Min Yoongi
—... y así es como lo resuelves —concluyo—. ¿Entendiste?
Permanece unos segundos en silencio antes de asentir levemente con la cabeza. Estoy por cantar victoria cuando al finalizar dice:
—No. Ni un poquito, la verdad.
Ahogo un gemido lastimero mientras me pregunto cómo es posible que ella, siendo tan inteligente y dedicada, no consiga comprender un ejercicio tan sencillo. O es que yo no explico bien, o es que a ella de verdad no se le dan para nada las matemáticas.
—¿Lo dices en serio?
—¿Acaso me crees capaz de bromear con algo como eso?
La habitual mirada gélida regresa a su sitio. Lleno de aire mis pulmones, diciéndome a mí mismo que está bien, aún tenemos tiempo y puedo seguir explicándole.
—De acuerdo. Entonces optaré por hacerlo más lento esta vez, ¿de acuerdo?
Sus ojos se abren a tal magnitud que me sorprende que no se hayan despegado ya de sus cuencas. Un leve sonrojo tiñe sus comúnmente pálidas mejillas y eso me hace ser consciente de que mis palabras pueden prestarse para doble sentido. Y aunque mi intención nunca fue aquello, así es como ha resultado ser.
Carraspeo con algo de fuerza y vuelvo a tomar el lápiz entre mis dedos. Echo un rápido vistazo y noto que a nuestro alrededor no hay más que tres personas más, seguramente estudiantes universitarios. La biblioteca es tan concurrida que me sorprende lo casi desértica que se ve.
—Presta mucha atención, porque después de la explicación te dejaré un ejercicio de prueba para que lo hagas tú misma.
—Bien.
Retomo el procedimiento del ejercicio algebraico con el que iniciamos y explico paso a paso y con suma lentitud el cómo resolverlo. En cada punto me detengo para preguntarle si va llevando el ritmo, a lo que ella confirma con una contestación positiva. Al terminar, tal como le dije, transcribo en una hoja aparte un ejercicio cualquiera y lo dejo para que ella lo resuelva por sí misma; mientras, yo busco resolver otros con los cuales continuar con la tutoría.
—Listo.
Me inclino hacia su lado y reviso por encima el ejercicio; el procedimiento es demasiado largo a mi parecer, y algo me dice que no lo ha hecho bien.
—Déjame revisar, por favor —pido con amabilidad.
Empiezo a revisar y sí, tal como pensé lo ha hecho mal. Un suspiro se me escapa.
—¿Está mal? —se lamenta en cuanto asiento—. No sé cómo voy a aprobar.
—Tranquila, te explicaré en qué hemos fallado para que corrijamos y así hacerlo bien esta vez, ¿te parece? —sus ojos me miran fijamente, lo que me hace sentir un poco de ansiedad—. ¿Qué sucede?
—No es nada —niega y me pide que empecemos de nuevo lo cual no dudo en aceptar.
Catorce minutos y miles de pausas después, consigue resolver el ejercicio utilizando la técnica que le he explicado.
—Bien, eso es todo por hoy —miro el reloj en mi muñeca y me doy cuenta de lo tarde que es. Aún tengo que ir al entrenamiento con el equipo de atletismo—. Entonces nos vemos...
—¿Quieres ir a comer?
Nuestras pestañas se baten con incomprensión en cuestión de segundos. Hemos hablado a la misma vez y estoy seguro de que ninguno entendió lo que dijo el otro.
—Tú primero.
—Gracias. Quería invitarte a cenar.
Ay, no.
—Lo siento, no puedo —no sé si lo que surcó sus ojos por un segundo fue decepción o molestia, porque pasa con rapidez a ser una mirada sin emoción alguna—. Tengo práctica con el equipo de atletismo, así que...
—Está bien —toma su bolso y lo coloca sobre sus hombros—. Nos vemos en clases. Adiós.
Se marcha en un parpadeo. En cuestión de segundos ha abandonado la biblioteca sin molestarse a mirar atrás, un sentimiento extraño me invade el pecho. Siento vibrar mi teléfono y lo atiendo sin mirar el identificador de llamadas primero.
—¿Sí?
—Oppa, creo que estoy en problemas.
La sangre se me ha ido a los pies al escuchar la voz quebrada de mi hermana menor. Sé de inmediato que algo no anda bien en cuanto escucho los primeros quejidos de dolor abandonando sus labios y posterior a ello un llanto casi incesante.
—Tranquila, dime dónde estás —salgo a paso apresurado y el silencio que le sigue a mi petición no ayuda en lo absoluto—. Yunah, dime en dónde estás —repito.
—No... no sé en donde estoy.
Maldigo entre dientes mientras intento detener un taxi.
—¿Qué hay cerca? Dime lo que sea que veas —continúo agitando la mano con la esperanza de que algún taxi se detenga. Alejo el aparato de mi oído y chequeo la hora. Son casi las cinco de la tarde. ¿Qué demonios hacía fuera cuando le dije que no podía salir?
—Hay... hay arbustos, creo que estoy cerca de un parque. O no sé.
Un taxi se detiene y me subo de inmediato, le pido a mi hermana que me explique lo que sucedió, la razón por la que salió, cosa que ella no tarda en hacer. Entonces la comprensión llega a mí en un instante.
—De acuerdo. Mira si puedes llegar a alguna calle concurrida, un local o una cafetería. Espérame ahí y no te muevas. ¿Me entiendes?
—Está bien.
—Ten cuidado, por favor.
Finalizo la llamada y le pido al conductor que me lleve a Sangam porque es el único lugar que se me ocurre que está más cerca para empezar a buscar. Tal vez pudo haber ido a algún parque o se adentró a alguno de los centros comerciales —lo cual espero se le haya ocurrido, porque cuando se pone nerviosa o tiene miedo se le van las ideas—. Con ese pensamiento le envío un mensaje a Nam y a Ho para que me ayuden a buscarla, lo cual no dudan. También le comunico al entrenador la razón por mi falta de hoy.
—Comunícate conmigo en cuanto estés más tranquilo, muchacho —dice el audio de voz con el que me responde al mensaje.
Bajo del auto en cuanto llegamos y empiezo la búsqueda, esperando que mi hermana se encuentre bien.
*Total de palabras: 1011.
Última actualización del mes y... ¿todo bien por aquí? 👀
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