa manera tuviera el poder de traerlo de vuelta a mi habitación. Habían pasado solo unas semanas y ya le extrañaba como si no nos viéramos en años. Quizás el tiempo se hace más lento cuando se espera a alguien o quizás era solo el efecto secundario de acostumbrarse a una persona.
—Otra vez pensando en él. De veras eres como una especie de masoquista sentimental.
Jimin insiste arrebatándome el diario que con tanto esfuerzo conservo. Es uno de mis primeros recuerdos con él, así que está todo lleno de tachaduras y las páginas comienzan a adelgazar por el paso del tiempo.
—¡Park Young Suk, en serio es mi última llamada! Si no te animas juro que te sacaré por los cabellos de esta bendita habitación.
Mascullé una maldición y arrastré mis pies por el mismo camino que había abierto mi hermano mayor.
—Eso está mejor. Namjoon no va a regresar solo porque te conviertas en un zombi viviente.
No tenía ánimos de discutir con Jimin. Que lo dijera en voz alta solo aumentaba la opresión en mi pecho. Los amigos de mi hermano…Solo recordar cómo aquellos seis chicos invadían nuestra cocina con sus quejas y planes de camping lograba colocar una sonrisa en mi rostro.
Al que más conocía era a Taehyung, al ser de la misma edad que mi hermano el de la sonrisa cuadrada había sido una presencia constante en el final de mi niñez y adolescencia. Luego estaba Jungkook con quien compartía salón de clases y por supuesto la hyung line. Los chicos grandes con los que mi hermano planificaba sus vacaciones y no perdía tiempo para hacerme quedar mal.
—Solo serán dieciocho meses y ya han pasado dos. Cuando me toque a mí estoy seguro que no te pondrás tan sentimental.
Rodé los ojos mientras le arrebataba el helado a Jimin. Era cierto que me estaba comportando como la niña mimada y caprichosa que no era. Pero descubrir que tienes sentimientos por una persona que has considerado tu modelo a seguir toda la vida justo cuando ya no está a tu alcance es peor.
—Sukkie, en serio me preocupas.
Jimin terminó rodeándome en un cálido abrazo. Lágrimas silenciosas decoraban mis mejillas y de nuevo la escena de ese día del enlistamiento regresó a golpearme con violencia.
Fui lo suficientemente torpe para no decirle nada. Para mirar su sonrisa donde los hoyuelos se hacían perceptibles y solo desearle que se mantuviera sano durante los próximos meses.
—Mañana iremos a visitar a Jin. Estoy seguro que eso te animará.
Jimin besó mi coronilla antes de encaminarse a la sala de estar. No le presté atención a la película que se transmitía en la gran pantalla del plasma en ningún momento. Tenía mi propio drama en el que la protagonista se devanaba los sesos buscando en qué se equivocó.
Debía esforzarme por cambiar esa parte de mí. Lo menos que quería era decepcionarlo aun cuando solo me considerara como la molesta hermana pequeña de su dongsaeng. La que no se conformaba con verlo acompañado de aquellas insípidas novias que solo le buscaban por ser el segundo hijo de los Kim.
Los chicos tenían razón. Para solo contar con veintinueve años Kim Namjoon ya lideraba la empresa de sus padres, permitiéndole a su hermano mayor Seok Jin dedicarse a lo que realmente le apasionaba: la cocina. Cargar el peso del mundo en sus hombros era agotador y quizás fueron los libros los que nos terminaron uniendo cuando cumplí los trece.
Aun recuerdo ese día en la biblioteca de los Kim. Jimin me había insistido tanto porque saliera de mi “cueva” y tuviera vida social que me dejé llevar. Terminé escondiéndome en la gran biblioteca de aquella mansión.
Mientras los demás acaparaban las bebidas y se peleaban por el dominio de la alberca o los plenos jardines cubiertos de glicinas, yo encontraba más apasionante alcanzar el grueso volumen de Clásicos Griegos que reposaba en las estanterías más altas.
Pensándolo bien debo haberme visto ridícula mientras con mis escasos uno sesenta saltaba infructuosamente por el dichoso libro. Tanto como para colocar una banqueta que reparara aquella marca de la baja estatura que se cargaba la familia Park.
El resultado no pudo ser más cliché. Cuando el volumen apenas rozaba mis dedos perdí el equilibrio y casi beso la alfombra de no ser por el cuerpo que amortiguó mi caída. El libro me golpeó la cabeza solo consiguiendo que quedara sobre el chico de los ojos color café y los hermosos hoyuelos.
En esa época Nam solía usar el cabello de rubio platino. Yo en secreto lo comparaba con un helado de piña por la forma en la que llevaba el corte. Pero en aquella humillante situación no se me ocurrió nada mejor que observarle como la lunática que podía ser.
—Podías haber pedido ayuda Sukkie. Ese librero es peligroso.
Fue su respuesta mientras me ayudaba a levantarme. Su mano rozando la mía y a pesar de mis trece años supe que a partir de ese día ya no le podría mirar igual.
