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final

Al llegar a casa, Sana echó las llaves encima del mueble, puso si chompa en el perchero junto a su bolso.

La penumbra de la noche no le extraño en absoluto, la luz de la luna se reflejaba con exactitud a través del cristal de la ventana e iluminaba cómodamente la habitación principal.

Aspiró un poco de aire cerrando sus ojos con suavidad, ya estaba más calmada, o eso quería aparentar para ella misma.

La oscuridad la recibió, como de costumbre. Pero no se percibía por ninguna parte ese potente olor a hierba o sustancias.

Por el camino dentro del taxi, Sana pasó todo el rato con la cabeza apoyada a la ventana del vehículo, viendo las calles semi desoladas por las altas horas de la noche, casi las diez, pensaba duramente en que escena se encontraría por haber dejado a su novia sola tanto tiempo, se estaba culpando cada segundo de su existencia por hacerle caso a sus deseos de liberarse un rato de esa tortuosa atadura.

No comió nada, incluso durante la plática con el cuarteto, su sopera yacía frente a ella, enfriándose y gritándole porque la probase, su estómago también había iniciado una huelga pero ella se abstuvo... Bueno, su mente le prohibió y en su lugar se dejó invadir por la preocupación.

Repasó muchas veces las palabras de Roseanne Park, porque esa mujer tenía razón, eso le dolía aún más.

Inocentemente la había reprochado y aceptó un poco avergonzada aquello.

Que su novia le haya obligado indirectamente a cancelar su ingreso al centro de rehabilitación aquel día, era algo de lo que debería avergonzarse.

Tzuyu no quería ayudarse, pero ella también desistía a la mínima amenaza de su novia.

Ambas estaban siendo culpables, pensó.

Se adentró por su hogar, ahora extrañada por no reconocer ningún olor desagradable del consumismo de Chou.

Quería creer algo positivo ante esto, ¿era posible que hoy desistió de envenenar su cuerpo? Dios la haya escuchado por fin, veía esperanzas de hacer entrar en razón a Tzuyu por primera vez en mucho tiempo.

Un grano de esperanza se asomó en su alma y esa leve sonrisita se hacía presente. Sin embargo, el no ver a la morena en la entrada principal le desconcertaba, así que se encaminó hasta la habitación. Eran casi las once y podría estar dormida.

Si, tal vez era eso.

Suspiró y fue hasta la pieza.

Sana recordaba a Tzuyu como chica callada pero que si sonreía se convertía en el ser más lindo y risueño que sus ojos hayan podido ver alguna vez, era una muchacha preciosa de la cual se lamentó no haber descubierto su adicción a tiempo, y quizá al primer acto pudo salvarle de caer como actualmente vivía.

Nadie nunca supo la verdad de sus vidas tras la vista de su puerta en aquella casa, ni los vecinos, ni sus familias, solo Christopher y hace poco también sus amigas. Ese secreto se mantenía oculto en lo profundo, tan confidencial. Entonces, con ese peso dentro de ella, oprimida por el miedo y la pena de que el mundo se enterase y repudien de ambas, al escupir todo al cuarteto ese sentimiento de liberación fue extraordinario.

Volver a tener a esa Tzuyu que sonreía y reía con ternura era su anhelo más profundo, ver a su novia la mayor parte del tiempo sumida en otro mundo a causa de esas malditas sustancias le quebraban por dentro.

Si ahora que no pudo esconderlos, la casa no emanaba ese hedor, podía significar que había esperanzas.

Oh... Quizá cantó victoria muy pronto.

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