Tal como las hojas cambian en los árboles todos fuimos creciendo. Nam Joon y el resto de los chicos continuaban asistiendo religiosamente a nuestra casa por proyectos escolares o simplemente pasar el rato y fue en otro día similar al de mi cumpleaños dieciocho en el que las señales de que no podíamos continuar siendo amigos se dejarían ver.
—No apruebo a ese mequetrefe de Hyunjin. Te estoy sermoneado Suk, así que atiéndeme bien.
Odiaba cuando Jimin entraba en modo hermano sobreprotector. Ese era el precio que teníamos que pagar mi madre y yo. Desde la muerte de nuestro padre cuando éramos niños, Jimin había asumido la responsabilidad de ser la figura masculina en nuestro hogar y se lo tomaba extremadamente a pecho. Ya no era una niña. Arribaba a los dieciocho y si quería salir con un chico mayor, él no tenía por qué entrometerse.
—Si te estoy ignorando es porque no me interesa tu diatriba sobre la responsabilidad. Ya no soy una niña.
—Pero sigues siendo mi hermana y eso no va a cambiar en miles de años. Así que no lo acepto. A menos que dé la cara tienes prohibido ver a ese niñato mimado.
No lo toleré más y le dejé con la palabra en la boca. El portazo sacudió el silencio en el pasillo que daba acceso a nuestro departamento y apagué los reclamos de mi hermano con la voz de Chester en un inconfundible Numb. No me importó salir al preludio de lo que sería una noche lluviosa.
Caminaba bajo aquel manto gris cuando un coche por poco me atropella. Estuve a punto de proferir una maldición si no fuera porque el dueño del vehículo se había bajado usando la chaqueta de su traje de ejecutivo como una especie de paraguas para ambos.
—Dios Mío, Suk estás calada hasta los huesos.
Todo fue automático, desde la manera en la que acepté subir al deportivo negro hasta la llegada a la mansión Kim. Namjoon no me preguntó o reclamó nada. Para él era obvio que la desesperación estaba en mí al punto de confundir mis lágrimas con la propia lluvia.
No solo era por Hyunjin, tenía que ver más con mi yo de ese tiempo. Como el final de la adolescencia y el inicio de la juventud se mezclaban de una forma desastrosa en mi interior, desatando unos nubarrones que solo encontrarían refugio en las páginas del diario que obtuviera después.
—Toma, es ropa limpia aunque creo que te irá más grande.
Mi expresión debió haber sido muy extraña porque Nam no dudó en pasar la pequeña toalla que reposaba en sus manos sobre mi cuello como si así me diera la oportunidad de explicar algo que ninguno de los dos entendía. Habíamos cambiado tanto. Él con veintiuno, yo con dieciocho.
Quizás todo lo que estaba por suceder esa tarde estaría mal pero en el peor de mis arrebatos ganó la apuesta la curiosidad y mis inseguros labios intentaron robarle un beso a quién había llenado mis sueños desde aquella vez en la biblioteca de los Kim.
—No sé qué está mal, pero quiero ser el primero en escucharte.
Fue su respuesta antes de abrazarme de veras. Sorbí por la nariz e inexplicablemente mi corazón se aligeró. Fue entonces cuando me juré a mí misma que atesoraría ese momento, que quizás lo había hecho por lástima de una adolescente rota y vacía.
Alguien demasiado inmaduro para enfrentarse a los demonios del amor. Simplemente alguien como yo.
Esa fue la primera noche en la que me escabullí en la casa de los Kim. Seguía siendo la hermana menor de Jimin así que Nam fingió que no habíamos tenido ese momento y se decidió a hablar de libros, algo que compartíamos a plenitud.
Meses después me regalaría el diario y mis horas de insomnio se recortarían en páginas que ahora atesoro junto a dientes de león.
Una tradición que surgió entre nosotros, coleccionar esas flores inquebrantables que tienen la capacidad de emerger en los lugares más agrestes, entregándoles sus cipselas al viento como si de esa forma pudiera conocer infinitos lugares.
No quise darme cuenta o simplemente me conformé con una amistad que me movía el corazón. Tarde comprendí que el estado de ingravidez dura poco cuando se habla de amor.
—¿Por qué luces tan cabreada, ni siquiera la conoces?
El comentario de Jungkook logró hacerme enrojecer. No, no conocía a la esbelta mujer que lo acompañaba en la velada por el cumpleaños de Jin pero mi corazón se rehusaba aceptar que fuera ella quién sostuviera su mano y no yo.
El amor, ese malvado que hinca sus dientes en el alma de los que se atreven anhelar lo prohibido, amenazaba con dejarme seca de lágrimas y sangre si seguía observando a aquellos.
—¡Park Young Suk! ¿No puedes ir en serio?
Escuché a medias el reclamo de Kook mientras me dirigía a la mesa donde esa mujer casi se le ofrecía a Nam. Aun me recrimino por ser tan impulsiva, pero sin mediar palabras me apropié de la muñeca de él.
—¿Pero quién demonios es esta niña?
Masculló ella mientras yo tiraba de la mano del moreno y escuchaba su risa por lo bajo, dibujando una estúpida expresión de felicidad en mi rostro. Las luces fuera de la casa Kim nos recibieron cuando sentí un tirón en mi mano.
—Pequeña Suk, el día que seas más directa por favor avisa.
Otra vez los hoyuelos. Tuve ganas de golpearlo y besarlo a la vez.
—Hace tiempo que dejé de ser una niña Joonie. Solo tú y mi hermano no lo pueden aceptar.
Nam parecía ver más allá de mis ojos mientras sus dedos se enredaban en los míos. Seguía encontrando galaxias en aquella mirada color café que bajo las luces de la lejana bola de discoteca en el patio de la mansión Kim parecía resplandecer en ámbar.
—¿Entonces qué quieres de mí?
La pregunta aún sigue navegando en mis recuerdos, pero esa noche lo resolví todo con otro beso. Uno cuyas intenciones no eran tan inocentes y que Nam entendió a la perfección. Jimin casi se desmaya cuando el de los hoyuelos le pidió permiso para que saliéramos.
Aun cuando nos separaban solo tres años, su hyung parecía contener más vidas en la mirada que los del resto de su generación.
Hubo otra incómoda charla con mi madre pero al final ambos aceptaron. Creo que seguía en alguna región de Andrómeda mientras aceptaba que Kim Namjoon era parte del puzzle que por años intentaba completar.
El dedicado mejor amigo que escuchaba en largas conversaciones hasta que el cansancio acunaba mis pesadillas, el paciente destinatario que guardaba las historias escondidas en las páginas de mi cuaderno o el amante devoto que me abrazaba en silencio mientras la Luna bañaba nuestra piel en la terraza de su habitación.
Tenía tantos recuerdos con él que nunca pensé que la fecha llegaría.
Jimin tenía razón, cuando le correspondiera “servir” no armaría tanto escándalo, pero ya era tarde para echarme atrás.
Justo ahora, después de un viaje infinitesimal por nuestra historia la entrada de la mansión Kim luce luminosa adornada con globos de color púrpura para bendecir el nacimiento del primogénito de Seok Jin.
—Cambia esa cara o a Jinnie le dará un ataque. Hoy es día de sorpresas.
Los ojos de mi hermano desaparecieron en su sonrisa y tuve que imitarle el gesto. No tardamos mucho en atravesar la gravilla y descubrir a los energéticos hijos de Hoseok tirando de su padre y un divertido Suga que sostenía a Holly sobre su cabeza.
Más al fondo del jardín, Taehyung jugaba a piedra, papel y tijeras con un animado Jungkook, al parecer para decir quién tendría que ir por el pastel de bienvenida para el pequeño Kim Soobin, cuando la pareja regresara del hospital.
—Sabía que esto te haría bien.
Jimin se hizo eco de mis pensamientos y una vez concluida la pequeña disputa entre Tae y Kook, el menor fue el encargado de salir a por el pastel y nosotros de terminar con el resto de la decoración.
—Listo. Ahora mantengan las cortinas abajo. Mi informante acaba de confirmar que ya vienen para acá.
Compartió Hobi bloqueando su móvil. Todos ocupamos posiciones en la sala de estar de los Kim mientras esperábamos que el moreno de anchos hombros hiciera su aparición por el umbral.
—Te dije que exagerabas con la cantidad de ropa Jinnie.
—Era necesario, Haneul. No todos los días se es padre…
La dulce discusión de la pareja se vio interrumpida por nuestros gritos. Un sonrojado Jin aún pestañeaba doble cuando el gran globo púrpura con el nombre del miembro más nuevo de la familia Kim fue liberado.
Lágrimas de alegría anegaron sus ojos y los de su esposa mientras todos nos animábamos a conocer al bebé. Yo esperaba mi turno cuando otra figura bajo el umbral se ganó toda mi atención.
El uniforme solo resaltaba lo que los años habían hecho en aquel chico de mirada tan profunda como sus pensamientos. El cabello que en un tiempo anterior al enlistamiento había sido casi de tonos violeta ahora lucía perfectamente cortado al estilo militar. Aun me creía en un sueño mientras mis temblorosas piernas se rehusaban a funcionar.
—Te dije que había una sorpresa Sukkie. Hoy empiezan las primeras vacaciones de Nam.
Jimin murmuró eso antes de aprovechar su turno para conocer al bebé, yo solo me quedé congelada en el lugar. Otra vez, como en tantas ocasiones sucedía en mi imaginación, él regresaba lentamente hasta enmarcar mi rostro con sus hermosos dedos antes de besar mi frente.
“¿Entonces qué quieres de mí?”
Sonreí recordando aquel instante donde las dudas me carcomían por dentro. Finalmente tengo la repuesta…Tú eres todo lo que quiero para que nuestras constelaciones sigan teniendo sentido.
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